La izquierda original del siglo XIX, la razonable, no
estaba obsesionada contra Occidente, y tenía una visión ponderada sobre los
vicios y virtudes del colonialismo. Sí, los izquierdistas denunciaban los
abusos de las potencias europeas en Asia y África, pero a la vez, admitían que
esos territorios no eran ningunos paraísos terrenales antes de la llegada de
los europeos, y que de hecho, las potencias habían llevado muchas cosas buenas.
Incluso Marx tenía cierta simpatía por la presencia británica en la India.
Después
de la segunda mitad del siglo XX, la izquierda asumió la moda poscolonialista,
y empezó a rechazar todo lo occidental. Se empezó a decir que el colonialismo
no sólo consiste en que un país invada a otro con ejércitos. También es
colonialismo que se inaugure una franquicia de restaurantes en un país
tercermundista (como si abrir un McDonalds en Lima fuese un crimen igual de
grave que Pizarro matando a Atahualpa). Y, ya en su fase de mayor decadencia,
la izquierda poscolonial empezó a decir que la propia expansión de la ciencia
por el mundo entero, es en sí misma una agresión colonial: enseñar las teorías
de Einstein y Darwin en México es afín a lo que hizo Cortés cuando destruyó
Tenochtitlán.
No
obstante, en medio de todos estos disparates de la izquierda poscolonial, se
dicen algunas cosas razonables. Por ejemplo, Ethan Watters
escribió un interesante libro, Crazy Like
Us (“Locos como nosotros”), en el cual denuncia el colonialismo de la
psiquiatría. Según Watters, los norteamericanos se han encargado de expandir al
mundo su entendimiento de las enfermedades mentales, sin tener en cuenta las
particularidades culturales de cada región del mundo. Y, como resultado, no
solamente se han exportado tratamientos a enfermedades mentales que en otras
culturas son muy distintas, sino que además, los no occidentales han terminado
por imitar a los occidentales en asumir enfermedades mentales que antaño no
existían.
Por
ejemplo, Watters destaca que, hasta hace muy poco, la anorexia no existía en
Extremo Oriente. Pero, con la vorágine del imperialismo cultural
norteamericano, los medios en Hong Kong han dado extensa cobertura (a veces
sensacionalista) a este trastorno, y ahora, las muchachas de Hong Kong rechazan
la comida por un gran temor a engordar. Eso era
inaudito hace apenas algunas décadas en Hong Kong.
Lo
irónico es que esta idea de Watters, aparentemente muy izquierdista (en tanto
es aún otra crítica al colonialismo y la americanización), podría volverse
contra la propia izquierda. Pues, en los últimos años, la izquierda, además de
volverse poscolonial, también se ha vuelto queer.
Y, con el crecimiento del movimiento LGTB, ha habido una explosión de casos en
los que muchos adolescentes de diversas regiones del mundo, de repente
manifiestan estar inconformes con su género, y requieren una transición (muchas
veces incluso quirúrgica) al otro género. Si la tesis de Watters es correcta,
habría espacio para pensar que eso también forma parte del colonialismo
psiquiátrico. Quizás el dramático aumento de casos de “disforia de género” en los
últimos años se deba, parcialmente, a la exportación de la psiquiatría occidental al mundo
entero, y a la extensa cobertura mediática que se le ha dado a esta condición
psiquiátrica.
Seguramente
los entusiastas del movimiento LGTB citarán a algún antropólogo o historiador
que dirá que la división en dos sexos, y la asignación del género en función de
la biología, es una construcción social de Occidente. Esos antropólogos
hablarán de dos o tres casos curiosos de culturas que aceptan varios géneros (el caso que más se cita son los hijras de la India, pero tras visitar
ese país, he comprobado que los hijras son
considerados aberrantes por el resto de los indios, quienes siguen pensando que
sólo hay dos géneros). Pero lo cierto es que la abrumadora mayoría de los
pueblos del mundo, han dividido a la especie humana en dos categorías con roles
bien definidos (aunque algunos de esos roles pueden variar de sociedad en
sociedad): hombres y mujeres.
En todas las
sociedades, cabe admitir, hay un porcentaje de gente que no está conforme con
su género, pero su peso estadístico es tan insignificante, que precisamente eso
se usa como un criterio (entre otros) para ser considerado patológico por la
psiquiatría. Lo extraño, no obstante, es el aumento precipitado en la
prevalencia de esos casos en el mundo entero. Seguramente hay muchas causas para
este extraño fenómeno (sabemos con bastante seguridad que la disforia de género está asociada a un desajuste en la dote hormonal que recibe el cerebro durante la gestación), pero yo me atrevo a proponer dos factores que podrían incidir:
la expansión de la psiquiatría occidental, y la cobertura mediática.
La anorexia es un trastorno real, y seguramente tiene causas biológicas. Pero, del mismo modo en que
una jovencita de Hong Kong, al ver programas televisivos occidentales sobre
anorexia, empieza ella misma a rechazar la comida, puede ocurrir también que un
jovencito en Colombia, al ver todo el lío mediático en torno a Bruce Jenner y
las disputas en EE.UU. sobre cuál baño la gente tiene derecho a usar, empiece a
alegar que él no se siente cómodo con su género, al punto de que los
psiquiatras lo diagnostiquen con “disforia de género” y recomienden un
tratamiento de reemplazo hormonal o, incluso, una cirugía.
No sería la primera
vez que esto ocurre en la historia de la psiquiatría. En el pasado, ha habido
dramáticos aumentos en la prevalencia de algunos trastornos mentales, como
consecuencia de la cobertura mediática que se les concede a esos mismos
trastornos. El caso más emblemático es el del trastorno de identidad
disociativa (antiguamente llamado “trastorno de identidades múltiples”). Hasta
la segunda mitad del siglo XX, los casos de personas con múltiples
personalidades eran escasísimos. Pero, como consecuencia de algunas películas (Las tres caras de Eva, Sybil, y otras),
así como el sensacionalismo mediático en torno a los casos de ritos satánicos
(se alegaba que los satanistas inducían personalidades múltiples en sus
víctimas para que no recordaran las abominaciones a las que eran sometidas), ha
habido una explosión de supuestos casos de trastornos de identidad disociativa.
No sé si los medios
de comunicación terminan por inducir en mucha gente la disforia de género.
Tendré que esperar a ver qué dicen los estudios sobre este fenómeno, si acaso
esos estudios se hicieren. Pero, sí es muy evidente que la izquierda, al asumir
entusiastamente la causa queer,
exporta al mundo entero su entendimiento de la identidad de género, e incentiva
precipitadamente la transición de un género a otro, como una forma de rebelarse
contra el patriarcado y el sistema, y como una obligación ética de dar
tratamiento a quien sufre un trastorno mental (lo cierto es que, contrariamente a la homosexualidad, la disforia de género tiene un mayor grado de remisión después de la adolescencia, de forma tal que debería esperarse hasta la edad adulto para promover terapias de sustitución hormonal, o cirugía). Al hacer eso, esa izquierda queer estaría participando del
colonialismo psiquiátrico que otro sector de la izquierda denuncia.
Cuando mencionaste la existencia de la disforia de género en otras culturas, no pude evitar pensar en los _muxes_, hombres que desempeñan roles femeninos, en la cultura zapoteca del estado mexicano Oaxaca. A diferencia de las _hijras_, los _muxes_, por lo que sé, sí son aceptados socialmente y me parece que se los considera una suerte de tercer género.
ResponderEliminarSí recuerdo haber visto hace años en National Geographic, un documental sobre los mujes de Juchitán. Está muy bien. Cuando Vicente Fernández en el D.F., y los meros machos de Tijuana y Nuevo León, acepten sin problemas a este tercer género, entonces diré que, en efecto, los terceros géneros están aceptados en todo el mundo. Mientras tanto, consideraré a los muches, igual que los hijras, como unas curiosidades antropológicas, pero no mucho más...
EliminarHombre, si mi comentario no iba por ahí. Claro que fuera de su entorno social los muxes no son reconocidos como un tercer género, es más, no creo que la mayoría de los defeños o neoleoneses sepan de su existencia. Sólo quería señalarlo como una curiosidad antropológica, como usted dice.
EliminarMuy bien... entendido. Sí me sorprende un poco, no obstante, la fascinación mexicana con Juan Gabriel. Ese tipo se ganó el respeto de todos, y supongo que los homófobos del norte, tuvieron que tragar grueso y caer rendidos ante "Querida" o "Caray". Siempre escuché el rumor de que a Juan Ga lo amenazaron de muerte si alguna vez utilizaba el traje de charro, pero nunca he podido corroborar si ese rumor era cierto. Sea cierto o no, sigo pensando que Juan Ga ha sido el único personaje en la historia de la humanidad, capaz de unir a gays y homófobos. ¡Grande el Divo de Juárez!
EliminarEn efecto el transexualismo en el Tercer Mundo es recientísimo, y en el mundo desarrollado no anterior a los años 50. Hay otra cosa que siempre me extrañó con la polemica de las críticas a la curación de la homosexualidad. Y es que nunca se habla de la cirugia transexual. Los transexuales se someten voluntariamente a tratamientos hormonales potencialmente peligrosos (el cáncer es un riesgo muy serio para los que toman las hormonas) y se automutilan organos sanos. Desde un sector del feminismo radical se considera a la transexualidad una forma de perpetuar los roles de género. Sheila Jeffreys, una feminista lesbiana, considera a la cirugía de reasignación de sexo como una forma de "auto-mutilación" y "sadomasoquismo",y opina que es consecuencia de la desigualdad de las mujeres, de la violencia masculina y de la opresión lésbica;sus planteamientos sobre el tema se desarrollan en la obra Unpacking Queer Politics: A Lesbian Feminist Perspective. Un análisis similar ha sido realizado por Janice G. Raymond en su ensayo The Transsexual Empire: The Making of the She-Male.
ResponderEliminar1. El riego de cáncer en la terapia hormonal es muy pequeño, y puede ser fácilmente controlado.
Eliminar2. Yo no me opongo a la cirugía propiamente. Estoy seguro de que ayuda a mucha gente. Sólo me opongo a la cirugía hecha a menores de edad.
La disforia de género casi siempre desaparece después de la adolesencia pero además no debemos olvidar esto con los supuestos niños y adolescentes transexuales : las hormonas que toman los transexuales aumentan el riesgo de cáncer de mama y de embolia.http://cv.uoc.edu/~04_999_01_u07/ciberfeminismes7.html
ResponderEliminarEn su estudio sobre diez transexuales de mediana edad [con una media de cincuenta y dos años], Lothstein descubrió que los tests psicológicos ayudaban a determinar la gravedad de la patología [...] y llegó a la conclusión de que los transexuales eran individuos depresivos, aislados, retraídos y esquizoides con profundos problemas de dependencia. Es más, eran inmaduros, narcisistas, egocéntricos y potencialmente explosivos, mientras que en sus intentos de obtener [ayuda profesional] se caracterizaban por mostrarse exigentes, manipuladores, controladores, coercitivos y paranoicos.
No sé quién es ese tal Lothstein, no es un nombre muy relevante en la psiquiatría, pues nunca lo había oído. De todo lo que dice, sólo estoy de acuerdo en que, en muchos casos (pero no diría que en la mayoría), la disforia de género desaperece después de la adolescencia.
EliminarCon la homosexualidad hay que hacer como los dioses en el Banquete de Platón, partir en dos, medio a medio, a todo "andrógino" que esté por allí revoloteando queriéndo fundir en un mismo cuerpo sus ganas de ser y no ser.
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