sábado, 13 de julio de 2013

René Girard y la mujer adúltera



El filósofo francés René Girard ha hecho renombre con su apologética cristiana. Ésta básicamente consiste en contrastar los textos de la Biblia con los textos de la mitología. Girard concede que la Biblia tiene algunas semejanzas con los mitos. Esas semejanzas son, a juicio de Girard, sus contenidos violentos. Pero, la diferencia crucial, opina Girard, está en que, allí donde los mitos avalan la violencia que representan, las historias de la Biblia reprochan la violencia que representan. Así pues, los mitos están escritos desde las perspectivas de los agresores, mientras que las historias bíblicas están escritas desde las perspectivas de las víctimas. La historia cumbre de la Biblia, la muerte y resurrección de Cristo, narra un relato violento. Pero, a diferencia de los otros mitos que también incorporan temas de muerte y resurrección, los evangelios asumen en todo momento que la víctima que sufre violencia, es inocente.
Según Girard, esta diferencia entre los mitos y la Biblia tiene un origen divino. Girard considera que, en función de la psicología de masas, tenemos una tendencia natural a simpatizar con los agresores y distorsionar negativamente a las víctimas. ¿Cómo explicar, entonces, que la Biblia ofrece un giro a esta tendencia? A juicio de Girard, la única explicación posible es la intervención divina: en los textos bíblicos se evidencia un origen sobrehumano. Un autor humano sin inspiración divina, opina Girard, no podría haber simpatizado con las víctimas de ese modo.
Siempre me ha parecido que Girard es muy inconsistente en su apologética cristiana. Mide con una vara a los mitos, y emplea otra vara para medir la Biblia, para elaborar un falso contraste. Cuando encuentra una historia violenta en la mitología griega, inmediatamente saca a relucir su barbarie. Pero, cuando encuentra una historia violenta en la Biblia, está dispuesto a hacer acrobacias hermenéuticas para justificar el texto. Hay muchas historias paganas condenatorias de la violencia que Girard decide ignorar, y muchas historias bíblicas avaladoras de la violencia que Girard prefiere dejar de lado.
Por ejemplo, Girard dice que el lenguaje apocalíptico en el Nuevo testamento no procede de una fantasía de venganza o el anuncio de una futura violencia divina, sino una advertencia sobre el poder destructivo de la violencia humana. Una lectura del libro de Apocalipsis revelará que la interpretación de Girard se errada: Juan de Patmos claramente deseaba la destrucción de sus enemigos, y Apocalipsis es un texto que, por encima de cualquier otro, hace una terrible sublimación de la violencia.
 Pero, más problemático que la injusta comparación de los mitos con la Biblia, es el alegato de Girard, según el cual, la Biblia es un texto divinamente inspirado. Consideremos, por ejemplo, su análisis de la historia de la mujer adúltera, en una de sus obras más importantes, Veo a Satán caer como el relámpago.
En ese libro, Girard compara un episodio narrado en la Vida de Apolonio de Tiana, de Filostrato. Esta obra narra la vida de Apolonio Tiana, un mago griego del siglo II que frecuentemente ha sido comparado con Jesús. Girard reconoce que, efectivamente, hay episodios paralelos en las vidas de Jesús y Apolonio, pero precisamente, hay una diferencia crucial en torno a cómo se presenta la violencia en estos episodios.
Filostrato narra que en cierta ocasión, Apolonio se encontró a un mendigo que se hacía pasar por ciego. Apolonio incitó a la muchedumbre a arrojar piedras contra el mendigo. Los ojos de éste, de repente, se convirtieron en fuego, y la muchedumbre se dio cuenta de que era un demonio. Apolonio, junto a sus seguidores, apedrearon al demonio.
El evangelio de Juan narra célebremente que a Jesús le presentaron una mujer adúltera, y por la Ley de Moisés, ésta debía morir apedreada. Jesús rehusó aprobar el apedreamiento, y más bien retó a la muchedumbre: “el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. Ante estas palabras, la muchedumbre se dispersó.
Girard elabora un contraste muy claro entre ambas historias: en la primera, el texto avala la incitación al apedreamiento que hace Apolonio, y termina por distorsionar negativamente a la víctima, convirtiéndola en un demonio cuyos ojos se vuelven fuego. En la segunda, el texto avala la compasión de Jesús, y si bien admite que la mujer cometía adulterio, la presenta con un rostro humano, y en ningún momento justifica su castigo.
La comparación de Girard es ciertamente efectiva (pero, insisto, Girard es muy proclive a ser muy selectivo en sus comparaciones). Y, puesto que existe una tendencia a que, en situaciones como éstas, los seres humanos nos veamos inducidos a participar en el linchamiento, Girard opina que, detrás del texto bíblico, debe yacer un poder divino que impide que nos dejemos contagiar por el frenesí violento. En función de eso, Girard opina que la historia sobre la mujer adúltera, contenida en el evangelio de Juan, ha sido divinamente revelada.
El problema, no obstante, es que esa historia no está originalmente en la Biblia. Los manuscritos más antiguos de la Biblia no incluyen esa historia, y además, hay una notable diferencia de estilo entre esta historia y el resto del evangelio de Juan. Se trata de una interpolación por parte de un copista, probablemente procedente del siglo III. Si esta historia no estaba originalmente en la Biblia, ¿puede Girard seguir considerándola divinamente revelada? ¿Inspiró Dios al copista que, en un fraude piadoso, incorporó la historia al evangelio de Juan?
Esto es emblemático de un problema que es recurrente en la obra de René Girard: no es suficientemente riguroso en el manejo de los textos. Ignoro si Girard estaba al tanto de que la historia de la mujer adúltera sea probablemente una interpolación. Como sea, no sale bien parado. Si no estaba al tanto de este hecho, peca de falta de erudición. Si sí estaba al tanto, irresponsablemente deja de lado el hecho de que considera como revelada una historia que fue fraudulentamente incorporada al canon de la Biblia, y deja sin explicar cómo Dios revela sus palabras mediante fraudes piadosos.

2 comentarios:

  1. Y aunque no se tratara de una interpolación, interpretar ese pasaje como producto de una inspiración divina es de todo menos racional. Existen múltiples explicaciones y, en todo caso, afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, y Girard no las aporta.

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    1. Sí, ése es el problema que yo siempre he tenido con Girard. En una época era un autor que me fascinaba, pero hoy lo veo como un autor que no es suficientemente riguroso.

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