Muchos conspiranoicos están obsesionados con el príncipe
consorte Felipe, el esposo de la reina Isabel II de Inglaterra. Felipe, cabe admitirlo, es un
hombre con muy poca sensibilidad. En una ocasión, dijo en una entrevista que si
la reencarnación existe, a él le gustaría reencarnar como un virus, a fin de
resolver el problema de la sobrepoblación en el mundo.
Sin duda, fue un chiste de muy mal
gusto. Pero, como suele ocurrir, los conspiranoicos hacen un alboroto
desproporcionado. Uno de los temas más comunes en las teorías conspiranoicas
sobre el Nuevo Orden Mundial, es que la élite dominante busca reducir el tamaño
de la población mundial. Eso explica la liberalización de leyes que rigen el
aborto y la eutanasia.
Ciertamente, la sobrepoblación es un
problema que los planificadores sociales se han planteado muchas veces. En el
siglo XIX, el economista Thomas Robert Malthus célebremente argumentó que las
fuentes de comida sólo crecen aritméticamente (2,3,4,5), mientras que la
población crece exponencialmente (2,4,8,16). Eso, a la larga, generaría un
déficit. Habría una fiera competencia por los recursos, y eso se materializaría
en hambrunas, epidemias y guerras que, al final, reducirían el tamaño de la
población. Para evitar estas catástrofes, decía Malthus, es necesario controlar
el crecimiento poblacional, a través de la continencia (Malthus era un clérigo,
y no aceptaba métodos anticonceptivos). Malthus resultó especialmente odioso a
mucha gente, porque también propuso dejar de ofrecer asistencia social a los más
pobres; él pensaba que esa asistencia es un estímulo para un mayor crecimiento
demográfico.
Las grandes catástrofes que Malthus
anunció no han ocurrido, en buena medida porque la humanidad se las ha
ingeniado para seguir creciendo sin que falten los recursos. La llamada revolución verde de la segunda mitad del
siglo XX ofreció tecnologías que potenciaron la producción agrícola, evitando
así el apocalipsis imaginado por Malthus.
La preocupación de los maltusianos
es estrictamente económica. En cambio, conspiranoicos como Lyndon Larouche asumen que
los intentos por controlar la población, son políticos. Supuestamente, el Nuevo
Orden Mundial quiere imponer una tiranía sobre toda la faz de la Tierra, con un
gobierno totalitario, pero también con rasgos de jerarquía feudal. Para lograr
este objetivo de control, la población no puede ser muy grande. Por ello,
alegan los conspiranoicos, las élites incitan a guerras para que la gente se
mate entre sí, con el puro afán de que la población mundial siempre mantenga un
tamaño reducido.
Según Larouche, el príncipe Felipe
es el responsable del genocidio en Ruanda, precisamente con esa intención. Por
dos décadas, Felipe fue presidente del Fondo Mundial para la Naturaleza, una
institución ecologista encargada de salvar especies en peligro de extinción. En
la teoría conspiranoica de Larouche, esa institución en verdad es una fachada
de un plan mucho más siniestro: sí, salvar especies en peligro de extinción,
pero al mismo tiempo, reducir la población de nuestra especie.
En las décadas previas al genocidio
ruandés, el Fondo Mundial para la Naturaleza estaba muy activo en Ruanda,
organizando la protección de gorilas. Según Larouche, lo que en verdad estaba
haciendo esta organización, bajo la directriz de Felipe, era preparar a las
milicias hutus que terminaron por matar a cerca de un millón de tutsis en 1994.
No hay ningún indicio que confirme
esta fantasía de Larouche. Pero, el peligro de teorías conspiranoicas
como ésta, es que nos distraen respecto a teorías de la conspiración que sí son
mucho más plausibles, pues esas sí cuentan con evidencia a su favor. Y, en
torno al genocidio ruandés, hay varias teorías de conspiración que resultan
bastante probables.
El genocidio empezó porque el avión
en el cual viajaba el presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana (un hutu), fue
derribado, y todos a bordo murieron. Habyarimana venía de reunirse con líderes
de la etnia tutsi (quienes dirigían una guerrilla contra el gobierno), y se
estaban concretando detalles para firmar un acuerdo de paz. Apenas horas después
del ataque, milicias de hutus empezaron a masacrar a tutsis, en un genocidio
que, en apenas cien días, acabó con 800 mil personas.
El genocidio se detuvo porque las
fuerzas militares tutsis, con Paul Kagame a la cabeza, tomó el control del
país. Desde entonces, Kagame ha gobernado Ruanda. En la versión oficial de los
hechos defendida por el régimen de Kagame, el ataque al avión fue perpetrado
por extremistas hutus, que se oponían a la firma de un acuerdo de paz, y que
buscaban una excusa para movilizar a las milicias hutus, a fin de que
ejecutaran el genocidio. Ruanda tiene ahora un crecimiento económico
considerable, y Kagame asegura que las heridas del pasado se están curando.
Pero, lo cierto es que Kagame llegó
al poder con un gran ánimo revanchista, y él mismo organizó una matanza de al
menos 100 mil hutus. Una comisión francesa investigó los hechos que condujeron
al genocidio en 1994, y llegó a la conclusión de que el avión no fue derribado por
extremistas hutus, sino por las propias milicias tutsis, que habían
contrabandeado misiles antiaéreos desde Uganda.
Kagame, previsiblemente, ha
rechazado estas acusaciones, y a su vez, ha acusado a Francia de haber apoyado
a los hutus. Hay bastantes indicios de que su acusación sí tiene fundamento. Bajo
el mandato de Francois Miterrand, Francia tenía mucho interés en la explotación
del coltán, el valioso mineral con el cual se fabrican los aparatos
electrónicos, y es muy abundante en Ruanda. El gobierno francés había hecho
negocios con los hutus, y se ha dicho que Francia ofreció entrenamiento a las
milicias, que eventualmente perpetraron el genocidio. Los sucesivos gobiernos
franceses jamás han reconocido esto, pero hay muchos testimonios de personas involucradas
(tanto hutus como franceses) que lo confirman.
En fin, aun si estas teorías no
fueran verdaderas (y, vale insistir, no están del todo probadas), hay algo que
sí está fuera de discusión: el genocidio en Ruanda fue consecuencia de odios
tribales, pero en buena medida, estos odios no existían antes de la llegada de
los europeos. Los tutsis y los hutus hablan la misma lengua, comparten
virtualmente la misma cultura, y son biológicamente indistinguibles. Los
imperialistas belgas, no obstante, se encargaron de sembrar divisiones,
otorgando cartillas de identidad que reafirmaba sus diferencias étnicas, y
dando un trato preferencial a los tutsis. En apenas medio siglo, esta división
étnica se intensificó, con teorías conspiranoicas e historias inventadas (los
hutus enseñaban que los tutsis los habían esclavizado en el pasado, y que se
disponían a volverlo a hacer). La conspiranoia en ese país africano, perpetró
un atroz genocidio. Las teorías conspiranoicas no son meras diversiones que no
hacen daño a nadie.
gracias me salvaste la tarea
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