Henry
Louis Gates ha realizado una serie de documentales en la PBS, bajo el título Los negros en América Latina. Reseñé el
episodio dedicado a Cuba (acá), y ahora, he visto el episodio dedicado a la
República Dominicana y Haití, Una isla
dividida. Lo mismo que respecto al episodio sobre Cuba, en este episodio
admiro la intención de Gates, así como la calidad del documental; pero, tengo reservas
respecto a algunas de sus posturas en la serie.
Gates
viaja primero a República Dominicana, y hace una breve reseña de la historia de
ese país. Destaca cómo las relaciones raciales en la República Dominicana
fueron más complejas que en otros lugares del Caribe, pues a diferencia de Cuba
y Haití, en Dominicana prevaleció la cría de ganado, y eso permitió que los
esclavos negros, montados a caballo lo mismo que sus amos y en actividades menos
desagradables, tuvieran menos distancia social respecto a los blancos.
Narra
también Gates cómo la lucha dominicana por la independencia no fue solamente
frente a España, sino también frente a Haití, pues la nación vecina había
invadido y ocupado la otra mitad de la isla de La Española. Ese repudio hacia
los ocupantes haitianos hizo que los dominicanos perfilaran su identidad como
criollos más vinculados con España, e hicieran resaltar su identidad europea
por encima de la africana, en claro contraste con el carácter indiscutiblemente
negro de los haitianos.
Gates
deja entrever que los dominicanos viven una forma de alienación. Son
descendientes de africanos, pero niegan serlo, y esto, opina Gates y los
intelectuales dominicanos con quienes habla en el documental, es lamentable. El
caso más patético, opina Gates, es el del propio Rafael Leónidas Trujillo: a
pesar de tener algunos ancestros negros, el brutal dictador repudió todo
vestigio de identidad africana en su persona, y ese repudio también propició
que él lanzara una terrible matanza de inmigrantes haitianos en 1937.
Gates
tiene toda la razón en reprochar los crímenes de Trujillo, así como las
prácticas racistas de los dominicanos en contra de los haitianos (como yo
también lo he hecho; acá). Pero, hay un aspecto en el cual difiero de Gates.
Gates se lamenta de que los dominicanos no están lo suficientemente apegados a
su identidad negra. Pero, yo me pregunto, ¿por qué han de estarlo? La narrativa
nacional dominicana es que ellos son, como lo decía Juan Luis Guerra en su
canción, “una raza encendida, negra, blanca y taína”. Los dominicanos
claramente no se creen ni europeos ni africanos, sino más bien, un cruce de
ambos. ¿A cuenta de qué, tienen que asumir que son negros, cuando claramente,
son más bien un pueblo mestizo?
Caminando
por Santo Domingo y viendo gente con color de piel oscuro, Gates se queja de
que esa gente no se considere a sí misma negra, cuando en EE.UU., por ejemplo,
claramente serían considerados negros. Gates, me parece, peca de etnocentrista:
él quiere aplicar las reglas raciales norteamericanas, a las definiciones
raciales de todo el mundo. En EE.UU., basta tener un ancestro negro para ser
considerado negro (a pesar de que el color de piel de la persona en cuestión puede
ser bastante claro). Gates no alcanza a ver que ésa es sencillamente una regla
culturalmente arbitraria, y que no tiene por qué aplicar a otros países. Es
perfectamente posible que, bajo las convenciones raciales norteamericanas, una
persona sea negra, pero bajo las convenciones raciales dominicanas, esa misma
persona sea blanca. ¿Por qué ha de privilegiarse la definición norteamericana?
En todo
caso, Gates también comete el error de juzgar la forma en que cada quien define
su propia identidad cultural. Yo soy descendiente de andaluces y mi piel es clara.
Pero, si me impregno de la cultura wayúu, y me siento plenamente identificado
con ese pueblo indígena, ¿cuál es el gran crimen en sentirme más wayúu que andaluz?
Gates asume, lo mismo que Frantz Fanon en su libro Piel negra, máscaras blancas, que el tener un determinado color de
piel, obliga a asumir una determinada identidad cultural (Fanon repudiaba a los
martiniquenses negros que sentían más vínculo cultural con Europa que con
África). Pero, esto es un error. Los seres humanos, por fortuna, tenemos
bastante libertad y flexibilidad para asumir la cultura y la identidad con la
cual nos sentimos más cómodos. Y, exigir que, por el hecho de tener un color de
piel, uno deba sentir tal o cual identidad, es bastante invasivo.
Después
de su visita a la República Dominicana, Gates viaja a Haití. Ahí, reseña la
historia turbulenta de ese país, con sus héroes negros (destaca, por contraste,
que en Dominicana casi no hay héroes negros) Louverture, Dessalines y
Christophe. La revolución haitiana fue tremendamente sangrienta, pues cuando
los negros se alzaron, no dejaron vivo a ningún blanco (no en vano, Bolívar
siempre tuvo el temor de que en nuestros países, se repitieran las barbaridades
de Haití, a pesar de que él mismo contó con el apoyo del presidente Petion).
Gates, en su empeño más o menos maniqueo de presentar a una Dominicana mala por
olvidar sus raíces negras, y a un Haití bueno por mantenerlas, trata de
dulcificar aquella masacre, sugiriendo que fue necesaria, pues de lo contrario,
los blancos habrían retomado el poder.
Luego
Gates destaca las agresiones imperiales en contra de Haití (el atroz cobro de
la deuda por parte de Francia, y las ocupaciones norteamericanas), y cómo esto
ha contribuido a la tragedia haitiana. No le falta razón. Pero, sería un error
suponer que la culpa de los males de Haití es siempre de los extranjeros, y
nunca de los propios haitianos. Gates reconoce tenuemente esto, señalando que
la catástrofe de Haití se empeoró con los Duvalier (e inclusive en esto, la
culpa es de los propios norteamericanos, pues siempre apoyaron a estos
dictadores).
Está muy bien que
Gates reconozca que no todos los males de Haití vienen de los poderes
extranjeros. Pero, Gates es demasiado tímido en este reconocimiento. Pues, Papa
Doc no fue el único dictador salvaje de ese país. Desde la misma revolución
haitiana a inicios del siglo XIX, desfilaron por esa nación líderes sumamente
inmorales, desde megalomaníacos que se declararon emperadores en el siglo XIX (como
Faustino I), a presidentes con altísimos índices de corrupción (como Aristide,
ya después de la era Duvalier). Gates no habla de nada de esto.
Hay, además, un
aspecto muy notorio, que Gates omite: la responsabilidad de la cultura haitiana
en su propio fracaso nacional. En el documental, Gates se esfuerza por valorar
positivamente el vudú. Se queja de que la forma en que Hollywood ha
representado el vudú (con sus zombies y muñecos con alfileres), es racista.
Acá, de nuevo, Gates comete errores. En primer lugar, si bien es cierto que
Hollywood puede distorsionar al vudú (como se distorsionan muchas otras
culturas en las películas), eso no tiene nada de racista. Las películas en cuestión
no atacan los rasgos biológicos de los haitianos (eso sí sería racismo), sino
sencillamente sus rasgos culturales.
Y, en segundo lugar,
la representación hollywoodense del vudú, si bien es caricaturesca, sí reposa
sobre una base de verdad. Los zombies sí existen en Haití (el caso de Clairvius
Narcisse es el más célebre), como también existe en el vudú la intención de
generar maleficios a través de procedimientos mágicos (como el de los muñecos
con los alfileres). De hecho, en Haití, a diferencia de otros lugares en el
Caribe, existe un tremendo clima de paranoia, pues la gente común tiene mucho
temor a que el vecino esté conspirando para hacer alguna brujería. Difícilmente
se puede construir un proyecto nacional así. Éste, y otros aspectos
disfuncionales de la cultura haitiana han sido reseñados por el reconocido
estudioso del subdesarrollo, Lawrence Harrison, en su libro The Central Liberal Truth. Gates, en
cambio, parece más empeñado en valorar la cultura de los haitianos a toda
costa, por el mero hecho de que son negros.
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