En la euforia de la caída del Muro de Berlín, se tumbaron
muchas estatuas. Entre ellas, estuvieron las de Karl Marx. Según una leyenda
urbana, un joven alemán se acercó a una de las estatuas derribadas de Marx, y
le adjuntó un letrero diciendo “Yo sólo escribí un libro”.
Ciertamente,
Marx sólo escribió libros. A él jamás se le pasó por la cabeza asesinar a la
familia real rusa, inducir una hambruna en Ucrania, o convertir a una guerrilla
sudamericana en narcotraficantes. Pero, tal como el conservador Richard Weaver
alegaba en el título de uno de sus libros, las
ideas tienen consecuencias. Y lamentablemente, las ideas de Marx tuvieron
muchas consecuencias negativas. ¿Es él responsable de los abusos del comunismo?
No. Y, en este sentido, merece una reivindicación. Pero, al mismo tiempo,
debería advertirse sobre la ingenuidad de sus ideas.
El joven Karl Marx, la reciente película
del haitiano Raoul Peck, reivindica a Marx sin criticarlo. Presenta a un joven y
carismático Marx que tiene una vida conyugal convencional con su amada Jenny,
pero que en realidad, siente mucha más atracción (no sexual) por su gran amigo
Engels. Al conocerse, caen rendidos en admiración mientras discuten la jerga
incomprensible de Hegel. Desde ese momento, atraviesan dificultades, pero las
vencen, para finalmente escribir el Manifiesto
del partido comunista.
El
inseparable dúo se enfrenta a capitalistas codiciosos. Hasta cierto punto, la
película parece una versión intelectualoide y decimonónica de Batman y Robin
enfrentando al Guasón. En una escena memorable, los dos jóvenes confrontan a un
ricachón que se vale del trabajo infantil en sus fábricas. El ricachón se
defiende diciendo que el trabajo infantil es necesario para una sociedad
productiva, basada en la oferta y la demanda. Ciertamente, debemos al marxismo
la erradicación de estos abusos. Pero, no es necesario ser marxista para
oponerse al trabajo infantil. Aun si los liberales concuerdan en favorecer el
flujo de la oferta y la demanda en las relaciones laborales, insisten en que la
infancia debe ser protegida porque los niños no tienen suficiente autonomía
para decidir por cuenta propia si les conviene o no trabajar.
En fin,
ése no es el único ricachón que aparece en la película. Como se sabe, ¡el
propio Engels fue muy burgués!, pues heredó de su padre un muy próspero negocio
de textiles. En la película, Engels siente algún remordimiento, y en efecto, se
compenetra con los maltratados trabajadores, e incluso, toma a una trabajadora
como su compañera sentimental. Pero, no
entrega sus riquezas. Escribe sobre la plusvalía en sus libros, pero la
sigue extrayendo de los trabajadores de su fábrica. Se lamenta de la
explotación del hombre por el hombre, pero no se anima a dar su fábrica en
propiedad comunal.
A lo largo de la
película, se quiere dar la impresión de que Engels sigue siendo un burgués,
como una suerte de trabajo periodístico para entender la mentalidad burguesa. A
mí me parece una excusa muy barata, típica de aquello que los psicólogos llaman
disonancia cognoscitiva. Si de verdad
alguien cree en el comunismo, debe estar dispuesto a asumirlo, y empezar a
repartir sus riquezas, pues bajo su sistema de creencias, esas riquezas son
injustamente adquiridas. Si no lo hace, es simple y llana hipocresía. Un
marxista, Gerald Cohen, se planteó esta cuestión en un libro, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan
rico? Lamentablemente, Cohen no ofrece una respuesta clara, y más bien,
coquetea con las típicas excusas de los comunistas ricos (hay que esperar a que
llegue la revolución, es sólo una gota en el mar, etc.).
Marx, por su parte, vivió
en la pobreza. Pero, eso no le impidió tener una criada, a quien,
presumiblemente, también le extraía su plusvalía. La película trata de excusar
el privilegio de Marx, retratando cómo se retrasa en el pago del salario de la
criada, precisamente por las condiciones de pobreza en las cuales viven. En
fin, lo cierto es que Engels siempre acudió al auxilio financiero de Marx, y
así se retrata en la película. Pero, no solamente fue el auxilio financiero.
Marx tuvo la práctica muy burguesa de tener hijos ilegítimos con las criadas, y
Engels sirvió como alcahueta, asumiendo la paternidad de un hijo ilegítimo de
Marx. Nada de eso aparece retratado en esta película santurrona, pues
obviamente, sería una mancha demasiado grande.
En la película, las
disputas del inseparable dúo no son tanto contra capitalistas, sino contra los
propios comunistas. La Europa de mediados del siglo XIX era un avispero de
comunistas odiándose entre sí. El joven Marx siente simpatía por Proudhon, el
comunista que decía que toda propiedad es robo, pero eventualmente, se vuelve
contra él, y se convierte en la figura estrella del momento. En ocasiones, la
forma en que Peck retrata estas escenas (que transcurren en varios congresos),
me recuerdan a las convenciones de Herba Life o Amway, en las cuales los
vendedores luchan por el liderazgo en ventas. En muchos aspectos, me temo, el
comunismo no es tan distinto del capitalismo.
De hecho, yo mismo
pude comprobarlo en mi visita a la casa natal de Marx, en Trier. Marx aún no se
ha convertido en la franquicia de consumo masivo que sí es el Che Guevara.
Pero, al menos en Trier, se venden toda suerte de suvenires alusivos a Marx,
probablemente manufacturados en una fábrica china (posiblemente con niños trabajadores),
propiedad de un emergente capitalista asiático. El propio Marx habría llamado a
esos suvenires el fetichismo de la
mercancía.
La película, que ciertamente
tiene maestría técnica (pues hace de Marx y Engels tipos muy agradables),
termina con imágenes de la historia del siglo XX, una forma muy poética de
enfatizar la influencia de Marx. Lo triste, no obstante, es que no presenta a
Lenin, Stalin, Mao o Fidel, los dictadores que se valieron de las teorías de
Marx para hacer mucho daño. Peck quiere borrar la leyenda negra de Marx, pero termina
incurriendo en la leyenda rosa.
Para quien quiera
ambientarse en las circunstancias del siglo XIX y entender cómo Marx pudo haber
escrito las cosas que escribió, esta película está muy bien. Pero, ante una
figura como Marx, es necesario aplicar más razón que emoción. Lamentablemente,
a pesar de la verborrea que aparece frecuentemente en los diálogos, Peck opta
más por tratar de persuadir con la emoción, que con la racionalidad. Y tras
evaluar la vida y obra de Marx, no es difícil llegar al veredicto de que fue un
hombre de buenos sentimientos, pero de ideas muy ingenuas.
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