El
relato sobre la bendición que Jacob roba a Esaú siempre me ha resultado
intrigante. El viejo Isaac está moribundo, y se dispone a bendecir a su hijo
predilecto, Esaú, el velloso. Con la ayuda de su madre, Jacob (el hermano de
Esaú), se viste con el vellón de unos corderos, y así, engaña a su padre, pues
cuando Isaac toca a Jacob, cree que es Esaú. Así, inadvertidamente, Isaac
bendice a Jacob. Luego el propio Isaac se da cuenta de que ha sido engañado,
pero dice que ya ha concedido su bendición, y no hay marcha atrás.
¿No pudo el viejo Isaac bendecir a
los dos hijos, y se acababa el problema? Si tanto prefería a Esaú, ¿no pudo
sencillamente haber derogado su anterior bendición, y haberla concedido a
Jacob? A partir de todo esto, pareciera que esta bendición funciona como un
acto mágico: las palabras tienen poder, y una vez que se pronuncian, manipulan
directamente la realidad, y sus efectos ya no son derogables. La bendición de
Isaac no es un mero acto simbólico. Si así habría sido, Isaac sencillamente hubiera
corregido su error anterior. Antes bien, la bendición de Isaac es como una
suerte de hechizo. Es como si sus palabras tuvieran una propiedad mágica que da
fortuna a quien las reciba, independientemente de quién se trate. Ha de
admitirse que el texto bíblico advierte que la bendición no consiste sólo en
pronunciar palabras, sino también en conceder beneficios económicos y
políticos. Pero, aun así, Isaac se rehúsa a dar la bendición a Esaú.
A inicios del siglo XX, el gran
antropólogo Sir James George Frazer trató de establecer una distinción nítida
entre la magia y la religión: la primera busca manipular directa e
instantáneamente la realidad (y para ello acude a fórmulas rituales que reposan
sobre un entendimiento erróneo de la causalidad), mientras que la segunda
consiste más bien en una súplica a los dioses para que actúen a favor de los
suplicantes.
La obra de Frazer es sumamente
estimable, pero me parece que su nítida distinción no es acorde a la realidad.
Muchas religiones están impregnadas de conceptos mágicos. La historia de la
bendición de Isaac (común tanto al judaísmo como al cristianismo) tiene un
claro componente mágico. En la medida en que Isaac hizo el ritual adecuado,
Jacob se impregnó de una misteriosa propiedad que lo beneficiaría (a pesar de
que se invoca a Dios en la bendición).
Frazer opinaba que la magia y la
religión son etapas embrionarias de la ciencia. Su expectativa, como la de los
positivistas, era que eventualmente la magia y la religión desaparecieran, pues
eran sencillamente intentos errados por desear controlar el mundo. Yo comparto
la opinión de Frazer: me parece que la magia es una suerte de delirio: el mago
se empeña, en contra de la más elemental evidencia, de postular relaciones
causales que sencillamente no existen. Asimismo, me parece muy inverosímil la
existencia de dioses o fuerzas sobrenaturales.
Pero, con todo, yo pido la bendición
a mis padres diariamente. Cuando la gente me observa realizar este ritual,
frecuentemente me pregunta: “¿si eres ateo, ¿por qué pides la bendición?”. La
pregunta tiene mucho sentido: si yo no creo en poderes sobrenaturales, ¿por qué
solicitar que mis padres derramen sobre mí tal poder, de la misma forma en que
Isaac lo hizo sobre Jacob?
La respuesta es muy sencilla: cuando
pido la bendición, sencillamente acudo a un gesto simbólico, no a un ritual de
magia. En América Latina, es una muestra de cariño y respeto pedir bendición a
los familiares mayores. Pero, a diferencia de Isaac, si mis padres
inadvertidamente conceden esa bendición a un extraño, no será irreversible.
Cuando mis padres me bendicen, sencillamente están expresando su amor hacia mí:
no están derramando ninguna propiedad mágica intrínseca. Bendecir a otro será
como dirigirle la palabra a otro por error, nada más.
Ahora bien, si el acto de pedir y
ofrecer la bendición es (al menos en mi caso) estrictamente simbólico, ¿acaso
no podría ser la magia también un proceder simbólico que no necesariamente
busca manipular directamente la realidad mediante una confusión de causas y efectos?
El antropólogo Stanley Tambiah ha
defendido esta postura. Allí donde Frazer veía a la magia como un intento
fallido por transformar directamente el mundo, Tambiah ve la magia más bien
como un despliegue de símbolos que sencillamente busca enunciar mensajes. Para
Frazer, la magia es un intento fallido de ciencia. En cambio, para Tambiah, la
magia no es comparable con la ciencia, sino más bien con la retórica. Un ritual
mágico (como pedir la bendición) no busca propiamente ser eficaz en su
manipulación de la realidad, sino sencillamente comunicar algo con gestos no
verbales.
Frazer opinaba que la magia funciona
sobre la base de dos principios: la homeopatía y el contacto. El primer
principio supone que las cosas que se parecen tienen una estrecha relación
entre sí. Así, se puede perjudicar a una persona manipulando una figurilla que
la represente, o con su nombre escrito sobre un papel. El segundo principio
supone que las cosas que estuvieron en contacto, también guardan una estrecha
relación entre sí. Así, se puede perjudicar a una persona destruyendo alguna de
sus pertenencias abandonadas. Frazer insistía en que estos rituales son un
intento fallido por manipular directamente la realidad.
Tambiah, en cambio, opina que aun
los principios de homeopatía y contacto tienen una función principalmente
retórica. Por ejemplo, al quemar la figurilla de una persona, se está empleando
una metáfora que expresa el odio por esa persona, y no se está buscando
propiamente la destrucción directa de esa persona por media de esa acción.
Del mismo modo, al quemar la pertenencia de una persona, se emplea una
metonimia (el tropo mediante el cual se hace referencia a un elemento, mediante la mención de algún elemento relacionado): así como hablamos de ‘la corona’, para referirnos al rey, podemos
quemar una corona para expresar nuestro odio por el monarca, comprendiendo
perfectamente bien que ese gesto no tendrá una consecuencia inmediata sobre la
fortuna del rey.
Si la tesis de Tambiah es correcta, entonces la magia no es tan
irracional como supuso Frazer. Creo que el aporte de Tambiah ha sido oportuno
para moderar el abuso en el que pudo haber incurrido Frazer. Este gran
antropólogo procedía de un contexto imperialista, demasiado presto a colocar en
posición de inferioridad intelectual a los pueblos no occidentales. Tambiah ha
ofrecido una palabra de advertencia: antes de apresurarnos a juzgar como
irracional una acción, debemos indagar más al respecto, pues quizás al
descubrir mejor el contexto en el cual se realiza esa acción, comprenderemos
que en realidad tal acción no es irracional.
Tambiah hace algo parecido a lo que hacía el filósofo John Austin
respecto a las palabras. Antes de apresurarnos a declarar como ‘falsas’ o
‘verdaderas’ algunas proposiciones, debemos advertir que, dependiendo de cómo
se usen esas palabras en su contexto, quizás no persigan la función de enunciar
algo sobre el mundo, sino más bien buscan transformarlo directamente.
La interpretación de Tambiah salvaguardaría a los ateos que piden la
bendición a sus padres: no se trata de un acto mágico de manipulación directa
de la realidad, sino de un acto simbólico. Con todo, me parece que la misma
interpretación de Tambiah también se presta a abusos. Así como Frazer no tuvo
la capacidad de apreciar el despliegue simbólico de algunos ritos, existe
también el peligro de conceder demasiado espacio a lo simbólico, y pasar por
alto la pretensión de eficacia de manipulación directa de muchos ritos.
Los católicos convencionales no estarán dispuestos a admitir que la
consagración de la hostia es un mero acto simbólico. Antes bien, estiman que,
en función de dogma de la transustanciación, las palabras del cura
‘mágicamente’ (a pesar de que los católicos seguramente no aceptarán esta
palabra) transforma un pedazo de pan en el creador omnipotente del universo.
Del mismo modo, me parece que la mayoría de los hechizos mágicos buscan
manipular directamente la realidad, y no limitarse a ser meros actos
simbólicos. Por ello, estimo, la teoría de Frazer se ajusta a un mayor número
de casos, que la teoría de Tambiah.
Así como Frazer estuvo inmerso en un contexto imperialista, y por ello estaba
demasiado dispuesto a colocar en posición de inferioridad intelectual a los no
occidentales, hoy los antropólogos están en un contexto post-colonialista, y
por ello están dispuestos a salvaguardar a toda costa a los no occidentales.
Frente a tantas prácticas y creencias irracionales, hoy los antropólogos hacen
malabares interpretativos para convencer a la gente de que, en realidad, todas
estas prácticas y creencias son gestos simbólicos.
Con estos malabares interpretativos, muchos de estos antropólogos
terminan proyectando sus propias ideas sobre los pueblos nativos, muchos de los
cuales no están dispuestos a admitir que sus acciones no persiguen una eficacia
causal directa. Creo que, muy difícilmente, el practicante de la religión vudú
opinará que su práctica de insertar alfileres sobre muñequitos es apenas un
recurso retórico para expresar odio a los enemigos. El practicante del vudú
pretende algo más, y claramente conduce su acción por un entendimiento erróneo
de la causalidad. Enfoques simbolistas como el de Tambiah pueden ajustarse al
caso de un ateo que pide la bendición a sus padres, pero me temo que, para la
mayoría de rituales mágicos, las teorías de Frazer siguen siendo las más
acertadas.
Si eres ateo
ResponderEliminar¡para que te ocupas de las cosas de Dios!
Si que eres contradictorio
Si obedeces la ley, ¿para qué te ocupas del crimen? Si eres adulto, ¿para qué te ocupas de los niños? Si eres ser humano, ¿para qué te ocupas de los animales?
EliminarSi te pide la bendición un hijo tuyo, sobrino, nieto, etc. ¿la respondes como acto simbólico? ¿cambias la oración "Dios te bendiga" por alguna otra? ¿le enseñas a no pedir la bendición por tu capacidad de influir como pariente que está más alto en el árbol genealógico? ¿Le explicas otra forma en la que puedes trasmitir sus buenos deseos, si es así, lo enseñarás a que lo hagan diariamente cuando se encuentren y despidan o en casos que se amerite?
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