Sostenía
Samuel Huntington, en su controvertido libro El choque de las civilizaciones, que tras el final de la Guerra Fría, los conflictos
internacionales ya no estarían conducidos por motivos ideológicos (como lo fue
la confrontación entre comunistas y capitalistas durante la segunda mitad del
siglo XX), sino más bien por la prevalencia de identidades civilizacionales,
especialmente el Islam contra Occidente.
La tesis de Huntington ha sido muy
debatida, pero me parece que hay un alto grado de plausibilidad en su postura. Pero,
añado, el declive de motivos ideológicos en las luchas políticas no sólo ocurre
en escenarios internacionales. De hecho, cobra prominencia en casi toda la
actividad política.
Antaño, la gente votaba por el
candidato que expresara ideas que más resonaran en la conciencia de los
votantes. Esta importancia de ideas alimentaba la discusión y el debate político.
Desde hace tres décadas, esto ha quedado desfasado. Hoy se ha impuesto aquello
que ha venido a llamarse las ‘políticas de la identidad’. Bajo este modelo, los
actores políticos cobran fuerza, no por la expresión de sus ideas, sino por un
conjunto de rasgos de identidad que los definen. Así, se conforman lobbies que ejercen presión para que un
actor político que comparte las características identitarias (pero no
necesariamente ideológicas) del lobby,
adquiera poder.
En este sentido, un actor político
homosexual hará campaña bajo la consigna de que él dará poder a los
homosexuales. Y, así, los homosexuales votarán por ese candidato, pues ven en él
reflejada su identidad homosexual. A la larga, terminan siendo irrelevantes las
posturas ideológicas del candidato en cuestión; lo relevante es que comparte un
rasgo identitario con el colectivo que le ofrece su voto.
Y, en estas políticas de la identidad,
los orígenes étnicos tienen un peso relevante. El votante negro preferirá
apoyar a un candidato negro, sin importar si ese candidato tiene posturas ideológicas
aceptables. El mero hecho de que sea negro es ya suficiente para recibir apoyo
del electorado negro; la ideología es un aspecto de menor relevancia. Evo
Morales, por ejemplo, montó buena parte de su campaña electoral, no sobre la
fuerza de sus ideas políticas, sino sobre el mero hecho de que sería el primer
presidente indígena de Bolivia.
Algo muy parecido acaba de ocurrir
en la sucesión papal. Después de que Benedicto XVI anunció su retiro, se
manejaron varios candidatos papables. Si bien la prensa indagó someramente
respecto a sus posiciones doctrinales, los rasgos más sobresalientes en la
elaboración de perfiles fueron precisamente sus nacionalidades y adscripciones
étnicas.
Desconozco qué ocurre en el cónclave.
Pero, sospecho que, a la hora de votar, los cardenales se dejan llevar por esta
política de la identidad. Su cálculo respecto a quién sería el mejor papa no
está conducido tanto por factores como preparación intelectual o posturas
doctrinales, sino más bien por su país de origen.
Y, así, cuando Francisco I fue
elegido, los católicos argentinos (y latinoamericanos en general) salieron a
celebrar, sin detenerse a considerar quién es realmente este nuevo papa. Las
políticas de la identidad son, al final, una forma de nacionalismo. La máxima más
estúpida del nacionalismo es, “mi país, para bien o para mal”. Pues bien, las
políticas de la identidad propician que se enuncie algo similar: “el candidato
que comparte mi identidad, para bien o para mal”. Al final, la elección papal
ha venido a convertirse en algo similar a un mundial de fútbol: cada persona
apoya a los papables en función del mero hecho accidental de dónde nacieron y cuál
es su lengua materna.
Las políticas de la identidad han
empobrecido la discusión y el quehacer político. No hay posibilidad de persuasión
ni de emplear argumentos para tomar decisiones. Sencillamente, bajo este
modelo, voto por quien lleve mi bandera. La Iglesia Católica, la cual
originalmente tuvo pretensiones universales (de ahí viene la palabra ‘católico’),
se ha dejado cautivar por la irracionalidad del nacionalismo. Y,
lamentablemente, este nacionalismo crece cada vez en la actividad política en
general.
Interesante la reflexión. Un punto: Evo no ha sido el primer ni único mandatario boliviano indígena. Está René Barrientos, militar, que inclusive les hablaba por radio a los indígenas en su lengua. Barrientos era de origen quechua y criollo, y hablaba castellano tanto como runa simi.
ResponderEliminarHola profesor, gracias por ese dato. Cuando vino a Maracaibo, escuché a Enrique Dussel cacarear que Evo Morales era el primer mandatario indígena. Ya veo que el gran maestro estaba equivocado...
EliminarLa prensa y el público (de forma general) manejan estos asuntos, y muchos otros, como cosas de la farándula. Se dejan llevar más por la pompa y el oropel que por la sustancia del asunto (si es que éste tiene alguna sustancia).
ResponderEliminarEra en la Capilla Sixtina, y no en las casas de apuestas, donde se decidía quién sería el próximo CEO del catolicismo, y poco sabemos cuáles fueron las razones que imperaron en el cónclave para favorecer a Francisco I.
No creo que sea descabellado otorgarle peso al "nacionalismo" (o cualquier otra cosa que se le parezca) en la toma de decisiones. La razón es precisamente por que existe, es una realidad presente que puede aprovecharse.
Vamos con un ejemplo para ver si me hago entender mejor. Si fuese abrir una sucursal de mi empresa en Maracaibo y para director de la oficina tengo a dos candidatos con idénticas habilidades y calificaciones, pero uno de ellos es marabino. ¿No sería una ventaja tener al nacido en Maracaibo al frente de la empresa?... ¿No verían mis empleados y clientes esto como un signo favorable?
Lo mismo pudo haber privado en la elección del papa. La zona tiene una de las mayores concentraciones de católicos del planeta que profesan un fervor casi ciego. Tiene una de las economías más grandes (Brasil) y el “mercado” está siendo atacado por otros actores… tal vez esto, y más, haya favorecido al argentino.
Estos nacionalismos, claro está, son irracionales. La decisión de utilizarlos, al contrario, puede ser una acción fundamentada en hechos.
En política y religión parece no importar el medio.
Saludos.
Hola amigo, lo que escribes es muy razonable. Mientras haya identidades nacionales, ciertamente éstas ejercerán gran influencia respecto a quién llega al poder. Mi preocupación, como digo, es que esto suprima el debate político sencillamente por la consigna, "voto por X porque X es de mi nación".
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