Como se
sabe, la idea de que el calendario maya anuncia el fin del mundo reposa sobre
una sarta de confusiones y falsedades. El 21 de diciembre de 2012 un ciclo de
5125 días llegará a su fin en una versión del calendario maya. Los apocalípticos
ven esto como el fin del mundo. Los historiadores y antropólogos competentes
nos advierten que, bajo la concepción maya, el fin del ciclo de 5125 días no supone el fin del mundo. Es muy
probable que los mayas creyeran sencillamente que, al finalizar un ciclo, otro
nuevo empezaría.
Según
los entusiastas apocalípticos, a partir del 21 de diciembre ocurrirá una
terrible serie de catástrofes. El planeta Nibiru chocará contra la Tierra;
habrá una inversión de los campos magnéticos de la Tierra, el eje de nuestro
planeta se inclinará dramáticamente más allá de los 23.44 grados habituales,
etc. Se trata, por supuesto, de disparates en proporciones magnánimas.
Para los
historiadores de la civilización maya, astrónomos y geólogos, el fenómeno del
apocalipsis maya no representa ningún reto. Pero, sí es un reto para los
sociólogos. Es fácil refutar las creencias divulgadas en torno al fin del mundo
según el calendario maya. Pero, es mucho más difícil por qué la gente puede
creer semejantes estupideces. La sociología puede ofrecer algunas
explicaciones, pero el caso de la expectativa en torno al calendario maya es
muy singular.
No es la
primera vez que crece una histeria colectiva en torno al apocalipsis. Hace
apenas doce años, hubo el temor de que los computadores no estuvieran
acordemente preparados para pasar del dígito ‘99’ al dígito ‘00’, y eso traería
toda suerte de catástrofes. Nada ocurrió, por supuesto.
Pero,
las expectativas apocalípticas son mucho más antiguas. Probablemente la visión
apocalíptica del mundo tuvo su inicio formal con la ocupación griega del reino
de los judíos en el siglo II a.C. Esta ocupación suscitó una sangrienta
rebelión judía, la de los macabeos. En aquel contexto, se redactó el libro de Daniel, uno de los primeros en
incorporar imágenes apocalípticas, con la expectativa de que el sufrimiento de
los judíos pronto sería vengado por Dios en medio de terribles catástrofes, y
se daría inicio a una época dorada.
Comenzó
así a la literatura apocalíptica judía, y como corolario, los movimientos
apocalípticos que esperaban con ansias el fin del mundo. El libro bíblico del Apocalipsis pertenece a este género. Los
esenios, contemporáneos de Jesús, tenían la expectativa de que el mundo se
acabase en cualquier momento, como seguramente también la tuvo Juan el bautista.
Y, si bien es un asunto debatido, me inclino por la opinión de que el propio
Jesús y los primeros cristianos también tenían una firme expectativa
apocalíptica.
Por
supuesto, el fin del mundo no llegó, pero no por ello menguó la expectativa
apocalíptica en Occidente. La historia del judaísmo, el cristianismo y el Islam
ha estado llena de figuras mesiánicas que han anunciado el fin del mundo, y el
inicio de una nueva era utópica tras un período de grandes tribulaciones. E,
incluso en versiones seculares, se adelantó la idea de que, habría periodos
intensos de violencia y catástrofe, pero luego vendrían utopías construidas por
el mismo hombre; el nazismo y el comunismo son típicas ideologías mesiánicas
seculares.
La
explicación sociológica estándar de estos fenómenos es que aparecen especialmente
durante momentos de opresión e insatisfacción social. Los movimientos
apocalípticos surgen como una suerte de fantasía para aliviar el dolor generado
por la opresión, y alentar la resistencia con la expectativa de que, pronto, el
sufrimiento llegará a su fin y las cabezas de los opresores rodarán. El más
emblemático de los libros apocalípticos, el Apocalipsis,
fue escrito bajo ese tipo de circunstancias. La persecución romana de los
cristianas crecía, y Juan de Patmos concibió una grotesca fantasía de violencia
como forma de alentar a los cristianos a resistir un poco más, pues pronto todo
el sufrimiento llegará a su fin.
La
expectativa apocalíptica es, entonces, una suerte de escapismo frente a la
opresión social. El oprimido desea que el mundo se acabe, pues ya no soporta
vivir más en un mundo así, y tiene la esperanza de que, si bien este mundo
cruel pronto se acabará, uno más promisorio lo sustituirá. Ese escapismo, por
supuesto, no genera transformaciones sociales, y es por ello que historiadores
marxistas como Eric Hobsbawm ven en los movimientos apocalípticos una forma de
‘falsa conciencia’.
Me temo,
no obstante, que esta explicación sociológica de los movimientos apocalípticos
no se ajusta bien a la expectativa frente al fin del ciclo maya. En 1844, el
predicador William Miller congregó a un considerable número de seguidores en el
estado de New York, en espera de que llegase el final. Nada ocurrió, por
supuesto, y Miller sufrió una aguda depresión por su fracaso.
El caso de Miller
ilustra muy bien que las expectativas apocalípticas no se toman a la ligera. Quienes
las asumen, toman preparativos drásticos en anticipación frente al fin (he
visto de cerca en Salt Lake City, por ejemplo, enormes graneros que los
mormones preparan en expectativa frente al inminente apocalipsis). El fin del
mundo no es una ocasión para divertirse. Para quienes tienen expectativas
apocalípticas, se trata de un asunto turbulento, y mantienen seriedad al
respecto.
No he visto esta
seriedad en la expectativa por el fin del calendario maya. No he visto a la
primera persona que, a la manera de Miller en el siglo XIX, realmente crea que
el mundo se acabará el 21 de diciembre de 2012. Por ello, no me parece un
movimiento apocalíptico genuino. Toda la parafernalia se trata más bien de un
gigantesco aparato mediático inevitablemente conexo con el capitalismo. El
apocalipsis maya se ha convertido en algo así como Halloween o la navidad: una
ocasión para producir mercancías, mercadearlas, y consumirlas.
El apocalipsis
maya, a diferencia de las anteriores expectativas apocalípticas, es por encima
de todo un simulacro. El siglo XX ha visto una proliferación de libros y películas
apocalípticas y postapocalípticas, más seculares que religiosas. En un momento,
generaron gran emoción, y el espectador se quedó pegado a la silla disfrutando
todas estas fantasías terroríficas. Pero, ya no es suficiente. La ficción ha
empezado a aburrir a las audiencias, y ahora, piden que la ficción se
entremezcle con la realidad. Es el fundamento de los reality shows. Y, así, ya no basta con películas de ficción sobre
eventos apocalípticos. Ahora las audiencias quieren pseudodocumentales que les
hagan creer que las fantasías sobre meteoritos anticipados por antiguas
civilizaciones, son reales.
Jean Baudrillard continuamente
manifestó su preocupación de que, en la sociedad del simulacro, se confundieran
los límites entre lo real y lo virtual. Creo que Baudrillard exageraba. Dudo
que, en medio de toda esta locura por el calendario maya, haya gente que, a la
manera del Quijote, pierda el contacto con la realidad, y asuma de verdad que
se aproximan las catástrofes. Todo se trata de una gran farsa, y no creo que nadie
se trague el cuento completo. La ocasión del fin del calendario maya es una
gran fiesta con un tema de terror, pero cuando la fiesta termine, la gente irá
a sus casas.
El verdadero
peligro de la efervescencia por el fin del calendario maya es que distrae la
atención frente a los genuinos movimientos apocalípticos que sí son peligrosos.
De vez en cuando proliferan sectas apocalípticas que terminan en suicidios
masivos, como el Templo del Pueblo del reverendo Jim Jones, o los seguidores
del Heaven’s Gate. Más preocupante aún, es que en EE.UU. cada vez más crece el
poder evangélico. Y, un buen grupo de evangélicos está decidido a apoyar
irrestrictamente al Estado de Israel, pues estima que esto es un requisito para
la llegada de la era mesiánica. Como se sabe, una zona tan volátil como el
Medio Oriente puede complicar severamente este escenario.
Nada ocurrirá el 21
de diciembre de 2012. Pero, como en ninguna otra época, los seres humanos
tenemos la capacidad de destruirnos con nuestras propias tecnologías. Por ello,
debemos reconsiderar la amenaza apocalíptica. Pero, en vez de hacerlo a la
manera del fanatismo religioso de épocas pasadas, o mediante el consumismo pop a la manera de la efervescencia por
el fin del calendario maya, debemos hacerlo científicamente: evaluar los
riesgos que amenazan la existencia de nuestra especie, y tomar medidas
preventivas al respecto.
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