domingo, 12 de septiembre de 2010

MODELO PARA COLOMBIA: ¿CHAMBERLAIN O CHURCHILL?



En su discurso de toma de posesión, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, enunció que, en su diccionario no está la palabra ‘guerra’. Se trata de una afirmación que raya en lo cínico, especialmente si se tiene en consideración que él fue Ministro de Defensa en uno de los gobiernos con mayor gasto militar y actividad bélica en la historia de Colombia.
El presidente Santos no se atreve a reconocer que su alternativa al conflicto armado en Colombia es la solución militar: arrinconar a los grupos subversivos al punto de obligarlos a aceptar los términos de las negociaciones, desmovilizarse e incorporarse a la vida civil. Frente a la opinión pública internacional, Santos parece avergonzado por el hecho de que él prefiere la solución militar por encima del diálogo.
La izquierda latinoamericana, encabezada por el presidente Hugo Chávez, ha adelantado la idea de que la única manera de solucionar los conflictos armados es en una mesa de diálogo. Tan difundida está esta matriz de opinión, que incluso el grupo musical venezolano Dame Pa’ Matala ha hecho sonar una canción (musicalmente muy pegajosa, por lo demás) en la que se advierte que, si no estamos del lado de la paz, estamos del lado de la guerra. En este contexto, nadie, ni siquiera el presidente Santos, quiere ser asociado con la guerra. Todos desean ser, al menos nominalmente, unos pacifistas.
Pero, deseo defender la idea de que el pacifismo no es siempre una opción racional, y de que algunas guerras sí están justificadas. El presidente Santos, antes de apresurarse a decir que la palabra ‘guerra’ no está en su diccionario, debería primero considerar si la acción militar en su país está o no justificada. Pues, es sencillamente falso que la mejor manera de acabar con todos los conflictos militares es mediante el diálogo y el pacifismo. Algunas veces, la acción bélica sí está justificada, y la palabra ‘guerra’ sí debería formar parte del diccionario de algunos estadistas.
En algunas circunstancias, el diálogo sencillamente no es posible. Y, en esos casos, el deponer las armas es una opción que, en vez de acabar con la guerra, prolonga el sufrimiento de la población, pues permite que el enemigo afiance aún más su agresión. La filosofía católica ha desarrollado una doctrina que es perfectamente extensible a los conflictos en el mundo secular: la doctrina de la guerra justa. Contrario a lo que creen los pacifistas, los proponentes de la doctrina de la guerra justa estiman que, siempre y cuando haya una causa justa y se persiga el fin mayor de la paz, algunas guerras sí están justificadas.
En la historia del siglo XX, dos figuras inglesas son ilustrativas respecto a la urgencia moral de la guerra como contraparte del pacifismo. Frente a la creciente amenaza totalitaria y violenta de la Alemania Nazi en los años 30, el Primer Ministro inglés Neville Chamberlain pretendió dialogar con Hitler. Lo mismo que para Santos, para Chamberlain, la palabra ‘guerra’ no estaba en su diccionario. Como es sabido, Hitler no cumplió los términos del acuerdo, y la estrategia pacifista de Chamberlain no dio resultado.
El opositor político a Chamberlain, Winston Churchill, advirtió frente a esta decisión: “A Inglaterra se le ha ofrecido la opción entre la guerra y la vergüenza. Ha escogido la vergüenza; tendrá la guerra”. Allí donde Chamberlain ingenuamente prefirió el camino de la paz, y Hitler no hizo más que tomarle el pelo; Churchill se vio obligado a tomar el camino de la guerra, y con su selección, sentó las bases para restaurar la democracia amenazada en Europa.
No pretendo que el caso de Colombia sea idéntico (ni siquiera parecido) al de la Europa de los años 30. Pero, al menos sí es necesario adquirir consciencia de que, en algunas circunstancias, la guerra sí es una opción válida para conseguir la paz. Allí donde Hitler le tomó el pelo a Chamberlain, las FARC se han burlado del gobierno colombiano cada vez que se ha intentado una mesa de negociación. En el último intento, en el año 2002, incluso se concedió a las FARC el territorio de San Vicente del Caguán. Los expertos coinciden en que ese diálogo no hizo más que fortalecer a los insurgentes y entorpecer aún más los prospectos para la paz. Frente a un adversario que no cumplió los términos del diálogo, Churchill no tuvo reparos en incorporar la palabra ‘guerra’ a su vocabulario. Queda por ver si Santos cambiará de opinión.

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