martes, 8 de agosto de 2017

Delcy Rodríguez y la supremacía blanca



¿Quién apoya a Donald Trump? A juicio de Hillary Clinton durante la campaña electoral, los seguidores de Trump eran una “cesta de gente deplorable”: racistas, islamófobos, misóginos, etc. Luego Clinton tuvo que pedir disculpas por generalizar de ese modo. Pero, sin duda, a Trump lo acompaña gente despreciable. La llamada Alt Right (derecha alternativa), con el liderazgo de Richard Spencer, defiende abiertamente la supremacía blanca.
Con todo, no es razonable postular que el casi 50% del electorado norteamericano, aquel que votó por Trump, consta totalmente de gente racista. Un grueso de quienes votaron por Trump, lo hicieron no tanto por ser racistas, sino más bien porque estaban hartos de que injustamente se les acusase de ser racistas por cosas insignificantes. Estos votantes vieron en Trump al político que se rebelaría contra lo políticamente incorrecto y pondría fin a tanta hipersensibilidad racial.  

Al ver a policías blancos matar a jovencitos negros, no cabe duda de que, en efecto, en EE.UU. queda mucho racismo. Pero, a la par, desde hace años ha prosperado una industria de victimismo y chantaje racial que se apresura a acusar de racismo a quien sea, sin realmente tener en consideración la seriedad de esas acusaciones. Muchas veces, ese chantaje se ha utilizado para fines muy perversos, como por ejemplo, cuando a O.J. Simpson lo absolvió un jurado frente a acusaciones de homicidio, a pesar de la abrumadora evidencia en su contra. Indiscutiblemente, a O.J. Simpson lo absolvieron por ser negro, y descaradamente se usó el chantaje racial.
Lo triste es que, a la larga, el apoyo a Trump podría convertirse en una profecía autocumplida. Esos seguidores no son racistas, y ven en Trump un líder firme que los defendería frente a los abusos del chantaje racial. Pero, en el proceso, esos seguidores que originalmente no eran racistas, se terminaría convirtiendo en racistas al escuchar el mensaje incesante de la Alt Right, confirmando las acusaciones iniciales de los chantajistas raciales.
Algo similar está ocurriendo en Venezuela. El país está en caos. La razón es muy sencilla: Hugo Chávez vivió las vacas gordas de la renta petrolera, y dejó a su sucesor, Nicolás Maduro, las vacas flacas del colapso del precio del petróleo. Las desastrosas decisiones económicas de Chávez vinieron a tener sus consecuencias, sólo tras su muerte. Y Maduro, en vez de tratar de corregir los errores de su antecesor sin necesariamente manchar el nombre del maestro (como Deng Xiapoing hábilmente hizo con Mao), se ha empeñado en profundizar aún más los errores socialistas de Chávez, con el añadido de que, ahora, se ha convertido en el dictador que Chávez nunca fue.
Con todo, Delcy Rodríguez, una de las preferidas de Maduro, en sus discursos ocasionalmente explica la crisis económica como un intento desestabilizador de la “supremacía blanca”. Obviamente, es una frasecita que ella ha escuchado en EE.UU. No cabe negar que, en Venezuela, sigue habiendo grandes desigualdades sociales, y que estas desigualdades tienen alguna correspondencia racial. Las clases acomodadas suelen tener la piel más clara que las clases más excluidas. Pero, en Venezuela nunca ha habido la segmentación racial que sí hubo en EE.UU. En comparación con Norteamérica, nuestros ancestros se mezclaron mucho más, y hubo más integración después del final de la esclavitud, mientras que en EE.UU., a la esclavitud le siguieron varias décadas de segregación racial amparada en las infames leyes de Jim Crow.
 Es por ello muy difícil hacer una distinción nítida entre “blancos” y “negros” en Venezuela. De vez en cuando, en la historia de nuestro país han surgido demagogos que han querido instigar guerras entre blancos y negros, aun cuando esas categorías no son muy claras. Por ejemplo, en los propios inicios de nuestra historia republicana, el caudillo Manuel Piar quiso aglutinar a la gente de piel oscura contra la gente de piel clara. Bolívar lo neutralizó, fusilándolo. A Bolívar se le puede acusar de muchas cosas, pero un aspecto muy loable de su carrera fue el haber tenido siempre presente el peligro de que Venezuela se convirtiera en Haití (donde los negros mataron a todos los blancos). Y, para enfrentar este peligro, Bolívar se aseguró de cultivar un nacionalismo que dejara de lado las diferencias raciales, y resaltara la identidad nacional por encima de todo. En esto, nuestros libertadores fueron bastante exitosos, y los resentimientos raciales que se observan en EE.UU., están mucho más moderados en Venezuela.
Lamentablemente, Delcy Rodríguez, como Piar, quiere envenenar el pozo. El propio fenotipo de Rodríguez no encajaría bien en ninguna de las categorías raciales que ella quiere explotar. Muchos de los supuestos representantes de la “supremacía blanca” en Venezuela tienen su misma complexión de piel. Pero, la frasecita sirve el propósito de desviar la atención sobre el verdadero origen de la catástrofe en Venezuela. En esto, ha aprendido muy bien el truco de Robert Mugabe, quien en nombre de la lucha contra el racismo, chantajea y pretende imponer toda clase de abusos, y exculparse por el enorme desastre que es hoy Zimbabue.
Lo triste, no obstante, es que como en el caso de Trump, el asunto de la supuesta “supremacía blanca” podría convertirse en una profecía autocumplida. Como en EE.UU., podría ocurrir que en Venezuela mucha gente, molesta ante las acusaciones infundadas de racismo, termine por respaldar a un líder que prometa defenderlos frente al chantaje racial. Y en el proceso, ese líder sí podría rodearse de gente que sí quiere instaurar la supremacía blanca. Por eso, cada vez que Delcy Rodríguez utiliza la frasecita “supremacía blanca” para chantajear, en realidad juega con fuego.

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