Uri Geller fue un fenómeno
impresionante: doblaba cucharas con la mente, adivinaba el pensamiento de otras
personas, alegaba poder levitar, etc. Sus destrezas agarraron incautos a
muchos, incluyendo intelectuales terriblemente ingenuos. Gracias a la ardua
labor investigativa del gran James Randi, Geller fue expuesto como un fraude.
Randi, un ilusionista de larguísima experiencia, detalló cada uno de los trucos
que empleaba Geller.
Randi en en sí mismo un ilusionista,
y en ese gremio, hay un código de caballería que exige no divulgar sus técnicas
al público. El problema, no obstante, es que Geller pretendía convencer a la
gente de que sus presentaciones no eran meros trucos, sino verdaderos poderes
paranormales. Randi sintió el deber de desenmascarar a Geller, quien se
aprovechaba cínicamente de la gente. Los intelectuales están muy agradecidos
con la labor de Randi. Gracias a Randi, se incentivó el pensamiento crítico, y
hoy parece mucho más difícil que aparezca un charlatán estafando a la gente, so
pretexto de realizar prodigios paranormales.
La academia alaba a Randi por su
labor investigativa frente a un charlatán occidental. Pero, cuando surge un
escéptico que desenmascara a charlatanes en culturas no occidentales, inmediatamente
saltan los antropólogos a acusar a estos escépticos de promover una forma de ‘imperialismo
cultural’: sabotean y destruyen las creencias locales con conceptos procedentes
de la hegemonía científica occidental. Muchos científicos han señalado que la
acupuntura o la medicina ayurvédica, por ejemplo, son prácticas fraudulentas.
Los antropólogos de la medicina defienden a quienes promueven estas prácticas,
bajo la excusa de que, si bien no tienen una ‘eficacia biológica’, sí tienen
una ‘eficacia simbólica’.
El antropólogo que inventó este
concepto de ‘eficacia simbólica’ fue Claude Levi-Strauss. Al analizar las
curaciones de chamanes, Levi-Strauss postulaba que, con sus performances, los
chamanes ofrecían bienestar social a sus clientes mediante el despliegue de
símbolos de su propia cultura. El chamán intenta curar a la gente, no con las
propiedades bioquímicas de sus remedios, sino haciendo sentir mejor al cliente
mediante un ritual de curación. En otras palabras, el chamán se vale de
símbolos culturales que, eventualmente, pueden servir de placebo para curar al
enfermo.
Levi-Strauss narra una historia
interesantísima, originalmente recopilada por el antropólogo Franz Boas.
Quesalid era un miembro de la tribu de los Kwakitul, en Norteamérica. En esa tribu
abundan chamanes, pero Quesalid sospechaba que sus actos eran trucos
fraudulentos. Quesalid quiso desenmascararlos, y para ello, se hizo estudiante
de los chamanes, para así aprender sus trucos.
Quesalid aprendió un truco básico: a
la hora de intentar curar a un enfermo, podría morderse su propia lengua hasta
que sangrara. Así, cuando el enfermo estuviera acostado, Quesalid podría
colocar su boca sobre alguna parte del cuerpo del enfermo, escupir la sangre
que procede de su propia mordida, y alegar que expulsó la sustancia que estaba
generando el mal en el cuerpo del enfermo. Eventualmente, Quesalid perfeccionó
esta técnica fraudulenta.
Pero, para sorpresa del escéptico
Quesalid, este truco curaba a muchos enfermos. Obviamente, se trataba de un
efecto placebo. Quesalid decidió convertirse en un chamán hecho y derecho. Él
mismo sabía que era un fraude, pero su fraude tenía una gran “eficacia
simbólica”. Nunca desenmascaró a sus maestros, y siguió viviendo su mentira.
La gran hipocresía promovida por los
antropólogos médicos está en aplaudir la ‘eficacia simbólica’ del chamán
Quesalid, pero oponerse al fraude de Uri Geller. No podemos ser tan
arbitrarios; un mínimo de sensatez requiere más consistencia. Si, como
Levi-Strauss, estamos dispuestos a admirar la ‘eficacia simbólica’ de un chamán
que se muerde su propia lengua hasta que sangre, entonces también debemos
admirar la ‘eficacia simbólica’ de un ilusionista que doble cucharas con la
mano, pero alega hacerlo con la mente. Así como Quesalid hacía una gran performance con despliegue de símbolos,
Uri Geller también era un gran show man. Y,
presumo que, así como mediante el efecto placebo, Quesalid curó a algunos
enfermos, Geller también pudo hacer sentir mejor a aquellas personas ingenuas
que creyeron en sus trucos.
No vale excusarse en la idea de que
Quesalid no estafaba a la gente, mientras que Geller cobraba exorbitantes
comisiones por sus presentaciones. Muchísimos antropólogos han documentado que,
en las sociedades tribales, los chamanes cobran también por sus ‘servicios’. En
Kenia, por ejemplo, una consulta a un adivino o chamán puede ser el equivalente
del valor de una vaca.
Quesalid (y, preusmo que también
Geller) es emblemático del chamán pragmático que cree que con su ‘mentira
piadosa’, ayuda a la gente (y, por supuesto, se ayuda a él mismo cobrando una
comisión). No le importa buscar la verdad. Si tiene la opción de vivir feliz
mintiendo, la asume. Los antropólogos aplauden este desprecio por la verdad en
otras culturas, y es por ello que critican que un escéptico occidental irrumpa
a desenmascarar los trucos de los chamanes. En 1995, por ejemplo, se estrenó un
programa televisivo en India, Guru
Busters, en el cual indios occidentalizados recorrían aldeas indias
exponiendo los fraudes de los gurús. No faltaron antropólogos que señalaban que
aquello era una ‘usurpación’ y sabotaje de la vida tradicional de la India, y que los
racionalistas indios no alcanzaban a comprender la ‘eficacia simbólica’ de los
gurús.
La gran virtud de Occidente, en cambio,
ha sido su compromiso irrestricto con la verdad. El científico, heredero de la
revolución científica iniciada en la
Europa del siglo XVII, busca la verdad independientemente de
sus consecuencias. Alguna performance
podrá tener ‘eficacia simbólica’, pero si esa performance se basa sobre una mentira, el científico occidental
siente el deber de denunciarla. La verdad duele, pero es la verdad.
Y, es precisamente este compromiso
con la verdad, lo que ha contribuido a una dramática mejoría en las condiciones
de vida de los países occidentales, al compararlos con otros países. China
elevó sustancialmente su esperanza de vida, en el momento en que fue
abandonando su medicina tradicional, y asumió la medicina científica
occidental. La ‘eficacia simbólica’ tiene un poder curativo muy limitado; a lo
sumo, curará males sujetos al efecto placebo. Pero, no todo en la medicina se
resuelve con placebos.
Quizás Quesalid cumplió una misión a
corto plazo: mediante el placebo, curó a algunas personas con su ‘eficacia simbólica’.
Pero, a largo plazo, el engaño de Quesalid ha sido perjudicial. En su deseo de
prolongar una mentira, Quesalid le robó a su tribu la posibilidad de fomentar
un espíritu crítico que, a la larga, les hubiese ofrecido muchísimas más
ventajas.
De la misma forma, quizás a corto
plazo, Randi hizo daño a alguna gente, al quitarles la ilusión de ver a un
mentalista hacer grandes prodigios, e impedir que algún efecto placebo operara.
Pero, con su labor escéptica, Randi ha sentado las bases para el pensamiento
crítico. Eso, a la larga, curará muchas más enfermedades que las
charlatanerías. Por ello, grito a todo pulmón: ¡larga vida a Randi!, y ¡basta
de relativismo en la antropología cultural!
Buen articulo, señor, verdadero!
ResponderEliminar