Todos sabemos cuál ha sido nuestra fecha de nacimiento,
pero no sabemos cuál será nuestra fecha de muerte. Del mismo modo, sabemos que
el universo se inició hace unos 13 mil millones de años, el planeta hace unos 4
mil millones de años, y la especie humana apareció hace unos 300 mil años;
pero, no sabemos bien cuánto más durará. Esa incertidumbre ha conducido a mucha
gente no muy cuerda a desarrollar una obsesión con el fin del mundo. Desde hace
dos mil años, en varios rincones del mundo judío, cristiano y musulmán, han
aparecido fanáticos que han anunciado fechas precisas para el gran evento
apocalíptico. No es necesario ser un superdotado para comprender que estos
fanáticos estuvieron llanamente equivocados: las fechas que ellos anunciaron
pasaron sin pena ni gloria, pues acá estamos todavía, vivos y coleando.
La
obsesión con el fin del mundo se remonta al siglo II antes de nuestra era.
Palestina había sido ocupada por invasores griegos, y los judíos de aquella
época lanzaron una sangrienta revuelta independentista. En medio de tanto
sufrimiento, los judíos inventaron la idea de que, aun si la revuelta no
parecía dar muchos frutos, Dios en algún momento intervendría en medio de
catástrofes para establecer un reino utópico en el cual el bien (según lo
entendían lo judíos) prevalecería, y los malvados serían castigados.
Siglo y
medio más tarde, los primeros cristianos asimilarían la misma idea. En medio de
la ocupación y persecución romana, algún cristiano primitivo compuso un libro
según el cual, en un futuro muy próximo, habría una terrible batalla cósmica
entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, y después de espeluznantes
catástrofes, Dios prevalecería para finalmente vencer a Satanás y sus secuaces,
y así establecer un reino eterno de felicidad. Ese libro es, por supuesto, el Apocalipsis (el cristianismo se lo
atribuye a Juan, el discípulo de Jesús, pero esto es muy dudoso).
El Apocalipsis es un libro sumamente
extraño (varios comentaristas sugieren incluso que su autor debió sufrir algún
trastorno mental, dado el contenido casi psicodélico de muchas de sus
imágenes), pero en general, es factible interpretarlo como una respuesta
comprensible frente a la persecución romana. El autor, imbuido de las ideas
apocalípticas que prosperaban desde hacía siglo y medio en el mundo judío,
compuso esta gran epopeya cósmica con el fin de alentar a los cristianos a
aguantar la persecución y no desesperarse, con la esperanza de que Dios
intervendría para redimir a los que ahora sufren, y castigar severamente a los
malvados. Así, el mundo vendría a su fin, y empezaría una nueva etapa.
Como
sabemos, eventualmente, el texto ya no fue interpretado a partir de su contexto
histórico, sino como una profecía certera respecto a lo que ocurriría en algún momento
futuro. Y, desde entonces, han abundado grupos cristianos (sobre todo
protestantes) obsesionados con encontrar varios de los elementos descritos en
el Apocalipsis, como señales de que
el fin ya está muy próximo.
Quizás el elemento
que se busca con mayor obsesión es la ‘marca de la bestia’. Según el Apocalipsis, surgirá una bestia que se
enfrentará a las fuerzas del bien, y hará toda suerte de prodigios malignos.
Esta bestia está marcada con el número 666, e intentará que todas las personas
lleven también esta marca. Se ha hecho toda suerte de artimañas aritméticas
para encontrar el 666 en diversos personajes históricos, y así identificarlos
con la bestia apocalíptica: Napoleón, Hitler, Rodríguez Zapatero, Saddam
Hussein, el Papa, etc. Lo más probable es que el autor tuviera en mente al
emperador romano Nerón (el primero en perseguir a los cristianos), pues al
sumar el número correspondiente a las letras que conforman el nombre de Nerón
en hebreo, suma 666.
Así, el tema del
fin del mundo ha estado muy presente en la imaginación cristiana. Algunos
autores, como san Malaquías y Nostradamus, han sido célebres (o, mejor,
infames) por anunciar eventos catastróficos futuros, que en cierto sentido,
servirían como antesala al apocalipsis. Estos personajes han empleado un
lenguaje excesivamente vago (jamás dieron una fecha precisa), de forma tal que
cualquier contratiempo reseñado en las noticias es fácilmente interpretable
como el cumplimiento de sus profecías.
Otros personajes,
un poco más audaces, han fijado fechas precisas, y obviamente, se han
equivocado. Una persona racional pensaría que, después de tantos errores en el
cálculo de fechas apocalípticas, se desistiría de seguirlo intentando. Pero,
insólitamente, cada vez más proliferan grupos que anuncian con precisión el fin
del mundo. Incluso, muchas de estas expectativas terminan con consecuencias
trágicas. Los seguidores del reverendo Jim Jones en 1978, de los davidianos en
1993, y del movimiento Heaven’s Gate en 1997, pusieron fecha al fin del mundo,
y terminaron acarreando suicidios colectivos con la esperanza de acelerar el
apocalipsis.
Incluso, para el 21
de septiembre de 2012, algunos fanáticos esperan catástrofes de proporciones
apocalípticas. Ese día, un ciclo del calendario maya llegará a su fin, y según
la interpretación apocalíptica, eso es indicativo del fin del mundo. A su
juicio, ese día el planeta Nibiru colisionará con la Tierra, y además, habrá
una inversión de los polos de la Tierra, lo cual resultará en grandes
catástrofes. No hay remedio, preparaos para enfrentar vuestro final, y
arrepentíos antes de que sea demasiado tarde.
Semejantes
extravagancias no deberían generar miedo, sino risa. Es cierto que el 21 de
diciembre de 2012, un ciclo del calendario maya llegará a su fin. Pero, ¡inmediatamente
empezará otro ciclo! Los mayas vivirán algo similar a lo que nosotros vivimos
todos los 31 de diciembre: pasaremos de un ciclo a otro; nada más. Además, no
hay absolutamente ninguna razón para suponer que los mayas (un pueblo que ni
siquiera pudo evitar el colapso de su civilización) tuvieran conocimiento
confiable sobre el fin del mundo.
Asimismo, jamás se
ha descubierto el tal planeta Nibiru; todo parece tratarse de un fraude
deliberado para generar temor. Sí es cierto que los ejes de la Tierra podrían
cambiar su posición (actualmente el eje de inclinación es de 23,44 grados, pero
eventualmente podría cambiar). Pero, esto sería un proceso gradual, y hasta
ahora, no hay ninguna indicación de que ocurrirá próximamente.
Si estáis en
vuestro sano juicio, haced caso omiso a todas estas locuras apocalípticas.
Pero, no las ignoréis por completo. Pues, los sociólogos nos advierten con
justa razón que las obsesiones apocalípticas surgen cuando existe una profunda
insatisfacción en la sociedad. Al estar inconformes con las condiciones
sociales, muchos grupos humanos esperan un gran evento apocalíptico, con la
esperanza de que la destrucción se lleve consigo todo lo malo, y surja algo
mejor. El hecho de que hoy proliferen tantos grupos apocalípticos debería colocarnos
en alerta de que nuestra sociedad tiene a mucha gente insatisfecha.
Y, además, algunas
amenazas apocalípticas sí deben ser tomadas en serio. Las armas nucleares, los
asteroides, los terremotos, las epidemias o el calentamiento global, entre
otros, pueden seriamente poner fin a la existencia de nuestra especie. Frente a
algunas amenazas, nada podemos hacer; pero frente a otras, está en nuestras
propias manos nuestro futuro. Urge saber distinguir las amenazas apocalípticas
irreales (procedentes de la religión), de las amenazas apocalípticas reales
(sobre las cuales advierte la ciencia), y a partir de ello, tomar cartas en el
asunto para postergar lo más posible el fin del mundo.
Tengo serias dudas de que el autor del Apocalipsis tuviera en mente a ningún personaje en concreto, igual que Nostradamus cuando escribía sus cuartetas.
ResponderEliminarDisiento en lo que observas sobre las amenazas apocalípticas reales. En mi opinión, muchos científicos se han contagiado de ese espíritu apocalíptico de las religiones y los magufos en general: la guerra nuclear no es probable por las políticas de disuasión mutua; la probabilidad de que un asteroide significativo impacte contra la Tierra es tan inimaginablemente baja como inimaginablemente inmenso el espacio interestelar; los terremotos no acaban con civilizaciones; las epidemias las tenemos controladas, y cada vez más; y el calientamiento global es probablemente un mito (no soy un conspiranoico: he oído decir a científicos muy serios que la impresión de calentamiento se deriva del hecho de que en el siglo XIX sólo se colocaban medidores de temperaturas en los grandes centros urbanos, más cálidos debido a la industrialización).
Creo que la Tierra y nuestra especie tienen cuerda para rato.
Hola Jose, el hecho de que el 666 sea un código que, al quebrarlo, deletra el nombre de Nerón, hace pensar que el autor del Apocalipsis sí lo tenía en mente, pero en fin, no pasa de ser especulación.
EliminarYo también creo que muchas de las amenazas apocalípticas son exageradas, pero yo sugeriría que debemos guiarnos más por un principio de cautela: puesto que no sabemos bien, mejor ser más prudentes en asuntos ecológicos, incluido el calentamiento global.