Querida Belén:
Entiendo tu
frustración. Yo también me sentiría muy mal si, al tener que cuidar a un niño
pequeño mientras sus padres salen a cenar a un restaurante el fin de semana, el
chaval no estuviera contento de quedarse conmigo. Pero, pienso que debes tener
paciencia con el peque Eduardo. Ésta apenas será tu segunda vez con él. Puesto
que, en los próximos días, te quedarás con él varias veces, seguramente ya al
final de la semana, Eduardo se acostumbrará a ti. Recuerdo que, cuando eras
pequeña, acompañé a tus padres a dejarte en el jardín de infancia el primer día
del año escolar. Llorabas desconsoladamente. Un mes después, ya ibas con gusto
al jardín.
Es normal que los
niños hagan estas cosas. Incluso, si los niños no lloraran ante situaciones como éstas, habría que preocuparse.
Una psicólogo, Mary Ainsworth, hizo unos famosos experimentos al respecto. El
experimento consistía en tomar a un niño pequeño (no tendrían más de dieciocho
meses), hacerlo estar con su madre, en una habitación desconocida. Luego, le
pedía a la madre que se fuera de la habitación, y una persona extraña entraba.
Poco tiempo después, la madre volvía. Ainsworth se propuso investigar cuál
sería la reacción del niño.
Setenta por ciento de
los niños, mientras estaban con su madre, se sentían cómodos en la habitación y
jugaban placenteramente; cuando la madre se iba, los niños se mortificaban,
pero se alegraban inmensamente cuando la madre regresaba. Veinte por ciento de
los niños jugaban normalmente cuando estaba la madre, pero cuando ésta se iba,
a esos niños les daba igual; del mismo modo, cuando la madre regresaba, esos
niños se mostraban indiferentes. Diez por ciento de los niños se sentían
temerosos incluso con la madre presente; cuando la madre se iba, se
mortificaban todavía más, y cuando la madre regresaba, era difícil consolarlos.
Lo normal, decía
Ainsworth, es comportarse como el niño que se siente cómodo cuando está la
madre, se mortifica cuando la madre se va, y se alegra cuando la madre vuelve. Si
un niño no tiene este tipo de comportamiento, estará más expuesto a sufrir
inseguridades y problemas en la vida.
Los seres humanos
necesitamos afecto y apego desde el momento de nuestro nacimiento. Somos muy
vulnerables al nacer, y necesitamos abrazos. Esto parecerá un cliché, Belén,
pero es una gran verdad. A los niños nunca se les debe pegar, y hay que
mostrarles ternura constantemente. Procura hacerlo con Eduardo cuidarás este
fin de semana. No quiero exagerar y decir que, si no lo haces, el niño será un
criminal ya como adulto. Pero, sí puedo decirte que las cárceles están llenas
de personas cuyos padres no los abrazaron cuando eran niños, o sencillamente,
crecieron sin adultos que los atendieran suficientemente bien.
En una época, los
psicólogos pensaban que esto no era tan importante. Ellos creían que a los
niños se les podía entrenar como al perro de Pavlov (¿lo recuerdas?, el perro
que salivaba al escuchar la campana), y que con un sistema de premios y
castigos, se podía moldear suficientemente bien la conducta. Pero, un
psicólogo, Harry Harlow, se propuso evaluar esta idea, en otro experimento muy
famoso.
Harlow tomó a unos
monitos, y los separó de sus madres. Como reemplazo, les colocó dos títeres. Un
títere daba leche a los monitos, pero el muñeco estaba hecho de alambres, sin
mucho parecido a la madre original. El otro títere no daba leche, pero era más
parecido a la madre original, y tenía una pelusa que imitaba el pelaje de la
madre. Si, como pensaban los psicólogos, lo importante son los premios y los
castigos, cabría esperar que los monitos habrían preferido al títere hecho de
alambres. Pero, no ocurrió así. Los monitos preferían al muñeco con pelaje, aun
si no daba comida. Harlow decía que esto era debido a que el apego es una
necesidad fundamental en los monos, y esto también aplica a los seres humanos.
Así pues, el apego es
muy importante en la infancia. Lamentablemente, a partir de esto, hay quien
cree que a los niños hay que complacerlos en todo. Tonterías. Una cosa es la
crianza con apego, y otra es la malacrianza. A los niños hay que abrazarlos y
quererlos, pero también hay que colocarles límites y establecerles reglas. Para
criar a un niño mentalmente saludable, es necesario encontrar un balance entre
la disciplina y el cariño.
Diane Baumrind, otra
psicólogo, estudió por muchos años los estilos de crianza que utilizan los
padres, y descubrió que básicamente hay cuatro. Por una parte, están aquellos
padres que son firmes con sus hijos, y procuran colocarles reglas, pero no son
lo suficientemente cariñosos con ellos; Baumrind llamó a esto el estilo autoritario. Luego, están los padres que
son cariñosos con sus hijos, pero no les colocan límites, y no les hacen
cumplir reglas; Baumrind llamó a esto el estilo permisivo. También están los padres que, ni son cariñosos, ni
colocan reglas; ése es el estilo descuidado.
Lo mejor, decía Baumrind, es el estilo democrático.
Estos padres colocan reglas, pero a la vez, muestran mucho afecto.
Conociendo a tus
padres, Belén, estoy seguro de que ellos usaron el estilo democrático contigo.
Precisamente por eso, tú has resultado una chica tan estupenda. Tus padres no
fueron severos, pero tampoco te dejaron hacer todo lo que tú querías. Por eso,
no eres ni insegura, ni malcriada. Ellos supieron balancear, como dice aquella
bella canción de Rubén Blades, el amor y
el control.
Además de mostrar
afecto y generar apego en Eduardo, deberías también estar pendiente de algunas
de sus conductas. Pues, es importante conocer qué movimientos debería hacer un
niño normal en determinadas edades. Estoy seguro de que la madre de Eduardo
dedica suficiente atención a esto, pero si notas algo extraño, deberías
comentárselo. En ese caso, sería bueno llevar al niño al médico. De hecho, los
pediatras rutinariamente verifican estas cosas en los infantes.
A medida que los
seres humanos nos desarrollamos en las primeras etapas de nuestras vidas, tenemos
una serie de reflejos. Los reflejos son movimientos involuntarios que responden
a estímulos particulares. Hay varios reflejos que siempre es importante
monitorear en los niños, pues si acaso esos reflejos no están presentes, podría
ser señal de que el cerebro no funciona adecuadamente.
A los dos meses de
edad, el bebé ya debería tener el reflejo
de Moro. Si repentinamente cambias de posición a un bebé y se siente
incómodo, el chaval extenderá sus piernas y moverá sus brazos como si tratara
de agarrar algo. Seguramente es una reacción instintiva del niño para aferrarse
a la madre mientras atraviesa por una situación de peligro. Como te he dicho, en
la infancia todos necesitamos apego.
También deberías
vigilar el reflejo de enraizamiento. Si
tocas sutilmente a un bebé en la cara, volteará la cabeza y tratará de alcanzar
con la boca el objeto con el cual lo tocas. Ya sabes lo que el bebé busca con
este reflejo: ¡el seno de la madre! Y, seguramente ves a muchos niños chuparse
el dedo. Si el niño se sigue chupando el dedo hasta cierta edad, podría generar
complicaciones en los dientes, de forma tal que no debería considerarse normal.
Pero, una conducta como ésa tiene sus orígenes en otro reflejo importante, el reflejo de succión. Básicamente tiene la
misma función que el reflejo de enraizamiento: buscar ser amamantado.
Si colocas un dedo o
un bolígrafo en la mano de un bebé, tratará de agarrarlo. Eso es el reflejo de presión palmar. Su mano se
convierte en algo así como un gancho. Quizás, nuevamente, sea un reflejo de la necesidad
de apego, para tratar de tomar la mano de alguien. Pero, yo lo veo más bien
como un remanente de nuestro pasado como especie. Recuerda que hace millones de
años, nuestros ancestros eran más bien monos que iban de rama en rama, y quizás
eso nos dejó ese reflejo como herencia.
Eduardo es muy
chiquitín aún para caminar. Pero, si lo tomas por los brazos, y plantas sus
pies sobre el piso, él hará los movimientos básicos para caminar. Ése es el reflejo de marcha. Ya sabes que, si no
hace tal cosa, quizás su madre debería preocuparse, pues puede ser que algo en
su cerebro no funcione correctamente.
Hay también otros
logros que todo bebé debe hacer a medida que se desarrolla en sus primeros dos
años de vida. A los dos meses, ya debería levantar la cabeza. A los dos meses y
medio, ya debería dar vueltas mientras está acostado. A los tres meses, debería
sentarse. Pero, sólo logra sentarse si lo ayudas. Sólo a los seis meses, el
bebé ya es capaz de sentarse por cuenta propia. A los seis meses y medio
debería poder levantarse sobre sus pies, pero ayudándose con algo. Sin ayuda,
el niño debería estar levantado a los once meses. Ya a su primer año el niño debería
caminar, y a los diecisiete meses debería subir escaleras. Pero, ten presente,
Belén, que esto es sólo una guía. Hay bebés que se tardan más, hay otros que se
tardan menos. Un retraso no es necesariamente motivo de alarma, pero sí es
prudente usar estas guías para monitorear.
Hoy estamos
acostumbrados a pensar que los niños son distintos a los adultos, y que por
eso, necesitan un trato especial. Es por ello que hay tantas leyes que ofrecen
protección adicional a la infancia. Pero, hace algunos siglos, la gente no
estaba muy consciente de ello. Fíjate en las pinturas medievales y del
Renacimiento, especialmente las de la Virgen y el Niño. El Niño Jesús parece
más bien un hombrecito, con músculos y todo. Su cara no es muy tierna, es más
bien como la de un adulto en un cuerpo miniatura. Las proporciones de su cuerpo
no son como la de los peques (cabezas grandes, extremidades pequeñas, etc.),
sino como las de cualquier adulto. Pareciera que, en aquella época, los niños
no tenían mucha consideración especial, y se les trataba igual que al resto de
la sociedad.
Uno de los grandes
avances de nuestra civilización fue precisamente el empezar a comprender que
los niños son muy distintos a los adultos, y que necesitan trato especial,
sobre todo en la educación. Pero, no son meramente distintos en el sentido de
que no han acumulado suficiente experiencia y conocimiento, y por eso son más
inmaduros. Son más bien distintos en el sentido de que su forma de pensar no es
como la de los adultos. Es mucho más fácil manipular a los niños, en buena
medida porque ellos no tienen las destrezas lógicas y capacidad de abstracción
que nosotros los adultos sí tenemos.
Un importante y
famosísimo psicólogo, Jean Piaget, se propuso demostrar esto. Piaget hizo muy
ingeniosos experimentos con sus propios hijos, para estudiar cómo piensan los
niños. Les asignaba tareas y les hacía preguntas que a nosotros los adultos nos
resultarían muy sencillas; extrañamente, los niños ofrecían respuestas muy
distintas.
Decía Piaget que,
durante los dos primeros años de vida, los niños pasan por una fase que él llamó
sensoriomotora. Durante esta fase,
los niños empiezan a descubrir el mundo, y sobre todo, su propio cuerpo. Pero,
los niños no tienen capacidad de asumir que, cuando un objeto desaparece de su
vista, sigue existiendo. En su mente, sólo existen aquellas cosas que ve en el
momento. Haz la prueba con el peque Eduardo. Toma un juguete y colócalo frente
a él; quítaselo, y coloca encima un trapo que lo oculte. Verás que Eduardo no
tratará de mover el trapo. Él asume que, al no estar en su vista ese juguete,
ha desaparecido.
Después de los dos
años, los niños empiezan a desarrollar esa capacidad que Piaget llamó permanencia de objetos. Desde los dos a
los siete años, según Piaget, los niños atraviesan la etapa preoperacional. Durante esta fase, los
niños ya hablan e interactúan. Pero, su pensamiento es muy inmaduro, y si les
colocas algunas pruebas, hacen cosas muy risibles. Debo confesar, Belén, que yo
me reía a carcajadas cuando yo hacía algunas de estas pruebas contigo cuando
eras niña.
Por ejemplo, yo
tomaba un vaso lleno de agua. Frente a tus ojos, pasaba esa cantidad de agua a otro
vaso más fino y más alargado, que también se llenaba. Entonces, te preguntaba:
¿cuál de los dos vasos tiene más agua? Y tú respondías que el segundo vaso
tenía más agua. Es normal, todos los niños cometen ese error.
Piaget decía que eso
es muestra de que, en la fase preoperacional, los niños no tienen la capacidad
de conservación. Ellos no entienden que, aún si un objeto cambia su forma,
sigue manteniendo el mismo tamaño. Ellos sólo se fijan en un aspecto de objeto;
en tu caso, tú sólo te fijabas en la altura del vaso. Piaget llamó a esa forma
de pensar centración.
Yo también colocaba
cinco monedas en una fila, y cinco monedas en una segunda fila, pero las
monedas de la segunda fila estaban más separadas entre sí. Yo te preguntaba
cuál fila tenía más monedas, y tú respondías que la segunda. ¡Yo volvía a reír!
En esta fase del desarrollo, los niños aún no tienen el concepto de números, y
se guían más bien por las apariencias.
Piaget llamó este
guiarse por las apariencias fenomenismo. Tú
misma creías, por ejemplo, que un enano adulto es más joven que un adolescente
alto, sencillamente porque la edad está siempre relacionada con la altura. Por
lo general, los niños creen que cuanto más grande es algo, es de mejor calidad.
He comprobado que tú has ya superado esa etapa, pues prefieres muchísimo más el
Smartphone de última generación, que
es mucho más pequeño que mi pesado móvil. ¡Deberías darme algunos consejos
tecnológicos!
En la etapa
preoperacional, los niños también son muy dados a creer que todo tiene intenciones.
Para los niños en esta fase, las casualidades no existen. Si, sin querer, los
tropiezas, ellos pensarán que lo hiciste a propósito. Y también, ellos creen
que todos los objetos tienen vida propia. Los niños son, por así decirlo, animistas. Las pelis dirigidas a niños
muchas veces antropomorfizan objetos. Hay pelis sobre coches que se enamoran, o
juguetes que interactúan entre sí... Pero por supuesto, el animismo también
tiene un lado siniestro, y las películas también explotan eso. Cuando eras
niña, recuerdo que a veces tenías el temor de que, en las noches, tus juguetes
te hicieran daño. Supongo que ese temor infantil es la base de las películas
sobre Chucky, el muñeco diabólico.
Hay religiones que
son muy animistas. Esto no solamente ocurre en tribus de África con sus
amuletos. Nuestras propias religiones en Occidente también parten de la idea de
que muchos objetos tienen misteriosos poderes. Piensa en todas las reliquias
que los creyentes asumen como si tuvieran vida propia. Y, en las religiones,
las casualidades no existen. Según las creencias religiosas, las cosas siempre
ocurren con un propósito, porque Dios así las ha designado. Yo te diría, Belén,
que la religión es una forma de pensamiento bastante infantil.
Además de ser
animistas, los niños en esta fase son también egocéntricos. No es lo mismo que ser egoísta. Los niños en esta
etapa cooperan y ayudan a los demás. Pero, les cuesta mucho tratar de ver el
mundo desde la perspectiva de otros. Para demostrar esto, Piaget hacía unos
experimentos muy sencillos, pero muy reveladores. En esos experimentos, un niño
veía una maqueta de una montaña de un lado y la describía, mientras que el
adulto estaba del otro lado, Luego, el adulto cambiaba la posición con el niño,
y se le preguntaba al niño qué vería el adulto. El niño respondía con la
descripción desde su nueva posición. Obviamente, el niño no tenía la capacidad
de colocarse mentalmente en el lado de los otros. En eso consiste el
egocentrismo.
Ya después de los
siete años, Piaget decía que los niños alcanzan la etapa operacional concreta, que dura hasta los doce años. En esa etapa,
ya los niños no cometen esos errores tan cómicos. Pero, los niños no son
capaces aún de hacer operaciones abstractas. Ellos tienen dificultad en hacer
suposiciones. Lo interesante es que, si no hay suficiente educación, los
adultos se pueden quedar en esa fase del desarrollo.
Un psicólogo,
Alexander Luria, hizo viajes por Uzbekistán comprobando esta cuestión. Luria decía
a los campesinos analfabetas uzbekos: en el norte, donde siempre hay nieve,
todos los osos son blancos; Zembla está en el norte, y ahí hay nieve. Y así, les
preguntaba: ¿de qué color son los osos de Zembla? Los campesinos respondían: no
sabemos, nunca hemos ido a Zembla, sólo hemos visto osos negros en nuestras
vidas. Es decir, no tenían capacidad para hacer suposiciones o para pensar en
términos formales y abstractos. Igualmente, si a un niño en esta fase le dices
que A es igual a B, y B es igual a C, y le preguntas cuál conclusión se puede
derivar, seguramente el niño tendrá dificultades en responder. Ya a los doce
años, en la fase operacional formal,
los niños pueden pensar más abstractamente, pero recuerda, para ello es
necesario el refuerzo de la educación.
Estas
transformaciones en la manera de pensar ocurren dramáticamente en la infancia.
Pero, así como nuestros cuerpos envejecen, nuestras conductas también sufren
cambios a lo largo de nuestras vidas. A veces trato de recordar cómo era yo
cuando tenía tu edad, Belén, y me sonrío. Pues, a tu edad, yo hacía cosas que
(supongo que tú también las haces) que, ahora, no haría ni por asomo.
Cada cabeza es un
mundo, pero a los psicólogos les ha interesado delinear cuáles son las grandes
etapas psicológicas en nuestras vidas. Un psicólogo en particular, Erik
Erikson, decía que todos atravesamos por ocho grandes etapas, que consisten
básicamente en resolver valores en conflicto, y escoger entre ellos. Por
ejemplo, en la temprana infancia, los niños deben decidir si confiar o no en
los que están a su alrededor. Es por ello que el peque Eduardo aún no está muy
convencido de quedarse contigo.
Más adelante, entre
el año y medio y los tres años, el niño debe decidir si se atreve a hacer cosas
por cuenta propia, o si necesita la ayuda de los padres en todo. Luego, entre
los tres y los cinco años, el niño empieza a aprender que algunas cosas no
están permitidas, y así debe decidir si tomar iniciativas, o más bien
restringir algunos de sus deseos para evitar las culpas.
Cuando ya empieza a
ir al colegio, el niño debe decidir si hacer actividades y desarrollar sus
talentos, o más bien asumir una posición de inferioridad frente a los demás;
esto ocurre entre los cinco y los doce años. Luego, cuando empieza la
adolescencia, el joven debe empezar a decidir cuál será su identidad en la
sociedad. En esta etapa, es cuando los muchachos exploran distintos grupos,
hasta que por fin encuentran uno donde se sienten a gusto.
Pasada la
adolescencia, hasta los cuarenta años, lo más relevante para la persona es
decidir cuán íntimas quiere que sean sus relaciones. No es una decisión fácil,
pues cuando te llegue el momento, verás que la vida en matrimonio puede
resultar difícil, pero el decidir quedarse soltero puede ser aún más
complicado.
Seguramente has visto
en la tele que, cuando las personas llegan a los cuarenta, atraviesan una
crisis, y empiezan a hacer tonterías. Supuestamente, los hombres se compran
motocicletas y se unen a pandillas de gente más joven, y las mujeres hacen yoga
o cosas parecidas, y abandonan sus hábitos en el hogar. Según esta teoría, todo
esto es una forma de rebeldía que aparece como producto de alguna
insatisfacción. A decir verdad, Belén, los psicólogos no tienen mucha evidencia
de que esto sea común. Quizás algún cuarentón que conozcas, repentinamente empezó
a hacer estupideces en algún momento, pero por lo general, a los cuarenta no
empieza ninguna crisis.
Sí es común, en
cambio, que a partir de los cuarenta, las personas sientan angustia por tener
que decidir si continuar con su vida productiva, o más bien dejar que una nueva
generación asuma las responsabilidades. Según Erikson, esta etapa dura hasta
los sesenta y cinco años. Ya después, en la última etapa de la vida, la persona
debe enfrentar la idea de que ya la muerte se aproxima, y debe reflexionar
sobre cuán satisfactoria ha sido su vida.
Espero que, cuando
llegues a esa edad, puedas estar contenta con las cosas que has hecho en tu
vida. Pronto empezarás la universidad, de forma tal que ya no eres una niña. A
veces, la gente se lamenta de que el mundo ha perdido la inocencia de los
niños. Yo no me lamento. Creo que resolvemos mejor los problemas del mundo
pensando como adultos. Ciertamente la abrumadora mayoría de criminales son
adultos, no niños. Pero, incluso cuando se trata de hacer razonamientos morales,
los niños son más inmaduros.
Un psicólogo,
Lawrence Kohberg, se propuso estudiar esto. Él hizo unos experimentos
relativamente sencillos. En esos experimentos, él planteaba una situación como
ésta: un hombre tiene a su esposa gravemente enferma, y va a una farmacia a
comprar la medicina que le salvará la vida; el farmaceuta se la quiere vender a
un precio muy alto, porque dice que él mismo tuvo el mérito de descubrirla y
fabricarla; el hombre trata de pedir dinero a amigos, pero no le alcanza para
comprar la medicina; el hombre decide entrar a la farmacia y robar la medicina.
Kohlberg preguntaba a jóvenes de diversas edades si lo
que el hombre hizo estaba bien o mal. Pero, a Kohlberg no le interesaba tanto
la respuesta en sí, sino la justificación que cada persona ofrecía. Y así,
Kohlberg descubrió que existen tres niveles de desarrollo moral, que
generalmente se corresponden con los niveles de desarrollo mental a lo largo de
la vida.
Los niños más
inmaduros responden que el hombre no debió robar en la farmacia, porque la
policía lo podría atrapar. Esto es un razonamiento muy burdo. Hacer el bien
debería estar motivado por algo más profundo que el simple temor al castigo.
Otros muchachos más
maduros, decían que el hombre podría entrar a robar la medicina, porque así
complacería a su esposa. Esto es un poco más refinado que el guiar la acción
por el mero cálculo de si habrá castigo o no. Pero, es aún una forma muy
rudimentaria de razonar moralmente.
Los chicos más
maduros, descubrió Kohlberg, justificaban o condenaban la acción del hombre, a
partir de deberes intrínsecos. Esta forma de pensar sólo se consolida en la
adolescencia. Durante esta etapa, la persona empieza a entender que vivimos en
sociedad, y que hay reglas necesarias para la convivencia. En ese sentido,
estaría mal entrar a robar en la farmacia. Pero, por otra parte, hay derechos
de mayor peso que otros, de forma tal que, quizás el hombre no actuó mal al
entrar a robar, pues con eso, estaba resguardando para su esposa el derecho a
vivir. En esta fase del desarrollo moral, lo importante son los principios,
mucho más que los beneficios pragmáticos que se ganen en un momento en
particular.
Como ves, Belén, los
seres humanos variamos mucho con la edad. Es importante conocer cómo se
comporta y cómo piensa cada grupo etario, pues en cada caso, se requiere de
atenciones distintas. Ya sabes que no puedes tratar al peque Eduardo, del mismo
modo en que tratas a tu hermanito, pues tienen edades distintas. Estoy seguro
de que, cuando vuelvas a cuidarlo la semana que viene, se dormirá plácidamente
en tus brazos. Se despide, tu amigo Gabriel.
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