viernes, 15 de marzo de 2013

Las políticas de la identidad en la sucesión papal



            Sostenía Samuel Huntington, en su controvertido libro El choque de las civilizaciones, que tras el final de la Guerra Fría, los conflictos internacionales ya no estarían conducidos por motivos ideológicos (como lo fue la confrontación entre comunistas y capitalistas durante la segunda mitad del siglo XX), sino más bien por la prevalencia de identidades civilizacionales, especialmente el Islam contra Occidente.
 

            La tesis de Huntington ha sido muy debatida, pero me parece que hay un alto grado de plausibilidad en su postura. Pero, añado, el declive de motivos ideológicos en las luchas políticas no sólo ocurre en escenarios internacionales. De hecho, cobra prominencia en casi toda la actividad política.
            Antaño, la gente votaba por el candidato que expresara ideas que más resonaran en la conciencia de los votantes. Esta importancia de ideas alimentaba la discusión y el debate político. Desde hace tres décadas, esto ha quedado desfasado. Hoy se ha impuesto aquello que ha venido a llamarse las ‘políticas de la identidad’. Bajo este modelo, los actores políticos cobran fuerza, no por la expresión de sus ideas, sino por un conjunto de rasgos de identidad que los definen. Así, se conforman lobbies que ejercen presión para que un actor político que comparte las características identitarias (pero no necesariamente ideológicas) del lobby, adquiera poder.
            En este sentido, un actor político homosexual hará campaña bajo la consigna de que él dará poder a los homosexuales. Y, así, los homosexuales votarán por ese candidato, pues ven en él reflejada su identidad homosexual. A la larga, terminan siendo irrelevantes las posturas ideológicas del candidato en cuestión; lo relevante es que comparte un rasgo identitario con el colectivo que le ofrece su voto.
            Y, en estas políticas de la identidad, los orígenes étnicos tienen un peso relevante. El votante negro preferirá apoyar a un candidato negro, sin importar si ese candidato tiene posturas ideológicas aceptables. El mero hecho de que sea negro es ya suficiente para recibir apoyo del electorado negro; la ideología es un aspecto de menor relevancia. Evo Morales, por ejemplo, montó buena parte de su campaña electoral, no sobre la fuerza de sus ideas políticas, sino sobre el mero hecho de que sería el primer presidente indígena de Bolivia.
            Algo muy parecido acaba de ocurrir en la sucesión papal. Después de que Benedicto XVI anunció su retiro, se manejaron varios candidatos papables. Si bien la prensa indagó someramente respecto a sus posiciones doctrinales, los rasgos más sobresalientes en la elaboración de perfiles fueron precisamente sus nacionalidades y adscripciones étnicas.
            Desconozco qué ocurre en el cónclave. Pero, sospecho que, a la hora de votar, los cardenales se dejan llevar por esta política de la identidad. Su cálculo respecto a quién sería el mejor papa no está conducido tanto por factores como preparación intelectual o posturas doctrinales, sino más bien por su país de origen.
 

            Y, así, cuando Francisco I fue elegido, los católicos argentinos (y latinoamericanos en general) salieron a celebrar, sin detenerse a considerar quién es realmente este nuevo papa. Las políticas de la identidad son, al final, una forma de nacionalismo. La máxima más estúpida del nacionalismo es, “mi país, para bien o para mal”. Pues bien, las políticas de la identidad propician que se enuncie algo similar: “el candidato que comparte mi identidad, para bien o para mal”. Al final, la elección papal ha venido a convertirse en algo similar a un mundial de fútbol: cada persona apoya a los papables en función del mero hecho accidental de dónde nacieron y cuál es su lengua materna.
            Las políticas de la identidad han empobrecido la discusión y el quehacer político. No hay posibilidad de persuasión ni de emplear argumentos para tomar decisiones. Sencillamente, bajo este modelo, voto por quien lleve mi bandera. La Iglesia Católica, la cual originalmente tuvo pretensiones universales (de ahí viene la palabra ‘católico’), se ha dejado cautivar por la irracionalidad del nacionalismo. Y, lamentablemente, este nacionalismo crece cada vez en la actividad política en general.

4 comentarios:

  1. Interesante la reflexión. Un punto: Evo no ha sido el primer ni único mandatario boliviano indígena. Está René Barrientos, militar, que inclusive les hablaba por radio a los indígenas en su lengua. Barrientos era de origen quechua y criollo, y hablaba castellano tanto como runa simi.

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    1. Hola profesor, gracias por ese dato. Cuando vino a Maracaibo, escuché a Enrique Dussel cacarear que Evo Morales era el primer mandatario indígena. Ya veo que el gran maestro estaba equivocado...

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  2. La prensa y el público (de forma general) manejan estos asuntos, y muchos otros, como cosas de la farándula. Se dejan llevar más por la pompa y el oropel que por la sustancia del asunto (si es que éste tiene alguna sustancia).
    Era en la Capilla Sixtina, y no en las casas de apuestas, donde se decidía quién sería el próximo CEO del catolicismo, y poco sabemos cuáles fueron las razones que imperaron en el cónclave para favorecer a Francisco I.
    No creo que sea descabellado otorgarle peso al "nacionalismo" (o cualquier otra cosa que se le parezca) en la toma de decisiones. La razón es precisamente por que existe, es una realidad presente que puede aprovecharse.
    Vamos con un ejemplo para ver si me hago entender mejor. Si fuese abrir una sucursal de mi empresa en Maracaibo y para director de la oficina tengo a dos candidatos con idénticas habilidades y calificaciones, pero uno de ellos es marabino. ¿No sería una ventaja tener al nacido en Maracaibo al frente de la empresa?... ¿No verían mis empleados y clientes esto como un signo favorable?
    Lo mismo pudo haber privado en la elección del papa. La zona tiene una de las mayores concentraciones de católicos del planeta que profesan un fervor casi ciego. Tiene una de las economías más grandes (Brasil) y el “mercado” está siendo atacado por otros actores… tal vez esto, y más, haya favorecido al argentino.
    Estos nacionalismos, claro está, son irracionales. La decisión de utilizarlos, al contrario, puede ser una acción fundamentada en hechos.
    En política y religión parece no importar el medio.
    Saludos.

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    1. Hola amigo, lo que escribes es muy razonable. Mientras haya identidades nacionales, ciertamente éstas ejercerán gran influencia respecto a quién llega al poder. Mi preocupación, como digo, es que esto suprima el debate político sencillamente por la consigna, "voto por X porque X es de mi nación".

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