Cenaba hace
días con un amigo, y conversando sobre nuestras posturas políticas, confesé que
hace algunos años yo era izquierdista. Inmediatamente mi amigo saltó a decirme
que yo nunca había sido un “verdadero” izquierdista. Quedé perplejo.
Aparentemente, mi amigo conocía mejor que yo mis propias posturas. En realidad,
mi amigo no me conocía durante la época en que yo era izquierdista, y no tengo
la menor idea respecto a cuál es el criterio que él utilizaría para identificar
a un “verdadero” izquierdista.
La
actitud de mi amigo es muy emblemática respecto a un fenómeno que está cobrando
fuerza en Venezuela. Entre los seguidores de Hugo Chávez, crece la paranoia de
que, en las filas del chavismo, se han infiltrado “falsos” izquierdistas que amerita.
En algún momento, el propio Chávez exhortó a hacer una “revolución dentro de la
revolución”, y así, expurgar a aquellos que fingen (o creen) ser izquierdistas,
pero en realidad no lo son. En este clima de paranoia, se ha desatado una
lamentable tendencia: aquellos que se autoproclaman “verdaderos” izquierdistas,
se abrogan el derecho de juzgar quién es genuino y quién es falso, y para
asegurarse de que nadie los acuse de ser farsantes, exhiben su exacerbada fidelidad
a los ideales de izquierda. Más aún, en su cruzada en contra de los derechistas
y los falsos izquierdistas, asumen una actitud de santurronería revolucionaria
frente a los demás: yo soy el verdadero izquierdista y cuento con las
credenciales para ello (fui guerrillero, o fui torturado, o fui excluido), tú,
en cambio, eres un farsante que no cuenta con las credenciales para ser
revolucionario.
No deja
de ser cierto que, efectivamente, en la Venezuela socialista hay gente disfrazada
con camisas rojas. El gobierno de Chávez, a la usanza soviética, ha establecido
un nefasto sistema de clientelismo estatal, en el cual, para gozar de
privilegios, los ciudadanos deben dar muestras de lealtad política. Y, como
ocurría frecuentemente en la URSS, es previsible que muchos inscritos en el
PSUV no sean genuinos socialistas ideológicos, sino que sencillamente, quieren
algún privilegio. Pero, precisamente, este sistema de clientelismo político exacerba
la paranoia y la competencia entre chavistas para calificar quiénes son los
verdaderos revolucionarios. Esto, previsiblemente, erosiona las virtudes
cívicas de Venezuela.
La paranoia
respecto a los personajes que se disfrazan para subvertir a una institución
desde adentro, es de vieja data. Buena parte del folklore sobre el anticristo
gira en torno a la obsesión de que, en algún momento (más pronto que tarde, e
incluso, puede estar ocurriendo ahora mismo), aparecerá un personaje que tendrá
apariencia de ser cristiano, hará prodigios y tendrá carisma, pero en realidad,
es el anticristo (el célebre cuadro de Signorelli precisamente representa a un
Satanás dando consejos a una figura muy parecida a Cristo).
Cuando
Bagdad fue asediada por los mongoles en el siglo XIII, el filósofo musulmán Ibn
Taimiyya argumentó que, aun si los mongoles se habían convertido al Islam, no
eran “verdaderos” musulmanes pues no daban pleno cumplimiento a los preceptos
del Corán. Y, puesto que eran
musulmanes sólo en apariencia, había justificación para lanzar contra ellos una
guerra santa.
Algo
similar argumentó siete siglos después el islamista egipcio Sayyed Qutb. Según
Qutb, el Islam ha desaparecido en el siglo XX. Aquellos que dicen ser
musulmanes, en realidad no lo son. Es necesario lanzar una nueva conquista, y
expurgar a los farsantes que dicen ser musulmanes, pero en realidad son
infieles (Nasser y todos los líderes árabes nacionalistas seculares, opinaba Qutb,
son precisamente infieles disfrazados de musulmanes). Qutb proponía retomar el
concepto de takfir (excomunión):
quien no diese estricto cumplimiento a la ley islámica, sería considerado un
apóstata del Islam.
Pero,
quizás el intento más infame por desenmascarar a los “falsos” adherentes a una
ideología, fue la revolución cultural china, en la década de los años sesenta
del siglo XX. Mao Tse Tung promovió la idea de que los gobernantes chinos que
lo habían desplazado del poder, si bien eran nominalmente comunistas, habían
introducido tendencias capitalistas decadentes. Y así, en un poderoso
despliegue propagandístico, aglutinó a masas de seguidores (en una astuta
movida para regresar al poder) en contra de supuestos capitalistas. Aquello
despertó una terrible paranoia que propició espantosas persecuciones contra
personas que, incluso, ellas mismas se consideraban comunistas ortodoxas.
La
historia nos ha advertido que todos estos movimientos han tenido resultados
nefastos. La paranoia en torno a la aparición del anticristo ha propiciado persecuciones.
Las ideas de Sayyid Qutb, con su insistencia de hacer guerra santa a los falsos
musulmanes, ha promovido el fundamentalismo islámico. Y, la revolución cultural
de Mao dejó millones de perseguidos y torturados. Los chavistas que, como los
papistas de antaño respecto al Papa, pretenden ser más chavistas que Chávez,
deben considerar seriamente las graves consecuencias de la creciente actitud de
santurronería izquierdista que pretende “desenmascarar” a los “falsos”
izquierdistas.
Falacia del verdadero escocés.
ResponderEliminarExactamente. Me he encontrado gente que dice que Stalin no era un comunista, porque un "verdadero" comunista nunca cometería barbaridades. ¡Qué fácil!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLo que a mí me intriga es que, a la final, si algún camarada rompe fila moral, ayer, que era de los más radicales y leales, hoy es juzgado por sus pares ideológicos como un traidor: lo que esgrimen es que nunca lo fue REALMENTE. Pero me da la impresión que poco a poco van cayendo como dominós. A la final hay una suerte de regresión casi al infinito, porque, ¿Quién se encuentra habilitado moralmente para decidir y sancionar, en última instancia, quién es realmente socialista o comunista, y quién no? Por ejemplo, frente a un acto de corrupción, que paradójicamente en nuestra sociedad es sancionado moralmente pero practicado con las más sofisticadas técnicas, con anterioridad a dicho acto el hipotético sujeto "era de los nuestros", no cabía la menor duda, posterior al acto, realmente nunca lo fue, un poco para salvaguardar la integridad moral del modelo sociopolítico. Por lo menos en el Cristianismo se apela a Dios como fundamento último, ab extra, legitimador del principio de autoridad, y aunque algunos no la aceptemos, dicha concepción no deja de tener cierta coherencia; pero en estos asunto mundanos de la política, ¿Cómo saber cuál es el último gran comunista, ese último bastión moral de la lealtad ideológica?. Por eso es que yo soy de los que piensa que la debilidad de todo sistema ideológico se encuentra en su propio núcleo conceptual. Por lo menos, es allí, y no en sus adeptos, donde se debería empezar a hurgar. Si la paranoia se dispara, lo más conveniente es investigar la endeblez del modelo, y no a las personas que de por sí ya tienden a los vicios y corruptelas, y que, además, nunca, o muy pocas veces, actúan a la manera de 'el funes' de Borges, recordando, en este caso, exactamente la preceptiva moral de la ideología que los guía.
ResponderEliminarSí, pafrte del problema es aquello que ha venido a llamarse la "falacia del verdadero escocés". Sujeto X puede decir que todos los escoceses llevan falda; pero entonces otra persona señala que conoce a un escocés que no lleva falda; entonces sujeto X señala que esa persona no era un verdadero escocés. Lo mismo pasa con los "verdaderos revolucionarios".
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