jueves, 7 de diciembre de 2017

Robert Houdin y el poscolonialismo



            El conservadurismo francés siempre ha querido presentar en sus libros de historia, una versión dulcificada de la presencia colonial francesa en Argelia. Lamentablemente, no pueden tapar el sol con un dedo. Basta ver una película como La batalla de Argel, para formarse una idea de las barbaridades que se cometieron en Argelia durante el período de dominio francés. En 1830, el gobernador local otomano agitó su plumero en la cara del embajador francés, y los franceses tomaron aquel minúsculo insulto como excusa para lanzar una masiva invasión que ocupó el país por más de un siglo.
            Las cosas, pues, deben contarse como ocurrieron, por más que los conservadores y nacionalistas franceses se molesten. Pero, al contar las cosas como ocurren, también los críticos del colonialismo se molestan. Pues, a partir de la segunda mitad del siglo XX, han surgido académicos que, obsesionados en su cruzada en contra del legado del colonialismo, se han empeñado en decir que todo lo del colonialismo fue malo, y que hay que resistir a él a toda costa. Eso, lamentablemente, es también una memez. No todo lo del colonialismo fue malo, y es hora de que la izquierda lo admita.

            Consideremos, por ejemplo, el caso de Robert Houdin. Houdin era un ilusionista francés que hizo fama en su nativa Francia con sus asombrosos espectáculos. En el siglo XX, el gran Houdini tomó su nombre en homenaje a este mago francés. Tras una fructífera carrera, Houdin se retiró de la vida pública, pero en 1856, el gobierno francés le pidió que fuera a Argelia en una misión especial.
            Por aquella época, los franceses no habían dominado por completo a Argelia, y aún había peligros de revueltas. El sentimiento popular anticolonialista orbitaba en torno a los morabitos, una especie de místicos islámicos populares que, como los faquires de la India, asombraban a la gente con sus prodigios. El gobierno francés pidió a Houdin que investigara estos prodigios, e hiciera cosas similares ante las audiencias árabes, para convencerlos de que la magia francesa era más poderosa.
            Houdin, en efecto, observó algunos de los trucos de los morabitos, y los hizo ante algunas audiencias de árabes. Pero, también hizo espectáculos con sus propios trucos que eran aún más asombrosos que los de los marabutos. Quizás el más famoso fue el truco de la bala: alguien le dispararía con una bala marcada, y él sacaría esa bala de su boca. Los árabes quedaban asombrados, y ante tales prodigios, decidían renunciar a seguir a los morabitos, y rendían lealtad a las autoridades francesas.
            Houdin pudo haber hecho lo mismo que los morabitos, y pudo haber convencido a los árabes de que los franceses tenían poderes sobrenaturales. Pero, no hizo tal cosa. Houdin no reveló sus trucos, pero sencillamente dijo a los árabes que lo que él hacía era mero ilusionismo, y que los morabitos hacían lo mismo. La magia no existe. Así pues, como el gran Houdini del siglo XX, el Houdin original del siglo XIX era un racionalista a ultranza.
            ¿Era Houdin un colonialista? Por supuesto que sí. Su campaña de racionalismo estuvo al servicio del poder imperial. ¿Merece reproche? De ningún modo. Los gurús de la izquierda poscolonial se obsesionan con decir que todo lo del colonialismo es reprochable, pero se equivocan. Houdin hizo una gran labor en favor del progreso. Erradicó muchas supersticiones en el populacho árabe, y sentó las bases del pensamiento científico en un país culturalmente muy atrasado. Duélale a quien le duela, lo cierto es que los poderes imperiales llevaron las bases de la racionalidad, la ciencia y el laicismo, a países que vivían en un mundo supersticioso e irracional. Está bien lamentarse por los crímenes del colonialismo y el saqueo de las riquezas del Tercer Mundo, pero no está mal desenmascarar los trucos y fraudes de morabitos y faquires.
            Insólitamente, varias figuras de la izquierda poscolonial reprochan los intentos racionalistas por educar a las masas supersticiosas. En India, por ejemplo, hay muchos grupos racionalistas que van a las aldeas, realizan trucos de ilusionismo, y luego explican a las audiencias que los faquires no tienen verdaderos poderes mágicos. Autores como Ashis Nandy (un académico muy querido por la izquierda poscolonial) reprochan a estos grupos racionalistas, pues en su opinión, los racionalistas indios son representantes de una mentalidad colonial británica que sabotea la tradición hindú.
            En América Latina, hay también patéticos autores que, como Nandy, se oponen al progreso y el racionalismo, todo en nombre de la lucha contra el colonialismo. Enrique Dussel, Walter Mignolo y Boaventura de Sousa Santos, por ejemplo, se empeñan en proteger supuestos “saberes ancestrales” indígenas que, en el fondo, no son más que trucos muy parecidos a los de los faquires y los morabitos. Como en África y Asia, la historia del colonialismo en América fue brutal. Pero, es una memez oponerse al racionalismo, por el mero hecho de que lo trajeron los europeos. En honor a gente como Houdin, los latinoamericanos deberíamos continuar la cruzada racionalista, y acabar con el misticismo y las supersticiones que, lamentablemente, persisten en nuestros países.

           

1 comentario:

  1. Hola Gabriel,creo que es muy interesante lo que cuentas sobre Houdini, quería preguntarte si podrías indicarme algún libro en español en el que se relate la llegada de dicho ilusionista a Argelia. Gracias y saludos.

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