Esta
semana murió, a la edad de noventa y dos años, el filósofo francés René Girard.
Hoy casi no discuto o escribo sobre él, pero en los inicios de mi vida
intelectual, tuvo mucha influencia sobre mí. Lo conocí personalmente en la
Universidad de Purdue en el año 2002, en una conferencia dedicada a su
pensamiento. Doy testimonio de que era una persona sumamente agradable, e
impresionantemente erudita.
Girard
me cautivó por varios motivos. Su teoría sobre el deseo mimético me resultó muy
intuitiva. A juicio de Girard, los seres humanos nos imitamos los unos a los
otros continuamente. Esto puede ser beneficioso (es la base del aprendizaje),
pero también puede ser muy perjudicial. Si imitamos a los demás, también
imitamos sus deseos, y al final, terminamos deseando las mismas cosas. Empiezan
así las rivalidades.
Girard
estudió muchas de estas situaciones en la literatura europea (con análisis
literarios muy ingeniosos). Y, yo empecé a ver aplicabilidad de sus teorías en
muchísimos ámbitos: por qué hay guerras civiles, cómo la publicidad incita en
nosotros deseos a través de la imitación, de dónde viene la envidia, etc. Pero,
hoy me doy cuenta de que, la teoría de Girard tiene también un peligro: muchas
veces, pretende explicar absolutamente todo, y no permite ningún contraejemplo
que la refute, pues siempre hay la posibilidad de explicar las excepciones.
Karl Popper habría dicho que su teoría no es falseable, y por ende, no es
científica.
Hubo
otro aspecto de la obra de Girard que me fascinó también. Según las teorías de
Girard, cuando surgen rivalidades y violencias debido al deseo mimético, éstas
quedan parcialmente resueltas cuando se canaliza la violencia hacia un chivo
expiatorio. Eso explica cómo las mayorías se vuelcan contra las minorías, cómo
existen procesos de persecución, y cómo quedan rastros de ello en instituciones
culturales básicas, como los ritos y los mitos. La violencia hacia el chivo
expiatorio, decía Girard, es el origen de la cultura. Así, cuando yo observaba
ritos contemporáneos, y estudiaba mitos y ritos arcaicos, la teoría de Girard
me abría un inmenso abanico teórico para entender mejor las cosas. Pero, de nuevo,
hoy me doy cuenta de que, las teorías de Girard sobre los orígenes de la
cultura no son adecuadamente falseables.
En la
época en que yo empezaba a conocer la obra de Girard, yo salía de esa fase de
inmadurez intelectual que todos atravesamos, cuando nos contagiamos de
relativismo cultural. Yo empezaba a rechazar la idea de que todas las culturas
tuvieran el mismo valor. Y, al leer en los libros de Girard la idea de que Occidente
es superior a las demás civilizaciones, me entusiasmé. Girard decía que
Occidente es superior, debido a su religión cristiana. Según Girard, mientras
que todas las religiones del mundo ejecutan el mecanismo del chivo expiatorio
sin darse cuenta de que la víctima es precisamente un chivo expiatorio, el
cristianismo, mediante su narrativa de la Pasión, coloca al descubierto el
mecanismo psicosocial que lo rige. En los ritos y mitos de otras religiones,
las víctimas siempre son culpables de algo, y eso impide que veamos en ellas
unos chivos expiatorios; las vemos como monstruos que merecen ser ejecutados.
En cambio, en el cristianismo, Cristo es la figura inocente, y eso nos permite ver
que es un chivo expiatorio injustamente perseguido. A juicio de Girard, ésta es
la prueba de que el cristianismo es una religión divinamente inspirada.
Yo nunca
había sido religioso. Pero, esta apologética me conmovió bastante. No me hice
cristiano propiamente, pero sí terminé por admitir que el cristianismo sí es
una religión superior a las demás, por los motivos que Girard esgrimía. Así,
cada vez fui penetrando más en la lectura de Girard, y empecé a participar en
asociaciones dedicadas a su pensamiento. No obstante, pronto me di cuenta de que,
en torno a Girard orbitaban pocos académicos, y más religiosos que buscaban un
pretexto intelectual para mantener su fe. Varias de esas asociaciones parecían
más retiros espirituales que grupos de discusión crítica.
Eventualmente,
ante la ausencia de un espíritu verdaderamente crítico, y a medida que maduraba
más intelectualmente, terminé por rechazar, no sólo la apologética de Girard,
sino toda la apologética cristiana.
Hoy abrazo el ateísmo (o, al menos, el agnosticismo), por una razón muy básica:
no veo indicios de que Dios exista, y como habría dicho Carl Sagan, los
alegatos extraordinarios requieren evidencia extraordinaria. Quien quiera
alegar que Dios existe, debe presentar evidencia bastante extraordinaria, y
nadie hasta ahora ha hecho tal cosa.
Girard
no ha presentado evidencia de la existencia de Dios; incluso, ni siquiera ha
presentado evidencia de que el cristianismo es realmente una religión superior
a las demás. Girard trata de mostrar que el cristianismo simpatiza con las
víctimas, mientras que las otras religiones no lo hacen en el mismo grado. Aun
si eso fuere así (y, como mencionaré, es bastante cuestionable), eso no es
evidencia de inspiración divina. Es perfectamente plausible que, por meras
contingencias históricas, el cristianismo tuvo más simpatía por las víctimas
que las otras religiones. No se requiere de la intervención divina para
explicar este fenómeno.
Pero,
incluso, la forma en que Girard comparaba el cristianismo con otras religiones
ahora me parece muy inadecuada. Girard se basaba en los textos bíblicos, y los
comparaba con los mitos. Comparaba, por ejemplo, la historia de José con la de
Edipo (dedicaba un capítulo entero a esto en uno de sus libros más populares, Veo a Satán caer como el relámpago).
Ambos personajes son acusados de incesto, pero en la Biblia, José es inocente,
mientras que Edipo es culpable. Según Girard, los escritores bíblicos
simpatizan con las víctimas de persecución (y, en ese sentido, reprochan la
violencia), mientras que los autores de mitos (como Sófocles), consideran que los
perseguidos en verdad son culpables de algo, y así no simpatizan con las
víctimas, sino con los perseguidores.
Estas comparaciones
son interesantes. Pero, Girard no fue lo suficientemente cuidadoso en evaluar
toda la evidencia. ¿Acaso no acusó Pablo, en I Corintios, a un hombre de cometer incesto, y aceptaba los rumores
de su culpabilidad? ¿No es éste un texto bíblico que simpatiza con los
perseguidores, en vez de con los perseguidos? Girard muy selectivamente escogía
sus textos, a fin de ratificar sus sesgos cristianos. Y, me temo que lo mismo
hacen muchos de sus seguidores, quienes quieren valerse de su teoría para
ratificar sus creencias religiosas.
La lectura de
Girard me condujo a conocer más profundamente los textos bíblicos, y sobre
todo, los estudios sobre el Jesús histórico. Y, eventualmente, me di cuenta de
que Girard, a pesar de ser historiador, no tenía mucho interés en los detalles
históricos de los textos que él seleccionaba para fundamentar su apologética
cristiana. Por ejemplo, a Girard también le gustaba comparar la historia de la
adúltera en el evangelio de Juan, con una historia sobre un apedreamiento
incitado por Apolonio de Tiana. Jesús persuade a la multitud para que deje de
perseguir a la mujer, mientras que Apolonio más bien incita a la multitud a
linchar a un mendigo (Girard dedica a esta comparación, otro capítulo de Veo a Satán caer como el relámpago).
Pero, ¿no sabía Girard que esa historia ni siquiera aparece en la versión
original del evangelio de Juan, sino que es una interpolación bastante posterior?
Esta ausencia de
rigor histórico hizo alejarme aún más de la obra de Girard. Hoy, tras haber
considerado detenidamente la vida de Jesús, me doy cuenta de que el fundador
del cristianismo no era la figura mansa y pacífica que Girard siempre quiso
retratar. Es mucho más fiel el retrato que hizo Albert Schweitzer, y el cual
ratifican muchos historiadores hoy: Jesús era un predicador apocalíptico
fanatizado que esperaba la liberación violenta de su pueblo.
Así pues, no puedo
considerarme hoy un girardiano. Pero, en ocasión de la muerte de este gran
pensador, sí debo expresar la gran admiración que he tenido por su obra. La
Academia Francesa lo incluyó como uno de sus inmortales, y me parece que fue
una decisión muy acertada. Honor a él.
Dos cosas : La Biblia se diferencia de la literatura pagana en con frecuencia sus protagonistas son personas pobres y humildes que tienen una "historia seria". Por el contrario, la literatura pagana (Sofocles, Plauto etc) relega a los pobres al ambito de la comedia.
ResponderEliminarRespecto a Juan 8:1-1, los argumentos a favor de la genuidad, inspiración e historicidad de la pericopa adultare son numerosos : http://www.holytrinitymission.org/books/spanish/biblia_comentada_a_colunga_5b.htm#_Toc36871155
1. Supongo que esa es una diferencia. Pero, la biblia es un libro bastante diverso y dispar, y yo no haría esas generalizaciones
Eliminar2. Hay muchos argumentos en contra de la originalidad de ese pasaje de Juan
http://www.holytrinitymission.org/books/spanish/biblia_comentada_a_colunga_5b.htm#_Toc36871155
ResponderEliminar"El pasaje es muy antiguo. Es ya conocido de Papías 6, por lo que llega al siglo i. Se lo cita como parte del evangelio de Jn por Paciano (muerto antes del 304), por San Ambrosio 7, San Jerónimo, que dice que figura "en muchos códices griegos y latinos" 8; San Agustín es gran defensor de su genuinidad 9. Posteriormente es conocida unánimemente por los autores latinos.
5) Esta anecdota figura en la liturgia de la Iglesia; tanto entre los latinos (evangelio de la misa del sábado después de la tercera dominica de Cuaresma) como entre los griegos (en los días que se conmemora la festividad de las Santas Pelagia, María Egipcíaca, etc.). De ahí el que se encuentre en casi todos los "evangeliarios"; sólo se exceptúan 30. Pero este uso litúrgico es ya tardío.
De lo expuesto, hoy se sostiene por la mayor parte de los autores lo siguiente: basándose sobre todo en la autoridad de los códices griegos, esta narracion no perteneció originariamente al evangelio de San Juan, sino que fue insertada posteriormente en el mismo.
El haber sido insertada en este lugar puede explicarse porque Cristo, en este capítulo octavo (v.15), dice que él no juzga — condena — a nadie. Y la escena de la mujer adúltera, en que se termina diciendo: "Tampoco yo te condeno," venía a ser la introducción, con un hecho histórico, de esta enseñanza de Cristo, al tiempo que la relación material de las palabras las venía, materialmente, a aproximar 10.
3) Historicidad. — Esta narración es ya muy primitiva. Era conocida por Papías 11, por lo que ya debe de llegar al siglo i; parece que fue conocida por el Pastor de Hermas 12, también la citan el Evangelio según los Hebreos 13 y la Didascalia, sobre 250.
La histoncidad del pasaje nada tiene en contra. Los datos topográficos de los versículos 1 y 2 son completamente exactos. Se la califica como "un fragmento de la tradición apostólica" 14, y se dice que lleva ciertamente el sello de la verdad intrínseca, y no presenta la más mínima huella de una invención tardía (Weiss-Meyer).
Debe de provenir de la misma tradición apostólica. Y por su misma verdad histórica y belleza doctrinal, fue conservada en la tradición. Y así autorizada, se insertó, en un momento determinado, en el evangelio de Juan. Pudo muy bien pertenecer, en cuanto a la sustancia del hecho, al mismo Juan, y ser recogida por algún discípulo suyo o formulada por un escritor más cercano al estilo sinóptico. Ni hay repugnancia en que proceda, por literatura y contenido, de la misma tradición sinóptica. Pero ¿no habría sido incorporada a los evangelios provenientes de ella? Querer precisar su autor literario parece imposible en el estado actual."
Según tengo entendido, Francis Fukuyama argumenta que la división entre el poder de la Iglesia y el poder de los señores feudales y reyes en Europa Occidental (a diferencia de lo que aconteció con la Iglesia Ortodoxa Griega) implicó que incluso los señores tuviesen que supeditarse a ciertas normas de derecho, con lo cual el concepto de impersonalidad de la ley se fortaleció en Occidente, lo cual constituiría uno de los factores que explican su éxito moderno. Si esto es plausible, entonces esto de por sí implicaría un gran legado del cristianismo a la cultura occidental actual, y algo que valorar.
ResponderEliminarPor otra parte, queda el valorar si la religiosidad aporta beneficios a sus practicantes, lo cual podría permitir entender el por qué de la defensa que hacen los mismos, a pesar de las solidas argumentaciones que hay en su contra.
Hay muchas cosas que podemos valorar de la civilización cristiana. Pero, eso no implica que las doctrinas fundacionales del cristianismo sean verdaderas.
EliminarAlguien podría hacerme algún comentario para entender el capítulo, " SATANAS DIVIDIDO EN CONTRA DE SI MISMO, del libro el chivo expiatorio de René Girard, estoy desesperada.
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