Como
es sabido, la mente humana tiene una fuerte inclinación a antropomorfizar los
objetos. Vemos caras en las nubes, y cosas por el estilo. Esto debió haber sido
una ventaja adaptativa en los albores de nuestra especie: como especie primate
social, hubimos de estar muy pendiente de dónde y cómo interactúan nuestros
semejantes, y así, es relativamente fácil atribuir agencia humana a cosas que
no la tienen.
En el campo de la robótica,
inevitablemente también tenemos una fuerte tendencia a proyectar nuestra
semblanza a las máquinas. Los carros tienen alguna reminiscencia de caras
humanas, y a la hora de construir robots, muchas veces preferimos modelos
antropomórficos, pero no necesariamente los más eficientes (en algunas
instancias, la forma antropomórfica iría en detrimento de la eficiencia).
Jenófanes decía que, si los caballos tuvieran dioses, ésos tendrían forma
equina; bien podemos agregar que, si los perros construyeran robots, éstos
tendrían forma canina.
Ahora bien, a la hora de considerar
los riesgos derivados de la inteligencia artificial y la robótica, existe la
tentación de erróneamente hacer cálculos bajo la asunción de que los robots se
comportarían como nosotros los humanos. El escenario de ciencia ficción
predilecto, a la hora de considerar la amenaza de los robots, es marcadamente
antropomórfico. A Hollywood le fascina presentar batallas entre ejércitos de
robots y células guerrilleras de humanos, como si tratase de los nazis contra
la resistencia francesa. Pensemos, por ejemplo, en Terminator y películas por el estilo.
Asimismo, la ciencia ficción se
deleita con atribuir emociones humanas a las máquinas, y termina por asumir que
el motivo principal por el cual los robots podrían convertirse en una amenaza
para nosotros, es debido al hecho de que, de repente, se liberan de su falsa
conciencia como clase servil, y se disponen a dominar a sus antiguos amos. En
estos escenarios, los robots serían algo así como Espartaco o Louverture:
líderes sedientos de sangre que congregan a sus camaradas esclavos, y los
incitan a una rebelión frente a la opresión humana. Fue este el escenario
planteado por Karel Capek, en su obra R.U.R.,
la cual ha sido emulada desde entonces, por otros autores de ciencia ficción.
Pero, todo este antropomorfismo
podría ser peligroso, pues podría desviar nuestra atención respecto a cuáles
son los verdaderos riesgos de la inteligencia artificial. Los robots
ciertamente son una amenaza, pero no por los motivos antropomórficos que nosotros
asumimos. Recientemente, el filósofo Nick Bostrom ha advertido sobre este
peligro en su obra Superintelligence.
Los robots podrían ser una amenaza a
la especie humana, pero no porque desarrollen un resentimiento al sentirse
explotados como clase servil. Es poco probable que los robots desarrollen por
sí solos estas emociones, si nosotros no los programamos así desde el inicio.
La amenaza vendría más bien del hecho de que, si los programamos para hacer
labores técnicas eficientemente, los robots podrían concentrarse sólo en esa
labor, y podrían llegar a interpretar que la propia existencia de la especie
humana es un obstáculo para cumplir esa labor.
Bostrom señala, por ejemplo, que si
programamos a los robots para hacer clips de papel eficientemente, al final
podrían intentar convertir toda la materia del universo en clips de papel, y
eso implicaría usar los átomos de nuestros cuerpos para hacer con ellos más
clips. O, en un escenario aún más bizarro, un robot podría ser programado para
hacernos sonreír (como, de hecho, hay ya computadores con cierto sentido del
humor), pero al final, podría interpretar que la forma más eficiente de lograr
esto consiste en controlar los músculos de nuestras caras, y asegurarse de que
nunca desaparezca una sonrisa de nuestra expresión facial. Terrorífico, ¿no?
Ciertamente es terrorífico, pero
precisamente, esto está muy lejos de la batalla campal entre androides y
humanos, motivados por una lucha de liberación al estilo de Espartaco. La
ciencia ficción cumple el propósito de hacernos ver que la inteligencia
artificial tiene sus riesgos. Pero, la mala ciencia ficción puede cometer la
torpeza de antropomorfizar los riesgos, y así, desviar la atención de lo que
realmente puede acabar con nosotros, y no permitirnos tomar las adecuadas
medidas para prevenirlo.
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