A mi juicio, el conductismo es una
de las teorías psicológicas más razonables, y con más respaldo empírico, de
cuantas existen. Lamentablemente, Freud y los psicoanalistas siempre serán cool en la cultura pop, mientras que Pavlov, Skinner o Watson, siempre serán los malos
de la película. Y, cuando digo que esos grandes psicólogos conductistas serán
los malos de la película, quiero decirlo literalmente. Pues, en efecto, hay en
Hollywood una tendencia a satanizar al conductismo.
El candidato de Manchuria (o El mensajero del miedo, como se tradujo
inicialmente), la clásica película de John Frankenheimer, es una de esas
satanizaciones del conductismo. En ese film emblemático de la Guerra Fría, los
chinos y los soviéticos unen esfuerzos, y toman prisioneros a unos soldados
americanos durante la guerra de Corea, para hacer un perverso experimento. Durante
el cautiverio, a los soldados les lavan el cerebro. Nunca se explica
exactamente cómo ocurre tal cosa, pero varios de los científicos encargados del
experimento pertenecen a un tal “Instituto Pavlov” en Rusia. Presumiblemente, a
los soldados los entrenan con el mismo condicionamiento que Pavlov usaba para
hacer salivar a su perro.
En
fin, el lavado de cerebro consiste en hacer que uno de esos soldados se convierta
en un asesino autómata que cumpla órdenes sin rechistar, y cuando mate, no
conserve ningún recuerdo. Desde El
gabinete del doctor Caligari, el cine ha tenido la fantasía de que es posible
controlar la mente de otras personas, aún contra su voluntad, a través de la
hipnosis, o a través de los condicionamientos propios del conductismo.
En
el contexto de la guerra en Corea, este temor se exacerbó. Los chinos
ciertamente no escondieron sus programas de “reforma de pensamiento”, en los
cuales los disidentes eran enviados a campos de concentración para ser
adoctrinados. Y, cuando algunos soldados norteamericanos capturados en Corea
repentinamente empezaron a hacer proclamas comunistas, en EE.UU. creció la idea
paranoica de que, en efecto, es posible convertir a una persona normal, en algo
así como un zombi que cumple órdenes sin rechistar.
Pero,
a pesar de que en aquel momento algunos psicólogos serios sí consideraron la posibilidad
del lavado de cerebros, la mayoría de los psicólogos desde un principio
advirtieron que tal cosa no es posible. No se puede modificar la conducta de
nadie tan repentina y drásticamente. No hay forma posible de condicionar a
alguien, de forma tal que se convierta en un asesino que obedece órdenes al pie
de la letra, sin luego recordar nada.
Por
ello, El candidato de Manchuria ha
hecho mucho daño a la psicología, pues ha divulgado el mito de que es posible
crear autómatas como el retratado en la película. Con todo, eso no implica que
la película no tenga méritos. A su manera, la película se encarga también de retratar
la corrupción en la sociedad norteamericana.
El candidato de Manchuria es ciertamente propaganda
anticomunista, al representar a los chinos, norcoreanos y soviéticos como
monstruos que se valen del conductismo para conquistar el mundo. Pero, Frankenheimer
no se conformó con tragarse por completo el maniqueísmo de la Guerra Fría. En
su película, los rusos son malos, pero los americanos también lo son. En la
trama, los chinos y soviéticos usan a un populista norteamericano fanáticamente
anticomunista (una clara alusión al desgraciado Joseph MacCarthy) como títere
para apoderarse de EE.UU. Este giro, por supuesto, eleva aún más la
conspiranoia, pues deja entrever que los comunistas buscan dominar
infiltrándose entre los anticomunistas. Y así, como sólo la mente brutalmente
conspiranoica puede hacerlo, se termina defendiendo la idea de que un senador
como Joseph MacCarthy (quien acusa a todo el mundo de ser comunista), ¡es en sí
mismo un títere del comunismo!
Irónicamente,
años después del estreno de El candidato
de Manchuria, se supo que la CIA organizó un programa para generar asesinos
autómatas, ya no meramente con técnicas conductistas, sino también con drogas
como el LSD. Ese programa, conocido como el MK-Ultra, no dio ningún resultado.
Los psicólogos nos siguen asegurando que el lavado de cerebro, al menos como lo
pretendían los chinos y la CIA, no existe. Pero, eso no ha impedido que los
conspiranoicos norteamericanos se empeñen en decir que, cuando ocurre alguna matanza
bizarra (¡y vaya que ha habido muchas en EE.UU. recientemente!), se trata de un
MK-Ultra actuando bajo las órdenes de quienes le lavaron el cerebro.
En
2004, se estrenó un remake de El
candidato de Manchuria, dirigido por Jonathan Demme. En esta versión, el
lavado de cerebros ocurre, no a través del conductismo, sino mediante la
instalación de chips nanotecnológicos en los cerebros de las víctimas que se
convierten en autómatas. Esto es claramente ciencia ficción. Pero, precisamente
por presentarlo como ciencia ficción, el remake es más leal a la ciencia. Pues,
si acaso el lavado de cerebros llegare a ser posible en el futuro, será con
tecnología que aún no existe, y no con los principios rutinarios del
conductismo que, dicho sea de paso, se usan diariamente en todos los colegios
del mundo.
El
remake es también oportuno, pues el colapso del bloque soviético no significó
que EE.UU. estuviese completamente a salvo de influencias externas en su vida
política. En el remake, ya no son los comunistas, sino las grandes
corporaciones, las que pretenden apoderarse del gobierno norteamericano, a
través de un político títere con el cerebro lavado. En la Guerra Fría, los
comunistas nunca controlaron a ningún presidente norteamericano; en cambio, en
la era posterior al colapso soviético, las corporaciones sí han logrado ejercer
bastante influencia sobre los presidentes norteamericanos.
Pero,
irónicamente, con Donald Trump, quizás ahora ya no sean las corporaciones, sino
los propios rusos, los que logren instalar un candidato de Manchuria en EE.UU.
Lo que los soviéticos no lograron hacer en la Guerra Fría, quizás ahora Putin
sí se acerque a lograrlo. Ya desde los días de su campaña electoral, se acusaba
a Trump de ser un “candidato de Manchuria”, no en el sentido de que le han
lavado el cerebro, pero sí en el sentido de que, inadvertidamente, es un títere
de un poder extranjero. No conviene tomarse muy en serio esta conspiranoia,
pero según parece, sí es un hecho que los rusos metieron sus narices en el
triunfo electoral de Trump. Después de todo, El candidato de Manchuria hizo predicciones absurdas en asuntos
psicológicos, pero no tan absurdas en asuntos políticos.
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