Santiago, el “hermano del Señor”, es
una de las figuras más ignoradas por la piedad cristiana convencional. En tanto
no formaba parte del grupo cercano de los doce, y en tanto no tuvo el ímpetu
misionero que sí tuvo Pablo, su figura, si bien no desechada por completo, ha
quedado bastante marginada en la atención de los devotos.
Pero,
los historiadores saben que se trata de una figura crucial para entender los
orígenes del cristianismo. En un mundo aún dominado por el privilegio de la
sangre y las relaciones de parentesco, fue inevitable que Santiago, aun si
aparentemente rechazó el mensaje de Jesús y lo llegó a considerar un
desquiciado, emergiese como la figura líder del temprano movimiento de
seguidores de Jesús, aun por encima del propio Pedro. Según parece, la sangre
era más espesa que la fe.
Este
Santiago era llamado “justo” (y de hecho, así lo distinguimos del otro
Santiago, uno de los “hijos del trueno”, también llamado “Santiago el mayor”). El
calificativo de “justo” fue acuñado por Hegesipo más de un siglo después, pero
según parece, Santiago efectivamente tenía una inmensa fama como un personaje
admirable.
Pero,
vale aclarar la acepción de “justo” en aquel contexto. A ojos de quienes se
referían a él, Santiago era ante todo un celoso cumplidor de la ley de Moisés.
Esta ley incluye directrices éticas generales, pero también rituales obsesivos.
La “justicia” de Santiago, presumiblemente, era reconocible en el cumplimiento
de esta ley.
Hoy,
que una persona cumpla todas las directrices obsesivas de una antigua religión,
no es considerado un parangón de virtud. Cuando una persona se obsesiona con no
pisar rayas en el camino, o no comer tal tipo de comida por el mero hecho de
que el cocinero recitó unas palabras, la consideramos excéntrica, pero no
propiamente justa. De forma tal que, francamente, que Santiago cumpliese los
aspectos rituales de la ley mosaica no debería ser ningún motivo para
admirarlo.
Pero,
según parece, la virtud de Santiago no se limitó a cumplir las exigencias
rituales del judaísmo. Demostró conducta intachable en todos los otros aspectos
de su vida. Sobre todo, Santiago asumió un enorme compromiso con la justicia
social. Allí donde Pablo adelantaba la idea de que la salvación vendría por la
fe en Cristo, Santiago aparentemente enfatizaba la necesidad de hacer buenas
obras para encontrarse entre los salvados, llegado el momento del apocalipsis
(y no hay que perder de vista que todos estos
personajes creían en el inminente fin del mundo). Así, Santiago tenía una
especial preocupación por el cuidado de los más pobres y necesitados.
La Epístola de Santiago, incluida en el canon del Nuevo testamento, hace muchísimo énfasis
en la justicia social y el socorro de los pobres. Hoy presumimos que esta carta
probablemente no fue escrita por el propio Santiago. Pero, es bastante viable
suponer que sí fue escrita por un discípulo, y que refleja muchas de las ideas
generales que el propio Santiago debió tener, incluido su compromiso con la
justicia social.
De
hecho, sabemos por el testimonio de Pablo, que efectivamente, la justicia
social era una gran preocupación de Santiago. Entre Pablo y Santiago surgió una
disputa: el primero quería extender el mensaje de Jesús a los gentiles, sin
necesidad de circuncidarlos, el segundo quería mantener el movimiento de Jesús
en la frontera del judaísmo, y postulaba que era necesario seguir cumpliendo la
ley de Moisés, incluyendo la exigencia
ritual de la circuncisión. Según narra Pablo en Gálatas, se reunieron en Jerusalén, y acordaron que Pablo predicaría
a los gentiles, y Santiago, Pedro y Juan a los judíos. Pero, además, como parte
del trato, Santiago había solicitado a Pablo que hiciera una colecta para
ayudar a los pobres de Jerusalén. Esto, nuevamente, confirma el compromiso de
Santiago con la justicia social.
Ahora
bien, después de hacer referencia a este acuerdo, el mismo Pablo narra en Gálatas que, cuando Pedro fue a Antioquía,
comía con gentiles, pero que cuando llegó gente enviada por Santiago, Pedro
rehusó seguir comiendo con los gentiles. Pablo se molestó, y tuvieron un gran
altercado. Según parece, Pedro temía ser reprehendido por Santiago.
Lo
presumible es que Santiago no estaba contento con la predicación a los
gentiles. Y, de hecho, pareciera que Santiago envió varios delegados para
contrarrestar la obra misionera de Pablo a los gentiles. En varios pasajes de
sus cartas, Pablo habla con sarcasmo y desprecio de los “superapóstoles” (II Corintios 11: 5; 12: 11) y “falsos
hermanos” (II Corintios 11: 26; Gálatas 2: 4) que se oponen a él. Con
bastante seguridad, podemos inferir que estos personajes son los delegados
enviados por el propio Santiago, para hacer cumplir la ley de Moisés.
Pablo,
aparentemente, quiso reconciliarse con Santiago, y visitó Jerusalén por última
vez, para llevar la colecta que llevaba años acumulando. El hecho de que el
autor de Hechos de los apóstoles no
indique que Santiago recibió la colecta hace presumir que, en efecto, Santiago
la rechazó. Y, es presumible también que, cuando Pablo fue arrestado en el
Templo, Santiago no hizo nada por salvarlo, pues no fue en su defensa, y según
el mismo texto narra, se cerraron las puertas del Templo (Hechos 21: 30). Podemos suponer que, en tanto Santiago tenía un
papel activo en la administración del Templo, él mismo estuvo detrás del
abandono de Pablo.
Todo
indica que Santiago no cumplió su promesa. En la reunión en Jerusalén, acordó
aceptar la misión a los gentiles. Pero, a medida que Pablo iba progresando,
envió delegados para contrarrestar su prédica. Asimismo, encomendó a Pablo la
misión de recoger una colecta para los pobres, un proyecto al cual Pablo
arduamente le dedicó varios años de su vida. Pero, cuando finalmente Pablo
trajo el dinero, Santiago, en un acto de sumo desprecio, lo rechazó.
Es
difícil precisar qué pudo haber ocurrido, pero ésta es mi hipótesis: en el
momento en que Santiago llegó al acuerdo original con Pablo, había una gran
hambruna en Jerusalén, y Santiago habría estado desesperado por recaudar fondos
par aliviar el sufrimiento de los pobres. A medida que el hambre en Judea fue
mermando, Santiago ya no estaba en una situación tan vulnerable, y podía darse
ahora el lujo de rechazar el mensaje de Pablo. Cuando finalmente Pablo llegó a
Jerusalén a entregar el dinero, le era inútil a Santiago (quien nunca había
aceptado su apertura a los gentiles), y lo terminó de rechazar. A veces, el
amor a los pobres (una virtud) puede conducir a la gente a comprometer su
integridad intelectual y dar golpes bajos (un defecto). Ocurre mucho entre políticos,
y Santiago el justo, no fue excepción.
Altamente interesante, y altamente probable el que Santiago cediera en su actitud por la fuerza de las circunstancias. La historia del cristianismo es tan pedestre...
ResponderEliminarBueno, no sé, en circunstancias tan desesperadas, no reprocho que hubiese acudido al acuerdo con Pablo, a fin de alimentar a la comunidad que estaba muriendo de hambre...
EliminarEstimado Gabriel. Soy el profesor de Historia Joaquín Riera. En breve verá la luz una obra mía que aporta luz sobre la epístola de Santiago y sobre su persona que espero que podamos debatir en su programa. Ya le informaré. Un saludo desde España.
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