Recientemente la FIFA se propuso castigar a dos jugadores
del equipo nacional inglés, porque en un partido contra Serbia, tras anotar un
gol, celebraron haciendo con sus manos el símbolo de un águila. Esto no sería
gran cosa, si no fuera porque esos jugadores son de origen albanés, y el águila
es el símbolo nacionalista de Albania. El hecho de que esa celebración fuese en
un gol contra Serbia, se interpretó como un comentario político. Y la FIFA no
tolera mezclar deporte y política.
La FIFA,
demás está decir, es brutalmente hipócrita. Pues, lo que llena los estadios en
los mundiales de fútbol es, precisamente, la política, sobre todo si tiene un
tufo de nacionalismo étnico. El gol de Maradona contra Inglaterra en 1986 es
celebrado, no solamente por su destreza, sino porque fue un modo de venganza
argentina tras la humillación en las Malvinas.
Y,
sospecho que por esas mismas razones políticas, cuando llegan los mundiales
cada cuatro años, los jóvenes izquierdistas que tanto he conocido en Venezuela,
siempre apoyan a Brasil. Desde niños, a estos muchachos en la escuela les han enseñado
que Colón, Cortés y muchos otros son los malos de la película, y que Europa
siempre ha querido oprimir a América Latina. Por eso, para enfrentar a los malvados
europeos en su deseo de volver a conquistarnos, hay que aliarse con un gigante
nuestro que nos proteja. Paisitos como Panamá o El Salvador no tienen ninguna
posibilidad de cumplir ese rol. Sólo el gigante del Sur, Brasil, puede
protegernos frente a la vorágine eurocéntrica, y eso se expresa especialmente
en el fútbol. El progre latino lleva Las
venas abiertas de América Latina debajo del sobaco, a la vez que se
emociona cuando un futbolista de tez morena vistiendo la verdeamarela anota un gol.
Yo ya sabía que el
progre que apoya a Pelé o Ronaldo por motivos políticos, no se ha enterado de
la historia. Brasil no ha sido el celoso gigante protector de los oprimidos que
los progres imaginan. Brasil fue una monarquía imperial en sí misma con su capital
en Río de Janeiro (no en Lisboa), a
la cual el mismísimo Bolívar quiso hacerle la guerra. Fue el último país de
América en abolir la esclavitud, y el propio Galeano siempre denunció que
Brasil fue un bully contra el noble y
heroico Paraguay en la guerra de la Triple Alianza (como suele ocurrir, Galeano
distorsiona muchísimo los datos históricos).
Pero aun así,
hastiado de los progres, en los mundiales, yo siempre apoyo a cualquier equipo
que se enfrente a Brasil. Y naturalmente, esta animadversión pueril e
irracional en el fútbol se extiende a todo lo demás. Por culpa del fútbol, tuve
cierto desprecio a Brasil… hasta que tuve la oportunidad de visitar ese país en
2011.
Un grupo de amigos
académicos de Colombia, Francia, México, EE.UU. y Brasil, organizaron una
conferencia en Sao Paulo, a la cual me invitaron como ponente. Todos esos
amigos eran seguidores del filósofo francés René Girard. Los organizadores de
la conferencia publicaron en portugués una biografía de Girard que yo escribí.
Las cosas fueron muy bien en la conferencia, pero a mí siempre me ha parecido
que muchos de estos seguidores de Girard no son lo suficientemente críticos con
su obra, sobre todo en su apologética del cristianismo. En esa conferencia, yo
me propuse morder la mano de quien me da de comer, y me atreví a criticar
fuertemente muchos aspectos de las ideas de Girard.
Alguno se sorprendió
de que yo fuera tan crítico, pero como debe ser en la vida académica, siempre
se mantuvo el debate civilizado, y al final, todos terminamos contentos con el
intercambio. Anticipando que mi presentación levantaría alguna roncha, en mi
última diapositiva, incluí una foto de Neymar (quien por aquella época, apenas
empezaba su carrera futbolística y no se había ido a Europa). Logré el efecto
deseado, pues las caras amargas de muchos brasileños seguidores de Girard pasaron
a ser más amables tras ver al astro brasileño en la pantalla. El fútbol
definitivamente sirve para hacer diplomacia.
No tuve gran
oportunidad de conocer Sao Paulo, pues estuve casi todo el tiempo en la
conferencia. Había escuchado que los millonarios viajan en helicóptero de un
lugar a otro en la misma ciudad, que Sao Paulo no es más que una selva de
concreto, y que el tráfico es espantoso. Yo me alojé en un hotel cinco
estrellas, de forma tal que si eso es una selva de concreto, pues ¡ya quisiera
yo ser el Tarzán de esa selva!
No vi ningún
helicóptero de millonarios, pero sí pude constatar que la desigualdad es un
enorme problema en Brasil, y que mientras esa desigualdad exista, el populismo
de personajes tan lamentables como Lula o Dilma, seguirá vivo. Pero, al mismo
tiempo sé que Robin Hood no va a solucionar los problemas de Brasil, ni de
ningún país del mundo. Las cosas son mucho más complejas de lo que el progre
imagina, y quitar al rico para dar al pobre puede satisfacer a muchos en el corto
plazo, pero a largo plazo es una pesadilla. Los venezolanos sabemos esto muy
bien.
Desde Sao Paulo viajé
en avión a Rio de Janeiro, con un amigo profesor colombiano que estaba presente
en la conferencia. En Rio estuvimos en un hotel más modesto, pero en la
famosísima playa de Copacabana. Este amigo había nacido en Brasil, y conocía
Rio muy bien, de forma tal que me paseó por las bellezas de Ipanema, evocando
la famosa canción de Vinicio de Morais. Me llevó también al Corcovado, al Pan
de Azúcar, y a otros lugares emblemáticos de esa hermosa ciudad. Estando allá,
oyendo el bossa nova, disfrutando
esas magníficas playas, y bebiendo jugos de toda clase de frutas, hice las
paces con Brasil, aunque por puro odio al progre, seguiré apoyando a cualquier
equipo que se enfrente a los brasileños en el mundial.
Al visitar Brasil, es
inevitable formarse el estereotipo del libertinaje sexual. Ciertamente vi
hermosas mujeres con culos enormes cubiertos con tangas muy finas, bailando
samba en la playa y meneándose encima de una botella. Pero, es más estereotipo
que realidad, pues cabe recordar que Brasil es un fuerte bastión del
catolicismo, y que los grupos evangélicos preocupantemente tienen cada vez más
poder en la política.
Pero, aun si yo
estaba consciente de que la depravación sexual es más mito que realidad, la
primera noche en Rio de Janeiro me preocupé. Pues, el amigo con quien
compartiría habitación en Rio, era abiertamente homosexual. Yo puedo tratar de
convencerme a mí mismo de mil maneras racionales, de que los negros no son
criminales; pero en la noche, al ver a un negro venir hacia mi dirección en una
calle solitaria, me cambiaré al otro lado de la acera. Obviamente pensaré que
soy un cerdo racista por ello, pero mi instinto irracional persistirá.
Pues bien, temo que
algo parecido me ocurrió en Rio con la homosexualidad. Desde hace muchos años,
cada vez que asocio a la homosexualidad con pedofilia o con acoso sexual, me
golpeo a mí mismo en la cabeza para suprimir esos pensamientos tan fascistas, y
en la parada gay, tranquilamente puedo ondear la bandera arco iris. Pero,
llegada la primera noche en aquel hotel, ya con las luces apagadas, me invadió
el temor de que mi amigo, acostado en la otra cama, vendría a mi cama, y con
sus frías manos empezaría a acariciar mi pierna. No es lo mismo llamar al
demonio que verlo llegar.
Por supuesto, tal
cosa no ocurrió, y puedo decir que ese amigo colombiano ha sido uno de los
mejores compañeros de viaje que he tenido. Ya decía Unamuno que los viajes y
los libros curan el fascismo y el racismo. Siempre me ha parecido una frase muy
trivial, pues yo he visto a jovencitos gringos tener actitudes muy racistas en
sus viajes de Spring Break, a la vez que leen libros estúpidos de autoayuda.
Pero, en mi caso, el viajar a Sao Paulo y Rio de Janeiro sí me sirvió para
curarme de los prejuicios que yo pudiera tener en contra de Brasil y la
homosexualidad. ¡Obrigado!