viernes, 14 de junio de 2013

La desaparición de una cultura no siempre es objetable

¿Cómo ocurrió la desaparición de la línea aérea Panamerican? Contemplemos tres hipótesis: 1) su competidora, American Airlines, bombardeó toda la flota de Panamerican y exterminó a sus empleados; 2) American Airlines incurrió en espionaje industrial y sobornó a los funcionarios estatales para que multaran a Panamerican, y así esta aerolínea quebrase; 3) Panamerican no ofreció servicios de calidad a precios acomodados, la clientela optó por viajar con American Airlines, y eventualmente, Panamerican tuvo que declararse en quiebra. Obviamente, las dos primeras hipótesis harían moralmente censurable la desaparición de Panamerican. Pero, no así la tercera hipótesis. Al no haber ejercicio de la coacción o tácticas abusivas, no podemos considerar un crimen la desaparición de Panamerican. Puede ser lamentable para algunos nostálgicos de esa aerolínea, pero ciertamente no podemos calificar su desaparición como inmoral, ni tampoco podemos exigir que los gobiernos intervengan para subsidiar a una aerolínea que, sencillamente, la mayoría de los consumidores decidió abandonar.
 
Pues bien, de la misma manera, hay básicamente tres formas de hacer desaparecer una cultura. La primera, consiste en que el poder dominante busque exterminar a los miembros de esa cultura. La segunda, consiste en implementar medidas de asimilación forzosa, y lograr mediante métodos coercitivos, que los miembros de esa cultura abandonen su identidad cultural y se asimilen a los grupos culturales mayoritarios. La tercera, consiste sencillamente en que los miembros de la cultura ven por cuenta propia más ventajas en la asimilación a los grupos mayoritarios, y el abandono de sus raíces y antigua identidad cultural.
A la primera forma la podemos llamar, sin tapujos, ‘genocidio’. Los ‘jóvenes turcos’ intentaron hacerlo con los armenios, los nazis con los judíos, y algunos hutus con los tutsis. La segunda forma merece reproche moral, pero es dudoso que podamos llamar a eso ‘genocidio’. Puede aniquilarse la identidad cultural de un pueblo destruyendo sus espacio simbólicos, reubicándolos territorialmente, etc. Así hicieron desaparecer los asirios a las diez tribus de Israel. Pero, esto no es una práctica del mismo tipo que los campos de exterminio nazi. A diferencia de los nazi, los asirios no exterminaron a los israelitas. Ciertamente se busca agresivamente la desaparición forzosa de un pueblo, pero no se hace mediante el exterminio físico de las personas, sino mediante políticas más sutiles.
Algunos autores llaman a esta práctica ‘genocidio cultural’. Yo tengo mis reservas respecto a este término, pues preferiría emplear la palabra ‘genocidio’ a la desaparición física de los miembros de la cultura que se ataca. Pero, ciertamente, la asimilación forzosa y el despojo coercitivo de la identidad y el patrimonio cultural son moralmente objetables.
Ahora bien, lo mismo que con el caso de Panamerican, yo no aprecio una gran tragedia en la desaparición de una cultura mediante la tercera forma. Si los miembros de una cultura voluntariamente optan por asimilarse y abandonar sus raíces e identidad cultural, ¿por qué hemos de impedírselo? La cultura, como las aerolíneas, está sujeta al mercado. En el mercado, por supuesto, hay presiones de todo tipo. Pero, no todas estas presiones son inmorales. Un miembro de una tribu puede verse seducido por el estilo de vida occidental que aparece en la televisión, y decide por cuenta propia abandonar su guayuco para vestirse con traje y corbata. Ciertamente ese individuo ha estado sujeto a las presiones de las imágenes televisivas, pero no podemos postular que su asimilación ha sido forzada, en el mismo modo en que un gobierno obliga a sus gobernados a vestirse de una u otra forma.
Muchas culturas están desapareciendo en el mundo. Algunas ciertamente han desaparecido por vía directa del genocidio; a saber, se han exterminado a sus miembros. Otras han desaparecido por vía de la asimilación forzada. Pero, muchas culturas desaparecen sencillamente porque no tienen el poder atractivo para sus miembros, y éstos prefieren incorporarse voluntariamente a las grandes civilizaciones. Por ejemplo, si bien en los primeros años de colonización china, el gobierno de Beijng pretendió destruir la identidad cultural tibetana mediante tácticas muy cuestionables, hoy muchos tibetanos están dispuestos a asimilarse a la cultura china voluntariamente, precisamente porque se ven más atraídos por las ventajas del creciente boom chino, y menos persuadidos por vivir en una teocracia feudal. Es urgente entender que no todas las asimilaciones y desapariciones culturales son forzadas; hay plenitud de gente que ve más beneficios en renunciar a una identidad y asumir otra.
Algunos autores pretenden equiparar la desaparición espontánea (es decir, no forzada) con el genocidio. Para estos autores, la desaparición cultural es trágica e inmoral, independientemente de cuál sea su mecanismo. Yo no puedo estar de acuerdo con esto. En mi opinión, la desaparición de una cultura es trágica e inmoral, sólo si se emplean tácticas inmorales para hacerla desaparecer. Pero, si los miembros de una cultura ven más beneficios en la asimilación, y voluntariamente así lo hacen, no hay nada que objetar ni lamentar. Que los judíos desaparezcan mediante un campo de exterminio es objetable y trágico; que los judíos desaparezcan mediante el desinterés de muchos por continuar las tradiciones de hace más de dos mil quinientos años, no tiene nada de objetable.
De hecho, un dato demográfico curioso es que el número de judíos en el mundo se está reduciendo, y si la tendencia sigue, en cuestión de uno o dos siglos, ya no habrá diez tribus perdidas, sino doce; en otras palabras, el pueblo de Israel desaparecerá por completo. El principal motivo de esta tendencia es la exogamia: cada vez más, los jóvenes judíos están dispuestos a casarse con no judíos, y las presiones familiares van haciendo perder el interés en la continuidad de la identidad cultural. Algunos rabinos ortodoxos llaman a esto el “holocausto silencioso”. Pues, si bien no se derrama sangre (como tampoco se derramó mucha sangre en la desaparición de las diez tribus a manos de los asirios), la identidad se está perdiendo y, después de todo, quizás sí se cumpla el sueño de Hitler de hacer desaparecer a los judíos, pero a diferencia de la “solución final”, no se habrá disparado una sola bala.
Llamar “holocausto silencioso” al matrimonio exogámico, o a otras dinámicas culturales que promueven la asimilación y la pérdida de la identidad cultural judía, es un exabrupto. Insisto: la desaparición del pueblo judío es lamentable sólo si se logra mediante tácticas opresivas. Lo moralmente relevante no es el resultado final (la desaparición de la cultura), sino el mecanismo que condujo a ese resultado.
Hoy mucha gente admira la continuidad cultural del pueblo de Israel frente a tantas adversidades. Pero, precisamente, mucha gente hace caso omiso a las medidas opresivas que tradicionalmente muchos judíos han tomado, bajo la excusa de mantener viva su identidad cultural. Al regreso del exilio babilónico, por ejemplo, Esdras prohibió el matrimonio de los judíos con los gentiles. Su temor era que a la tribu de Judá le ocurriera lo mismo que a las tribus del norte en Israel: mediante el matrimonio con los gentiles, desaparecería la identidad cultural. Ciertamente Esdras contribuyó a la supervivencia de Israel como pueblo. Pero, me parece que la acción de Esdras fue sumamente lamentable y moralmente objetable, y no tenemos nada que agradecerle.
Así como es un exabrupto que los rabinos ortodoxos hablen de un “holocausto silencioso” y, en nombre de la preservación del pueblo de Israel, se opongan al matrimonio de judíos con gentiles, es también objetable que los promotores de la diversidad cultural y el mantenimiento de las culturas “en peligro de extinción”, acudan a medidas antiliberales por el puro afán de conservar culturas cuyos miembros voluntariamente desean abandonar, y asimilarse a otras culturas con más poder seductor. Estos promotores culturales, lo mismo que los rabinos ortodoxos, operan bajo la premisa errónea de que es equivalente un genocidio que busca exterminar físicamente a una población, con una dinámica cultural que propicia que los miembros de una tribu se asimilen voluntariamente a la vida en civilización.
Yo soy hispano-parlante, aficionado al fútbol, y amante de la salsa, el merengue y el vallenato. Quizás, en algunos siglos, mis descendientes hablarán spanglish, preferirán el fútbol americano, y optarán por oír rap y rock. Como los judíos ortodoxos, subjetivamente me puede entristecer saber que mis preferencias culturas desaparecerán en algunas generaciones. Pero, objetivamente, sé que esto no es una tragedia, siempre y cuando mis descendientes asuman estas nuevas prácticas culturales sin coerción. Y, del mismo modo, me parecería sumamente objetable implementar medidas impositivas para asegurar la continuidad de mis preferencias culturales. El liberalismo exige que la identidad cultural también se rija por el mercado, pues al fin y al cabo, el mercado es el mecanismo más libre para dictar cuál institución prevalece en una sociedad.

4 comentarios:

  1. Una nota: sobre la segunda forma de eliminación de una cultura: la practicaban mucho en el imperio quechua de los Incas. Ellos gobernaban sobre muchas regiones, desde el sur de Colombia al Norte de Chile en su época de mayor expansión (últimas décadas del siglo XV). Allí había pueblos muy diferentes: unos vivían en la costa, otros en la selva y el interior, y otros en las montañas. Algunos eran muy rebeldes. Los quechuas estudiaron como eliminar la resistencia y rebeldía de los pueblos más problemáticos. El genocidio no era opción, por motivos logísticos y espirituales-morales, pero además: el dominio de un territorio solo tenía sentido si había gente que lo trabajara y produjera en él. De modo que descubrieron un medio para neutralizar o emascular a los pueblos y culturas: les quitaron su "clave geográfica", su 'topos'. Si eran pueblos rebeldes en la montaña, los trasladaban, organizadamente y poco a poco, a la costa. Si eran pueblos costeros los rebeldes, los trasladaban a la montaña. Además, no los dejaban solos, sino que los mezclaban con otros pueblos. Ahí se diluía su oposición y rebeldía y se acababa la tontería y empezaban a obedecer al Estado solar-paternal, como buenos pre-socialistas.

    El sistema funcionaba tan bien, que fue estudiado por los mismos españoles después, y el pensador peruano Mariátegui también lo destacó en sus reflexiones sobre la afinidad del imperio incaico con los sistemas centralizados socialistas. Esos estudios fueron hechos por Mariátegui en los años veintes y treintas. Parece que los soviéticos estudiaron también eso de los Incas, e hicieron igual con algunas etnias problemáticas que tenían, sobre todo los ucranianos. Llevaron millones de estos al Asia Central (sobre todo a Kazajstán) y también a algunos oblasts (distritos) en el extremo oriente, cerca del Pacífico. Con eso, eliminaron su espíritu de rebeldía.

    La lección es: si quieres dominar un pueblo tradicional, que sigue valores ancestrales, sácalo de su tierra. Esta lección no es válida para pueblos modernos que, por asumir claves urbanas, viven prácticamente igual, sea en Melbourne, Australia, Ciudad del Cabo, Sudáfrica, o Brighton, Inglaterra. O, para manejar más diversidad: Praga, Singapur y Buenos Aires. La globalización ha hecho que no estemos amenazados por una clave geográfica o 'topos' que se nos pegue como una cosa que nos quita el alma. Somos, existencialmente, "desalmados", jajajajaj!!!!!

    Fuera de broma, eso introduce un problema distinto, pero al menos ese otro problema anterior, el de sobrevivir fuera del terruño nativo, ya no es una amenaza terrible. Nos duele dejar, por ejemplo, Venezuela, pero lo hacemos, y podemos sobrevivir y vivir y hasta vivir bien en otra tierra. No nos pasamos décadas rumiando amargamente y llorando por haber "perdido" nuestra tierra. Incidentalmente, esa es una actitud de algunos palestinos. Salieron de Palestina en 1948, pero su actitud es como si hubiesen salido el mes pasado, y mentalmente conservan el pensamiento de que podrían regresar algún día. Así han envejecido generaciones. Pero esos no son todos los palestinos, sino los pequeños grupos que vivían desde siglos en una misma aldea trabajando la misma tierra. La clave telúrica por cierto, también ha sido importante para el pueblo judío. Nosotros estamos libres de esa clave, no nos 'morimos' si salimos de nuesta tierra. Tenemos una opción diferente: adaptarnos, reinventarnos.

    Esa opción no le era ni le es tan fácil a los pueblos que viven en claves más míticas, más en contacto y unión espiritual con la tierra. Por cierto que ese sentimiento era exaltado en parte por Hitler (en "Mi lucha"), y también contemplado por algunos poetas alemanes... y por Heidegger... Pero eso, para otra ocasión. Chao, un abrazo.

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    1. Gracias por su comentario tan sustancioso. Yo diría que gente como Ud. y yo somos más cercanos a ser cosmopolitas sin raíces, y en ese sentido, no tenemos mucho problema en abandonar un territorio y asentarnos en otro. Pero, yo no estoy muy seguro de que los venezolanos comunes estén muy dispuestos a ello. Chávez le dio un impulso al nacionalismo romántico, y hoy cobra más fuerza. Piense, por ejemplo, en la cancioncita "Patria querida", que puso de moda...

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  2. Creo que tenemos muchos puntos de acuerdo en este artículo Gabriel. Considero un abuso intolerable de los términos llamar genocidio a la desaparición de una identidad cultural. Y ciertamente considero que algunas culturas son objetivamente superiores a otras en su aproximación a la verdad sobre la realidad.

    Por cierto. acabo de iniciar un blog para compartir mis ideas sobre esto y lo demás. Espero que algún artículo futuro sea de tu interés. La dirección es pensadorcatolico.wordpress.com

    Sancta Maria ora pro nobis peccatoribus.

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