Dicen Andrew
Potter y Joseph Heath en Rebelarse vende (un
libro que no me canso de citar), que la contracultura siempre enfrenta una
paradoja: cuando prospera, se convierte en mainstream.
Un rebelde asume alguna moda, otros rebeldes lo imitan. Pero, precisamente, al
cabo de cierto tiempo, en tanto esa moda pasa ahora a ser multitud, ya deja de ser
rebelde, y pasa a formar parte del sistema. Es necesario, entonces, buscar
algún nuevo símbolo de rebeldía, y así empieza un nuevo ciclo.
La
izquierda internacional es muy proclive a esto. Los izquierdistas necesitan
iconos. Están continuamente buscando figuras cuyo carisma sirva como eje para
oponerse al sistema. En una época, lo encontraron en el Che Guevara. El
combativo guerrillero flechó con sus encantos a Sartre, Debray, y tantos otros intelectuales
revolucionarios.
Según casi todos
los testimonios biográficos, al Che no le interesaba demasiado la publicidad.
Pero, sí tenía una leve intención en cultivar su imagen. Luego, su trágica
muerte fue el evento perfecto para hacer de su martirio un espectáculo propio
de la cultura pop. Y, así, el Che eventualmente se convirtió en una franquicia,
la inconfundible marca de los rebeles anti-sistema.
El Che no ha dejado
de ser el icono de la contracultura. Pero, en tanto ya se ha vuelto mainstream, ha perdido el atractivo
entre los rebeldes. La tesis de Heath y Potter habría hecho la predicción de
que los progres buscarían nuevas figuras icónicas. Y, así ocurrió. En América
Latina, la encontraron en el Subcomandante Marcos.
Según cuentan Bertrand
LaGrange y Maite Rico en Marcos, la
genial impostura, Marcos desde un principio quiso emular al Che, no sólo
con la pipa, sino también haciéndose pasar por médico e intentando respirar
como el mítico comandante. Pero, como todo rebelde contracultural, Marcos tuvo
que innovar con algo (pues, de lo contrario, habría sido mera copia de algo
anterior, y en la contracultura, las copias son detestables), y así, añadió el
toque artístico que se convirtió en su patente: el pasamontañas.
La izquierda
internacional, falta de entusiasmo desde hacía algunos años debido a la caída
del muro de Berlín, fue seducida por la imagen del nuevo guerrillero en 1994.
Saramago, Tariq Ali, Wallerstein, Chomsky, y tantas otras vacas sagradas
izquierdistas, quedaron fascinadas ante el nuevo rebelde. A pesar de que Marcos
explícitamente lo negaba, incluso se convertía en un símbolo sexual.
Pero, como cabría
esperar en estos ciclos de contracultura, Marcos también fue perdiendo el
fuelle: naturalmente, el cincuentón ya no tenía el atractivo de antes. Hasta
ahora, no hay quien lo reemplace. Pero, ya pronto aparecerá alguna nueva figura
pop de la revolución.
En el entretiempo, desde
la izquierda, los reclutadores de talento están en su búsqueda. Sean Penn,
aparentemente, se ha interesado por un nuevo candidato: un tipo antisistema,
mexicano como Marcos, y lo mismo que el Subcomandante y el Che, adentrado en la selva
viviendo bajo la clandestinidad. Me refiero, por supuesto, al Chapo Guzmán.
Como se sabe, Penn, una de las voces izquierdistas de Hollywood, se entrevistó
con el criminal, para explorar la posibilidad de hacer una película sobre su
vida.
Tanto el Che como
Marcos tenían un discurso con alguna claridad ideológica (más el Che que
Marcos, quien en realidad, como muchas veces ha señalado Enrique Krauze,
improvisó mucho de un día para otro). El Chapo, en cambio, es un criminal puro
y duro: su único interés es enriquecerse. Pero, a esta izquierda desgastada, desorientada y
desesperada por encontrar a un nuevo ícono, no le importa. Basta que el Chapo
se haya presentado como un Robin Hood (otro bandolero anti-sistema que vive clandestinamente en la selva),
para que incautos como Sean Penn, vean en él algún atractivo. O, si no, es
suficiente que el Chapo sea el adversario de la corrupta DEA (y, no cabe duda
de que sí es corrupta) y la hipocresía norteamericana respecto a las drogas,
para que consiga algún atractivo entre los rebeldes anti-sistema.
Quizás Penn se
entrevistó con el Chapo, sencillamente para hacer una película, como un
cineasta haría una película sobre cualquier otro personaje relevante de la
actualidad. Pero, yo lo dudo. Si el Chapo accedió a la entrevista, seguramente
colocó como condición que su retrato fuese más o menos condescendiente. Después
de todo, los bandoleros mexicanos han sabido muy bien tomar a cineastas
ingenuos o inescrupulosos de Hollywood para hacer películas que glorifiquen sus
hazañas: Pancho Villa perfeccionó esta táctica.
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