La reciente pelea entre Mayweather y McGrgeggor propició
que varios comentaristas mencionaran que se trató de un episodio más en la
búsqueda de la gran esperanza blanca. En
el mundo del boxeo, dominan los negros. Pero, entre el público blanco
norteamericano, desde hace más de un siglo ha habido la añoranza de aquellos
años cuando los campeones eran los blancos. Y así, se ha cultivado el deseo de
que surja un contendiente que destrone al campeón negro, y reestablezca la
superioridad racial blanca. Hasta ahora, no ha aparecido ese contendiente, pero
se sigue manteniendo la gran esperanza blanca. McGreggor fue la versión más
reciente de esa esperanza, pero como sus antecesores, fracasó.
Todo
esto se remonta al boxeador James Jeffries. Él fue la primera gran esperanza
blanca, en sus aspiraciones de destronar al negro Jack Johnson, en 1910. Respecto
a este episodio, se hizo una película en 1970, dirigida por Martin Ritt y
protagonizada por James Earl Jones, La
gran esperanza blanca.
La
película es una adaptación de una obra teatral escrita por Howard Sackler. Narra
la historia de Jack Jefferson, un boxeador negro que vence a un rival blanco en
una pelea que genera mucha expectativa, a principios del siglo XX. Con eso, se
gana el desprecio de la población blanca y la admiración de la población negra.
Jefferson tiene un gusto por las mujeres blancas (en una época en la cual, en varias
regiones de EE.UU., estaba prohibido que los negros se casaran con blancas).
Eso hace que los blancos lo odien aún más.
Las
autoridades blancas deciden crucificarlo. En EE.UU., había por aquel entonces
una ley que impedía a un hombre transportar a una mujer de un Estado a otro, si
su propósito era prostituirla. En la película, Jefferson viaja con su amante
blanca de un Estado a otro, y a pesar de que resulta muy obvio que son amantes,
las autoridades aprovechan la ocasión para culpar a Jefferson de prostituir a
su amante. Jefferson decide huir a Europa, pero los norteamericanos hacen
presión para que ningún empresario europeo del boxeo le ofrezca una
oportunidad.
Eventualmente, los promotores
norteamericanos hacen una propuesta a Jefferson: pelear en La Habana contra un
blanco y dejarse vencer, a cambio de una exoneración de su delito. Jefferson se
niega una y otra vez a acceder a la propuesta, a pesar de que su mujer
insistentemente le pide que la acepte. Al final, Jefferson y su mujer terminan
en México, en condiciones muy precarias. Ante la desesperación de la pobreza,
su mujer se suicida. Viendo ya que ha caído tan bajo, Jefferson accede a la
propuesta original, va a La Habana, y se deja vencer.
Sospecho que La gran esperanza blanca es una buena
obra teatral, pero su transición al cine no es tan buena. Los diálogos son muy
teatrales, ciertamente muy distantes de lo que uno esperaría respecto al mundo
del boxeo. La actuación de James Earl Jones es destacada, pero de nuevo, parece
más teatral que cinematográfica. Y, las coreografías boxísticas son de las
peores que he visto en el género de películas sobre boxeo. James Earl Jones
seguramente fue muy hábil en interpretar soliloquios shakespearianos, pero no
tenía ni idea de cómo saltar una cuerda o golpear un saco.
En fin, más allá de
sus fallas y su carácter acartonado, la película tiene el mérito de presentar
la crudeza del racismo en EE.UU. Pero, a la vez, el ver esta película también
debería servir como ocasión para hacer matices. Nadie podría dudar del enorme
maltrato que han recibido los negros norteamericanos a lo largo de cuatro
siglos. Pero, es hora de caer en cuenta que, en la comunidad negra de EE.UU.,
hay también pillos que aprovechan la ocasión para jugar al victimismo, cargar
las tintas, y sacar provecho, o al menos, percibir las cosas erróneamente.
El propio Johnson (el
personaje real que inspira a Jefferson en La
gran esperanza blanca) distorsionó las cosas. Mucho de lo que se cuenta en
la película, es histórico. Johnson fue odiado por vencer a un blanco y tener
romances con una blanca, y fue injustamente acusado de tráfico sexual. Pero, no es histórico que él se dejó vencer en
su pelea en La Habana. En aquella ocasión, Johnson peleó contra Jess Willard,
en 1915. Johnson empezó ganando la pelea, pero a medio camino, quedó agotado, y
Willard lo noqueó. En vez de aceptar su derrota, años después Johnson empezó a
alegar que a él lo obligaron a perder, tal como se narra en La gran esperanza blanca. Ningún
historiador del boxeo (sea blanco o negro) acepta esta versión de los hechos. Johnson fue sin duda una víctima del
racismo, pero también se encargó de exagerar y cargar las tintas.
Lamentablemente, este
tipo de cosas es común en la comunidad negra de EE.UU. Muchos líderes negros
empiezan denunciando cosas razonables, pero fácilmente, hacen el salto y
empiezan a alegar cosas sin fundamento. Por ejemplo, es indiscutiblemente
cierto que, durante cuarenta años, hubo una serie de experimentos (los infames
experimentos de Tuskegee), en los cuales se estudió a pacientes negros con
sífilis, sin ofrecerles ayuda médica. La mayoría de los negros norteamericanos
cree que a esos pacientes deliberadamente se les inoculó la sífilis, cuando en
realidad, esos pacientes ya la tenían. Y, algunos líderes negros (como el infame
Jeremiah Wright, el pastor personal de Barack Obama) luego saltaron a decir
que, no sólo se inoculó la sífilis, sino que el origen del SIDA fue un intento
de los blancos para matar a todos los negros del planeta.
Si ya los negros han
sufrido muchísimo, ¿qué necesidad hay de inventar maltratos inexistentes? Para
hacer justicia, no es necesario mentir. De hecho, las mentiras deslegitiman
muchos de sus reclamos. La comunidad negra en EE.UU. debería preocuparse más
por estar en sintonía con los hechos históricos. Sólo la verdad hace a la gente
libre.
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