miércoles, 24 de febrero de 2016

Ben Carson, Nicolás Maduro, y las políticas de la identidad

            En EE.UU., ser negro puede ser una desventaja cuando se trata de la brutalidad policial, o de conseguir un trabajo en el sector privado. Pero, no es una desventaja cuando se quiere hacer carrera política. De hecho, Barack Obama muy astutamente usó su color de piel a su favor para llegar a la presidencia.
            Tal como lo ha argumentado el analista político Shelby Steele, el pueblo norteamericano quería quitarse de sus espaldas el peso odioso de la esclavitud y las leyes de segregación racial. Y, para demostrarle al mundo que su nación había ya madurado, estaba dispuesto a elegir a un presidente negro. Pero, no podía ser cualquier candidato negro. Tenía que ser alguien que no apareciese en una faceta demasiado vengativa y amenazante. Obama era perfecto para esa posición. Sí, su piel es oscura, pero como candidato, él no enfatizaba el tema racial explícitamente, y el votante blanco promedio quedó complacido con elegir a un negro que, en realidad, no sería muy radical.

            Con todo, si bien Obama no hizo mucho alboroto de su negritud explícitamente, implícitamente sí quedó en el entendimiento de los votantes de que, para poder sobreponer la culpa blanca, había que votar por él. Y, sus promotores (aunque, vale insistir, nunca Obama directamente) se encargaron de mercadear su candidatura como la del “primer presidente negro de EE.UU.”. Así pues, el ser negro fue una ventaja, y no una desventaja para Obama. En alguna ocasión, cuando Obama ha recibido críticas, hábilmente se ha refugiado en su color de piel, y ha querido chantajear a los demás diciendo que esas críticas se deben al hecho de que él es negro, y no porque realmente las merece. En el argot norteamericano, a esto le llaman “jugar la carta racial” (play the race card).
            En los propios EE.UU., hay intelectuales y políticos negros que repudian ese chantaje. La mayoría de estas personas proceden de la derecha y el partido republicano. Pero, el chantaje racial está tan difundido en EE.UU., que incluso desde la más rancia derecha, en ocasiones se hace este patético juego.
            El candidato ultraderechista Ben Carson es conocido por posturas ridículas, como por ejemplo, sostener la historicidad del relato sobre el arca de Noé. Pero, un punto positivo en la carrera política de Carson ha sido el repudio del chantaje racial, y la insistencia en que los negros norteamericanos deben asumir responsabilidades propias en buena parte de sus fracasos.
No obstante, es no ha impedido que Carson juegue la carta racial. En vista de que ya sus números no eran suficientes para continuar como candidato, Carson desesperadamente ha intentado usar su negritud como ventaja. Y, recientemente, ha dicho que él es más negro que Obama, pues éste tiene una madre blanca, y se crió entre blancos. En otras palabras, Carson está diciendo que deben votar por él, porque él sí es negro de verdad.
Esto se está convirtiendo ya en un vicio típico en la política norteamericana. Los comentaristas lo llaman las “políticas de la identidad” (identity politics). La argumentación política y las propuestas de soluciones a problemas concretos, ha sido reemplazada por concursos de popularidad en función de las identidades. El votante no vota por quien sea el más competente u ofrezca el mejor programa político, sino por quien pertenezca a un colectivo en particular. Y, así, el candidato presenta ante el electorado, no sus argumentos e ideas, sino su adscripción a esta o aquella clase social, religión o raza.
En América Latina, el tema racial no ha sido tan central como en EE.UU. Y, en ese sentido, en nuestra región no hay tanta obsesión con las políticas de la identidad. Fidel era blanco y rico, pero eso no impidió que los cubanos lo apoyaran en su revolución. Chávez quiso en algún momento presentarse como el zambo que haría justicia frente a los blancos, pero en realidad, no explotó demasiado esa táctica. Quizás el político latinoamericano que más ha utilizado el chantaje racial y las políticas de la identidad ha sido Evo Morales: de un modo muy parecido a Obama, su candidatura coqueteó con la promesa de ser el primer presidente indígena, y con eso, se hacía implícito que se debía votar por él, no propiamente por sus ideales y propuestas, sino por el mero hecho de ser indígena; pero de nuevo, lo de Bolivia no es ni remotamente comparable con las políticas de la identidad en EE.UU.

Con todo, como suele ocurrir, América Latina importa muchas cosas desde EE.UU., y las políticas de la identidad no son excepción. En una región en la cual ha habido muchísimo más mestizaje que en EE.UU., se hace más difícil jugar al chantaje racial. Pero, eso no impide acudir a otras formas de chantaje y políticas de la identidad. En nuestros países, el chantaje se hace más sobre la base de la clase social. Así, por ejemplo, en Venezuela, Nicolás Maduro se ha querido mercadear como el “primer presidente obrero” de este país. Esto, demás está decir, es jugar a las políticas de identidad a lo bestia. Maduro no promueve sus ideas ni ofrece soluciones a problemas concretos, sino que sencillamente, dicen que deben votar por él, por el mero hecho de que él es obrero y sus rivales no lo son.

Ya Platón decía en La república, que el barco se hundiría si los marineros eligen como capitán, no al que realmente sepa navegar, sino al más simpático. Lamentablemente, los obreros de Venezuela seguirán sufriendo si siguen eligiendo como presidente, no a quien realmente mejore las condiciones de los obreros, sino a quien más vocifere ser uno de ellos. De hecho, la predicción se ha cumplido: Venezuela atraviesa la peor crisis económica de su historia, y el “presidente obrero” no tiene ni la menor idea sobre cómo resolverla.

1 comentario:

  1. oye, a proposito de lo de Carson ¿crees que Marco Rubio esté haciendo lo mismo con su ascendencia latina?

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