Los izquierdistas latinoamericanos tienen una relación
ambigua con Bartolomé De Las Casas. Por una parte, le reprochan severamente la
promoción de la esclavitud africana, como alternativa a la esclavitud indígena.
En esto, por supuesto, acompaño a los izquierdistas latinoamericanos.
Pero, al
mismo tiempo, los izquierdistas latinoamericanos celebran la defensa enérgica que
Bartolomé De Las Casas hizo de los indígenas. Yo, de nuevo, acompaño a los
izquierdistas latinoamericanos en este juicio, pero no sin reservas.
Ciertamente De Las Casas denunció enérgicamente los abusos de los
conquistadores. Pero, hoy los historiadores sospechan que, en el texto en el cual
expuso esa denuncia, hubo mucha exageración. Eventualmente, ese texto sirvió
para que las potencias rivales de España, fundamentalmente Holanda e Inglaterra,
lanzaran una campaña propagandística de desprestigio en contra de los
españoles. Quizás inadvertidamente, De Las Casas fue el artífice de la llamada ‘leyenda
negra’ que hoy entorpece la objetividad histórica a la hora de evaluar
objetivamente la conquista española.
En 1550,
el rey de España, Carlos V, escuchó a varios misioneros que se quejaban del
trato brutal que se les estaba ofreciendo a los indígenas americanos durante la
conquista. Así, convocó un debate en la ciudad de Valladolid, para discutir si
la conquista de América era legítima, y si había justificación en la
esclavización de los indígenas.
En aquel
debate hubo dos posturas. La primera, defendida por Ginés de Sepúlveda,
sostenía que, tal como enseñaba Aristóteles, hay esclavos naturales, y en
función de ello, los españoles tenían pleno derecho a esclavizar a los
indígenas, pues incluso era dudoso que tuvieran alma. Además, sostenía
Sepúlveda, los indígenas practican abominaciones como la idolatría y la
sodomía, y esto justifica la intervención militar, a fin de divulgar la
religión cristiana.
La
segunda postura, defendida por De Las Casas, postulaba que los indígenas sí
tienen alma y no son esclavos naturales. Y, además, no hay justificación en
divulgar el mensaje cristiano por la fuerza. De hecho, advertía De Las Casas:
será contraproducente, pues al forzar la conversión, pronto los indígenas
abandonarían la religión cristiana.
Cualquier
persona sensata, por supuesto, aceptaría la postura de De Las Casas. Pero, en
aquel debate, hubo gente que le planteó a De Las Casas lo siguiente: es sabido
que los indígenas practican el sacrifico humano. ¿No estaría acaso justificada
una intervención militar para salvar a esas víctimas? Unos años antes, otro
gran jurista español, Francisco de Vitoria, también había cuestionado la
legitimidad de la conquista española. Como De Las Casas, Vitoria había
sostenido que no es legítimo lanzar una guerra con el mero propósito de
expandir un mensaje religioso. Pero, Vitoria sí dejaba la puerta abierta para
lo siguiente: si en otro país, ocurren violaciones del derecho natural, como el
canibalismo o el sacrificio humano, entonces sí hay licitud en una intervención
militar para rescatar a las víctimas de esos crímenes.
De Las
Casas, por su parte, insistía en la ilegitimidad de la conquista, aun frente al
sacrificio humano de los aztecas. De Las Casas consideraba que una intervención
militar probablemente generaría más muertes de las que se generan con el
sacrificio humano. Y así, en función de la proporcionalidad, no habría
justificación en la intervención.
Nuevamente,
el argumento de De Las Casas me parece muy razonable. Un criterio fundamental
en la doctrina de la guerra justa es precisamente la proporcionalidad. Por eso,
las llamadas ‘intervenciones humanitarias’ (intervenciones militares para
salvar a víctimas de crímenes en otros países) deben ser manejadas con suma
cautela. Pero, eso no implica que las intervenciones humanitarias sean
intrínsecamente ilegítimas: todo es cuestión de calcular el número previsto e bajas, y en función de eso, juzgar la
proporcionalidad.
Pero,
lamentablemente, De Las Casas no se detiene ahí. Su alegato en contra de una
intervención armada española para detener el sacrificio humano no se limita al
muy legítimo asunto de la proporcionalidad; desafortunadamente, De Las Casas
termina invocando también un relativismo cultural para excusar el sacrificio
humano.
De Las
Casas sostiene que todas las religiones hacen ofrendas a sus dioses. Abraham
buscó ofrecer a Isaac, Cristo se entregó en sacrificio a la humanidad. Pues
bien, ¿por qué los aztecas no pueden sacrificar seres humanos en sus altares? Y,
así, termina defendiendo la idea de que el sacrificio humano no es contrario a
la ley natural. De hecho, el sacrificio forma parte del derecho natural, pues
todas las religiones incorporan alguna forma de ofrenda. En cambio, la ley
positiva decide qué sacrificar. Y así, al sacrificar a seres humanos, se
estaría violando la ley positiva de algunos países, pero no la ley natural.
Con
esto, De Las Casas inaugura una atroz tradición de relativismo cultural, de la
cual hoy se valen los indigenistas latinoamericanos para defender las barbaries
de los pueblos precolombinos. De Las Casas buscó excusar el sacrificio humano
entre los aztecas, y con esto, abrió una caja de Pandora. Pues, siguiendo al
apóstol de Chiapas, hoy una legión de indigenistas insiste en la idea de que
cada cultura tiene sus propias leyes, y que ni siquiera frente al sacrificio
humano, estamos en posición legítima de criticar las prácticas de otros
pueblos.
Pero, el
peligro no está sólo en justificar las barbaridades de los pueblos
precolombinos (después de todo, ya estas barbaridades dejaron de ocurrir hace
cinco siglos). El peligro del razonamiento de De Las Casas está en que, con su
relativismo cultural, hoy sirve como bandera para oponerse a cualquier
intervención humanitaria en el mundo. El razonamiento de De Las Casas puede
fácilmente conducirnos a la idea de que las potencias europeas y EE.UU.
hicieron bien en no intervenir militarmente para detener el genocidio de Rwanda
en 1994. De Las Casas es precursor de la idea pacifista de que las
intervenciones humanitarias nunca están justificadas, y para ello, invoca un
criterio muy cercano al relativismo cultural. Al final, mentalidades como la de
De Las Casas, terminan siendo sumamente peligrosas, pues con su filosofía de “vivir
y dejar vivir”, terminan siendo cómplices indirectos de las más brutales
violaciones de los derechos humanos.
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