Pablo Iglesias, el “coleta” que amenaza con llevar a
España por el terrible sendero del chavismo internacional, editó un libro bajo
el título Cuando las películas votan. El
libro es una colección de ensayos sobre filmes, todos analizados desde una perspectiva
de extrema izquierda. Por muchos motivos, tengo mucha animadversión contra Iglesias,
pero en vista de que se perfila como un posible futuro presidente de España,
decidí echar un vistazo al libro (básicamente para saber qué ideas tiene este
personaje en su cabezota). Los escritos de Iglesias son un bodrio, pero
sí me llamó la atención su continua mención de La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo. Al final, decidí yo mismo
ver la película.
La batalla de Argel es una obra maestra,
una de las mejores películas que he visto en el género bélico. Narra la batalla
de Argel (en la guerra de independencia del FLN argelino contra Francia), en
clásico estilo neorrealista italiano, al punto de que casi parece un noticiero.
Acá no hay batallas gloriosas, ni discursos grandilocuentes, ni
sentimentalismos, ni romances, ni tampoco escenas de violencia gore al estilo Salvando al soldado Ryan. Su crudeza
está más bien en la representación de los dilemas morales que surgen en la
guerra, y de la tremenda dependencia que la guerra contemporánea tiene con la
propaganda política.
Si bien
intenta hacer un esfuerzo por presentar una visión objetiva de los hechos
históricos, y en esta película no es nada fácil segmentar a los personajes en
malos y buenos, resulta indudable que Pontecorvo tenía sus simpatías más con el
bando argelino que con el francés. Presumo que, precisamente dada la firme
intención anticolonialista de la película, Pablo Iglesias (y la legión de “progres”
que lo acompañan) ha quedado fascinado con ella.
Pero, francamente,
si bien en su debut la película fue controvertida y fue prohibida en Francia,
hoy podemos aceptar, seamos de derecha o izquierda, que los argelinos tenían
legitimidad en su guerra. Francia invadió Argelia en 1830, la sometió a un régimen
jurídico colonial que colocaba a la mayoría musulmana como ciudadanos de
segunda, y en ningún momento Francia hizo una consulta plebiscitaria en Argelia
para decidir su estatus (algo, por ejemplo, que sí ha hecho EE.UU. en Puerto
Rico, en vista de lo cual, los independentistas puertorriqueños no tienen
ninguna legitimidad, por más que el chavismo internacional opine lo contrario).
Ahora bien, en una
guerra, hay dos tipos de legitimidad. Una procede del ius ad bellum, el derecho de iniciar una guerra; en esto, el FLN
era completamente legítimo. Pero, también está la legitimidad del ius in bello, las reglas que se deben
cumplir durante la guerra. En el ius in
bello, la legitimidad del FLN, incluso tal como se retrata en la película,
queda muy cuestionada.
Al inicio de la
película, el FLN asesina a varios policías franceses en atentados específicos
en Argel. Algunos juristas y filósofos opinan que, en tanto no se trata de un combate
abierto, esto es ilegítimo. Yo discrepo. Esos policías son combatientes,
miembros de una fuerza de ocupación imperial. Y, si la resistencia es legítima
(como efectivamente lo era en el caso del FLN), entonces es legítimo matar a
policías, aun si no se trata de una situación de combate abierto. Del mismo
modo en que fue legítimo para la resistencia francesa matar a oficiales nazis
durante la ocupación de Francia, fue legítimo para el FLN matar a policías
franceses durante la ocupación de Argelia.
Pero, a medida que
progresa la película, el FLN acude a tácticas más perversas de terrorismo.
Mujeres musulmanas que se hacen pasar por colonas francesas, colocan bombas que
deliberadamente atacan civiles (en una terrible escena, niños y adolescentes).
Esto despoja de legitimidad al FLN, pues si bien el ius in bello contempla la muerte de civiles, sólo los acepta como
daños colaterales. Atacar deliberadamente a no combatientes es un crimen.
No es aceptable el
cliché de que “el terrorista de un bando, es el luchador por la libertad del
otro bando”. El terrorismo no es un mero calificativo subjetivo. Hay reglas muy
específicas que definen al terrorista, y la más elemental consiste en calificar
como terrorista a todo aquel que deliberadamente ataca civiles. Precisamente
por motivos como éstos, mientras que Jean Paul Sartre hacía una apología
asquerosa del terrorismo del FLN, el filósofo Michael Walzer lo reprochó
duramente por eso, y no dudó en calificar al FLN como un grupo terrorista.
En una escena
magnífica, un periodista francés le reprocha a un líder capturado del FLN, el
usar tácticas de terrorismo, al emplear bombas escondidas que, al activarse, matan a civiles. El líder
guerrillero responde que Francia ha usado napalm en sus guerras, y que con
gusto, él cambiaría “los tanques por las cestas”. En su escrito sobre la
película, el “coleta” Iglesias ha quedado fascinado con esta respuesta del
guerrillero.
La implicación en
la aprobación de esta frase es que, si mi enemigo comete crímenes de guerra (y
ciertamente el uso de napalm califica como tal), yo también estoy autorizado a
hacerlo. Pero esto es moralmente inaceptable. La causa de mi guerra es justa,
precisamente cuando mi bando tiene más autoridad moral que el adversario. Y,
para mantener la legitimidad, yo debo preservar las reglas, sin importar si el
enemigo las cumple o no. El Holocausto nazi no justifica el bombardeo aliado de
Dresde; la violación de Nanjing no legitima la bomba atómica en Hiroshima. Yo veo con mucha preocupación que un posible futuro presidente de
España aplauda a un guerrillero que trata de justificar los crímenes del
terrorismo, sencillamente alegando que la contraparte estatal también los
comete.
En una escena
posterior, al coronel francés que encabeza las operaciones de
contrainsurgencia, un periodista le pregunta si el ejército francés está
torturando guerrilleros. De forma muy similar a como hoy hacen los generales
norteamericanos en la muy inmoral “guerra contra el terror”, el coronel dice que
en vista de que el enemigo está acudiendo a tácticas terroristas, la única
respuesta eficiente es la tortura, para poder desmantelar las células
terroristas.
Mucho se ha
discutido si la tortura es o no eficiente, y por lo que sabemos tras varias
décadas de documentación, parece que no lo es (el torturado, con tal de evitar
más sufrimiento, declarará cualquier información, sea verdadera o no). Pero,
aun en el caso de que sí fuere eficiente, es moralmente cuestionable su uso, y
las reglas del ius in bello ciertamente
la prohíben. Las declaraciones del coronel francés son tan desafortunadas como
las del líder guerrillero.
Veo con
preocupación que estemos dispuestos a reprochar al coronel, pero que un sector
de la izquierda no esté dispuesto a reprochar al guerrillero. Deberíamos exigir
mayor consistencia moral. Si usamos principios morales para reprochar a Bush y
McNamara, debemos también usar esos mismos principios para reprochar al Che
Guevara y a Hamas.
En el combate entre
David y Goliat, podemos tener nuestras simpatías con David, por el hecho de que
es más pequeño, y está siendo oprimido. Pero, si para intentar liberarse de la
opresión de Goliat, David busca deliberadamente matar a los hijos pequeños de
Goliat, entonces David se habrá convertido en un criminal, del mismo calibre
que Goliat. Ojalá Pablo Iglesias entienda esto a tiempo, sobre todo al tener en cuenta que, en caso de llegar a la presidencia, deberá tratar el difícil tema de la ETA.
Como de costumbre, ecuánime disección. Sin ánimo de simplificar, creo que Pablo Iglesias es la consecuencia, previsible desde hace unas pocas décadas, de una larga dictadura de derechas y la consiguiente propaganda demagógica y maniquea de varias generaciones de profesores izquierdistas. Todo ello mezclado con televisión, televisión y más televisión.
ResponderEliminarNunca mejor dicho: televisión, televisión y más televisión. Y, yo agregaría algo: la cola. El ser coleta es muy atractivo al voto joven.
EliminarSí, aunque viene a ser lo mismo: la coleta, el pañuelo de bucanero en la cabeza, la melena hippie, todo eso forma parte de la iconografía televisiva, especialmente de los realities, al menos en España. También añadiría el tono de aparente serenidad con que habla el sujeto (eso que no se percibe en la comunicación verbal, pero que puede llegar a ser más importante que ésta; lo de la coleta pertenece al lenguaje corporal). Por otro lado, como dice Andrés Carmona, su entonación mesiánica, su halo religioso. Pablo Iglesias, como su tocayo del siglo I, es un gran experto en marketing.
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