En
los últimos dos meses, Venezuela ha vivido momentos de tremenda inestabilidad.
Los estudiantes han tomado las calles, y el gobierno ha reprimido duramente.
Algunos presuntos estudiantes han incurrido en vandalismo y han causado
destrozos. Desde el gobierno, se reprochan estas acciones.
Si
bien me opongo al actual gobierno, yo no estoy de acuerdo con esta forma de
protestar. Pero, me parece tremendamente hipócrita que, por más de veinte años,
quienes ahora ocupan el gobierno celebran (o al menos excusan) el vandalismo y
los saqueos que ocurrieron en Caracas en febrero de 1989. Para ellos,
obviamente, hay saqueos buenos y saqueos malos. En la imaginación maniquea de
los chavistas, en 1989 los participantes de los saqueos fueron personas
hambrientas desesperadas por la opresión; ahora, los saqueadores son
aristócratas que pretenden usar la violencia para instaurar un régimen
fascista.
Yo
no opino que la violencia siempre sea objetable, venga de donde venga. Pero,
para que la violencia sea moralmente aceptable, debe cumplir dos requisitos: 1)
debe ser meramente defensiva; 2) debe estar dirigida hacia objetivos
razonables. En función de eso, me parece que, ni los vándalos de hoy, ni los
vándalos de 1989, tienen justificación.
A
propósito de saqueos, vi esta semana una película que trata la moralidad del
vandalismo. Se trata de Haz lo que debas,
de Spike Lee. Lee es un maestro del cine, cabe admitir. Pero, el mensaje ético
de la película, aunque no muy claro o explícito, es muy cuestionable.
Haz lo que debas cuenta la historia de
un día de tensiones raciales entre negros y blancos en Brooklyn. El dueño de
una pizzería y sus hijos, todos blancos, tienen cierta animadversión contra los
negros, pero más allá de malas miradas e insultos, no agreden. Hay dos clientes
negros en la pizzería que son problemáticos. Uno entra con un equipo de sonido
a todo volumen, y el dueño de la pizzería le pide que baje el volumen. Otro
come en la pizzería, pero exige al dueño que en la pared coloque fotos de
personas negras famosas, pues sólo hay fotos de blancos famosos.
Esto
genera fricción, y las tensiones se van acumulando. En las escenas finales, el
muchacho con el equipo a todo volumen entra a la pizzería, desobedeciendo la
solicitud de bajar volumen. El dueño de la pizzería toma un bate, y rompe el
equipo de sonido. El muchacho del equipo de sonido empieza una pelea con el
dueño de la pizzería, y todo el barrio se alborota. Llega la policía, trata de
dispersar, pero en medio del caos, brutalmente asesina al muchacho del equipo
de sonido.
Frente
a una hora de gente negra que se ha aglomerado, el dueño de la pizzería
torpemente dice que la policía “hizo lo que tenía que hacer”. Un empleado negro
de la pizzería, que hasta ese momento había sido amigable con sus empleadores,
destroza la vitrina de la pizzería, y así la horda lo sigue en el saqueo.
Al
final de la película, Spike Lee contrapone dos citas de líderes negros
norteamericanos famosos. La primera, de Martin Luther King, dice que la
violencia nunca es el camino. La segunda, de Malcolm X, dice que la violencia
en defensa propia, está justificada. Lee se abstiene de ofrecer un juicio moral
contundente en la película, pero en posteriores comentarios a este filme, se ha
inclinado más por la opción de Malcolm X (a quien parece admirar más que a
King, pues luego hizo una biografía Malcolm X, mientras que nunca ha hecho una
biografía de King).
Lee
parece justificar (o al menos excusar) el saqueo de la pizzería, como una
defensa frente a la opresión contra los negros, de la misma forma en que los
chavistas justifican los saqueos de 1989. Pero, si aplicamos un poco de rigor
en el análisis moral, no hay forma de justificar esto.
Ciertamente,
el saqueo de la pizzería fue una respuesta a la torpeza de las palabras de su
dueño, y a la opresión policial cuando asesinó al joven. Pero, para que la
violencia sea legítima, debe dirigirse a quienes realmente ejercen la opresión.
El sueño de la pizzería no había oprimido a nadie. Solicitar bajar el volumen a
un equipo de sonido en mi propio local,
no es ningún acto opresivo. Decidir no poner fotos de negros en mi propio local, es mi derecho, y de
nuevo, no es ningún acto opresivo. La opresión procede de la policía, y sólo
contra la policía habría justificación en el uso de la violencia. Agredir a
inocentes que tienen el mismo color de piel que los opresores no es una forma de liberación.
Malcolm
X sí tenía razón. La violencia en defensa propia sí está justificada. Pero,
para que la violencia en defensa propia esté justificada, debe dirigirse contra
el agresor original. El dueño de la pizzería pudo haber hecho algún comentario
racista, pero es profundamente injusto acusarlo de ser un opresor que tuvo su
merecido. Los panaderos caraqueños que, en 1989 aumentaron el pan no fueron
agresores; a lo sumo, habría sido el gobierno (si acaso puede eso considerarse
agresión, pues la libertad económica implica libertad para vender la mercancía
al precio que mejor le plazca al comerciante), y si los saqueadores pretendían
llevar a cabo una acción legítima, debieron haber dirigido su violencia contra
objetivos gubernamentales, y no contra la propiedad de ciudadanos comunes.
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