Hoy está muy en
boga la idea de que no hay culturas superiores a otras. En muchas ocasiones he
disputado esto. Es sentido común aceptar que no están al mismo nivel moral, una
cultura que practica sacrificios humanos, y una cultura que organiza ayudas humanitarias
a las víctimas de un tsunami en otra región del mundo. No están al mismo nivel
intelectual, una cultura que no conciba la relación entre el coito y el parto,
y una cultura que haya descubierto la existencia del ADN.
Pero, a la hora de jerarquizar el
nivel intelectual de las distintas culturas, los antropólogos culturales
inclinados hacia el relativismo advierten que debemos asegurarnos de que hemos
traducido correctamente los alegatos de los pueblos aparentemente en
inferioridad intelectual.
Si, como Noam Chomsky, aceptamos que
existe una gramática universal inscrita en el cerebro de todos los seres
humanos, entonces no deberíamos tener mayor dificultad en admitir que todas las
lenguas son perfectamente traducibles entre sí. A simple vista, parece que
Chomsky efectivamente tiene razón. Pero, desde hace mucho tiempo, varios
lingüistas, antropólogos y filósofos han señalado las dificultades de la
traducción.
El filósofo W.O. Quine, por ejemplo,
planteaba un famoso caso: un antropólogo vive con una tribu y está intentado
aprender su lengua. De repente, pasa un conejo, y un miembro de la tribu grita “¡gavagai!”. La primera inclinación del
antropólogo es postular que esa palabra significa “conejo”. Pero, quizás,
podría significar “objeto que pasa rápido”, o “nuestra cena”, o “vayamos de
cacería”.
Estas dificultades son más comunes
de lo que parecen. Para intentar resolverlas, los lingüistas recomendarían
incorporar una dimensión pragmática en el estudio de las lenguas: analizar no
sólo qué denotan las palabras, sino cómo se usan en determinados contextos. El
antropólogo tendrá que vivir mucho tiempo en la tribu, para poder descifrar qué
significa exactamente ‘gavagai’.
Los antropólogos que disputan la
superioridad intelectual de nosotros los modernos occidentales sostienen que,
esta jerarquización entre mente ‘moderna’ y mente ‘primitiva’ muchas veces se
basa en errores de traducción y confusiones lingüísticas. Y, alegan los
antropólogos, en plenitud de ocasiones, muchas conductas y creencias supuestamente
irracionales entre los no occidentales, tienen su correspondencia analógica
entre los occidentales modernos, pero existe un sesgo a considerarlas
‘primitivas’ si forman parte de otra cultura.
Por ejemplo, tengo un amigo
firmemente católico que se burla de que los hindúes tienen 330 millones de
dioses, y que son una religión politeísta. En respuesta, yo le he señalado que
el catolicismo tiene miles de santos, vírgenes, ángeles, querubines, demonios,
etc., de forma tal que él también es un politeísta. Su respuesta (típica entre
católicos) es que ellos veneran a los
santos y vírgenes, pero sólo adoran a
Dios, el cual es uno. Por ello, son monoteístas.
Esto, me parece, es jugar con
palabras. Pues, las 330 millones de entidades a las cuales los hindúes les rinden
culto, han sido catalogadas como ‘dioses’ por los occidentales. Pero, el
término sánscrito para esas entidades es deva.
Si, en vez de atenernos a la traducción tradicional, traducimos ‘deva’ por ‘entidad espiritual’, y Brahman por ‘Dios’, entonces el
hinduismo es una religión tan monoteísta como el catolicismo, con una única
deidad suprema, y miles de entidades espirituales subalternas.
Pero, los problemas no sólo se
limitan a la traducción de palabras, sino al entendimiento de algunas prácticas
aparentemente irracionales. En muchas sociedades existe alguna forma de
totemismo. En estos sistemas religiosos, la gente afirma ser un animal. Es
fácil para un psiquiatra alegar que esto es un delirio psicótico. O, en todo
caso, algunos antropólogos de antaño (como Lucien Levy Bruhl) interpretan esto
como evidencia de una ‘participación mística’: los primitivos no piensan
lógicamente, y creen que pueden ser humanos y no-humanos a la vez.
Con todo, cuando escuchamos a José
Luis Rodríguez decir “yo soy el Puma”, nadie opina que este cantante es
psicótico o que no tiene la capacidad de razonar a partir del elemental
principio lógico de la no contradicción. El antropólogo Claude Levi-Strauss fue
célebre, entre otras cosas, por postular que las creencias del totemismo no son
propiamente aseveraciones de una identificación mística con animales, sino
formas metafóricas de expresar relaciones sociales entre clanes representados
por animales. De nuevo, todo esto sugiere que muchos juicios que jerarquizan
intelectualmente a las culturas proceden de erróneas traducciones, y que antes
de apresurarse a decir “cultura X es irracional por creer tal cosa”, es
necesario indagar bien el contexto en el cual se enuncian las creencias.
Del mismo modo, algunas prácticas
pueden ser erróneamente interpretadas. Es fácil, por ejemplo, burlarse de un
practicante de la religión vudú por creer que, al colocar alfileres sobre la
figurilla de una persona, ésta será perjudicada. El antropólogo J.G. Frazer,
postulaba que esto era típico de una mentalidad primitiva que acude a
principios de magia basada en simpatía (asumir que las cosas que se parecen, o
que alguna vez estuvieron en contacto, mantienen alguna conexión). Pero, en una
feroz crítica a Frazer, el filósofo Ludwig Wittgenstein advertía que nosotros
los modernos besamos las fotos de nuestros seres queridos: ¿acaso eso es
evidencia de que persiste la creencia de que ese beso se extenderá a la persona
fotografiada, y por ello somos irracionales? De nuevo, es necesario indagar con
mayor profundidad contextual para saber si el sacerdote vudú que inserta agujas
sobre la figurilla espera realmente un efecto mágico instantáneo, o si más bien
se trata de un simple gesto de odio, algo similar a un psicodrama terapéutico.
Yo dudo mucha de la existencia de
Dios. No creo, por tanto, que exista una entidad sobrenatural que derrame sus
bendiciones sobre los seres humanos. Pero, diariamente, yo pido la bendición a
mis padres. Cuando me ven hacer esto, muchos amigos inmediatamente saltan a
preguntarme: “si no crees en Dios, ¿por qué pides la bendición?”. En América
Latina, por supuesto, pedir la bendición es una forma de mostrar cariño y
respeto, independientemente de la creencia en poderes carismáticos
sobrenaturales.
Quizás un antropólogo procedente de otra cultura, a la manera de Frazer,
habría saltado a denunciar que, diariamente, un profesor universitario en
Maracaibo (es decir, yo), solicita poderes sobrenaturales procedentes de sus
padres. Ese mismo antropólogo sostendría que en las modernas fiestas de
Halloween, los adolescentes masivamente creen que las calabazas se convierten
en objetos animados en medio de danzas y disfraces que invocan espíritus
malignos.
De esa forma, estoy dispuesto a conceder a los antropólogos relativistas
que, antes de jerarquizar intelectualmente a distintas culturas, debemos
hacerlo con más cautela. Frazer y la primera generación de antropólogos no
tuvieron la suficiente cautela como para evaluar rigurosamente en su contexto,
cada práctica y creencia aparentemente irracional. Hoy, afortunadamente, la
antropología exige trabajo de campo para evitar incurrir ese tipo de
confusiones.
Con todo, el hecho de que hoy los antropólogos son más cuidadosos a la
hora de traducir y describir, no implica que no podamos intentar jerarquizar
intelectualmente a las culturas en función de su desempeño intelectual. Aun si
los antropólogos han indagado más y han ubicado más cuidadosamente las
creencias y prácticas en cada contexto, siguen reportando que, por ejemplo, el
sacerdote vudú que coloca alfileres sobre un muñequito no sólo ejerce catarsis
en un psicodrama; antes bien, cree realmente en la eficacia de su magia, y
pretende que su acción directamente perjudique al enemigo. Una práctica como
ésa, tiene que seguirse considerando intelectualmente inferior al oficio de un
científico en su laboratorio.
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