El
proyecto de mejorar a la especie humana a través de la biotecnología cuenta con
varios detractores. Previsiblemente, a las religiones tradicionales no les agrada
la idea. Pero, de forma más sorprendente, a sectores supuestamente progresistas
tampoco les hace gracia la idea de que se pueda perfeccionar la especie humana
a través de la ingeniería genética u otros procedimientos. Estos sectores
supuestamente progresistas rehúsan el conservadurismo en sus facetas
tradicionales (en temas como la homosexualidad, el aborto, la desigualdad
económica, etc.), pero son muy conservadores cuando se trata de conformarse con
el estado natural de la especie humana.
Uno de
los progresistas que más se opone a las tecnologías de perfeccionamiento humano
es el filósofo Michael Sandel, cuyo libro, Contra
la perfección, ha venido a ser predilecto entre los opositores a los
intentos de perfección humana. Mi principal preocupación frente a los proyectos
de perfeccionamiento humano está en los riesgos: no conocemos suficientemente
bien el funcionamiento del cuerpo humano, y deberíamos tomar cautela antes de
aventurarnos a usar esta o aquella tecnología para potenciar las capacidades
humanas, pues podrían tener graves efectos secundarios. Pero, si se llegase a
demostrar que estas tecnologías son seguras, yo no tendría mayor objeción en su
uso.
Sandel,
en cambio, opina que el argumento de los riesgos es el menos relevante, y que
hay otros argumentos más contundentes. Él no se opone al uso de las tecnologías
para corregir defectos y enfermedades. Pero sí se opone al uso de la
biotecnología para perfeccionar cuerpos que, de por sí, no son afligidos por
ninguna enfermedad. Su principal argumento reposa sobre la noción de “regalo”.
Sandel postula que debemos entender la vida humana como un “regalo” que se nos
es concedido, y que intentar manipularlo para perfeccionarlo es una forma de
arrogancia e irrespeto.
Este
argumento parece típicamente religioso. En efecto, el Señor da y el Señor
quita, y nosotros no tenemos derecho a cambiar esto. Pero, para aquellos de
nosotros que más bien creemos, junto a Arthur Clarke, que quizás la misión del
hombre en la Tierra no sea adorar a Dios, sino más bien crearlo, este argumento resulta pobrísimo. Nadie nos da nada;
sencillamente, por meras razones de contingencia en la historia evolutiva de
nuestra especie, tenemos el cuerpo que tenemos. Y, no solamente no hay nadie a
quien agradecer, sino que además, si bien hay mucho por lo cual agradecer, podría haber más. Yo doy gracias por
poder correr, pero daría aún más gracias si pudiera correr 100 metros en 5
segundos. No veo nada objetable en esta ambición.
Sandel,
tradicionalmente progresista en muchos ámbitos, en este asunto extrañamente
aparece como un típico conservador. Él está conforme con la tremenda
desigualdad en talentos naturales que hay en el mundo, los cuales,
eventualmente, se convierten en desigualdades sociales. Al mundo ha venido
gente con CI de 125, y gente con CI de 75 (asumamos, por el momento, que el CI
tiene una firme base genética, aunque esto ha sido bastante cuestionado). Esta diferencia
de CI, entre otras cosas, ha hecho que aparezcan distintas clases sociales: los
dominantes con más inteligencia, los dominados con menos inteligencia. El uso
de tecnologías para el perfeccionamiento humano (por ejemplo, fármacos
potenciadores cognitivos) podría emparejar un poco las desigualdades, al
permitir a la persona con CI de 75 aumentar significativamente su inteligencia,
y tener más oportunidad de ascenso social.
Pero,
Sandel prefiere dejar las cosas en su santo lugar. En otros libros, Sandel ha
demostrado preocupación por la desigualdad social. Pero, en sus escritos sobre
la biotecnología, le importa un bledo la desigualdad natural. A los
progresistas les choca cuando algún insensible dice que el pobre merece ser
pobre, y no hay nada que se pueda hacer al respecto; pero les parece
maravilloso cuando otro insensible dice que un CI de 75 es un “regalo”, y que
debería agradecer lo que tiene sin rechistar. Cuando el ejecutivo le dice al
obrero, “acepta tu pago y no te quejes”, progresistas como Sandel ponen el
grito en el cielo; pero cuando el filósofo o el cura, en nombre de Dios, le dice
al atleta, “acepta tus talentos limitados, y no te quejes”, a los progresistas
como Sandel les parece genial.
El
bioconservadurismo de gente como Sandel es, me temo, una nueva forma de opio
para el pueblo. El conformismo frente a las desigualdades naturales podría ser,
en cierto sentido, una antesala al conformismo frente a las desigualdades
sociales. Quien tolere que Bill Gates es naturalmente más inteligente que Fulanito
de Tal, y no hay nada que hacer al respecto, eventualmente también tendrá que
tolerar que Bill Gates es más rico y poderoso que Fulanito de Tal, y debemos
callar frente a esto.
El ejemplo más claro de ese miedo a hacerse con las riendas del mundo, sustituyendo a Dios, es el de los ecologistas, para quienes la Naturaleza es la Gran Madre nutricia y bondadosa que nos azota cuando la tratamos sin el suficiente respeto. El hombre es muy malo malote. Creo que es más o menos el argumento de Bambi y otras obras de la casa Disney.
ResponderEliminarVaya, al menos Bambi me hizo llorar...
EliminarWhat an interesting article! I'm glad i finally found what i was looking for.
ResponderEliminar온라인경마
토토사이트