Si nos atenemos a la psiquiatría
ortodoxa, el célebre libro de Richard Dawkins, The God Delusion, es erróneo en su propio título. El libro ha sido
traducido al castellano bajo el título El
espejismo de Dios, pero en realidad, la palabra inglesa ‘delusion’ es preferiblemente traducida
‘delirio’, de forma tal que el título correcto sería “El delirio de Dios”.
Uno de los primeros autores en
dirigir su atención a los delirios fue Karl Jaspers. Jaspers identificó un
delirio como una creencia falsa, firme e incorregible (no hay forma de
convencer de que la creencia es falsa, aun con evidencia latente). Pero,
eventualmente, los psiquiatras añadieron un criterio: para ser considerada
‘delirio’, una creencia debe estar al margen de lo que crea la mayoría de las
personas en el contexto cultural.
Así pues, la creencia en brujas en
una sociedad occidental contemporánea podría ser un delirio, pero esa misma
creencia, en una tribu africana, no sería delirio, en tanto el contexto
cultural es concordante con la creencia. Bajo esta óptica, la creencia en Dios
podría ser errónea, pero no delirante. Pues, es obvio que en nuestra cultura,
la mayoría de las personas acepta la existencia de Dios. No hay tal cosa como
un ‘delirio colectivo’. Al convertirse en colectiva, una creencia ya deja de
ser delirio.
Esta consideración ha permitido la
entrada de una forma de relativismo en la psiquiatría. Cada vez más, los
psiquiatras están inclinados a distinguir lo normal de lo patológico en función
de cada contexto cultural. Se ha llegado a postular que el DSM-IV, el compendio
de enfermedades psiquiátricas, tiene un sesgo occidental moderno y que, como
suelen denunciar los representantes de la anti-psiquiatría, en realidad es una
forma de ejercer control sobre aquellas personas que no se ajustan a los
patrones de conducta impuestos por la sociedad moderna.
Así pues, el relativismo ha
encontrado terreno fértil en la psiquiatría, al advertir que, aquello que se
considera enfermedad mental en una sociedad, no es necesariamente considerado
patología en otra. Y, en función de eso, antes de apresurarse a catalogar como
síntoma de enfermedad alguna conducta en particular, el psiquiatra debe
impregnarse de la cultura del individuo en cuestión, para poder determinar
hasta qué punto su conducta realmente está al margen de la normalidad en esa
cultura.
Todo esto es evocado por la historia
sobre un reino compuesto por gente que, al beber inadvertidamente veneno,
empezó a enloquecer. El rey aún no había enloquecido, pero los súbitos,
enloquecidos por el veneno, empezaron a postular que el rey estaba loco por no
ser como ellos. Para ‘curarse’ y ser como el resto de la población, el rey
decidió tomar el veneno, y así dejar de ser ‘loco’ en la medida en que se
asimiló a la ‘normalidad’ de la población.
Todo esto parece muy sensato. Pero,
como con toda forma de relativismo, es necesario manejar esto con sumo cuidado.
Hay dos formas de relativismo: el descriptivo y el normativo. El relativismo
descriptivo se limita a sostener que, entre distintas culturas, efectivamente
hay distintas creencias y prácticas. El relativismo normativo, en cambio, da un
paso más lejos y no sólo se limita a sostener que entre culturas hay
diferencias de prácticas y creencias, sino que, la moralidad (de las prácticas)
o la veracidad (de las creencias) dependerán de su contexto social. Bajo esta
doctrina, si una cultura cree que la práctica X es moral, o que la creencia Y
es verdadera, entonces efectivamente, en ese contexto cultural, X es moral, y Y
es verdadera.
Podemos aceptar el relativismo
descriptivo, pero debemos rechazar el relativismo normativo. Ciertamente los
aztecas opinaban que el sacrificio humano no era inmoral, pero no por ello, el
extirpar corazones humanos como parte de un ritual deja de ser inmoral. Los
campesinos en la Edad Media
creían que la Tierra
era plana, pero no por ello, esa creencia era verdadera. Quizás esas prácticas
y creencias fueron aceptadas por la mayoría en sus respectivos contextos, pero el
mero hecho de que sean aceptadas por la mayoría no hace moral a las prácticas,
o verdaderas a las creencias. Tanto los aztecas como los campesinos medievales
estaban sencillamente equivocados.
Me parece que de la misma forma
debemos razonar respecto al relativismo en la psiquiatría. Podemos aceptar que,
efectivamente, aquello que es considerado patológico en una sociedad, no es
considerado patológico en otra. Pero, no por ello, ciertos tipos de creencias o
conductas dejan de ser patológicas. Algunas conductas son patológicas (o
normales), independientemente de lo que piense la mayoría en un determinado
contexto cultural.
La epilepsia, por ejemplo, es considerada
por muchas culturas chamánicas como un don espiritual. Los síntomas de la epilepsia
sirven para acceder al mundo de los espíritus, y propiciar rituales de
curación. Asimismo, la masturbación y la homosexualidad han sido consideradas
enfermedades mentales por algunas culturas (entre ellas, la misma civilización
occidental en fechas recientes).
¿Implica ello que la epilepsia puede
ser normal, y la homosexualidad y la masturbación pueden ser patológicas? No lo
creo. La epilepsia es patológica y la masturbación es normal,
independientemente de lo que opine la mayoría en un determinado contexto
social.
Es prudente, por supuesto, aplicar
una dosis de relativismo en la psiquiatría, y adquirir conciencia de que,
efectivamente, algunas enfermedades mentales son construcciones sociales cuyo
entendimiento no puede ser trasladado nítidamente de una cultura a otra. Pero,
es necesario mantener a la raya a este relativismo cultural en la psiquiatría. La
mayoría de las enfermedades mentales no son
construcciones sociales; antes bien, tienen una base neuronal firme.
Quizás, después de todo, Richard Dawkins sí tenga razón, y la creencia en
Dios sea un delirio, independientemente de cuánta gente acepte esta creencia. Con
todo, yo no estaría dispuesto a encerrarla en la casilla de los ‘patológico’,
pues si bien me inclino a no compartir la creencia teísta, creo que tanto los
ateos como los teístas tienen argumentos en su postura, lo suficiente como para
evitar la etiqueta de ‘delirio’, la cual supone, como sostenía Jaspers, es una
creencia abiertamente falsa e incorregible.
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