sábado, 14 de noviembre de 2015

Ortodoxos vs. católicos: ¿quién tiene la razón?

Mi libro La teología ¡vaya timo! defiende, entre otras cosas, la tesis según la cual las disputas teológicas son estériles, sencillamente porque no hay manera de saber quién está en lo verdadero y quién está en lo falso. ¿Cómo saber si el limbo existe o no? ¿Cómo saber si nos salvamos sólo por la fe, o si las obras también cuentan? No hay posibilidad de verificación en nada de esto.
            Pero, algunas disputas aparentemente teológicas son en realidad disputas sobre hechos históricos, o al menos, algunas posturas teológicas en estas disputas pretenden basarse en hechos históricos. Y, esos hechos sí pueden constatarse.

            La separación entre ortodoxos y católicos es en parte teológica. El punto principal de su disputa es si el Espíritu Santo, además de proceder del Padre, procede también del Hijo. Los ortodoxos dicen que no; los católicos dicen que sí. Esto, por supuesto, es afín a discutir cuántos ángeles pueden bailar en un alfiler.
            Pero, hay una disputa más profunda. ¿Es el Papa de Roma el único sucesor apostólico de Cristo? En principio, esto es también una disputa teológica del mismo calibre que las otras. Pero, esta disputa sí tiene como trasfondo una cuestión histórica verificable: ¿se reconocía desde un inicio al Papa romano como jefe de la cristiandad?
            El alegato católico es que sí. Supuestamente, Cristo encomendó a Pedro con aquellas famosas palabras, “sobre esta roca construiré mi Iglesia”. Con esas palabras, Pedro quedó como el sucesor apostólico de Cristo. Pedro salió huyendo de Jerusalén, primero a Antioquía, y eventualmente llegó a Roma. Desde entonces, se ha prolongado la sucesión apostólica en esa ciudad hasta el actual Papa, Francisco.
            Todo esto es muy dudoso. No sabemos si realmente Jesús pronunció esas palabras. Sólo están recogidas en el evangelio de Mateo. Y, si acaso las dijo, no es claro que haya sido con la intención de haber creado una Iglesia en el sentido que hoy se entiende (Jesús, un judío hasta los tuétanos, difícilmente habría querido constituir una nueva religión). Sí es seguro que Pedro viajó a Antioquía, pero no sabemos bien si llegó a Roma. Sólo tenemos noticia de ello a través de Clemente, un autor que, por diversos motivos, no es del todo confiable.
            Pero, aun aceptando que Pedro sí llegó a Roma, es muy dudoso que desde un inicio, se asumiera que él y sus sucesores fueran las cabezas de la cristiandad. Las cartas de Pablo dejan muy claro que el verdadero jefe del temprano movimiento cristiano era Santiago, el hermano de Jesús, desde Jerusalén. Ciertamente, desde un inicio, existía la tradición de que Pedro, un importante discípulo, había llegado a Roma. Pero, de ningún modo se asumía que la autoridad eclesiástica en Roma era la suprema. Marcos (supuestamente, un discípulo de Pedro), supuestamente había llegado a Alejandría, y los alejandrinos usaban eso como argumento para postular que Alejandría era una sede del mismo calibre que Roma, y durante los primeros cuatro siglos de cristianismo, no hubo casi oposición a esta estructura descentralizada.
            De hecho, los primeros grandes concilios que definieron buena parte de la doctrina cristiana, se realizaron bajo la convocatoria, no del obispo en Roma, sino de emperadores que estaban ya asentados en la nueva Roma, Constantinopla. De hecho, los Papas ni siquiera acudieron (en algunos sí enviaron delegados, pero precisamente, reconociendo que apenas procedían de una sede como cualquier otra).
            Es cierto que algunos Padres de la Iglesia en los primeros siglos reconocieron al Papa como la autoridad suprema, pero no todos. De hecho, en el concilio de Calcedonia, en 451, se designó a Constantinopla como sede con la misma autoridad que Roma, pues se asumía que la sede en la nueva capital del imperio no podía ser inferior a la sede de una ciudad que, dicho sea de paso, empezaba a entrar en franca decadencia. A lo sumo, se reconocía que Roma sería primus inter pares, es decir, la primera entre iguales. Y, hasta el día de hoy, los ortodoxos están dispuestos a hacer esta concesión. Pero, de ninguna manera los ortodoxos aceptan que la autoridad suprema es ejercida desde Roma, y para ello, se basan en parte en el hecho histórico de que, desde los inicios, se admitía una autoridad descentralizada. Los ortodoxos tienen razón.
            ¿Cómo fue, entonces, que los Papas en Roma se abrogaron (con tremenda arrogancia, demás está decir) la suprema autoridad del cristianismo? Fue un proceso complejo, y sobre todo, fraudulento. A partir del siglo IV, los obispos de Roma empezaron a proclamar que toda disputa teológica debía pasar por ellos y ser resuelta en Roma, aunque por supuesto, los demás obispos no les hicieron caso.
            También en el siglo IV, el obispo romano Dámaso empezó a usar las palabras de Jesús a Pedro en el evangelio de Mateo sobre la fundación de la Iglesia, como pretexto para defender la primacía de Roma. Vale insistir: antes de ese obispo, nadie había usado esa cita bíblica para afirmar la primacía de Roma. El obispo Siricio, de ese mismo siglo, se empezó a llamarse a sí mismo “Papa”, como una forma de monopolizar ese título en detrimento de los demás obispos. Pero, seguramente el obispo que más hizo por fabricar la primacía de Roma fue León Magno, quien utilizó mucho más la historia de la encomienda de Jesús a Pedro, y quien empezó a enseñar que esa historia justificaba que el obispo de Roma fuera el vicario de Cristo en la Tierra.
            Previsiblemente, los obispos de las otras sedes consideradas de la misma jerarquía (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén) no estaban convencidos. Pero, en vista de que el poder imperial ya no residía en Roma, los obispos romanos tenían el camino allanado para incrementar su poder terrenal, y así, las sedes menores de la mitad occidental de la cristiandad iban quedando bajo la autoridad romana.
Para intentar convencer a los otros obispos que el de Roma era el supremo, incluso se llegaron a forjar falsos documentos, en el cual se declaraba la supremacía de Roma desde tiempos supuestamente muy antiguos. Así, por ejemplo, en el siglo VII, empezó a circular un documento llamado La donación de Constantino, en el cual, supuestamente, cuando Constantino mudó la sede imperial de Roma, en agradecimiento al obispo Silvestre I por haberle curado de lepra, le concedió el poder terrenal sobre Italia, así como la autoridad suprema sobre las otras sedes eclesiásticas. En el siglo XV (cuando ya Roma había asentado su poder, y el cisma con las iglesias de Oriente se había consumado), se demostró la falsedad del documento.

Las tensiones entre la arrogancia católica y el resentimiento de las iglesias orientales llegaron a su cumbre en 1054, cuando el patriarca de Constantinopla y el Papa romano se excomulgaron mutuamente. Por lo general, en estas excomulgaciones, lo más sano para nosotros los seculares es hacer como el refrán sobre las peleas entre marido y mujer: nadie se debe meter. Pero, puesto que  este caso atañe a un hecho histórico bastante preciso, es inevitable meternos, y el veredicto es muy claro: son los ortodoxos quienes tienen la razón.

6 comentarios:

  1. "la tesis según la cual las disputas teológicas son estériles, sencillamente porque no hay manera de saber quién está en lo verdadero y quién está en lo falso. ¿Cómo saber si el limbo existe o no? ¿Cómo saber si nos salvamos sólo por la fe, o si las obras también cuentan? No hay posibilidad de verificación en nada de esto." Se equivoca, "Elías dijo:

    —Yo soy el único profeta del SEÑOR que queda, pero hay cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. 23 Así que traigan dos toros. Que los profetas de Baal tomen uno, que lo maten y lo corten en pedazos. Que traigan madera, pero sin prenderle fuego. Luego yo haré lo mismo con el otro toro y tampoco prenderé fuego al sacrificio. 24 Ustedes los profetas de Baal le pedirán a su dios y yo le pediré al SEÑOR. El que conteste con fuego es el verdadero Dios.

    Al pueblo le pareció una buena idea.

    25 Entonces Elías les dijo a los profetas de Baal:

    —Ya que ustedes son mayoría, elijan primero su toro, prepárenlo y pidan en el nombre de sus dioses, pero sin prenderle fuego al sacrificio.

    26 Así que los profetas tomaron el toro que la gente les dio y lo prepararon. Oraron a Baal hasta el mediodía. Le pidieron a gritos: «¡Baal, por favor, contéstanos!» Pero sólo hubo silencio, no hubo respuesta mientras los profetas bailaban alrededor del altar que habían construido.

    27 Al mediodía, Elías comenzó a reírse de ellos. Les dijo:

    —¡Griten más fuerte! Si él es dios, tal vez esté ocupado o quizá esté haciendo sus necesidades o tal vez salió por un rato. A lo mejor está durmiendo y si oran un poco más fuerte lo despertarán.

    28 Y comenzaron a gritar más fuerte y a cortarse con cuchillos, espadas y lanzas hasta sacarse sangre, como era su costumbre. 29 Se hizo tarde, pero el fuego todavía no aparecía. Los profetas continuaron profetizando hasta llegar el momento de hacer el sacrificio de la tarde, pero no pasó absolutamente nada. Baal no hizo ni un ruido. No contestó nada. Nadie los escuchaba.

    30 Entonces Elías le dijo a todo el pueblo:

    —Reúnanse conmigo.

    Así que todo el pueblo estuvo junto a Elías. El altar del SEÑOR había sido destruido, así que Elías lo arregló. 31 Elías encontró doce piedras, una por cada una de las doce tribus nombradas por los doce hijos de Jacob, a quien el SEÑOR había llamado Israel. 32 Elías usó las piedras para arreglar el altar en honor al SEÑOR. Después hizo una zanja alrededor del altar que podía contener quince litros de agua [a]. 33 Luego Elías acomodó la madera en el altar, cortó el toro en pedazos y los colocó sobre la madera. 34 Entonces les dijo:

    —Llenen cuatro jarrones de agua y derramen toda el agua sobre los pedazos de carne. Luego Elías dijo:

    —Háganlo de nuevo.

    Después dijo:

    —Háganlo por tercera vez.

    35 El agua corrió hasta llenar la zanja alrededor del altar.

    36 Al llegar el momento del sacrificio de la tarde el profeta Elías se acercó al altar y oró así: «SEÑOR, Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Ahora te pido que des una prueba de que tú eres el Dios de Israel y que yo soy tu siervo. Muéstrales que tú me ordenaste que hiciera todo esto. 37 SEÑOR, atiende mi oración, muestra a la gente que tú, SEÑOR, eres Dios. Así la gente sabrá que tú los estás haciendo volver a ti».

    38 Así que el SEÑOR hizo bajar fuego que quemó el sacrificio, la madera, las piedras e incluso la tierra alrededor del altar. El fuego también secó toda el agua de la zanja. 39 Todo el pueblo vio esto, se postró y comenzó a decir: «¡El SEÑOR es Dios! ¡El SEÑOR es Dios!»

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    1. No alcanzo a ver de qué forma este relato bíblico sobre Elías refuta mi postura, según la cual, los alegatos teológicos no tienen posibilidad de ser verificados, y por ende, no hay manera de saber si son o no verdaderos.

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  2. https://www.biblegateway.com/passage/?search=1+Reyes+18&version=PDT
    Respecto al primado romano en la Iglesia Primitiva : http://www.apologeticacatolica.org/Primado/PrimadoN06.html
    http://www.apologeticacatolica.org/Primado/IndicePrimado.htm

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    1. Yo preferiría que tú mismo expresases tu opinión, y así podemos dialogar.

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  3. Elias verifico mediante un milagro ante el pueblo que Baal no extistía y que había más Dios qué Dios. Respecto al primado romano debo señalar que pocos hechos están tan atestiguados como la sucesión del episcopado romano en los primeros siglos. Esto es la opinión personal que usted me ha pedido pero además esta basada poderosamente en las fuentes historicas. Incluso los protestantes liberales alemanes tuvieron que aceptar este hecho, Harnack, Lietzmann, Caspar, M. Dibelius, H. von Campenhausen etc. Harnack incluso vienen a admitir: "El martirio de San Pedro en Roma fue negada por los protestantes prejuicios tendenciosos e ideas preconcebidas por críticos posteriores partisanos... No hay ningún erudito que actualmente dudó en reconocer que esto fue un error."

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    1. 1.1. Aún en la historia de Elías, no veo del todo seguro que eso pueda ser tomado como verificación de la existencia de Yahvé, pues hay condiciones meteorológicas que pueden servir de explicación naturalista a estos fenómenos.
      1.2. Esa historia de Elías es bastante legendaria, y no es verificable en sí misma. Si vamos a acudir meramente a evidencia anecdóctica, los ufólogos pueden invocar como evidencia de sus alegatos, sus historias sobre abducciones, y cosas por el estilo.
      1.3. Aún si admitiéramos que, en efecto, la historia de Elías sirve como forma de verificación de que Baal es falso y Yahvé es el verdadero dios, aún quedan sin posibilidad de verificación la mayoría de los alegatos teológicos. ¿Cómo saber que Cristo tiene dos naturalezas, en vez de una? ¿Cómo saber que Cristo es de la misma esencia que el Padre, en vez de ser subordinado? No hay ningún examen que nos permita resolver estas cuestiones.
      2. Creo que hay una confusión sobre mi argumento en este artículo. Si bien expreso algunas dudas respecto a la presencia de Pedro en Roma, he dejado muy claro que ése no es el meollo del asunto. Pues, aun admitiendo que Pedro sí llegó a Roma, el punto clave a discutir acá es si Pedro realmente tenía la primacía de toda la cristiandad, y si sus sucesores así lo alegaban. Y, la evidencia histórica apunta en otra dirección. El primer jefe de la crsitiandad fue, sin duda, Santiago. Luego, cuando Pedro llegó a Roma, sus sucesores alegaban ser cabezas sólo de esa sede, sin pretender primacía por encima de las otras sedes. La pretensión de primacía es bastante posterior.

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