El
mensaje básico de la película Querida
gente blanca (la cual reseño acá) es que, en EE.UU., aun si ya no hay
racismo claramente evidente (pandillas de blancos linchando a negros, leyes de
segregación, etc.), persiste de una forma muy insidiosa. Justin Siemen, el
director de esa película, dedica especial atención a aquello que ha venido a
llamarse “microagresión”. Los blancos pueden hacer gestos y comentarios
aparentemente muy inocentes y sin importancia (tocar el afro de un negro, imitar
sus bailes, usar algunas de sus expresiones coloquiales, etc.), pero que en
realidad, pueden resultar tremendamente destructivos. Son “microagresiones” en
el sentido de que, no parecen gran cosa, pero poco a poco, hacen daño.
Francamente,
a mí me parece que muchos de esos gestos parecerán agresivos, sólo si las
supuestas víctimas están altamente condicionadas a sentirse ofendidas por esos
gestos; es decir, sólo si tienen una actitud victimista. Vale contrastar la actitud
de los negros norteamericanos, con los negros venezolanos. En Venezuela, un afro-descendiente
no se molesta cuando le dicen “negro”. En este país, poca gente lleva afro,
pero jamás se vería como un insulto que otra persona sienta curiosidad por
tocar ese peinado. El negro venezolano que lleva afro seguramente lo verá como
una muestra de cariño. Tampoco un negro venezolano se ofenderá porque un blanco
quiera usar trenzas, emplee expresiones coloquiales de los negros o incorpore
ritmos africanos a su música; más bien lo verá como una sana forma de
mestizaje.
Pero, no
es así con los negros norteamericanos. Su nivel de sensibilidad y capacidad de
sentirse ofendidos es bastante más alto. Esto no es exclusivo de los negros en
EE.UU. Todas las minorías tienen un elevado sentido de la ofensa, y cualquier
visitante a una ciudad norteamericana debe tener extremo cuidado en no ofender
a nadie. Algunos comentaristas
norteamericanos empiezan a ver esto con preocupación, sobre todo por la forma
en que esto erosiona el debate académico en las universidades. Difícilmente se
puede tener una discusión seria en los salones universitarios, pues siempre hay
el riesgo de que quien asuma una postura contraria al multiculturalismo y a lo
políticamente correcto, sea etiquetado como ofensivo.
¿De dónde viene
esta híper-sensibilidad? Podría pensarse que viene de un elevado sentido del
honor. En un conocido ensayo sobre el victimismo en EE.UU., los sociólogos Bradley
Campell y Jason Manning señalan que en sociedades con un Estado debilitado, el
honor es muy alto, pues no hay una autoridad estatal que pueda poner freno a
las ofensas. En sociedades como éstas (tradicionalmente, las mediterráneas, las
latinoamericanas, pero también la sureña de EE.UU.), la gente tiende a ser muy
sensible a las ofensas, pues de ese modo, demuestra que no las tolera (para
ello, debe estar dispuesta a batirse en duelos), y con eso, envía un mensaje al
resto de la gente, con el fin de imponer su respeto.
Pero, no es eso lo
que ocurre en EE.UU. En ese país, esa cultura del honor ha sido sustituida por
una cultura del victimismo. Se sigue siendo muy sensible a las supuestas ofensas.
Pero, tal como señalan Campbell y Manning, a diferencia de las culturas del
honor, en el victimismo, el ofendido no tiene necesidad de arriesgarse y
batirse en un duelo. Sencillamente, acude a un tercero (generalmente el
Estado), para que castigue al supuesto ofensor. Es, básicamente, como el niño
llorón que continuamente está acusando a sus amiguitos con la maestra.
En la cultura del
honor, no es valorable presentarse como víctima, pues eso es señal de
debilidad. Pero, en la cultura del victimismo, el presentarse como víctima
(sobre todo sin serlo realmente) es una gran ventaja, pues se puede alegar ser
ofendido, sin necesidad de arriesgarse a ir a un duelo. Así pues, los distintos
grupos se empiezan a acusar mutuamente de ser ofensores, y eso eleva las
tensiones en la sociedad. Todos queremos aparentar ser víctimas. Pero, en este
juego perverso, a fin de no perder la distinción de aparentar ser víctimas,
debe tenerse muchísimo cuidado en no ofender a nadie. Pues, en el momento en
que parezca que se ha ofendido a otra persona con algún comentario, el estatuto
privilegiado de víctima se pierde. Y, peor aún, la sociedad se vuelca en contra
del supuesto agresor, confinándolo al ostracismo.
EE.UU. es una
sociedad con un gravísimo problema de violencia: ataques en los colegios con
armas de fuego, brutalidad policial, soldados indisciplinados que cometen
atrocidades en las aventuras militares, etc. Hay un gran debate sobre cuáles
son las causas de esta violencia. Seguramente la proliferación de armas, el
racismo, la militarización de la sociedad, los vídeojuegos (esto es más dudoso),
etc., tienen mucho que ver. Pero, yo me atrevería a considerar aún otra causa:
es tal el nivel de hipersensibilidad y represión de cosas insignificantes en
EE.UU., que toda esa violencia real que aqueja a ese país, es en parte una
bujía de escape para individuos desequilibrados, que por mucho tiempo, han acumulado
las frustraciones derivadas de la represión victimista.
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