Decía
Menéndez Pelayo que Fuenteovejuna es
la obra más democrática en el teatro español. Tiene razón. Pero, precisamente, Fuenteovejuna sirve como ilustración del
lado perverso de la democracia, y de la necesidad de colocarle límites al
gobierno del pueblo, para el pueblo, y por el pueblo.
La obra,
escrita por Lope de la Vega (la pluma más gloriosa de España, luego de
Cervantes) en el siglo XVII, tiene el estilo característico del Siglo de Oro
español. Los diálogos proceden a base de versos en métrica (al principio, me
costó adaptarme a las frases fuera del orden sintáctico habitual, pero una vez
que se capta el ritmo, la métrica genera un efecto estético muy cautivador).
La historia se basa
en hechos reales que acontecieron en el siglo XV. Fernán Gómez del Guzmán, un Comendador,
invade Ciudad Real, una ciudad bajo la soberanía de los Reyes Católicos. En la
aldea de Fuenteovejuna, el Comendador hace y deshace a su antojo. Es,
básicamente, un maníaco sexual. Se encapricha, a lo bestia, de quedarse con la
aldeana Laurencia, quien tiene amoríos con Frondoso. Éste protege a su amada
frente a los avances violentos del Comendador.
Los
jóvenes se disponen a casarse, pero el Comendador irrumpe violentamente en la
boda, y se lleva detenido a Frondoso. Además, previamente, el Comendador había
violado a otra aldeana, Jacinta, y luego la había entregado a sus soldados,
para que esos perros hambrientos completaran la deshonra de la pobre muchacha.
Los
aldeanos se reúnen para discutir qué hacer, y en la reunión, aparece Laurencia.
Ella confiesa que ha sido vejada por el Comendador, e incita a los aldeanos a
tomar medidas firmes. Los aldeanos forman una turba, resuelven ir al castillo
del Comendador, y le dan muerte. Uno de sus guardias escapa, acude a la corte
de los Reyes Católicos, y les cuenta lo sucedido. Los monarcas envían un juez a
Fuenteovejuna para investigar los hechos. El juez tortura a algunos, pero cada
vez que le pregunta a sus víctimas quién ha sido el responsable de la muerte
del Comendador, recibe como respuesta: Fuenteovejuna.
Al
final, los propios aldeanos acuden a la corte de los Reyes Católicos. Allí, informan
sobre los abusos del Comendador, e intentan justificarse. Los reyes,
comprendiendo que no pueden sentenciar a todos los aldeanos, los perdonan.
Laurencia y su marido felizmente se reúnen.
La obra
ha sido frecuentemente elogiada por su vocación democrática. Ya no estamos en
un sistema feudal, donde el señor hace con el vasallo lo que le plazca. Si el
pueblo está oprimido, se levantará para liberarse del yugo. Y, al final, las
autoridades monárquicas deben acceder, pues el colectivo se impone. La voz del
pueblo es la voz de Dios.
Hay
también elogios feministas. Si bien las mujeres violadas no logran defenderse
por cuenta propia, y necesitan a los hombres para protegerlas, Laurencia al
menos incita a la aldea a defenderse frente al Comendador. No se tolerarán más
abusos por parte de los hombres contra las mujeres.
Pero, no
debemos perder de vista que, en realidad, Fuenteovejuna
es una sublimación de los linchamientos. Los Reyes Católicos habían enviado
ya a un juez para investigar los hechos y administrar justicia. Los aldeanos
pudieron esperar, y hacer las cosas civilizadamente. Pero no, resultaron
víctimas de la psicología de masas, y cedieron ante su nefasto poder.
El
filósofo René Girard dedicó muchos de sus libros al estudio de los
linchamientos. Girard destaca dos cosas importantes sobre estos fenómenos. La
primera, es que una vez que se conforma la turba, y posteriormente se deja una
crónica de lo sucedido, siempre se presenta a la víctima en términos negativos,
y no tenemos oportunidad de saber si el linchado era culpable o no de lo que se
le acusa. Fuenteovejuna presenta al
Comendador como un depravado sexual, pero hay espacio para dudar si realmente
lo era. Pues, cabe tener presente que, la misma pieza teatral está escrita
desde la perspectiva de los linchadores, a quienes justifica. Eso no implica
que las víctimas de linchamiento sean siempre inocentes de lo que se le acusa.
Pero, sí implica que los linchamientos hacen imposible determinar si, en
realidad, las víctimas son culpables o inocentes.
La
segunda cosa destacada por Girard, es que en los linchamientos, las divisiones
internas de la comunidad de linchadores suelen desaparecer, pues se canalizan
hacia el linchado. La víctima del linchamiento se convierte en un chivo
expiatorio, y su muerte, oxigena los lazos comunitarios, pues ahora la turba es
una. Tras los linchamientos, las comunidades salen reforzadas. Quizás, antes
del linchamiento, había conflictos entre los aldeanos de Fuenteovejuna. Pero,
en tanto ahora estaban unidos (“Fuenteovejuna, todos a una”), se olvidaban de
viejas rencillas. Ese poder que el linchamiento tiene para hacer desaparecer las
antiguas divisiones, hace muy atractiva su sublimación.
Menéndez
Pelayo tiene razón: Fuenteovejuna es
profundamente democrática. Pero, precisamente, yo utilizaría Fuenteovejuna como ilustración de que la
democracia, sin control, es peligrosísima. Tocqueville siempre advertía el
enorme potencial que la democracia tiene, para convertirse en la tiranía de las
mayorías. Cuando la turba se forma y decide tomar justicias por sus propias
manos, difícilmente se puede contener.
Tras el
linchamiento, los aldeanos de Fuenteovejuna juegan con la cabeza del Comendador.
Lope de Vega fue tremendamente profético: poco más de siglo y medio más tarde,
una turba tomaba la Bastilla, y también colocaba las cabezas de sus linchados
sobre lanzas, en celebraciones. Unos años después, Robespierre hacía rodar aún
más cabezas, todo en nombre del pueblo, y a partir de ese momento, muchos
antiguos entusiastas de las revoluciones populares se empezaron a dar cuenta de
que, el gobierno de las masas (la “oclocraia”, como la llaman algunos), no es
tan buena idea.
Veo con bastante
preocupación lo que ocurre en mi país, Venezuela. Teníamos un sistema de
democracia representativa. En 1998, llegó Chávez, un demagogo que con sus
encantos, empezó a promover la sustitución de la democracia representativa, por
aquello que él y otros llamaron, la “democracia participativa”. En realidad,
aquello fue más retórica que cualquier otra cosa. Pero, sí se fue sembrando la idea
de que la masa no necesita elegir representantes para tomar decisiones, sino
que la multitud directamente lo puede hacer. Se empezó a elogiar el “poder
popular”. Y, cuando en 2015, frente a una gravísima crisis económica, los
votantes elegimos mayoritariamente a diputados opositores, el sucesor de
Chávez, Nicolás Maduro, empezó a promover la idea de que las competencias de
los diputados pueden ser transferidas ahora al poder popular.
El poder
popular parece algo muy lindo. Y, en efecto, una lectura ingenua de Fuenteovejuna puede sublimar a la
asamblea de ciudadanos que, frente a la opresión de las élites, hace un clamor
por justicia. Yo, en cambio, promuevo una lectura más crítica. El poder popular
es en realidad la capacidad de las masas para ejecutar desenfrenadamente,
muchas veces a gente inocente. Fuenteovejuna
es la misma historia de los negros acusados de violar blancas, linchados
por el Ku Klux Klan; o como el mismo Girard indica en sus libros, de una
asamblea popular que pidió a gritos a un procurador romano, ejecutar a un
predicador galileo inocente.
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