Después de cinco siglos de saqueos, violaciones y
genocidios, es comprensible que hoy haya un enorme resentimiento en contra del
colonialismo, y personajes como Cristóbal Colón, Francisco Pizarro o Leopoldo
II de Bélgica sean duramente criticados. Pero, antaño, al narrar la historia
del colonialismo, se intentaba hacer una distinción entre aquellos que llegaron
a saquear y dominar con la espada, y aquellos que llegaron pacíficamente a predicar
los contenidos de un libro: los primeros merecen todo nuestro reproche, pero
los segundos guardan nuestra simpatía.
Por ejemplo, Diego
de Rivera pintó un célebre mural en el cual contrasta la actitud pacífica de Bartolomé
de las Casas con un crucifijo abrazando a las víctimas de la conquista, frente
a la actitud violenta de Hernán Cortés con la espada, matando a indígenas. El
mural de Rivera quizás es un poco ingenuo, pues los misioneros muchas veces
gozaban de la protección de los conquistadores e incluso llegaron a promover la
imposición de la religión cristiana por la vía violenta. Pero, no deja de ser
cierto que hubo muchas instancias en las cuales, la compasión misionera quiso
hacerle frente a la barbarie de los conquistadores.
Pero, en las
últimas décadas, la visión romántica de los misioneros en el colonialismo ha
sido vilipendiada por los críticos postcoloniales. A su juicio, los misioneros,
quizás sin percatarse de ello, prestaron un enorme servicio a la empresa de
dominio imperial. Con su mensaje religioso, los misioneros ofrecieron una justificación
ideológica para la expansión colonial de las potencias europeas. Los misioneros
fueron unos de los forjadores del mito de ‘la carga del hombre blanco’; a
saber, la idea de que los nativos están en un nivel inferior de desarrollo
moral y espiritual, y es urgente sacarlos de ese atraso, en virtud de lo cual
es necesaria la imposición del imperialismo occidental.
Y, el daño
ocasionado por los misioneros no sólo consistió en ofrecer justificación moral
para las conquistas coloniales. También sembró un complejo de inferioridad en
las poblaciones nativas, al insistir en que la religión nativa era ajena al
verdadero Dios, y que sólo podrían alcanzar la salvación aceptando el dominio
del hombre blanco. Y, por supuesto, erosionó las manifestaciones culturales
locales, al promover una masiva transculturación que deterioró significativamente
la diversidad cultural.
Esta antipatía
hacia los misioneros ha crecido hoy. Y, en muchos países del Tercer Mundo, han
sido expulsados, o al menos, sus actividades han sido severamente limitadas y
monitoreadas. En mi país, Venezuela, por ejemplo, el gobierno expulsó al grupo
misionero evangélico “Nuevas tribus” en el año 2005. Pero, es apenas uno entre
muchísimos casos. En casi ningún país musulmán se aceptan misioneros
cristianos. Y, en varios países del mundo, hay leyes que prohíben la conversión
religiosa.
Es hasta cierto
punto comprensible que, en muchos países que antaño fueron colonias, hoy
existan estas leyes. Durante la era del colonialismo, hubo conversiones
forzadas en varios grados (desde la llana amenaza, hasta una enorme presión para
asimilar el cristianismo como forma de escalada social). Y, naturalmente, para
evitar que estas conversiones forzadas ocurran, estas leyes buscan proteger a
las posibles víctimas.
El problema, no
obstante, es que así como en el pasado colonial hubo imposición de una
religión, en el presente postcolonial continúa esa imposición. Antaño, se
obligaba a la gente a convertirse al cristianismo. Hoy, se obliga a la gente a no convertirse al cristianismo. Ambas
situaciones, para un liberal (como yo), son lamentables. Los misioneros son
proselitistas. Se han planteado a sí mismos la misión de difundir sus creencias
y hacer que los demás las acepten. Si esto se logra cumpliendo algunos
requisitos fundamentales, un liberal no tendría nada que objetar.
El requisito
fundamental es, en primer lugar, que se utilice la persuasión, y no la
imposición. Es perfectamente natural (y sano) que, si una persona tiene una
convicción, intente que sus interlocutores la acepten. Esto es la base de toda
persuasión. Si una persona expone una creencia, sin elaborar el menor intento
por persuadir a los demás, entonces empieza a ser cuestionable que esa persona
realmente cree en lo que dice creer. No tiene sentido decir, “creo X, pero no
pretendo que los demás crean X”.
Contrario a los
misioneros de antaño, hoy hay muchos misioneros cristianos que, influidos por
el espíritu postcolonial, se ufanan de jamás haber promovido una conversión en
su trabajo con los indígenas. Esto raya en lo absurdo. ¿Para qué diablos existe
una misión, entonces? ¿Es motivo de auto-congratulación el haber sostenido por
años una creencia, sin haber persuadido a nadie de que la acepte?
La persuasión es
una actividad humana elemental, y ocurre a diario. Todos los días, la
publicidad trata de persuadirnos de que compremos este o aquel producto; el
médico trata de persuadirnos de que vivamos sanamente; el policía, antes de
reprimirnos, trata de convencernos de que obedezcamos la ley. ¿Por qué,
entonces, el misionero no puede intentar persuadirnos de que aceptemos su
religión?
Hay una profunda
hipocresía en todo esto. Tradicionalmente, nadie objeta el intento de
persuasión política. Cuando un miembro de un partido político reparte folletos
en un barrio mayormente poblado por simpatizantes de un partido adverso, esto
suele verse como un óptimo ejercicio de la democracia. Pero, cuando un
misionero reparte folletos frente a una mezquita o sinagoga, o cuando intenta
predicar a los indígenas, inmediatamente nos rasgamos las vestiduras. ¿Qué
tiene la persuasión religiosa que no tenga la persuasión política? Si de verdad
estamos dispuestos a valorar la libertad de expresión, estamos en la necesidad
de aceptar a los misioneros.
Al tratar de
persuadir a los demás de que se acepte una creencia, debe emplearse el más
elemental sentido de la lógica. Y, uno de los tres principios fundamentales de
la lógica expuestos por Aristóteles, es el principio de no contradicción: una
proposición y su contradictoria no pueden ambas ser verdaderas. En función de
ello, cuando un misionero predica su religión, está en la necesidad lógica de
postular que, así como sus creencias son verdaderas, las creencias
contradictorias a las suyas deben ser falsas. Y, por ello, es perfectamente
legítimo que un misionero diga a quien no comparte su religión: “estás
equivocado”.
Algunos críticos de
los misioneros, en continuidad con las teorías postmodernistas, llaman a esto
una ‘violencia epistémica’. Al proclamar que las creencias nativas son erróneas,
comete un acto de atropello. Esto, por supuesto, es una idiotez. Decir a otra
persona que está equivocada (aun si no lo está) no es ningún acto violento. Es
sencillamente una derivación de una operativa lógica elemental: si yo sostengo
creencia X, quien sostenga una creencia contradictoria con la mía, debe estar
equivocado. De nuevo, nadie objeta que un liberal diga a un conservador: “tu
ideología política es errónea”. ¿Por qué sí es objetable que un misionero
cristiano diga a un musulmán, “tu religión es errónea”?
Hay, por supuesto,
métodos misioneros cuestionables. Desde los sofistas, ha habido chantajes
retóricos, y los misioneros muchas veces han acudido a ellos. En vez de tratar
de argumentar que Dios es una sustancia en tres personas (si acaso se puede
argumentar tal cosa), muchos misioneros prefieren acudir a la imagen infernal,
y advertir que quien no crea en eso, arderá en las brasas. Hay falacias
argumentativas de todo tipo, y su uso es inmoral. Pero, insisto, no son los
misioneros los únicos en cometer esta falta moral. Plenitud de políticos usan
estas falacias a diario; e incluso, muchas veces nos amenazan que, si no
votamos por ellos, el país vivirá una gran catástrofe. De nuevo, entonces, ¿por
qué nos rasgamos las vestiduras por los métodos persuasivos de los misioneros, pero
somos mayormente indiferentes ante los métodos persuasivos de los políticos?
Los misioneros
chantajean de otras formas. Quien no vaya a misa, no recibe los beneficios
materiales de los cuales disponen los misioneros (muchas veces, grupos
misioneros rehúsan ayuda financiera a países no cristianos). Esto es obviamente
objetable; es una vulgar compra de consciencia religiosa. Pero, nuevamente, no
se critica con la misma intensidad cuando los políticos reparten becas y
beneficios sólo a aquellos que votan por ellos, y compran consciencias
políticas.
Las creencias de
los misioneros son casi todas irracionales. Pero, en una sociedad
verdaderamente libre y abierta, el más irracional tiene derecho a expresar sus
creencias. Cabe perfectamente acá la proclama de Voltaire: “no estaré de
acuerdo con lo que dices, pero lucharé hasta la muerte por tu derecho a decirlo”.
Por supuesto, el resto de la gente tiene también el derecho de no escuchar. No
tengo ni el tiempo ni las ganas de escuchar a un loco que, parado en una
esquina, anuncia la inminente llegada del apocalipsis; pero, sí me opondría a
que este loco sea removido de la esquina por el mero hecho de predicar sus
creencias religiosas, y tratar de persuadir a los demás de que las acepten.
Y, así como el
resto de la gente tiene el derecho a no escuchar, también tienen el derecho a
predicar creencias contrarias a las de los misioneros. Es por ello que, así
como no es objetable que un misionero vaya a una aldea indígena a divulgar sus
creencias, tampoco es objetable que un chamán indígena venga a la ciudad a
tratar de persuadir a los demás de que sus creencias son verdaderas. La clave,
por supuesto, está en el ejercicio de la persuasión. Cuando veo a un charlatán
en la televisión promoviendo homeopatía u otras medicinas alternativas, tengo
el deseo inmediato de que lo callen. Pero, inmediatamente vuelvo en mí, y
aprecio que la respuesta más liberal (y la más conveniente, tal como sostenía
J.S. Mill) no es mandarlo a callar, sino exponer argumentos que refuten las
tonterías que esa persona está defendiendo.
En la historia del
colonialismo, desgraciadamente hubo muchísimos misioneros que se valieron de la
espada para imponer su religión (aunque, un mínimo ejercicio de sensatez
histórica debería conducirnos a admitir que la expansión del cristianismo fue
muchísimo menos violenta que la expansión del Islam, por ejemplo). Ya en el
siglo XVI, Francisco de Vitoria advertía que no hay derecho a la guerra
religiosa, y por ende, no se puede usar la fuerza para imponer la religión; por
ello, Vitoria no aprobaba la conquista de América. Pero, el mismo Vitoria
advertía que si unos misioneros llegan pacíficamente a predicar y tratar de
persuadir, y el gobierno local no se los permite, entonces esto sí es una casus belli.
Quizás sea extremo
justificar una guerra por el mero hecho de que un país expulse a misioneros. Pero,
sí podemos sostener, junto a Vitoria, que los misioneros de cualquier religión
están en pleno derecho de predicar su sistema de creencias donde sea, y que no
es intrínsecamente inmoral tratar de persuadir a los demás de que las acepten. Esas
creencias seguramente son disparatadas, pero todos los seres humanos deben
tener derecho a ejercer la persuasión.
En Uganda los misioneros cristianos consiguieron 'persuadir' a personas hambrientas y sin ningún elemento de juicio o capacidad crítica para que promuevan una ley que impone la pena de muerte a los homosexuales.
ResponderEliminarHola David, supongo que en casos como ésos, sí habría que limitar a los misioneros. Pero, con todo, yo sigo estando un poco renuente. Yo valoro mucho la libertad de expresión. Y, como decía John Stuart Mill, sería mejor que esos misioneros digan sus barbaridades, y que otras personas las refuten. Si se manda a callar a esos misioneros, siempre quedará la sospecha de que aquello que proclamaban era interesante y valioso. En todo caso, la gente se opone a los misioneros, no tanto porque enseñen barbaridades como las que dices, sino por el simple hecho de que hacen perder a los indígenas su "cultura ancestral".
EliminarClaro, pero tú ya sabes que jamás atacaría nada, ni los misioneros ni ninguna otra cosa, desde el relativismo cultural.
EliminarAl respecto, te dejo con un post que me pareció interesante y traduje: http://de-avanzada.blogspot.com/2012/11/contra-los-misioneros.html
Un saludo,
-D