jueves, 17 de enero de 2013

Uri Geller y el chamán Quesalid



           Uri Geller fue un fenómeno impresionante: doblaba cucharas con la mente, adivinaba el pensamiento de otras personas, alegaba poder levitar, etc. Sus destrezas agarraron incautos a muchos, incluyendo intelectuales terriblemente ingenuos. Gracias a la ardua labor investigativa del gran James Randi, Geller fue expuesto como un fraude. Randi, un ilusionista de larguísima experiencia, detalló cada uno de los trucos que empleaba Geller.
            Randi en en sí mismo un ilusionista, y en ese gremio, hay un código de caballería que exige no divulgar sus técnicas al público. El problema, no obstante, es que Geller pretendía convencer a la gente de que sus presentaciones no eran meros trucos, sino verdaderos poderes paranormales. Randi sintió el deber de desenmascarar a Geller, quien se aprovechaba cínicamente de la gente. Los intelectuales están muy agradecidos con la labor de Randi. Gracias a Randi, se incentivó el pensamiento crítico, y hoy parece mucho más difícil que aparezca un charlatán estafando a la gente, so pretexto de realizar prodigios paranormales.
            La academia alaba a Randi por su labor investigativa frente a un charlatán occidental. Pero, cuando surge un escéptico que desenmascara a charlatanes en culturas no occidentales, inmediatamente saltan los antropólogos a acusar a estos escépticos de promover una forma de ‘imperialismo cultural’: sabotean y destruyen las creencias locales con conceptos procedentes de la hegemonía científica occidental. Muchos científicos han señalado que la acupuntura o la medicina ayurvédica, por ejemplo, son prácticas fraudulentas. Los antropólogos de la medicina defienden a quienes promueven estas prácticas, bajo la excusa de que, si bien no tienen una ‘eficacia biológica’, sí tienen una ‘eficacia simbólica’.
            El antropólogo que inventó este concepto de ‘eficacia simbólica’ fue Claude Levi-Strauss. Al analizar las curaciones de chamanes, Levi-Strauss postulaba que, con sus performances, los chamanes ofrecían bienestar social a sus clientes mediante el despliegue de símbolos de su propia cultura. El chamán intenta curar a la gente, no con las propiedades bioquímicas de sus remedios, sino haciendo sentir mejor al cliente mediante un ritual de curación. En otras palabras, el chamán se vale de símbolos culturales que, eventualmente, pueden servir de placebo para curar al enfermo.
            Levi-Strauss narra una historia interesantísima, originalmente recopilada por el antropólogo Franz Boas. Quesalid era un miembro de la tribu de los Kwakitul, en Norteamérica. En esa tribu abundan chamanes, pero Quesalid sospechaba que sus actos eran trucos fraudulentos. Quesalid quiso desenmascararlos, y para ello, se hizo estudiante de los chamanes, para así aprender sus trucos.
            Quesalid aprendió un truco básico: a la hora de intentar curar a un enfermo, podría morderse su propia lengua hasta que sangrara. Así, cuando el enfermo estuviera acostado, Quesalid podría colocar su boca sobre alguna parte del cuerpo del enfermo, escupir la sangre que procede de su propia mordida, y alegar que expulsó la sustancia que estaba generando el mal en el cuerpo del enfermo. Eventualmente, Quesalid perfeccionó esta técnica fraudulenta.
            Pero, para sorpresa del escéptico Quesalid, este truco curaba a muchos enfermos. Obviamente, se trataba de un efecto placebo. Quesalid decidió convertirse en un chamán hecho y derecho. Él mismo sabía que era un fraude, pero su fraude tenía una gran “eficacia simbólica”. Nunca desenmascaró a sus maestros, y siguió viviendo su mentira.
            La gran hipocresía promovida por los antropólogos médicos está en aplaudir la ‘eficacia simbólica’ del chamán Quesalid, pero oponerse al fraude de Uri Geller. No podemos ser tan arbitrarios; un mínimo de sensatez requiere más consistencia. Si, como Levi-Strauss, estamos dispuestos a admirar la ‘eficacia simbólica’ de un chamán que se muerde su propia lengua hasta que sangre, entonces también debemos admirar la ‘eficacia simbólica’ de un ilusionista que doble cucharas con la mano, pero alega hacerlo con la mente. Así como Quesalid hacía una gran performance con despliegue de símbolos, Uri Geller también era un gran show man. Y, presumo que, así como mediante el efecto placebo, Quesalid curó a algunos enfermos, Geller también pudo hacer sentir mejor a aquellas personas ingenuas que creyeron en sus trucos.
            No vale excusarse en la idea de que Quesalid no estafaba a la gente, mientras que Geller cobraba exorbitantes comisiones por sus presentaciones. Muchísimos antropólogos han documentado que, en las sociedades tribales, los chamanes cobran también por sus ‘servicios’. En Kenia, por ejemplo, una consulta a un adivino o chamán puede ser el equivalente del valor de una vaca.
            Quesalid (y, preusmo que también Geller) es emblemático del chamán pragmático que cree que con su ‘mentira piadosa’, ayuda a la gente (y, por supuesto, se ayuda a él mismo cobrando una comisión). No le importa buscar la verdad. Si tiene la opción de vivir feliz mintiendo, la asume. Los antropólogos aplauden este desprecio por la verdad en otras culturas, y es por ello que critican que un escéptico occidental irrumpa a desenmascarar los trucos de los chamanes. En 1995, por ejemplo, se estrenó un programa televisivo en India, Guru Busters, en el cual indios occidentalizados recorrían aldeas indias exponiendo los fraudes de los gurús. No faltaron antropólogos que señalaban que aquello era una ‘usurpación’ y sabotaje de la vida tradicional de la India, y que los racionalistas indios no alcanzaban a comprender la ‘eficacia simbólica’ de los gurús.
            La gran virtud de Occidente, en cambio, ha sido su compromiso irrestricto con la verdad. El científico, heredero de la revolución científica iniciada en la Europa del siglo XVII, busca la verdad independientemente de sus consecuencias. Alguna performance podrá tener ‘eficacia simbólica’, pero si esa performance se basa sobre una mentira, el científico occidental siente el deber de denunciarla. La verdad duele, pero es la verdad.
            Y, es precisamente este compromiso con la verdad, lo que ha contribuido a una dramática mejoría en las condiciones de vida de los países occidentales, al compararlos con otros países. China elevó sustancialmente su esperanza de vida, en el momento en que fue abandonando su medicina tradicional, y asumió la medicina científica occidental. La ‘eficacia simbólica’ tiene un poder curativo muy limitado; a lo sumo, curará males sujetos al efecto placebo. Pero, no todo en la medicina se resuelve con placebos.
            Quizás Quesalid cumplió una misión a corto plazo: mediante el placebo, curó a algunas personas con su ‘eficacia simbólica’. Pero, a largo plazo, el engaño de Quesalid ha sido perjudicial. En su deseo de prolongar una mentira, Quesalid le robó a su tribu la posibilidad de fomentar un espíritu crítico que, a la larga, les hubiese ofrecido muchísimas más ventajas.
De  la misma forma, quizás a corto plazo, Randi hizo daño a alguna gente, al quitarles la ilusión de ver a un mentalista hacer grandes prodigios, e impedir que algún efecto placebo operara. Pero, con su labor escéptica, Randi ha sentado las bases para el pensamiento crítico. Eso, a la larga, curará muchas más enfermedades que las charlatanerías. Por ello, grito a todo pulmón: ¡larga vida a Randi!, y ¡basta de relativismo en la antropología cultural!

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