Históricamente ha habido varios argumentos para tratar de probar la existencia de Dios. El primero de ellos ha venido a ser llamado el ‘argumento
ontológico’, y se remonta al teólogo Anselmo de Canterbury, en el siglo XI.
Según este argumento, si definimos a Dios como la entidad de lo cual nada más
grande puede pensarse, entonces esto implica su existencia. Pues, la idea de Dios presupone que no hay nada más perfecto
que Dios, y en ese sentido, Dios es la entidad más perfecta posible. Ahora
bien, si Dios es la entidad más perfecta posible, entonces Dios tiene que
existir. Pues, una entidad, para ser perfecta, debe existir. Si una entidad no
existe, entonces ya no es perfecta. La existencia forma parte de la perfección.
Un ser que existe es más perfecto que un ser que no existe. Pero, precisamente,
previamente hemos definido a Dios como la entidad más perfecta posible; nada es
más perfecto que Dios. Si Dios es el ser más perfecto, entonces debe existir,
pues si no existiese, ya no sería perfecto; pero si no fuera perfecto, entonces
ya no sería Dios. Bajo este argumento, quien sostiene que Dios no existe en
realidad se está contradiciendo. Pues, está diciendo que la entidad más
perfecta (Dios) no es la más perfecta (pues no existe).
Este argumento ha resultado muy enigmático, y si bien
habitualmente no logra convencer a quien lo escucha por primera vez, resulta
difícil precisar dónde está su falla. Por mucho tiempo, el argumento ontológico
fue más parodiado que refutado. El monje Gaunilo de Marmoutiers reprochaba a
Anselmo que, bajo su mismo argumento, podemos pensar en una isla perfecta, y
concluir que ésta existe. Pero, con todo eso es absurdo.
No obstante, el mismo Anselmo respondía que el caso de
Dios es una excepción. Ciertamente la
perfección de un concepto no puede emplearse como justificación de su
existencia. Pero, estas objeciones no son aplicables a Dios. Pues, la
perfección de las islas no es un concepto que pueda ser claramente definido.
Por ejemplo, no es precisable cuántas palmeras debe tener una isla para ser
perfecta, pues si se piensa en un número específico, siempre se podrá concebir
un número mayor. En el caso de Dios, por su parte, sí puede definirse su
precisión, precisamente como aquella entidad de lo cual nada más grande puede
pensarse.
No fue sino hasta el siglo XVIII, cuando el filósofo
Immanuel Kant encontró una falla crucial en el argumento ontológico. Kant
postulaba que la existencia ni siquiera es un atributo. Un órgano afinado es
más perfecto que un órgano desafinado. Del órgano podemos predicar que está
afinado o que no está afinado. Obviamente, el órgano afinado es más perfecto
que el desafinado. La cualidad de estar afinado es un predicado, en el sentido
de que predica algo sobre el sujeto. Por ejemplo, en la frase “el órgano está
afinado”, ‘órgano’ es el sujeto y ‘afinado’ es un predicado del órgano; es
decir, se está enunciando algo sobre el órgano. Y, la palabra ‘está’ es un
derivado del verbo ‘ser’, que sirve de enlace entre el sujeto y el predicado.
Pero, a diferencia de una propiedad como ‘afinado’, ‘grande’, o ‘bello’, la
existencia no es un predicado. Si decimos, “el órgano es grande”, estamos
predicando algo sobre el órgano, a saber, su grandeza. El verbo ‘ser’ sirve de
conexión entre sujeto y predicado. Si decimos, “el órgano existe”,
aparentemente estamos predicando algo sobre el órgano, a saber, su existencia.
Pero, en realidad, no estamos predicando nada nuevo, porque la existencia es
una variante del verbo ‘ser’, no es propiamente un predicado. Decir “el órgano
existe” es equivalente a decir “el órgano es existente”. La palabra ‘existente’
puede servir como un predicado a nivel gramatical, pero en realidad no es un
predicado, porque es sencillamente una variante del verbo ‘ser’. Sería como
afirmar: “el órgano es un ente que es”. No agregamos nada nuevo con eso. Y, al
no agregar nada al predicar la existencia, tampoco dejo de agregar algo al
predicar la inexistencia. Es decir, un ente no es menos perfecto por no
existir. Y, por ende, Dios puede pensarse como la entidad más perfecta, pero no
por ello existe.
Como cabrá sospechar, este argumento ha resultado tan
abstracto, que ni siquiera los teólogos son muy dados a emplearlo para intentar
demostrar la existencia de Dios. Por ello, los teólogos naturales han procurado
formular otros argumentos. Un segundo argumento digno de consideración es el
llamado ‘argumento cosmológico’.
El argumento es el siguiente: al observar el mundo, nos
damos cuenta de que todos los fenómenos tienen una causa eficiente. Fenómeno X
es causado por fenómeno Y; fenómeno Y por fenómeno Z, y así sucesivamente. El
mundo es una gran secuencia causal donde unos fenómenos causan a otros. Pero, esa
cadena debe empezar en algún momento, de lo contrario, esa cadena se
prolongaría hasta el infinito. Pero, si esa cadena causal debe interrumpirse en
algún momento, entonces debe haber una causa no causada. O, en otras palabras,
debe haber un fenómeno que sea causa de los demás fenómenos, pero que no sea
causado por ningún otro fenómeno.
También podemos pensar en los movimientos. Todo cuanto
se mueve, es movido por otro agente. Pero, la cadena de agentes que mueven a
otros agentes debe tener un inicio, un agente que mueve sin ser movido. Algunos
filósofos han llamado a este agente el Primer Motor. Pensemos en unas fichas de
dominó dispuestas en una hilera: cuando una se mueve, ésta mueve a la que está
en frente, y así sucesivamente, hasta que todas se mueven. La primera ficha en
moverse, sería el Primer Motor. Por supuesto, esa primera ficha es movida por
nuestra mano. Pero, consideremos que, al inicio del movimiento, o de la
causalidad, hubo de haber un agente que movió sin ser movido, causó sin ser causado.
Y, es sensato llamar ‘Dios’ a ese Primer Motor. Si todo cuanto existe tiene una
causa, pero hay un ser que causa a los demás pero no tiene causa en sí mismo,
entonces ese ser extraordinario es, si no superior, al menos diferente a todos
los demás seres. Y, perfectamente merece ser llamado ‘Dios’.
Este argumento ha sido sometido a varias críticas. En
un inicio, el argumento sostiene que todo evento es causado por otro evento. Es
decir, todo cuanto existe tiene una causa de su existencia. Pero, luego concluye
que hay algo que no tiene causa, Dios. Si todo tiene una causa, ¿por qué Dios
no necesita también de una causa? Si Dios es causa de todo, ¿cuál es la causa
de Dios? Si Dios pudo causarse a sí mismo, ¿por qué no pudo el universo
causarse a sí mismo?
O, en todo caso, una alternativa podría ser postular
que, sencillamente, el universo no ha tenido inicio. Esto es ciertamente
extraño, pero quizás sea lo más racional. Pues, si postulamos que existe una
causa no causada, interrumpiríamos arbitrariamente la cadena causal en Dios. Los
defensores del argumento cosmológico dicen que no se puede proceder hasta el
infinito en una secuencia de causas o agentes motores. Pero, amerita
cuestionarse si es más adecuado postular una regresión causal al infinito, o
interrumpir arbitrariamente esta regresión en un ente no causado. ¿Por qué debe
interrumpirse la cadena causal en Dios, y no en otro ente?
Además, aun si se admitiese la existencia de un Primer
Motor o de una causa no causada, no habría razón
para postular que ese ente sea necesariamente Dios. Quizás no sea más que una
explosión (por ejemplo, el Big Bang), en vez de un agente personal omnipotente,
omnisciente, infinito, etc. Quizás ese Primer Motor puso el universo en marcha,
pero ya dejó de existir. Quizás no hubo una primera causa, sino varias causas;
y entonces no habría un Dios, sino varios dioses. Quizás es un Dios malo, o
torpe. Del atributo de ser un ente que causa sin ser causado no se siguen
lógicamente todos los atributos que los teólogos confieren a Dios, desde la
omnipotencia hasta la omnisciencia.
Quizás el
argumento predilecto entre los teólogos naturales es el llamado ‘argumento
teleológico’. Este argumento postula que el mundo exhibe un propósito (‘telos’, en griego, significa
‘propósito’; de ahí viene la palabra ‘teleológico’), un orden y un diseño, y de
eso, debe inferirse la existencia de un diseñador cósmico que creó el universo,
a saber, Dios. En el siglo XIX, el teólogo natural William Paley acuñó su
famosa ‘analogía del reloj’. Según esta analogía, si al cruzar un terreno,
encontramos una piedra, podremos concluir que la piedra ha surgido por azar, y
que nadie con inteligencia la elaboró. Pero, al encontrar un reloj y al
observar la precisión y funcionamiento de sus partes, tendremos que concluir
que el reloj ha sido elaborado por un relojero. Pues bien, argumentaba Paley,
al observar el universo debemos hacer la misma inferencia respecto al relojero:
la precisión de los elementos que conforman el universo debería conducirnos a
concluir que éste cuenta con un diseñador, y por supuesto, ese diseñador es
Dios.
Paley apelaba especialmente a la biología. Al contemplar las
características de los organismos, razonaba Paley, debemos inferir la
existencia de un diseñador que les ha concedido rasgos ventajosos para
sobrevivir en su hábitat. Los sistemas que conforman a los organismos son algo
así como obras de ingeniería, y de estas obras de ingeniería se desprende la
existencia de un ingeniero que ha creado a los seres vivos con un diseño.
A simple vista, esta argumentación resulta plausible.
Pero, al considerar la teoría de la evolución por selección natural, de Charles
Darwin, queda muy poco espacio para aceptarla. Según la teoría de Darwin, todas
las especies tienen una tendencia a reproducirse más allá de los recursos
disponibles en un hábitat, lo cual desemboca en sobrepoblación. Esto propicia
que, a la larga, no todos los miembros de una población puedan sobrevivir.
Puesto que existe variabilidad entre los organismos que conforman poblaciones,
sólo sobrevivirán los más aptos; a este proceso, Darwin lo llamó ‘selección
natural’. A su vez, estos organismos pasarán sus rasgos a su descendencia. Con
el correr de las generaciones, irán quedando los organismos que exhiban rasgos
ventajosos. Al final, dará la apariencia de que los rasgos de los organismos
han sido diseñados, pero en realidad, proceden del proceso mecánico y
repetitivo de la selección natural, el cual está desprovisto de propósito e
inteligencia.
Desde Darwin, se ha hecho difícil aceptar el argumento
teleológico apelando a la biología. Pero, en el siglo XX, algunos físicos y
teólogos naturales han apelado al llamado ‘principio antrópico’ para
reactualizar el argumento teleológico a favor de la existencia de Dios. El
principio antrópico postula que el universo está conformado por una serie de
constantes físicas que, de haber sido distintas, no habría sido posible la
aparición del hombre. De esto, muchos teólogos naturales infieren que el
universo ha sido diseñado para que el hombre apareciera, y por supuesto, tras
ese diseño yace Dios.
Pero, de nuevo, este argumento no resulta muy
convincente. En efecto, el principio antrópico sostiene que el hombre sólo pudo
haber aparecido con las constantes que el universo exhibe. Pero, eso no implica
que el universo haya sido diseñado por Dios. Sólo implica que, de no haber
existido esas constantes, no estaríamos pensando sobre ese asunto, pues nuestra
especie no existiría. El hecho de que existimos como especie y estamos
reflexionando sobre este asunto, a lo sumo nos conduce a inferir que la
constitución de este universo fue improbable, pero con todo ocurrió, pues de lo
contrario, no estaríamos acá discutiendo esto. ‘Improbable’ e ‘imposible’ no
son sinónimos. Algunos físicos manejan la idea de que, quizás, éste no sea el
único universo que exista. Pues bien, si existen otros universos con otras
constantes, entonces podríamos razonar que el nuestro fue el afortunado para
albergar la existencia humana, y por eso, estamos en este universo, y no en
otro. Bajo esta hipótesis, es innecesario apelar a Dios.
Hola. Tal como te comenté en otro artículo, este "Primer Motor" del universo es necesariamente un Ser, pues es evidente que de la "nada" no se genera nada. Si no existía nada antes de la explosión (teoría del Big Bang) ¿cómo entonces se generó espontáneamente esta inmensísima cantidad de energía altamente concentrada? Si se rechaza la idea de un Ser que puso en marcha esta explosión (o cualquier otro fenómeno inicial, aunque actualmente la teoría que cuenta con más pruebas a su favor es la del Big Bang, así que es válido aceptarla), entonces se está apelando a la generación espontánea de energía: no existe absolutamente ninguna evidencia experimental de que pueda generarse energía espontáneamente, y menos en la cantidad tan enorme y altísimamente concentrada como la que postula la teoría del Big Bang.
ResponderEliminarEn cuanto a las nuevas teorías (diversos universos) tampoco se basan en ninguna evidencia experimental (tengo entendido que quien la planteó es el físico teórico Stephen Hawking, quien ha refutado sus propias teorías en repetidas ocasiones).
Si se objeta que la existencia de Dios tampoco se basa en evidencias, un creyente puede apelar, además de a razonamientos filosóficos, a fenómenos palpables: milagros (fenómenos inexplicables por las ciencias naturales que se presentan en contextos religiosos).
Hay muchos de estos milagros conocidos y estudiados por especialistas (tanto creyentes como no creyentes) en diversas ciencias.
P. ej.: la imagen de la Virgen de Guadalupe en la tilma de un indígena mexicano del año 1531, que presenta propiedades inexplicables:
-el efecto Púrkinje-Sánsom en los ojos, verificado por los doctores Enrique Graue, Rafael Torija, José Aste Tonsmann, entre otros;
-en el ojo de 7mm aparecen 12 figuras humanas
-la conservación de la tela por más de 400 años, cuando lo normal es que no llegue ni a 50, y a pesar de haber estado expuesta a condiciones no favorables (contacto con ácido nítrico, explosión de una bomba que destruyó todos los objetos circundantes el 14/11/1921,etc.);
-no se ha encontrado la presencia de ningún colorante animal, vegetal ni sintético (comprobado por el doctor Ricardo Kühn, director del Departamento de Química de la Universidad de Heidelberg);
-diferencia de temperatura entre el ayate y la placa metálica en la que está en contacto; entre otras.
Así como éste hay otros muchos fenómenos inexplicables y patentes (no se puede objetar que fueron visiones fugaces como se dice de los avistamientos de ovnis, por poner una comparación), siempre coherentes con un mensaje religioso (doctrina católica en particular), que toman el indudable papel de evidencias físicas de la existencia de Dios. Si no lo fueran ¿cuál explicación racional alternativa podría dar un no creyente ante estos sistemáticos fenómenos?
He tratado todos estos temas en mi libro "Breve introducción a la filosofía de la religión". No puedo tratarlos con detalle en este breve espacio, pero sólo comento dos cosas:
Eliminar1. El argumento de que "nada viene de la nada" no me resulta muy conviente, porque esto mismo se aplica a Dios: ¿qué hubo antes de Dios? Si asumimos que Dios es eterno, ¿por qué no asumir que el universo es eterno? Si decimos que tuvo que haber algo antes del Big Bang, ¿por qué no asumir que tuvo que haber algo antes de Diops? Y, en todo caso, aun si hay un Primer Motor, der eso no se deriva que sea Dios con sus atributos tradicionales.
2. No veo buenas razones para creer en los milagros. David Hume orece buenos motivos para sostener esa postura. No conozco en detalle los casos que mencionas (salvo el de Gualdalupe, el cual desmonto acá: http://opinionesdegabriel.blogspot.com/2012/12/las-apariciones-marianas-que-tonteria.html).
No he leído su libro. Si me puede indicar dónde lo puedo conseguir se lo agradecería (resido en Caracas).
ResponderEliminar1. No asumimos un universo eterno porque las evidencias pauntan en la dirección opuesta (el universo no es estacionario pues está en expansión, por lo tanto tuvo un inicio). La eternidad de Dios está relacionada con el tema de las esencias: las esencias simplemente "son". P. ej.: la triangularidad. La triangularidad simplemente "es", "ha sido" y "será siempre" triangularidad (no depende del tiempo). En física se dice que el tiempo es una dimensión adicional a las 3 dimensiones espaciales,y tuvo su origen con el resto del universo (en el Big Bang, según parece). La materia depende del tiempo; por lo tanto la materia apareció o bien junto con el tiempo, o bien después de él. Pero las esencias no dependen del tiempo. Dios no es materia, es esencia. Por lo tanto no depende del tiempo. Es el Ser Necesario en cuanto que es la causa de todo lo demás. Y si se acepta a este Ser, puede entonces uno comenzar a profundizar en el tema de sus atributos. Y me parece que las deducciones llevan invariablemente a los atributos "tradicionales".
2. Desconozco los argumentos de David Hume, pero gracias por mencionarlo para investigar.
En cuanto a los detalles que menciono, se refieren precisamente a los de Guadalupe. La relación más antigua de esta aparición es el "Nican Mopohua", escrito en lengua náhuatl, y diversos expertos (Dr. Miguel León-Portilla, entre otros) han confirmado su fecha aproximada: hacia 1556 y no un siglo después, como mencionas en el artículo. En cuanto a las curaciones de Fátima, puedo mencionar que existe una asociación científica compuesta de médicos de diversos credos (incluso ateos) que verifican estas curaciones; un caso conocido es del doctor Alexis Carrell, que del ateísmo se convirtió al catolicismo precisamente al comprobar una curación inexplicable en este lugar. Así como estos sucesos hay muchos otros, solamente es cuestión de investigar más profunda y objetivamente. Obviamente la pareidolia y los fraudes abundan, pero no se puede generalizar sin más.
Un saludo, espero que investigues un poco más estos fenómenos.
Creo que tu primer punto tiene el problema que varios filósofos han señalado respecto al llamado "argumento ontológico". A priori asumes que, a partir de la definición de Dios, debe tener unos atributos especiales, y que por ello, es eterno, etc. El problema es que no se puede probar la existencia de un ente a partir de su pura definición.
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