En la opinión pública internacional (inevitablemente influida
por Estados Unidos), Alemania Occidental era la buena, Alemania Oriental era la
mala; Corea del Sur es la buena, Corea del Norte es la mala. Cuando se trata
del subcontinente indio, esa misma opinión pública internacional suele
considerar que India es la buena y Pakistán es el malo, aunque no siempre fue
así. Por décadas, Pakistán fue aliado de los norteamericanos contra los
soviéticos, mientras que la India levantaba sospechas por su coquetería con el
socialismo. Pero, las cosas han cambiado, y ahora la opinión pública
internacional ve a la India como el país que tiene un buen porvenir, mientras
que Pakistán es el país de terroristas descontrolados.
Esta
dualidad (India buena vs. Pakistán malo) también se extiende a sus héroes
nacionales. Gandhi, el padre de la India, es un héroe mundial. Jinnah, el padre
de Pakistán, o bien es un simple desconocido, o bien es visto como un tipo
intransigente y ambicioso. En 1982 Richard Attenborough rindió homenaje al
Mahatma en su elogiada película, Gandhi.
Los pakistaníes tuvieron que esperar a 1998 para que se hiciera una película
sobre su héroe. Jamiel Dehlavi realizó así Jinnah,
pero la película tuvo toda clase de problemas en su distribución, y nunca llegó
a las salas de cine.
La
película de Attenborough es una biografía más o menos convencional, que muestra
los episodios más importantes de la vida de Gandhi. Dehvali, en cambio, optó
por introducir elementos fantasiosos: Jinnah muere, y en su Juicio Final
(extrañamente, el juicio no tiene un aspecto religioso), el fantasma de Jinnah
visita episodios de su vida pasada, tratándose de justificar; algo así como
Scrooge en El cántico de navidad.
A mí
particularmente no me agradan estos recursos fantasiosos cuando se trata de
evaluar sucesos históricos importantes. Pero, en Jinnah, no están mal. Pues, el recurso fantasioso del Juicio Final
da la oportunidad a Dehlavi para explorar debates históricos que, en una
narrativa cinematográfica convencional, sería difícil de hacer. A lo largo de
la película, a Jinnah se le cuestionan varias de sus decisiones, pero el
fantasma elocuentemente se defiende explicando por qué hizo lo que hizo.
Una cosa
es clara: Jinnah no es culpable del desastre en que se ha convertido Pakistán.
A pesar de que no se representa en la película, es sabido que Jinnah comía
cerdo y bebía. No era un musulmán fanático. De hecho, en una memorable escena
de la película, Jinnah confronta a unos integristas que le reprochan el querer
dar derechos a las mujeres y a las minorías religiosas.
Pero, a pesar de no
tener gran entusiasmo religioso, Jinnah estaba preocupado por la posibilidad de
que, en una India independiente, los musulmanes serían una minoría perseguida.
En otra escena muy bien lograda, Jinnah dice que los propios musulmanes fueron
invasores de la India, pero que a diferencia de los británicos, no tienen un
país al cual regresar. Jinnah supo anticipar que los musulmanes serían
ciudadanos de segunda en la India.
El tiempo le dio la
razón. De hecho, en una escena muy curiosa, el fantasma de Gandhi muestra al
fantasma de Jinnah los tristes acontecimientos de la destrucción de la mezquita
de Ayodyha, en 1992, y cómo esto dio paso a un muy agresivo nacionalismo hindú que
amenaza seriamente a los musulmanes que se quedaron en la India. Gandhi incluso
le recuerda a Jinnah que fue un fanático hindú quien mató al Mahatma,
precisamente porque consideró que Gandhi había traicionado a la India al ser
demasiado condescendiente con los musulmanes.
Gandhi ingenuamente
creía que hindúes y musulmanes podrían vivir en paz en un mismo país, ignorando
siglos de animadversión entre las dos comunidades. Jinnah fue más realista. En
una escena, Jinnah se preocupa de que los musulmanes en la India sean como los
judíos de Europa justo antes del Holocausto.
Es curioso que el
personaje de Jinnah diga esto (ignoro si Jinnah realmente comparó a los
musulmanes de la India con los judíos de Europa). Pues, cabría esperar que, en
su comparación con los judíos, Jinnah y los pakistanís tendrían más simpatía
por Israel, un Estado que, lo mismo que Pakistán, se formó para proteger a una
minoría religiosa perseguida. En 1948, Pakistán se negó a reconocer a Israel
como Estado (Jinnah murió algunos meses después).
Quizás podría
admitirse que, en 1948, a Israel se le dio más territorio del que le
correspondía, mientras que en 1947, a Pakistán se le despojó de muchos
territorios que le correspondían, notablemente Cachemira. La película no es
especialmente enfática sobre este punto, pero deja entrever que hubo una suerte
de conspiración (o al menos, incompetencia) fraguada entre Nehru y el virrey
británico de India, Lord Mountbatten, en la cual los encantos de la esposa de
Mountbatten tuvieron algo que ver.
La escena final de la
película es muy emotiva, aunque de dudosa plausibilidad. El fantasma de Jinnah visita
a los migrantes musulmanes que van de la India a Pakistán, y contempla el
sufrimiento al que han sido sometidos como consecuencia de los ataques de hordas
hindús. Jinnah se entristece ante esto, pero los migrantes le aseguran que su
decisión ha sido la correcta, pues a partir de ahora, tendrán una patria que
los proteja. Tras eso, enérgicamente lanzan proclamas nacionalistas a favor de
Pakistán.
Digo que esta escena
es de dudosa plausibilidad, porque a pesar de que es indiscutible que los
musulmanes de la India son ciudadanos de segunda, no es del todo claro que los
musulmanes que emigraron de India a Pakistán, tengan mejores vidas. Podemos
discutir algunas cosas sobre la vida de Jinnah, pero es justo admitir que fue
un hombre equilibrado. Tras su muerte, Pakistán fue de mal en peor, con una
serie de golpes militares y dictaduras que desembocaron en una sociedad
infestada por grupos yijadistas que ejercen notable influencia sobre los
gobiernos.
Jinnah siempre tuvo
la voluntad de que en Pakistán no ocurriese lo que él temía que ocurriría en la
India. Lamentablemente, no tuvo éxito. Pakistán persigue a sus minorías
religiosas muchísimo más que lo que sucede en la India. Por fortuna, quedan en
Pakistán voces sensatas que quieren rescatar el legado moderado y secularista
de Jinnah, y Dehlavi (el director de Jinnah)
ciertamente forma parte de esas voces. Queda por ver si estas voces serán
suficientemente influyentes.
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