Entre
los antropólogos culturales, el peor pecado que se puede cometer es el ‘etnocentrismo’.
Y, el remedio, es una dosis de relativismo cultural. Esto tiene mucho sentido.
Debemos evitar pensar que otras culturas son como la nuestra. No todas las
culturas valoran lo que nosotros valoramos, entienden el mundo como nosotros lo
entendemos, etc.
No tengo
nada que objetar a este relativismo, pues es meramente descriptivo. El problema, no obstante, es cuando el relativismo se
torna normativo. Bajo esta variante
del relativismo, no sólo debemos reconocer que otras culturas tienen otros
valores, costumbres y modos de entender el mundo, sino que no debemos
interferir sobre esos valores distintos. El relativismo cultural descriptivo se
limita a sostener que las otras culturas son diferentes a nosotros. El
relativismo cultural normativo, en cambio, da un paso más y sostiene que las
otras culturas deben ser diferentes a
nosotros.
En la antropología
médica, ocurren estas dos variantes de relativismo. Los antropólogos de la
medicina buscan describir las maneras de entender los procesos de enfermedad y
salud en las distintas culturas. Documentan creencias de todo tipo sobre las
enfermedades y los remedios. Oportunamente, estos antropólogos advierten que no
todos los pueblos del mundo creen que las infecciones son causadas por gérmenes;
algunos pueblos creen que la epilepsia es causada por espíritus malignos, etc.
La labor de estos antropólogos es sumamente loable, pues con gran espíritu
enciclopédico, han buscado documentar las diversísimas concepciones de la salud
y la enfermedad entre los seres humanos, la gran mayoría de ellas ajenas al
entendimiento científico de la enfermedad.
No
obstante, la antropología médica se empieza a convertir en un problema cuando
los antropólogos no sólo documentan prácticas medicinales ajenas a la medicina
científica, sino que también las promueven.
Y así, una vez más, dan el salto del relativismo descriptivo al relativismo normativo.
Los antropólogos médicos son los principales culpables de la difusión de la
terapia alternativa y folklórica. No se limitan a documentar que tal cultura
cree que la gripe es causada por la influencia de espíritus malignos, sino que
alientan a esa cultura a seguir con esas creencias irracionales.
La
medicina científica occidental es abrumadoramente superior a la medicina folklórica
de otras culturas, y a la llamada ‘medicina alternativa’ que lamentablemente
prospera en las mismas sociedades occidentales. Los avances medicinales,
basados en el método científico, han mejorado dramáticamente las condiciones de
vida y salud de los países que han sustentado sus sistemas sanitarios en la
medicina científica moderna.
Con
todo, lo antropólogos de la medicina se empeñan en querer salvaguardar la importancia
de conservar brujos, curanderos y chamanes. Algunos antropólogos en extremo
relativistas, sostienen que sencillamente la verdad no existe, y que las
teorías científicas son tan válidas como las teorías folklóricas y alternativas
sobre la salud y la enfermedad. Otros antropólogos moderan su relativismo, pero
sostienen que, aun si las teorías de la medicina folklórica son erradas, sirven
un propósito loable, y por ello, cumplen una función muy importante.
En
opinión de estos antropólogos, la enfermedad no es estrictamente una condición
biomédica. También intervienen factores socio-culturales. Y, para lograr una
óptima cura, no deben atenderse sólo los factores biomédicos que generan enfermedad,
sino también aquellos factores socio-culturales que, desde el contexto del
paciente, facilitan el proceso de curación. Los chamanes no atacan propiamente
a los microorganismos que generan las infecciones, pero organizan un performance teatral que ofrece confort a los pacientes, y esto
contribuye a la mejoría. Como alguna vez señaló el antropólogo Claude Levi-Strauss,
el chamán no es biomédicamente eficiente, pero sí provee una ‘eficiencia
simbólica’ que propicia un estado de bienestar en el paciente y su entorno
social, el cual juega un papel importante en la cura.
Muchas
veces envuelto en una verborrea innecesaria (muy típica de los postmodernistas),
básicamente el argumento de los antropólogos médicos es éste: en las
enfermedades hay un gran componente psicosomático, y la medicina folklórica y
alternativa puede servir como un importante placebo que sirve de gran ayuda en
los procesos de curación. Además, sostienen estos antropólogos, muchas
enfermedades son ‘socialmente construidas’ (es decir, no existen propiamente en
la realidad, sino que son un producto de la sociedad donde aparecen), y para
ello, es más eficiente un remedio que proceda de la misma sociedad que ‘construyó’
la enfermedad en cuestión.
Quizás estos
argumentos tengan un peso relevante en la psiquiatría. Se han documentado varios
‘síndromes culturales’, a saber, desórdenes mentales que aparecen en contextos
culturales muy específicos (malayos que creen que su pene va a desaparecer, indígenas
que creen que un espíritu se apodera de ellos y practican canibalismo, etc.). En
vista de que estos desórdenes tienen un origen cultural específico, quizás las
terapias de la psiquiatría no sean muy efectivas, y convendría usar la medicina
de las propias culturas en las cuales surgen esos desórdenes.
También
es cierto que existen enfermedades psicosomáticas, o en todo caso, que varias
enfermedades son condicionadas por niveles de estrés y ánimo, especialmente
aquellas relacionadas con el sistema inmunológico. Cabe, entonces, la
recomendación de los antropólogos médicos de emplear medicina folklórica a
aquellos pacientes procedentes de contextos culturales los cuales, al recibir estos
tratamientos, activarán el efecto placebo, y se podrán curar enfermedades psicosomáticas
y contribuir a la mejora de las condiciones mentales que favorecen los procesos
de curación somática. Por supuesto, debe haber una congruencia entre las expectativas
del paciente y la medicina folklórica empleada: de poco servirá realizar un
pequeño exorcismo católico con agua bendita a un paciente musulmán, o practicar
gua sha a un enfermo yanomami. Pero,
sí ayudará realizar acupuntura sobre un paciente chino, o un ritual chamánico a un siberiano.
No
obstante, me parece que estos argumentos tienen sus límites. Existe una
tendencia a exagerar el alcance de los componentes psicosomáticos en las
enfermedades. Y, en parte, eso se debe a la influencia de un antiguo idealismo
originario del pensamiento hindú, pero popularizado recientemente por la
espiritualidad New Age: todo está en nuestra mente. Muchas terapias
alternativas parten de ese supuesto: nos enfermamos porque deseamos
enfermarnos. Si encontramos una armonía mental de buenos pensamientos, no habrá
más enfermedades. Básicamente, la culpa es del mismo paciente por tener malos
pensamientos.
Las
palmaditas en la espalda pueden ayudar, pero urge reconocer que su efecto es
muy limitado. El grueso de las enfermedades se cura con la aproximación
biomédica de los científicos, no con las performances
de brujos, chamanes y curanderos. En el siglo XIV, un paciente que sufría
de peste bubónica quizás se pudo sentir mejor al ver a los flagelantes darse
sendos latigazos en su espalda, pues apreciaba en un ello una muestra de amor
hacia los enfermos. Pero, por supuesto, los flagelantes no salvaron a los
setenta y cinco millones de personas que murieron en esa terrible epidemia.
No es
intrínsecamente objetable la promoción de medicinas folklóricas y alternativas
por parte de la antropología médica. Pero, deben mantenerse presente tres
advertencias. La primera, es que el antropólogo nunca debe aceptar las
explicaciones ofrecidas por los practicantes de la medicina folklórica (en la
jerga antropológica, nunca debe aceptarse la perspectiva emic de la enfermedad). La antropología es en sí misma una
disciplina científica, y eso debería impedir al antropólogo aceptar la
existencia de espíritus, demonios o fuerzas vitales.
La
segunda advertencia es que, si bien el antropólogo puede admitir el efecto
placebo de algunas prácticas medicinales folklóricas, nunca debe exagerar (como
frecuentemente ocurre) su poder. El efecto placebo ciertamente existe, pero no
todas las enfermedades son psicosomáticas, ni tampoco todas dependen de la
condición mental del paciente.
La
tercera advertencia, quizás la más importante, es que la medicina folklórica se
vuelve muy problemática cuando, en vez de complementar a la medicina
científica, la sustituye, o peor aún,
resulta perjudicial para la salud del individuo. Muchas terapias folklóricas y
alternativas son inoperantes, pero también inofensivas (por ejemplo, la
homeopatía). El daño aparece, no obstante, cuando el paciente, por confiar en
la terapia folklórica, deja de acudir a la terapia alternativa. Y, el daño se
potencia aún más, cuando la misma terapia folklórica resulta directamente
perjudicial. La homeopatía es mayormente inofensiva (consiste básicamente en
beber agua); pero la acupuntura puede generar lesiones graves, y se han
documentado casos de exorcismos que han generado muertes.
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