lunes, 6 de octubre de 2014

El "culture jamming" en Venezuela



            Un libro ya clásico de la izquierda post-soviética es No logo, de Naomi Klein. La autora dice algunas cosas ridículas, pero muchas cosas sensatas. Su principal queja es que las grandes corporaciones trasnacionales, ya no concentran sus esfuerzos en vender productos propiamente, sino marcas. Para ello, la publicidad se ha convertido en su principal recurso. El zapato o el automóvil no se mercadean ya por sus cualidades intrínsecas, sino por la forma en que sirven para que el consumidor se construya una imagen de sí mismo y una identidad. Los productos son una puerta de entrada a lo ‘cool’, y ésta es la base del mercadeo.

            El libro de Klein ofrece ejemplos muy interesantes, que van desde Nike y Tommy Hilfiger hasta Starbucks y Disney. Klein denuncia cómo las corporaciones incluso se apropian de movimientos supuestamente progresistas (feministas, luchadores por derechos de homosexuales, grupos en contra el racismo, etc.), para mercadear sus mercancías. Pero, hay aún otro nivel que Klein no explora, pero que vivo muy de cerca en Venezuela: los propios gobiernos socialistas se presentan como una franquicia, y atraen, no tanto por el poder de sus ideas (muchos militantes seguramente no comprenden las complejidades del pensamiento de Marx o Lenin, o lo que la abolición de la propiedad privada realmente implica), sino porque el socialismo, lo mismo que Adidas o Reebok, sirve para construir una identidad sobre las bases de bienes de consumo. Llevar la barba como el Che Guevara es cool.
            El gobierno de Venezuela ha hecho un gigantesco gasto en aparato propagandístico que utiliza los mismos principios que la publicidad de las grandes corporaciones: el despliegue de logos e imágenes publicitarias para construir una identidad corporativa en el consumidor común. Esta identidad se materializa, no tanto en el consumo de mercancías (aunque no faltan llaveritos, gorras y camisetas con la imagen de Chávez y el Che Guevara; y ahora esto se ha llevado al paroxismo, con el reciente lanzamiento en Cuba de un perfume con la imagen de Chávez), pero sí mucho más en votos, que al final, se convierte en un tremendo negocio para los gobernantes, pues al mantenerse en el poder, mantienen la cleptocracia de los fondos públicos. El libro de Klein es muy interesante en su denuncia de las triquiñuelas del mundo corporativo, pero es muy débil en su presentación de alternativas. No precisa qué debe hacerse. ¿Volver al comunismo estilo soviético? ¿Hacer una revolución socialista? Es muy dudoso que se pueda (o quiera) intentar algo así. Por el momento, Klein sólo invita a resistir con formas creativas. Hace énfasis, por ejemplo, en retomar el espacio público, y voltear la publicidad con la técnica del culture jamming. Ésta consiste en rediseñar los anuncios publicitarios con las propias imágenes de las corporaciones, pero expresando un mensaje de clara crítica social, muchas veces contra esas propias corporaciones.
            Se presenta una botella de “Absolute Vodka”, pero en forma de pene flácido, para ar a entender que ese producto genera impotencia. O, en vez de presentar “Burger King”, se presenta “Murder King” (“el rey de los asesinatos”). Klein tiene la esperanza de que estos esfuerzos por subvertir la publicidad de las corporaciones, generarán mayor conciencia ciudadana, y así las corporaciones irán perdiendo poder.

            Algunos socialistas duros, más prestos a las revoluciones armadas, ven estas tácticas como esfuerzos bucólicos que realmente no resolverán el problema. Yo no lo creo así. Los signos tienen tremendo poder, y la semiótica puede ser un arma para la revolución. Subvertir esas imágenes corporativas (especialmente en una época en la que el capitalismo depende tanto de la imagen publicitaria) puede resultar crucial.
            Y, lo mismo opino respecto a los abusos del régimen en Venezuela. El principal pilar sobre el cual reposó el poder de Chávez (y ahora de Maduro), fue precisamente el aparato publicitario. Como las grandes corporaciones, Chávez se supo rodear de genios del marketing. La resistencia frente a los abusos del régimen en Venezuela debe acudir también al culture jamming. Pues, en la medida en que lo haga, el ciudadano común empezará a caer en cuenta de que, lo mismo que las corporaciones hacen con las masas de consumidores, el gobierno venezolana miente y manipula a sus masas de gobernados.
            Afortunadamente, ya ha empezado el culture jamming en nuestro país. El gobierno sacó campañas publicitarias con la imagen de “Venezuela ahora es de todos”, una vil mentira que esconde el clientelismo que conduce las relaciones políticas de la nación. Pues bien, el culture jamming ha sacado la imagen publicitaria “Venezuela ahora es de choros (ladrones)”. Más grotesca aún es la publicidad de turismo que hace el gobierno a través de Cheverito (un personaje que pretende convencer que todo está bien en Venezuela); afortunadamente, el culture jamming ha sacado parodias de Cheverito en las cuales este personaje pierde tiempo en colas para poder comprar un producto básico, y es asesinado por el hampa.

            En su obsesión materialista, Marx no logró comprender que las ideas tienen un inmenso poder a la hora de decidir conflictos. Pero, en esta era digital, las ideas no tienen poder, si no son acompañadas por imágenes visuales. Caricaturistas como Weil, Zapata y Rayma hacen una gran labor en desenmascarar las inmoralidades del régimen a través de sus expresiones artísticas, pero hace falta algo más. Subvertir la propia imagen publicitaria del régimen, a través del culture jamming, es un recurso urgente en la lucha contra el chavismo.

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