Querida Belén:
Ya sabes
que no soy religioso, pero cuando se acerca la semana santa, me contagio del
fervor mariano. Recientemente acompañé a un amigo a una capilla a rezar el
rosario. Para muchos de mis amigos ateos, esto es una pesadilla. Repetir
cincuenta veces una oración… ¡Vaya tortura! Además, la oración que se recita
contiene ideas absurdas: una mujer que da a luz sin tener sexo, y otras cosas
raras.
Pero,
extrañamente, cuando ya íbamos por al avemaría número treinta y cinco, tuve una
misteriosa sensación. Me sentí más relajado. No creo que Dios, María, las
ánimas benditas, o quien sea, me cubriera con su manto. Pero, sí creo que, el
repetir una y otra vez una frase, me termina aislando de las preocupaciones en
la vida diaria, y eso puede inducir una relajación placentera. Da igual si
recito el avemaría o letanías a Satanás. Lo relevante es la repetición y el
ritmo.
Los
místicos de las religiones tradicionales conocen esto muy bien. Para alcanzar
un trance, ellos bailan, o escuchan el ritmo de un tambor, o sencillamente,
repiten la sílaba “om”. Los místicos
te dirán que ellos se elevan a un misterioso plano, entran en contacto con
Dios, con el universo, o con algún otro ser fuera de este mundo. No hace falta
creer en espíritus para entender lo que realmente ocurre. Todo eso es
básicamente una forma de meditación. La meditación consiste en concentrarse en
algo específico, al punto de que olvidas todo lo demás. Es más o menos como la
hipnosis (¿la recuerdas?), pero en este caso, es auto inducida.
Según
parece, esto es bueno para la salud. Las personas que meditan logran relajarse
más, y así, regulan mejor muchas de las funciones fisiológicas que se alteran
con el estrés. Pero, yo te diría, Belén, que esto no funciona así para todo el
mundo. Si una persona es naturalmente impaciente, el repetir cincuenta
avemarías, o el sentarse a hacer yoga por una hora, puede volverlo aún más
impaciente, y contribuir aún más a su ansiedad. Seré honesto: el día que fui a
la capilla a rezar el rosario, logré relajarme; pero cuando he intentado hacer
yoga, me desespero, al punto de que siento una gran ansiedad y deseo con todas
mis fuerzas que la sesión se acabe. Incluso, siento aún más ansiedad al pensar
que, al día siguiente, tengo que volver a la tortura de estar sentado una hora
pensando en una sola cosa. Como te digo, el yoga, la meditación, o rezar el
rosario, ayuda a muchas personas, pero no a todas.
En fin,
lo cierto es que, a través de estas técnicas, algunas personas abandonan su
propia personalidad, y alegan estar en contacto con un ser sobrenatural. Al
Hallaj, un místico musulmán, decía que él era Dios. Pero, él sólo decía esto
cuando estaba en trance. En cambio, cuando los místicos de las religiones
orientales entran en trance, ellos no alegan propiamente ser un dios, pero sí
describen su experiencia como el abandono de su personalidad para unirse al
universo… algo así como una gota uniéndose al mar.
En
muchas culturas del mundo, hay ritos de posesión. En estos ritos, las personas
bailan, cantan, toman drogas… en fin, hacen muchas cosas para entrar en trance.
Y, al estar en trance, asumen otra personalidad. No necesariamente asumen la
personalidad de un dios. Puede ser también un personaje ya muerto, un animal, o
cualquier otra entidad. Y, durante ese trance, actúan como ellos creen que
actuaría el personaje que asumen.
Los
psiquiatras y psicólogos no consideren esto una anormalidad. Si en una cultura,
hay una expectativa de que, en determinados rituales, la persona asuma la
personalidad de un héroe que vivió hace varios siglos, entonces eso no es
patológico. Yo mismo he visto a personas decir que ellos son Simón Bolívar, el
general venezolano del siglo XIX. Pero, estas personas lo dicen durante
sesiones de trance en el culto a María Lionza en la montaña de Sorte en
Venezuela. Creerse Simón Bolívar en pleno siglo XXI, es signo de inestabilidad
mental. Pero, asumir momentáneamente la personalidad de Bolívar en un rito de
posesión, en el marco de una práctica cultural establecida, no es inestabilidad
mental. Quien participa en estos ritos de posesión no necesita ir al
psiquiatra.
Ahora
bien, hay personas que, sin acudir a rituales, y en contra de la expectativa de
su cultura, terminan por asumir otras personalidades. Esto ocurre como una
forma de disociación, y los psiquiatras y psicólogos sí consideran que esto es
anormal. La disociación es un fenómeno psicológico que puede ocurrir cuando una
persona sufre una experiencia muy traumática. Cuando atravesamos por
experiencias de ese tipo, nuestra mente trata de borrar esos recuerdos.
Así, por ejemplo,
puede haber amnesia disociativa. Eso
ocurre cuando la persona olvida por completo la experiencia traumática, pero
también los recuerdos de lo ocurrido poco antes o poco después del trauma. Algunos
terapeutas utilizan la hipnosis para que las personas recuperen sus memorias,
pero recuerda, Belén, que esto tiene bastantes riesgos.
Otra forma de
disociación es aquello que los psicólogos llaman fuga. En este extraño fenómeno, la persona que ha vivido el trauma,
repentinamente pierde su sentido de identidad, y empieza a vagar por el mundo,
sin saber exactamente quién es o a dónde va. ¿Te recuerda esto a una enfermedad
sobre la cual te escribí otra carta? Espero que sí: el mal de Alzheimer. Pero,
recuerda que en esa enfermedad, el problema surge como consecuencia de unas
placas que se acumulan en el cerebro. En la fuga, la causa es más bien un
evento traumático.
También hay personas
que, ante los traumas, sienten una depersonalización. En estas experiencias, la
persona pierde su sentido del yo. En cierto sentido, es más o menos como el
místico hindú que, al meditar, siente que no tiene identidad propia, que su yo
es como una gota que se une al mar. Pero, a diferencia de la experiencia
mística, la depersonalización es más bien como un mecanismo que la persona
traumatizada emplea para recordar el evento doloroso, sin percibirse a sí misma
como la víctima de ese trauma. Es como si la mujer violada, al recordar su
experiencia, tuviese en su mente la imagen de una mujer violada, pero esa mujer
no es ella misma.
La forma más
dramática de disociación, no obstante, es el llamado trastorno de identidad disociativa. Antaño, a esta extraña
condición se le llamaba personalidades
múltiples. Tal como ese nombre sugiere, en esta enfermedad, la persona vive
una experiencia traumática. Pero, en vez de olvidar el asunto, o empezar a
caminar sin conocer su propia identidad, o recordar el trauma de forma
depersonalizada, la víctima asume otra personalidad. De ese modo, la víctima se
protege ante el dolor de tener que recordar una experiencia tan desagradable. Y
así, con esa otra personalidad, asume que ella misma no es la persona que
originalmente sufrió la experiencia.
Con todo, lo extraño
es que, en esta enfermedad, las personalidades se alternan, y esos cambios
pueden ocurrir de un momento a otro. Por lo general, son personalidades muy
distintas. Pueden variar en religión, edad, sexo, ideologías políticas, etc.
Muchas veces, las distintas personalidades asumen formas distintas de caminar,
hablar, y expresarse corporalmente. Incluso, su pulso y presión sanguínea puede
variar. No es tan descabellado como parece. Si originalmente se es una persona
dócil y relajada, el pulso será normal. Si se asume una personalidad agresiva o
ansiosa, el pulso aumentará.
Por lo general,
cuando se pasa de una personalidad a otra, no se conservan bien las memorias.
Un paciente puede hacer algo mientras tiene una personalidad. Cuando pasa a
otra personalidad, no recordará nada de lo que la otra personalidad hizo. En
ocasiones, se pueden alternar muchas personalidades. Habitualmente, la
personalidad original no sabe que las otras personalidades existen, pero las
nuevas personalidades sí saben que la personalidad original existe, y suelen
expresarse muy despectivamente de ella.
Como comprenderás,
Belén, esta enfermedad mental fascina a los novelistas y directores de cine.
Robert Louis Stevenson escribió una famosa novela, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, sobre un hombre
con personalidad múltiple: el doctor Jekyll es muy virtuoso, pero el señor Hyde
es un asesino. Es imposible no quedar encantado con historias como éstas.
El problema, no
obstante, es que quizás estas historias han contribuido a que este trastorno de
identidad disociativa se haga más común. Que yo sepa, nadie se ha lanzado desde
una ventana para volar, como resultado de ver películas sobre Superman. Pero,
sí es muy posible que, ante tantas películas y novelas sobre personalidades
múltiples, mucha gente termine por desarrollar esta enfermedad. En esos casos,
la enfermedad no surgiría propiamente como una forma de disociación ante una
experiencia traumática, sino más bien como resultado de una presión social.
En la década de 1960,
una mujer con algunos problemas mentales, Shirley Mason, empezó a tratarse con
una psiquiatra, Cornelia Wilbur. Esta psiquiatra tuvo la idea de que los
problemas de Mason se debían a algún trauma en el pasado. Mason no tenía
ninguna memoria de un evento traumático en particular. Pero, Wilbur, empeñada
en que Mason sí debía tener algún trauma en su pasado, empezó a trabajar con
ella en sesiones de hipnosis.
Para facilitar la
hipnosis, Wilbur inyectó a Mason tiopentato de sodio. Seguramente has oído de
este químico en las pelis. Supuestamente, es un suero de la verdad, un líquido que, al inyectarse, impide a la
persona mentir. Pero, en realidad, el tiopentato de sodio no hace tal cosa. Lo único
que ese químico hace es volver más sugestionable a la persona. Así, cuando
alguien tiene tiopentato de sodio en su cuerpo, es más susceptible de ser
hipnotizado y seguir las órdenes del hipnotista. Pero, eso no es lo mismo que
decir la verdad. ¿Recuerdas cuando te escribía sobre la hipnosis? En esa carta,
te decía que un hipnotista puede inducir (incluso inadvertidamente) al
hipnotizado a supuestamente recordar algo que, en realidad, nunca ocurrió.
Pues bien, en su
empeño, Wilbur terminó por convencer a Mason de que había sido abusada en su
infancia. Mason empezó a asumir otras personalidades. Pero, Mason empezó a
asumir esas personalidades sólo después de que empezó sus sesiones terapéuticas
con Wilbur. Esto pareciera evidencia de que Wilbur indujo en Mason las
múltiples personalidades.
Ningún psicólogo o
psiquiatra serio duda de que este trastorno existe. Pero, muchos sí dudan de
que este trastorno surja como una forma de disociación. Es posible que, más
bien, este trastorno surge inducido por psiquiatras. Estos psiquiatras, al
tener ideas preconcebidas sobre traumas de la infancia, memorias reprimidas,
disociación, y personalidades múltiples, proyectan estas ideas sobre los
pacientes, y si estos son fácilmente sugestionables, asumen estas ideas y
desarrollan las múltiples personalidades.
De hecho, en una
ocasión, Wilbur estaba de vacaciones, y no pudo atender a Mason. Otro
psiquiatra, Herbert Spiegel, atendió a Mason. En esas sesiones, Mason le
preguntaba a su nuevo psiquiatra (Spiegel), cuál personalidad deseaba él que
ella asumiera. Esto resultó muy revelador, pues Spiegel empezó a sospechar que
estas múltiples personalidades no aparecían como resultado de la disociación,
sino sencillamente, como un mecanismo por parte de un paciente muy
sugestionable, para complacer a su psiquiatra.
En fin, Wilbur quedó
impresionada con el caso de Mason, y contó los detalles a una periodista, Flora
Schreiber. Ésta escribió un libro, Sybil,
sobre el caso cuestión. El libro presentaba el caso desde la perspectiva de
Wilbur; es decir, asumía que se trataba de un caso genuino de disociación. Spiegel
advirtió a Schreiber que él pensaba que no se trataba de un caso genuino de
disociación, pero la autora le sugirió que, si no se decía que Mason realmente
sufría de personalidades múltiples como resultado de sus traumas, no se
vendería el libro. Tristemente, el sensacionalismo pudo más que la verdad.
El libro fue
inmensamente popular. Sirvió como base para hacer una película también muy
popular, con el mismo título, Sybil.
Y, desde entonces, en Hollywood ha habido una explosión de películas que
retratan trastornos de personalidad múltiple. Sé que eres una gran cinéfila,
Belén, de forma tal que no necesito recordarte cuántas películas se han hecho
sobre este tema. Son demasiadas.
Extrañamente, no
solamente hubo una explosión de películas sobre este tema. Desde que esas películas
empezaron a aparecer, el número de casos de personalidades múltiples también
empezó a aumentar significativamente. Hasta mediados del siglo XX, sólo se
conocían alrededor de cien casos en toda la historia de la psiquiatría. Para la
década de 1980, había decenas de miles. Y, lo más extraño es que estos casos
sólo ocurrían en sociedades occidentales con más acceso a las pelis de
Hollywood. La realidad imitaba al arte.
¿Recuerdas cuando te
escribía sobre los supuestos ritos satánicos? Te decía en esa carta que, en la
década de 1980 en EE.UU., a través de la hipnosis mucha gente supuestamente
recuperaba memorias perdidas de experiencias traumáticas en rituales satánicos.
Pues bien, como parte de este extraño fenómeno, mucha gente también desarrollaba
personalidades múltiples, supuestamente como una forma de disociación frente al
evento traumático. Al hipnotizar a sus pacientes, los psiquiatras y psicólogos
inadvertidamente inducían en ellos falsos recuerdos, y además, les sugerían que
desarrollaran múltiples personalidades.
Pero, por supuesto, la
mera sugestión no era suficiente para inducir personalidades múltiples. Estos
pacientes ya venían con algunos problemas mentales (depresión, ansiedad, etc.).
Se hace más difícil inducir personalidades múltiples en una persona que esté
mentalmente sana por completo. Y como te digo, también la influencia mediática
contribuyó a que los pacientes se hicieran más susceptibles a desarrollar
personalidades múltiples.
De forma tal que el
sensacionalismo mediático y los sesgos de muchos psiquiatras y psicólogos, hicieron
aparecer repentinamente una enorme cantidad de casos de personalidades
múltiples que, en realidad, no surgían como formas de disociación frente a
eventos traumáticos. Es difícil precisar cuántos de los casos actuales son
realmente disociativos, y cuántos han surgido como consecuencia de la
influencia mediática y la mala praxis de psiquiatras y psicólogos, pero el
aumento repentino de casos desde que todas esas películas se hicieron popular,
permite suponer que la mayoría de los casos no tienen que ver con la
disociación.
Con todo, no te diría
que, antes de que aparecieran estas películas, el trastorno de identidad
disociativa no existía. Al menos en la civilización occidental cristiana,
siempre ha habido exorcismos y posesiones demoníacas. Comprendo que quedaras
aterrorizada cuando viste El exorcista. Algunas
de las cosas en esa peli, Belén, son puramente fantasiosas. Nadie tiene el
poder de hacer levitar una cama o de girar la cabeza completamente.
Pero, algunas otras
cosas que aparecen en la peli sí son reales. Desde los propios tiempos de
Jesús, ha habido individuos con conductas muy extrañas. Estos individuos pueden
asumir otra personalidad, y hacer cosas muy profanas. Lamentablemente, en aquellos
tiempos, no había psiquiatras, y la forma más común de explicar estas
misteriosas conductas, era asumir que se trataba de un demonio que poseía el
cuerpo. Para intentar curarlos, se les hacía exorcismos o, sencillamente, se
les llevaba a la hoguera.
Quizás estos
individuos asumían esas personalidades alternas como una forma de disociación.
Ten en cuenta que la mayoría de los poseídos venían de castas sociales bajas, y
eso los hacía más vulnerables a abusos y experiencias traumáticas. Pero, es
posible que ya desde los tiempos de Jesús, ocurriera algo parecido a lo que
sucedía con las pelis sobre personalidades múltiples. Por supuesto, en aquella
época, no había cine ni psiquiatras empleando la hipnosis. Pero, ante la
expectativa social de que los demonios se apoderan de la gente, una persona
vulnerable podría ser sugestionada a creer que ella misma está poseída, y
asumir una personalidad demoníaca alterna.
En fin, Belén,
nuestra sociedad debe educar a la gente, para que se entienda que la posesión
demoníaca no existe realmente. A medida que eso se logre, verás a menos
personas asumir el rol de Belcebú, Lucifer, o cualquier otro diablillo que
grita profanidades. Pero, nuestra sociedad también debe educar a las personas
para hacerles entender que, si bien el trastorno de identidad disociativa es
real, puede ser inducido por los medios y por la propia influencia de los
psiquiatras y psicólogos.
En aquellos casos
reales de trastorno de identidad disociativa, los terapeutas tienen varias
alternativas. Pueden gradualmente tratar de acceder a la experiencia traumática
inicial y confrontarla (pero recuerda, con esto se debe tener mucho cuidado,
pues siempre hay el riesgo de inducir recuerdos falsos). Pero, lo
verdaderamente importante es tratar de fusionar las distintas personalidades en
una sola. No se trata de hacer desaparecer las nuevas personalidades, sino más
bien de recuperar algunos aspectos de esas personalidades, e incorporarlos a la
personalidad original.
Estuvo bien ir con mi
amigo a rezar el rosario, pero para una futura ocasión, yo preferiría probar algo
distinto. Mustafá, mi amigo turco, me ha invitado a bailar como los derviches,
dando vueltas sobre un eje. Yo he aceptado. Mustafá dice que con ese baile, él llega
a contemplar la presencia divina. Yo me conformaré con olvidarme por un rato de
las deudas que tengo que pagar y de las obligaciones de mi trabajo. ¿Te animas
a venir al baile? Se despide, tu amigo Gabriel.
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