Querida
Belén:
Lamento enterarme de las
frustraciones de tu amigo Mohammed. Ciertamente, es muy molestoso cuando te
juzgan estereotípicamente por el grupo de tu procedencia. Mohammed es muy
amigable, buen estudiante, y una persona muy pacífica, pero con todo, sus
compañeros de clase desconfían de él, porque piensan que sus familiares son
terroristas, comen demasiadas especias, y se pasan el día entero arrodillados
rezando.
Es natural que Mohammed se moleste. Yo
lo entiendo perfectamente, porque es también natural que los psicólogos se
molesten, cuando las personas en la calle estereotípicamente los identifican
con alguna persona que escribe lo que otra persona le dice mientras está
acostada en un sillón. Más molestoso aún es cuando se forma la idea de que, en
esa escena, el psicólogo le dice a la persona acostada que la raíz de sus
problemas está en el hecho de que quiere acostarse con su madre y matar a su
padre.
La mayoría de los psicólogos no
dicen estas tonterías. Pero, como sabrás, muchas veces los estereotipos reposan
sobre algunas verdades, y sí es cierto que, en una época, muchos psicólogos sí
decían cosas parecidas. Todo se debe a la influencia de Sigmund Freud, un señor
que no es el fundador de la
psicología, pero mucha gente erróneamente cree que sí lo es. Y, también mucha
gente cree que sus ideas son muy importantes en la psicología, cuando en
realidad, provocan más risa que seriedad.
Freud fue un médico austríaco de la
primera mitad del siglo XX, y fue el fundador del movimiento que vino a
llamarse psicoanálisis. La idea
básica del psicoanálisis es bastante razonable: además de la existencia de
pensamientos conscientes, en nuestra mente hay pensamientos inconscientes.
Algunas veces, tú puedes hacer cosas sin ni siquiera darte cuenta de que las
estás haciendo. Freud efectivamente propuso esta idea, pero de ningún modo fue
el primero en hacerlo. No merece ningún premio Nobel por ello.
Ahora bien, a partir de esa idea
básica, Freud hizo una larga carrera académica diciendo disparates. Freud
empezó a tratar pacientes que tenían problemas mentales. Con casi todos esos
pacientes, Freud se empeñaba en decir que sus problemas mentales (depresión,
ansiedad, psicosis, etc.) se debían a conflictos entre la mente inconsciente y
la mente consciente. Esos pacientes inconscientemente pensaban algunas cosas molestosas,
pero la mente consciente, decía Freud, se encarga de reprimir esos
pensamientos. Como resultado, la gente se enferma de la mente. Y, la forma de
curarlos, es abriendo el inconsciente para explorar esos pensamientos que están
siendo reprimidos.
El origen de las enfermedades
mentales es muy complejo, y en futuras cartas, puedo escribirte más sobre este
asunto. Pero, por ahora, puedo decirte que, contrariamente a lo que Freud
creía, es falso que todas las enfermedades mentales sean causadas por esa represión
que Freud señalaba.
Por ejemplo, una de las más famosas pacientes de Freud,
Anna O., sufría de parálisis en el cuello, y perdía la habilidad de hablar en
su lengua materna, el alemán. Freud asumió que esos síntomas se debían a
conflictos no resueltos de su infancia que yacían en su inconsciente. En sus
terapias con esta paciente, Freud se propuso destapar esos conflictos, y según
él, eso curó a la paciente. En opinión de Freud, los problemas de Anna O.
estaban en la mente.
Un maestro de Freud, Charcot, siempre defendió la idea de
que muchos problemas mentales pueden tener causas orgánicas, pero Freud
rechazaba esta sugerencia. Nunca sabremos bien qué causaba los síntomas de Anna
O., pero algunos médicos hoy presumen que ella pudo haber sufrido de encefalitis
(una inflamación del cerebro). La triste verdad es que Anna O. nunca quedó
curada, a pesar de que los seguidores de Freud usaron su caso para promover el
psicoanálisis. Si, en cambio, Freud hubiera explorado la posibilidad de que
esos problemas se debían a un problema orgánico (es decir, en el propio
cerebro), quizás Anna O. hubiera recibido mejor tratamiento. Me temo, Belén,
que algunos psicólogos, para proteger su profesión, terminan por decir que
todos los males de alguien se deben a problemas en las mentes. No siempre es
así.
En fin, no es disparatado proponer que algunos síntomas
de enfermedades mentales sean psicogénicos
(es decir, vienen exclusivamente de la mente), pero lamentablemente, Freud no
fue suficientemente cuidadoso en admitir que no todos los síntomas tienen ese
origen. Ahora bien, lo que sí es disparatado, es lo que Freud dijo sobre los
niños y las relaciones con sus padres. Freud decía que, en las primeras etapas
del desarrollo de los niños, los varones quieren tener sexo con sus madres, y
las hembras con sus padres. Pero, el niño pronto entiende que ese deseo sexual
nunca podrá satisfacerse, porque la madre es compañera sexual del padre. Y así,
el niño termina por odiar a su padre, al punto de que lo quiere matar. Pero,
esto también produce temor en el niño, y es en él recurrente la idea de que su
padre lo castrará. A esto, Freud lo llamó la ansiedad de castración. Las hembras, en cambio, al ver que no
tienen genitales, asumen que ellas han sido castradas, y al final, terminan por
envidiar los genitales de los varones; a esto, Freud lo llamó la envidia del pene.
Eventualmente, los niños superan estos deseos tan
perversos, y la mente consciente reprime estas fantasías. Pero, con todo, el
deseo incestuoso y parricida queda en el inconsciente, y si esa persona, ya
convertida en adulta, no logra superar este conflicto, eso le causará problemas
mentales en su vida. E incluso, aún sin tener propiamente problemas mentales,
Freud insistía en que todos los hombres, a la larga, conservamos el deseo
inconsciente de acostarnos con nuestras madres y matar a nuestros padres. Es
por ello que, supuestamente, los hombres buscamos mujeres parecidas a nuestras
madres.
Freud (que a pesar de decir muchas tonterías, era un tipo
culto) encontró en la mitología griega una historia que contaba cosas más o
menos parecidas. El mito de Edipo narra que este personaje mató a su padre,
Layo, y se casó con su madre, Yocasta. Y así, Freud llamó a estos deseos
inconscientes el complejo de Edipo. La
buena psicología, Belén, no debería estar formulando teorías basándose en mitos
griegos. Si fuera así, entonces los psicólogos deberían decir que todos
inconscientemente sufrimos zoofilia, porque Leda se acostó con Zeus en forma de
cisne. Por lo visto, siempre hay personas que se toman los mitos demasiado en
serio.
Freud intentó respaldar estas fantasiosas teorías con
algunas observaciones. Es verdad, por ejemplo, que en su época (la llamada época victoriana), los niños se
angustiaban un poco, porque algunos padres los amenazaban con cortarles el pene
y los testículos, sobre todo para que no intentaran masturbarse. Pero,
precisamente, era una amenaza muy puntual relacionada con la masturbación (no
tenía nada que ver con deseos incestuosos), y de ningún modo era universal;
sólo ocurría en Europa durante esa época, cuando había una gran obsesión con
reprimir sexualmente.
Para inventar el cuento del complejo de Edipo, Freud
también se valió de un paciente, el llamado hombre
lobo. Éste era un hombre que sufría de ansiedad y depresión, y empezó a
visitar a Freud en sus consultas. El paciente contó a Freud un sueño en el
cual, él estaba en su habitación con la ventana abierta, y afuera había unos
lobos blancos. Freud interpretó que ese sueño surgió como consecuencia de que
este paciente, cuando era niño, había entrado en la habitación de sus padres, y
éstos estaban en plena faena sexual. Así, el paciente quedó traumatizado, no
propiamente por la escena en sí, sino ante el hecho de que veía su objeto de
deseo sexual, poseída por otro.
Freud acudía a asombrosos malabares para interpretar ese
sueño en función de los temas sexuales. Él decía que el blanco de los lobos
representaba el color de las sábanas que usaban los padres del paciente. Los
rabos de los perros representaban la castración. Y, los animales representaban
el hecho de que los padres del paciente tenían sexo como los perros, es decir,
en cuatro patas. No te culpo, Belén, si ves morbosidad en todo esto.
Como en el caso de Anna O., Freud y sus discípulos se
ufanaban de haber curado al hombre lobo de
sus problemas mentales. Pero, muchos años después, se logró ubicar a este paciente
(se llamaba Sergei Pankeev, era un aristócrata ruso), y éste confesaba que sus
problemas mentales seguían. Y, en cuanto al sueño, al propio Pankeev siempre le
pareció absurda la interpretación de Freud, pues en su infancia, lo mismo que
en la de todos los niños aristócratas rusos, dormía con su niñera, y no en el
cuarto de sus padres, de forma tal que es altamente improbable que alguna vez
viera a sus padres en faena sexual.
Freud tenía el lamentable hábito de proyectar sus
extrañas ideas en las cosas que sus pacientes le contaban. Así, además de los
sueños, Freud decía que el inconsciente sale a relucir cuando cometemos errores
de habla (el lapsus linguae): si, en
vez de decir que tú tocas el saxófono, dices que tocas el sexófono, eso sería evidencia de que inconscientemente estás
pensando en sexo. En otra carta, puedo explicarte por qué Freud seguramente no
tenía razón respecto a los sueños. Quizás sus ideas sobre el lapsus linguae sean más aceptables.
Pero, sea como sea, el hecho es que Freud muchas veces se apresuró a interpretar
erróneamente con sus ideas preconcebidas.
Por ejemplo, Leonardo Da Vinci supuestamente escribió en
sus diarios que, cuando era niño, había tenido un sueño en el cual un
buitre había frotado su cola sobre la boca del propio Da Vinci. Luego, como
adulto, Da Vinci pintó La virgen y el
niño con santa Ana, en la cual supuestamente se esboza una figura de pájaro
(yo en realidad no la veo en la pintura, y estoy seguro de que si vas al
Louvre, Belén, tampoco verás al supuesto pájaro en ese famoso cuadro). Con eso
ya Freud pensaba que Da Vinci era homosexual, pues sus deseos homosexuales
brotaban inconscientemente en sus sueños y sus pinturas.
Pues bien, la interpretación de Freud
resultó ser bochornosa, no solamente por lo aventurado que resulta postular que
un pintor del siglo XV era homosexual, sobre la base de unas escuetas
referencias, sino también porque el texto original en el cual Da Vinci narraba
su sueño había sido mal traducido, y ¡nunca utilizó la palabra buitre, sino que hacía referencia a un
pájaro menos agresivo!
Además, Belén, todo ese lío de Freud
sobre el complejo de Edipo contradice datos muy firmes de la ciencia. Para
tener deseos sexuales, se necesita un cerebro bien desarrollado. Los niños
tienen un hipotálamo aún muy inmaduro, de forma tal que no hay deseo sexual en
ellos. Decir que los niños desean acostarse con sus madres es desconocer el
desarrollo neurológico de los seres humanos.
Freud decía que la sociedad, al
contemplar el peligro de que los deseos parricidas e incestuosos se satisfagan,
impone restricciones, y así, reprime conscientemente estos deseos
inconscientes. Según Freud, al principio de nuestra especie, los hombres se
acostaban con sus madres y sus hermanas, pero un buen día, una banda de
hermanos mató a su padre, y al sentir culpa, decidieron prohibir el incesto.
Así ha quedado prohibido desde entonces. Incluso, Freud llegó a decir que a
Moisés lo mataron los propios israelitas, como producto de ese deseo parricida
(lo veían como un padre), y que desde entonces, los judíos han sentido gran
culpa por ello.
¡Vaya historia! Quizás Freud mereció
premios, no de psicología, pero sí de novela. De nuevo, Belén, todo este cuento
(no te negaré que es muy entretenido) contradice algunos postulados firmes de
la ciencia. Edward Westermarck, un psicólogo contemporáneo de Freud, decía que
la prohibición del incesto ya viene en los genes, por una razón muy sencilla:
fue ventajosa en la selección natural. El practicar el incesto tiene riesgos
biológicos, y así, aquellos grupos que tuvieran genes que les hicieran evitar
el incesto, sobrevivían en mayor número. Los genes en cuestión no hacen sentir
repulsión al incesto propiamente, sino repulsión sexual hacia aquellos con
quienes nos criamos desde niños. En algunas regiones de Taiwán, por ejemplo,
hay la costumbre de criar juntos a futuros esposos, pero cuando éstos se casan,
el matrimonio fracasa, y no sienten atractivo sexual. Esto es seguramente
debido al hecho de que se activan los genes que les hace sentir repudio sexual
hacia los compañeros de la infancia.
En fin, Belén, no quiero ser muy duro
con Freud. Seguramente alguna amiga te habrá hablado de él, y no desearía que
te pelees con esa amiga, exponiéndole todos estos aspectos tan fallidos de sus
ideas. Por alguna extraña razón, mucha gente que pretende ser cool, toma a Freud como una gran
inspiración. Asumen que el hablar sobre Freud los hace más inteligentes, más
vanguardistas, más amantes del buen cine (en especial las películas de Woody
Allen). Tonterías. Pero, al menos, a pesar de sus disparates, a Freud se le
entendía lo que decía. En cambio, Freud tuvo otros seguidores que la gente cool admira aún más. Por ejemplo, un
psiquiatra discípulo de Freud, Jacques Lacan, escribía cosas totalmente
incomprensibles. El mismo Lacan se ufanaba de decir a sus estudiantes, “cuanto
menos me entiendan, mejor”. Lacan es aún más cool que Freud.
Ojalá tú puedas resistir a esa
tentación de ser cool y admirar a
psicólogos que, en realidad, son más charlatanes que científicos. La buena
psicología es aquella que respalda con evidencia sus alegatos, y además, se
expresa en términos claros y comprensibles.
En todo caso, al César lo que es del
César. En medio de tanto disparate, Freud sí dijo algunas cosas interesantes. A
los psicólogos contemporáneos sí les interesa su teoría sobre los mecanismos de defensa (su hija, Anna
Freud, desarrolló aún más este tema). Decía
Freud que, ante situaciones estresantes, en vez de enfrentar la dura realidad,
muchas veces reaccionamos inconscientemente de forma defensiva, para evitar
asumir la dura situación que atravesamos.
Supón, por ejemplo, que tu novio te es
infiel. Eso sería una ocasión bastante lamentable y desagradable. Frente a eso,
tú podrías actuar como una niña, y amenazar a tu antiguo novio, diciéndole que
lo vas a acusar con tu mamá. Eso sería un mecanismo de regresión. O, podrías pensar que tu novio no tiene sexo con tu
amiga; sólo le está haciendo un examen físico. Eso sería un mecanismo de distorsión. También, para escapar de la
dura realidad, podrías sumergirte totalmente en un cuento en el cual tú engañas
a los hombres, y no al contrario. Eso sería un mecanismo de fantasía. O, incluso podrías pensar que
el novio de tu amiga le es infiel a ella. Eso sería un mecanismo de proyección.
Por lo general, estos mecanismos de
defensa nos impiden enfrentar las cosas, y tomar las medidas correctivas para
salir aireados ante situaciones difíciles. Pero, hay mecanismos de defensa que
sí pueden ser constructivos. Por ejemplo, ante la infidelidad de tu novio, tú
podrías hacer la resolución de desarrollar algún talento que no pudiste
desarrollar en tu noviazgo. Eso sería un mecanismo de sublimación. O, podrías asumir la difícil situación con un poco de
ligereza, bromeando que, puesto que ahora tienes cuernos, no puedes entrar a tu
casa. Eso sería un mecanismo de humor.
A los psicólogos contemporáneos también
les interesa mucho la teoría de Freud sobre las transferencias. Decía Freud
que, en nuestras interacciones sociales, es muy fácil transferir a alguna
persona, las emociones que hemos tenido respecto a alguien en el pasado,
especialmente si esas personas guardan algún parecido entre sí (aunque no
necesariamente físico). Freud, obsesionado como estaba con los temas de la
sexualidad en la infancia, pensaba que estas transferencias consistían
básicamente en la proyección de emociones hacia personas que se parecen a los
padres (ya te he comentado sobre la teoría que dice que los hombres buscan
novias parecidas a sus madres). Pero, aun sin necesidad de tragarse el cuento
de Freud sobre el complejo de Edipo, podemos aceptar que, en efecto, muchas
veces desarrollamos emociones ante personas, no propiamente por sus propias
características, sino por las características de otras personas a quienes
nosotros atribuimos algún parecido. Por ejemplo, una mujer que sufrió vejámenes
de su padre durante su adolescencia, puede venir a temer a todos los hombres
con quienes interactúe en su vida.
Como ves, Belén, no todos los
psicólogos son psicoanalistas, del mismo modo en que no todos los que se llaman
Mohammed son fanáticos religiosos. Freud merece un sitio en la historia de la
psicología, pero ningún psicólogo debería tomarse muy en serio sus ideas para
estudiar la conducta humana. Lamentablemente, las pelis siguen presentando al
psicólogo que interpreta todo en función del complejo de Edipo. Con las pelis,
debes hacer algo parecido a lo que debió hjaber hecho Freud con los mitos griegos:
disfrutarlos, pero no tomarlos demasiado en serio. Ni los niños quieren
acostarse con sus madres, ni el psicoanálisis es una corriente muy influyente
en la psicología actual. Se despide, tu amigo Gabriel.
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