El
celibato del clero es uno de los aspectos que más se le reprocha a la Iglesia.
Por lo general, en clave nietzscheana, los críticos suelen postular que el
celibato es uno de los mejores ejemplos de cómo la religión católica es
negadora del placer, y desde sus inicios, tuvo una obsesión con reprimir el
sexo. Otros, en clave marxista, suelen decir que el celibato fue un astuto
artilugio del cual se valió el poder eclesiástico, para asegurarse de que los
sacerdotes, al no tener herederos, dejasen sus propiedades a la Iglesia.
Seguramente, ambas explicaciones tienen algún grado de verdad. Pero, yo doy un voto de confianza a la Iglesia en este asunto. La Iglesia ha dejado claro que no considera que el celibato del clero sea una verdad revelada (y, en ese sentido, puede transformar su postura al respecto), sino una mera cuestión de disciplina, y que obedece a circunstancias históricas muy específicas. Al hacer
un arqueo de esas circunstancias históricas, comprendo mucho mejor el sentido
que tuvo el celibato clerical en su momento. Si bien tuvo muchos antecedentes
en el primer milenio de cristiandad, la imposición definitiva del celibato
clerical formó parte de aquello que ha venido a llamarse las “reformas gregorianas”,
promovidas por el Papa Gregorio VII en el siglo XI.
El siglo
X había sido catastrófico para el papado. Es ése el período que después vino a
ser llamado la “pornocracia”, porque pulularon Papas tremendamente inmorales.
Algunos de estos Papas habían tomado amantes, y estas amantes (Teodora y
Marozia, madre e hija, son las más famosas) ejercían gran influencia a través
de manipulaciones sexuales. Cuando
Gregorio VII asumió el papado en 1073, enfrentaba éste y otros problemas. Había
un nepotismo rimbombante, y se vendían los cargos en la estructura burocrática
de la Iglesia.
La gran
preocupación de Gregorio VII, no obstante, era que los gobernantes seculares investían
a los obispos, y con eso, el Papa perdía el control, pues no podía seleccionar
quiénes dirigirían las diócesis.
Para
hacer frente a todo esto, Gregorio VII promovió varias reformas. Prohibió la
venta de cargos en la Iglesia, impuso el celibato, y decretó que los
gobernantes seculares no podían hacer investiduras. Las dos primeras reformas
no generaron mucha resistencia, pero la tercera sí. Enrique IV, emperador del
Sacro Imperio Germánico Romano, quería preservar el poder de la investidura, y
eventualmente hubo de enfrentarse a Gregorio VII, cuando surgió la oportunidad
de investir al obispo de Milán. El Papa excomulgó a Enrique, y los príncipes
alemanes exigieron al emperador suplicar al pontífice que lo admitiera
nuevamente en la Iglesia.
De forma
bastante dramática, Enrique accedió al pedido de los príncipes ( en un célebre
episodio, acudió al castillo de Canossa a entrevistarse con el Papa; éste no lo
recibió en un inicio; Enrique tuvo que permanecer fuera en condiciones gélidas;
tras un par de días, el Papa lo recibió, pero para volver a ser admitido en la
Iglesia, Enrique hubo de participar en un ritual de humillación).
Con
todo, Enrique volvió a enfrentarse con el Papa, pues no estaba dispuesto a
abandonar las investiduras. Marchó hasta Roma, trató de deponer a Gregorio VII,
e impuso a un pontífice que hoy la Iglesia considera un antipapa, Clemente III.
Gregorio VII tuvo que exiliarse y murió sin poder regresar a Roma, pero
eventualmente, sus reformas prevalecieron.
Todas las
crónicas coinciden en la personalidad tremenda autoritaria de Gregorio VII, y
su intento por controlar las investiduras es un testimonio de su interés en
limitar el poder de los gobernantes seculares y aumentar el poder de los Papas.
Pero, sus decisiones respecto al celibato son bastante comprensibles. Frente al
problema del nepotismo, el celibato surgía como una óptima. Si los sacerdotes
no se casaran, se resolvería el problema de la indebida influencia de las
mujeres en la administración de la Iglesia; si los sacerdotes no tenían hijos,
se resolvería el problema del nepotismo.
Pero,
por supuesto, con una personalidad tan autoritaria, cabría esperar que una
decisión como lo fue el celibato, se impusiera a lo bestia. Y, de hecho,
aparentemente fue así. Según narra Eric Frattini en su libro Los papas y el sexo, los decretos de
Gregorio VII sobre el celibato dejaron en la miseria a un enorme número de niños
y mujeres, hijos y esposas de los sacerdotes, quienes fueron forzados a abandonar
a sus familias.
Hay el
rumor de que Gregorio VII era amante de Matilda de Canossa, una mujer noble
que, desde su postura de poder (era esposa del rey Godofredo el Jorobado),
apoyó al Papa en su conflicto con Enrique IV. Este hecho es representativo de
algo muy común en torno a la cuestión del celibato clerical: podemos entender
las razones históricas que motivaron las reformas gregorianas sobre el
celibato, pero desde el inicio y hasta nuestros días, ha habido una tremenda
hipocresía en este asunto.
De
hecho, si bien el celibato pudo haber sido un remedio temporal para un problema
muy puntual, el nepotismo de ningún modo desapareció en la administración de la
Iglesia. En los siglos sucesivos, el nepotismo adquirió un nuevo cariz. Ahora
serían los sobrinos de los Papas y otras autoridades eclesiásticas (en algunos
casos, en realidad, eran los propios hijos ilegítimos), quienes serían
ascendidos a cardenales, en una institución que estuvo bastante formalizada, el
cardenal nepote.
El celibato
pudo haber tenido un sentido en el siglo XI. Pero, desde hace muchísimo tiempo,
resulta muy obvio que es ya más un problema que una solución. Abundan los hijos
ilegítimos de curas, y la Iglesia Católica atraviesa una crisis vocacional en
su clero, en buena medida porque los jóvenes no están dispuestos a renunciar
una vida conyugal. Más aún, el celibato ha promovido que el clero católico sea
desproporcionadamente homosexual, pues muchos jóvenes gays asumen el sacerdocio
como una forma de esconder su homosexualidad frente a una sociedad que aún
rechaza a los homosexuales. Y, algunas personas alegan que el celibato puede
ser también un agente causal en la pedofilia del clero, pues la sexualidad tan
reprimida puede desviarse hacia los niños (aunque, yo francamente dudo de esta
hipótesis).
En fin,
es de sobra conocido que el celibato hoy es ya disfuncional. A diferencia de
los dogmas, la estructura canónica sí permite a la Iglesia modificar su postura
en torno a este asunto. ¿Por qué no lo hace? Quizás, como alguna vez me dijo un
amigo cura que colgó los hábitos para casarse, no hay cambio sencillamente
porque quienes tienen el poder de tomar esa decisión, son muy ancianos ya (la
Iglesia es uno de los poderes más gerentocráticos que existen), y no les
interesa la vida sexual. En ese caso, quizás el Viagra cambie las cosas, y esa pildorita
saque a la Iglesia del atolladero en el cual se encuentra.
Excelente artículo, muchas gracias
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