¿Quién apoya a Donald
Trump? A juicio de Hillary Clinton durante la campaña electoral, los seguidores
de Trump eran una “cesta de gente deplorable”: racistas, islamófobos,
misóginos, etc. Luego Clinton tuvo que pedir disculpas por generalizar de ese
modo. Pero, sin duda, a Trump lo acompaña gente despreciable. La llamada Alt Right (derecha alternativa), con el
liderazgo de Richard Spencer, defiende abiertamente la supremacía blanca.
Con todo, no es
razonable postular que el casi 50% del electorado norteamericano, aquel que
votó por Trump, consta totalmente de gente racista. Un grueso de quienes votaron
por Trump, lo hicieron no tanto por ser racistas, sino más bien porque estaban
hartos de que injustamente se les acusase de ser racistas por cosas
insignificantes. Estos votantes vieron en Trump al político que se rebelaría
contra lo políticamente incorrecto y pondría fin a tanta hipersensibilidad
racial.
Al ver a policías
blancos matar a jovencitos negros, no cabe duda de que, en efecto, en EE.UU.
queda mucho racismo. Pero, a la par, desde hace años ha prosperado una
industria de victimismo y chantaje racial que se apresura a acusar de racismo a
quien sea, sin realmente tener en consideración la seriedad de esas
acusaciones. Muchas veces, ese chantaje se ha utilizado para fines muy
perversos, como por ejemplo, cuando a O.J. Simpson lo absolvió un jurado frente
a acusaciones de homicidio, a pesar de la abrumadora evidencia en su contra.
Indiscutiblemente, a O.J. Simpson lo absolvieron por ser negro, y descaradamente
se usó el chantaje racial.
Lo triste es que, a
la larga, el apoyo a Trump podría convertirse en una profecía autocumplida.
Esos seguidores no son racistas, y ven en Trump un líder firme que los defendería
frente a los abusos del chantaje racial. Pero, en el proceso, esos seguidores
que originalmente no eran racistas, se terminaría convirtiendo en racistas al
escuchar el mensaje incesante de la Alt
Right, confirmando las acusaciones iniciales de los chantajistas raciales.
Algo similar está
ocurriendo en Venezuela. El país está en caos. La razón es muy sencilla: Hugo
Chávez vivió las vacas gordas de la renta petrolera, y dejó a su sucesor,
Nicolás Maduro, las vacas flacas del colapso del precio del petróleo. Las
desastrosas decisiones económicas de Chávez vinieron a tener sus consecuencias,
sólo tras su muerte. Y Maduro, en vez de tratar de corregir los errores de su
antecesor sin necesariamente manchar el nombre del maestro (como Deng Xiapoing
hábilmente hizo con Mao), se ha empeñado en profundizar aún más los errores
socialistas de Chávez, con el añadido de que, ahora, se ha convertido en el
dictador que Chávez nunca fue.
Con todo, Delcy Rodríguez,
una de las preferidas de Maduro, en sus discursos ocasionalmente explica la
crisis económica como un intento desestabilizador de la “supremacía blanca”.
Obviamente, es una frasecita que ella ha escuchado en EE.UU. No cabe negar que,
en Venezuela, sigue habiendo grandes desigualdades sociales, y que estas
desigualdades tienen alguna correspondencia racial. Las clases acomodadas
suelen tener la piel más clara que las clases más excluidas. Pero, en Venezuela
nunca ha habido la segmentación racial que sí hubo en EE.UU. En comparación con
Norteamérica, nuestros ancestros se mezclaron mucho más, y hubo más integración
después del final de la esclavitud, mientras que en EE.UU., a la esclavitud le
siguieron varias décadas de segregación racial amparada en las infames leyes de
Jim Crow.
Es por ello muy difícil hacer una distinción nítida
entre “blancos” y “negros” en Venezuela. De vez en cuando, en la historia de
nuestro país han surgido demagogos que han querido instigar guerras entre
blancos y negros, aun cuando esas categorías no son muy claras. Por ejemplo, en
los propios inicios de nuestra historia republicana, el caudillo Manuel Piar
quiso aglutinar a la gente de piel oscura contra la gente de piel clara.
Bolívar lo neutralizó, fusilándolo. A Bolívar se le puede acusar de muchas
cosas, pero un aspecto muy loable de su carrera fue el haber tenido siempre
presente el peligro de que Venezuela se convirtiera en Haití (donde los negros
mataron a todos los blancos). Y, para enfrentar este peligro, Bolívar se
aseguró de cultivar un nacionalismo que dejara de lado las diferencias
raciales, y resaltara la identidad nacional por encima de todo. En esto,
nuestros libertadores fueron bastante exitosos, y los resentimientos raciales
que se observan en EE.UU., están mucho más moderados en Venezuela.
Lamentablemente, Delcy
Rodríguez, como Piar, quiere envenenar el pozo. El propio fenotipo de Rodríguez
no encajaría bien en ninguna de las categorías raciales que ella quiere
explotar. Muchos de los supuestos representantes de la “supremacía blanca” en
Venezuela tienen su misma complexión de piel. Pero, la frasecita sirve el
propósito de desviar la atención sobre el verdadero origen de la catástrofe en
Venezuela. En esto, ha aprendido muy bien el truco de Robert Mugabe, quien en
nombre de la lucha contra el racismo, chantajea y pretende imponer toda clase
de abusos, y exculparse por el enorme desastre que es hoy Zimbabue.
Lo triste, no
obstante, es que como en el caso de Trump, el asunto de la supuesta “supremacía
blanca” podría convertirse en una profecía autocumplida. Como en EE.UU., podría
ocurrir que en Venezuela mucha gente, molesta ante las acusaciones infundadas
de racismo, termine por respaldar a un líder que prometa defenderlos frente al
chantaje racial. Y en el proceso, ese líder sí podría rodearse de gente que sí
quiere instaurar la supremacía blanca. Por eso, cada vez que Delcy Rodríguez
utiliza la frasecita “supremacía blanca” para chantajear, en realidad juega con
fuego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario