Es común
atribuir a George W. Bush el abuso de la doctrina de la doctrina de la ‘guerra
preventiva’. Bajo el razonamiento de Bush, aun si Irak no había tomado los
pasos para lanzar un ataque nuclear en contra de EE.UU., el hecho de que
poseyera armas de destrucción masiva constituía una amenaza a la seguridad
norteamericana, y como cautela preventiva, era necesario acabar con el régimen
de Saddam Hussein. O, igualmente, aun si un individuo no ha participado en una
conspiración terrorista, pero tiene el perfil para hacerlo en un futuro, la
llamada ‘Ley patriota’ permite apresar a este hipotético individuo, como medida
preventiva.
Justamente,
esta doctrina ha sido reprochada. Ya desde la ciencia ficción, había la
preocupación de que en el futuro pudiesen surgir regímenes policiales que apresaran
a individuos antes de cometer crímenes.
El informe de la minoría, de Phillip
K. Dick (y la versión cinematográfica de Steven Spielberg) hace esta alerta. Pero,
incluso, ya desde el siglo XVI, el gran filósofo de la guerra y jurista Francisco
de Vitoria, reprochaba como profundamente inmoral el atacar a un país como
medida preventiva para castigar una agresión que aún no se ha materializado.
Pero, no
debemos apresurarnos a la hora de reprochar a quien ataque primero como medida
preventiva. Si, como presumía Bush, se estipula un ataque preventivo para
neutralizar a quien, en un hipotético futuro, podría ser hostil, entonces no
hay justificación. Pero, si hay evidencia de que un enemigo planifica un ataque
inminente, entonces sí hay justificación para atacar, y así destruir la
capacidad que el enemigo tiene para hacer daño.
He ahí la
diferencia entre la guerra preventiva y la guerra preemptiva. No hay
justificación moral para atacar a un niño hijo de un delincuente, bajo la
suposición de que ese niño en un futuro también será delincuente; pero sí hay
la justificación moral para atacar a un delincuente que, con una máscara y una
pistola en mano, entra en un banco.
Los
juristas penalistas distinguen tres grados de delito: tentativa, frustración y
plena materialización. Si bien no hay una distinción clara entre la tentativa y
la frustración en muchísimos casos, básicamente ambos grados consisten en que
el delincuente, si bien no materializó el hecho punible, tomó todos los pasos para
hacerlo. Y, en las leyes penales de casi todos los países del mundo, se concede
poder a las autoridades para intervenir y frustrar hechos punibles antes de que
sean materializados.
Hugo Chávez,
por ejemplo, ha sido un feroz crítico de la política internacional de Bush. Pero,
el mismo Chávez en una ocasión puso en práctica una medida de ataque
preventivo. Supuestamente, en 2004 un comando de paramilitares colombianos
estaba congregado en una finca cerca de Caracas, planificando un golpe de
Estado. Chávez los apresó antes de que ellos materializaran el golpe de Estado.
Esta historia ha resultado muy escabrosa (yo dudo de su veracidad), pero aun en
el caso de que hubiera sido verdadera, habría sido un claro ejemplo de acción
no defensiva. Como he sostenido, los ataques no defensivos pueden ser ‘preventivos’
o ‘preemptivos’. La labor consiste en distinguir nítidamente entre unos y otros,
pues los primeros no tienen justificación moral, pero los segundos sí.
Todo
esto, por supuesto, son abstracciones teóricas, y pocos nos ayuda a decidir si
este o aquel ataque ha sido preemptivo. Es menester admitir que muchos de los
ataques que históricamente se han tratado de justificar como preemtpivos, en
realidad no han sido más que vulgares guerras de agresión sin posibilidad de
ser justificados. Pero, el hecho de que históricamente la doctrina del ataque
preemptivo se ha empleado con mucho cinismo, no implica que no haya casos en
los que, nítidamente, se busque neutralizar al enemigo frente a una amenaza
inminente.
Probablemente
el caso más emblemático de ataque preemptivo justo en épocas recientes es la
llamada ‘guerra de los seis días’ en 1967. Nasser, el carismático y populista líder
egipcio, empezó a agitar a su pueblo, para levantar la moral frente a un
eventual ataque contra Israel. Además, Nasser impuso un bloqueo naval a Israel
en el estrecho de Tirán, y removió las fuerzas de seguridad de las Naciones
Unidas de la Península del Sinaí, y junto a Siria, movilizó sus fuerzas
militares hacia la frontera con Israel. Y, la inteligencia israelí obtuvo
evidencia confiable de que Egipto, Siria y Jordania se preparaban para un
ataque inminente. En el medio de toda esta preparación, Israel tomó la
delantera y atacó con fuertes bombardeos que destruyeron buena parte del
arsenal militar egipcio, y procedió a invadir la península del Sinaí, la franja
de Gaza, Cisjordania y las colinas del Golán. Las fuerzas egipcias, jordanas y
sirias quedaron indefensas ante este ataque sorpresivo, y obviamente, abortaron
su plan de atacar Israel.
A pesar
de que eventualmente Israel devolvió la península del Sinaí, hasta el día de
hoy sigue manteniendo su ocupación sobre los otros territorios conquistados en
la guerra de 1967. Soy partidario, como la mayoría de quienes desean la paz en
el Medio Oriente, de que Israel debe desocupar esos territorios, reconocer al
Estado palestino, y restablecer sus límites fronterizos al estatuto que existía
antes de 1967. Pero, no estoy tan dispuesto a condenar el ataque preemptivo de
1967: Israel lo hizo ante una amenaza inminente.
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