Por
alguna misteriosa razón, en América Latina, los promotores de la diversidad
cultural prefieren hablar de ‘interculturalidad’, en vez de multiculturalismo
(como sí se hace en el resto de los países cuyas lenguas derivan del latín).
Sospecho que, en parte, esto es debido a la obsesión de muchos autores
latinoamericanos de producir algo ‘nuevo’ a fin de evitar repetir patrones
culturales imperialistas, y así, rechazan el término que más frecuentemente se
usa. Pero, en fin, podemos admitir que, básicamente, ‘interculturalidad’ y ‘multiculturalismo’
son sinónimos.
El
multiculturalismo es hoy una doctrina de vanguardia. Es cool ser multiculturalista. Las imágenes son evocadoras: niños
blancos, negros, rojos y amarillos, se agarran de la mano y cantan We are the World. En una fiesta se oye
música de Senegal, Turquía y Bolivia. En el centro comercial, se come sushi y hallacas. En el cine, se exhiben películas de Hollywood y
Bollywood. Se aprende en cursos de historia sobre Julio César, y también sobre
Shaka Zulu. Todo es un gran arco iris, hay paz mundial.
Esta
visión rosa e infantil de la diversidad cultural ha sido genialmente
ridiculizada por el sociólogo norteamericano Stanley Fish, como el ‘multiculturalismo
de boutique’. Se trata de la versión light
del multiculturalismo. Es la promoción de la diversidad cultural en
aspectos comparativamente superficiales, tales como la vestimenta, la comida o
la música. Es la diversidad exhibida en una vitrina en un centro comercial,
pero no la diversidad del día a día en cada una de las culturas de origen. Es
deleitarse con las fragancias étnicas oriundas de un mercado en Bombai que son
extrapoladas a la boutique en Manhattan, pero hacerse la vista gorda frente al
terrible sistema de castas hindú que probablemente yace tras la producción de
la fragancia exhibida en la boutique.
A este ‘multiculturalismo
de boutique’, Fish opone un ‘multiculturalismo fuerte’, aquel que sí asume con
mayor compromiso la promoción de diversidad en aspectos mucho más constitutivos
de la cultura: el trato a las minorías, los sistemas de matrimonio y
parentesco, su organización del conocimiento, sus posturas ante la sexualidad,
sus sistemas jurídicos, sus creencias religiosas, etc. El ‘multiculturalista
fuerte’ no se conforma con que en un centro comercial, algún músico use un
turbante y toque un tamborcito pintoresco. El multiculturalista fuerte quiere
algo más: shariah en barrios
musulmanes, privilegios para los indígenas, promoción de leyes contra la
blasfemia religiosa, enseñanza de medicina ayurvédica en las facultades de
medicina, etc.
El
multiculturalista de boutique se deleita con la fragancia étnica, pero no
alcanza a oler toda la podredumbre que suele haber en las culturas que producen
esas fragancias. Él está contento de que haya restaurantes que vendan pollo al
curry, pero ni por asomo quiere que su ciudad occidental tenga los niveles de suciedad
que hay en Calcuta. El mutliculturalista de boutique quiere pasear por la
diversidad cultural, pero sólo por un ratico. Su actitud es parecida a la de
los amantes de los animales: es muy divertido ir al zoológico un día y
acariciar a los animales, pero ni por asomo quisiera tener un chigüire en su
casa, cagando a diestra y siniestra.
Veo esto
muy de cerca en el estado Zulia en Venezuela. Hay en esta región un grupo
étnico indígena, los wayúu. Virtualmente todos los gobiernos de esta región se
impregnan de la retórica multicultural, y exhortan a preservar la identidad
cultural wayúu. Así, se hacen campañas para alentar a las mujeres a llevar unas
mantas coloridas muy bellas (que, en realidad, son de origen hispano-árabe), se
abren restaurantes que sirven ovejo en coco (una delicia típica de este
pueblo), se exhorta a los ancianos a contra sus mitos, se incentiva que los
adolescentes bailen la yomna.
Pero,
sería terriblemente ingenuo suponer que la cultura wayúu es solo bailes,
música, comida y trajes típicos. Los wayúu tienen un violento sistema judicial
que prescinde del debido proceso y el respeto a la responsabilidad
individualísima (un hombre debe pagar por algún crimen cometido por su hermano,
por ejemplo), y consiste básicamente en la venganza de sangre. Los wayúu, como
muchos otros pueblos tribales, conceden gran importancia a las relaciones de
parentesco, y cuando algún wayúu es electo a algún cargo público, tiene la gran
presión cultural de incurrir en nepotismo y favorecer a sus parientes.
Los
wayúu encierran a las niñas que por primera vez reciben la menstruación, y las
obligan a aprender oficios caseros, en clara preparación para una postura
sumisa frente a los hombres dominantes. Los wayúu creen que los sueños son reflejos
de eventos reales, y exigen compensación a personajes que aparezcan en sus sueños
haciendo daño.
Frente a
todo esto, el multiculturalista de boutique toma distancia. Es muy hermoso ver
a una niña wayúu bailar la yomna,
pero ya no es tan sublime saber que a esa misma niña wayúu la encierran en una
casa cuando recibe su primera menstruación. El multiculturalista de boutique
selecciona con pinzas aquello que le gusta de la diversidad cultural, y coloca
debajo de la alfombra aquello que le desagrada.
En el
fondo, por supuesto, es preferible el multiculturalismo de boutique que el
multiculturalismo de verdad. Yo quedo complacido cuando el multiculturalista de
boutique siente perturbación ante la ablación del clítoris. Y, por ello, me
parece sumamente saludable deleitarse con la diversidad cultural en la música,
la gastronomía y la danza, y a la vez dejar por fuera las prácticas y creencias
objetables de tantas culturas.
Pero, asimismo,
exijo mayor sinceridad. No nos rasguemos las vestiduras alegando ser defensores
comprometidos de la diversidad cultural, cuando en realidad, buscamos colocarle
límites. Comprendamos que la cultura es mucho más que folklore pintoresco. Es,
más bien, como sostuvo ya en el siglo XIX el antropólogo Edward B. Tylor, “todo
lo que el hombre hace”. Pues bien, el hombre hace cosas buenas y cosas malas.
Por ende, sólo podemos aceptar algunas cosas de la diversidad cultural.
No tengo objeción
al multiculturalista de boutique (pues, yo mismo soy uno de ésos, en tanto me
deleito con las fragancias, los trajes, los bailes y las comidas étnicas).
Pero, sí tengo objeción al multiculturalista de boutique que no se reconoce como tal. Por ello, lo
objetable del multiculturalista de boutique no es propiamente su actitud frente
a la diversidad, sino su hipocresía. Muy rara vez, los multiculturalistas de
boutique están dispuestos a admitir que su valoración de la diversidad cultural
es superficial, y que en los aspectos verdaderamente relevantes, están muy
lejos del multiculturalismo. Es hora de sincerarnos.
Un apunte: En Antropología el multiculturalismo y la interculturalidad no se estudian como doctrina sino como paradigma o modelo descriptivo. Aquí un ejemplo: http://www.united-church.ca/files/intercultural/multicultural-crosscultural-intercultural.pdf
ResponderEliminarHola Eva, hay de todo en antropología. Hay departamentos de antropología que se limitan al relativismo descriptivo (el cual es perfectamente aceptable, tal como digo en mi libro sobre el posmodernismo). Pero, hay otros departamentos (sobre todo en América Latina) que confunden ese multiculturalismo con el activismo político, y no sólo se limitan a describir, sino también, a promover que se mantengan intactas las diferencias culturales, todo en nombre de la diversidad. El comentarista Kenan Malik hace una distinción relevante entre dos significados de 'multiculturalismo': 1) como una experiencia vivida; 2) como un programa político. Lo primero es aceptable, lo segundo no, a no ser que sea, como digo en el blog, un mero multiculturalismo de boutique.
Eliminar¡Buen post! Quisiera saber, si es que no es mucha molestia, si Stanley Fish habla sobre el multiculturalismo de boutique en algún libro y, de ser así, en cuál. Gracias
ResponderEliminarFish escribió un ensayo famoso, "Boutique multiculturalism" hace varias décadas. Ese ensayo, junto a otros, está recogido en el libro "The Trouble with Principle", de 1999. Que yo sepa, no hay traducción al castellano.
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