miércoles, 16 de enero de 2013

En defensa de Sir James George Frazer



            Para la mayoría de los antropólogos contemporáneos, J.G. Frazer es uno de los grandes villanos del pasado. Frazer es emblemático del armchair anthropologist, el antropólogo de sillón que escribe enciclopedias sobre costumbres exóticas, sin jamás haber conversado con algún nativo en su vida. Frazer elaboró toda una teoría de la magia y la religión, a partir de una oscura referencia de Virgilio a propósito de un enigmático ritual en el culto a Diana.
Esta crítica es muy válida. Si la antropología pretende ser una ciencia, no puede conformarse con emplear un método de recolección indirecta de datos. Se requiere de más observación directa. Hoy, afortunadamente, los departamentos de antropología exigen trabajo de campo a sus miembros, ya no es aceptable hacer antropología meramente desde el sillón.
Pero, más que por su ausencia de trabajo de campo y sus fallas metodológicas, Frazer es duramente criticado por sus presunciones teóricas. Junto a E.B Tylor, Frazer sentó las bases de una antropología evolucionista que relega a los pueblos no occidentales, a una posición inferior en la escala de la evolución intelectual de la humanidad.
A juicio de Frazer, las manifestaciones culturales de los nativos son fases previas a la ciencia, conducidas por errores intelectuales. Frazer dedicó mucha atención a la magia: la consideraba un intento primitivo por establecer relaciones de causalidad en el mundo. En esto, se parece a la ciencia. Pero, a diferencia de la ciencia, la magia establece relaciones causales erróneas. Los magos creen que con elaborar una danza, o recitar unas palabras, pueden hacer llover o mejorar la cosecha. Bajo el esquema de Frazer, la humanidad tiene la necesidad de explicar y controlar el mundo, y la magia es una forma errónea de lograr ese acometido. En vez de estudiar rigurosamente las relaciones de causalidad, la magia se limita a las relaciones homeopáticas y de contagio: creer que aquellos objetos que se parecen son los mismos, o aquellos que alguna vez estuvieron en contacto son idénticos.
Frazer es típicamente denunciado como el promotor de una ideología imperialista victoriana que degrada a los pueblos no occidentales, al representar sus costumbres como supersticiosas y estúpidas. Los colonizadores se valieron de esta ideología para imponer su dominio, bajo la excusa de llevar ciencia y racionalidad a los ‘pueblos atrasados’.
Y, frente a ello, los antropólogos contemporáneos, impregnados de relativismo cultural, defienden la idea de que la magia no es inferior a la ciencia, sencillamente distinta. Asimismo, postulan que no hay pueblos intelectual o culturalmente superiores a otros, y que cada costumbre cultural debe ser entendida en su contexto, y no puede ser juzgada ‘desde afuera’ por un científico que proceda de otra cultura.
Uno de los que más explícitamente denunció a Frazer fue el filósofo Ludwig Wittgenstein. Éste formuló la lamentable idea de que existen ‘juegos del lenguaje’, inconmensurables entre sí.  Eso impide que alguien que participe en un juego del lenguaje, pueda juzgar como absurda o falsa la proposición de alguien que participe en otro juego del lenguaje. Así como un jugador de baloncesto no está en posición de criticar a un futbolista por patear la pelota en su juego, un científico no está en posición de criticar a un mago por pretender recitar unas palabras para hacer llover, pues está en su propio juego.
Wittgenstein criticó a Frazer explícitamente en un cuaderno publicado póstumamente, Observaciones a la rama dorada. En su obra, Frazer había llamado ‘primitivos’ a quienes practicaban la magia, precisamente por no haber tenido la capacidad de racionalizar óptimamente su pensamiento. Wittgenstein, en cambio, llama ‘primitivo’ a Frazer por juzgar las creencias de los primitivos bajo sus propios parámetros positivistas.
Y, además, añade Wittgenstein, Frazer es muy injusto con los ‘primitivos’, pues los ‘modernos’ tienen prácticas similares a las señaladas por Frazer, pero con todo, no las juzga negativamente. Por ejemplo, los modernos besan las fotos de familiares. Pero, dice Wittgenstein, no por ello consideramos que los modernos pretenden que ese beso se extienda a la persona retratada. Es sencillamente un acto simbólico. Pues bien, también debería considerarse un mero acto simbólico, y no un error de razonamiento, cuando un mago quema la estatuilla de algún enemigo.
Ciertamente esta última crítica por parte de Wittgenstein tiene mucho asidero. Antes de apresurarnos a juzgar alguna práctica o creencia como irracional, debemos asegurarnos de que no se trate de algún gesto simbólico. Con todo, Wittgenstein se equivocaría al pensar que todos los rituales realizados por los magos son meramente simbólicos. De hecho, plenitud de antropólogos competentes, que han trabajado de cerca con magos por largos periodos de tiempo, han documentado que, efectivamente, los rituales de la magia no buscan meramente expresar simbolismos, sino más bien manipular directamente el mundo.
La otra crítica levantada contra Frazer, aquella que sostiene que no podemos juzgar otras creencias y prácticas desde nuestra perspectiva, es muy débil. Posturas como las de Wittgenstein, y la mayor parte de los antropólogos culturales que recomiendan entender una cultura ‘desde adentro’ (en la jerga antropológica, esto se llama la ‘perspectiva emic’), son una variante más del relativismo.
Este relativismo niega que exista una verdad trascendente, sino que cada cultura construye un sistema coherente de prácticas y creencias. En todo caso, alegan los relativistas, puede juzgarse la coherencia interna de cada cultura, pero nunca a un elemento aislado. En ese sentido, si las prácticas del mago son consistentes con el resto de los elementos que conforman su ‘forma de vida’ (otro término predilecto de Wittgenstein), entonces no debemos juzgarlas negativamente.
Me parece urgente oponerse a este relativismo, y defender a antropólogos como Frazer. El problema del relativismo es su desprecio por la verdad. Una creencia o práctica puede ser coherente con los otros elementos del sistema en el cual está inmerso, pero aun así puede seguir siendo falsa. Tenemos plena justificación para reprochar a quienes crean que la tierra es plana, independientemente de si esa creencia es coherente con el resto de los elementos de su ‘forma de vida’. Importa poco si el mago tiene un ‘juego del lenguaje’ distinto del científico. Lo importante son los hechos: al indagar sobre los hechos del mundo, sabremos quién está equivocado, y quién no; quién tiene creencias razonables, y quién tiene creencias absurdas.
Frazer llamó al pan ‘pan’, y al vino ‘vino’. Es de sentido común que, quien explique la enfermedad como una invasión de gérmenes está más próximo a la verdad, y tiene mayor grado intelectual que quien explique la enfermedad como el acoso de espíritus malignos. Es de sentido común que, quien pretenda perjudicar a otra persona colocando agujas sobre un muñequito, no sólo está equivocado, sino que participa de una suerte de delirio. No vale sostener que el científico tiene ‘su versión y el mago tiene ‘otra versión’. No; un mínimo de sensatez nos debería conducir a admitir: el científico está en lo cierto y tiene un mayor grado de desarrollo intelectual; el mago se equivoca en su creencia, y está en un menor grado de desarrollo intelectual.
La ciencia ha ofrecido una sólida base cognitiva para promover espectaculares mejoras en las condiciones de vida de nosotros, los modernos. Pero, para que la ciencia mantenga su integridad y nos siga ofreciendo las enormes ventajas que nos ha concedido en los últimos tres siglos, es menester partir de la suposición de que la ciencia es superior a la magia. Si no hacemos esto, todo valdría, y la disciplina que requiere la ciencia ya no valdría el esfuerzo. Por ello, se hace cada vez más necesario rechazar argumentos como los de Wittgenstein, y recuperar la visión positivista de Frazer.

3 comentarios:

  1. Es interesante como un sociólogo que se piensa promotor del negocio, perdón del movimiento escéptico, defienda el retorno al positivismo aún cuando su maestro Mario Bunge afirma que el positivismo está muerto.

    Menos entiendo eso de que un científico tenga que tener "un mayor grado de desarrollo intelectual", ¿qué evidencias científicas de semejante afirmación tienes?

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    1. 1. No veo de qué forma el escepticismo es un negocio. Más bien es un movimiento que pretende acabar con muchos negocios fraudulentos.
      2. Admiro mucho a Bunge. Pero, nosotros los escépticos no acudimos a argumentos de autoridad. Yo tengo mi propia opinión, independientemente de si coincide o no con Bunge. Yo no afirmo que el positivsmo está muerto.
      3. La evidencia que tengo para defender que el científico tiene mayor desarrollo intelectual que el mago, es sencillamente la enorme cantidad de datos que demuestran que los procedimientos basados en la ciencia sí funcionan, mientras que los basadas en la brujería y cosas por el estilo, no.

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    2. 1. Que no la "veas" no quiere decir que no lo sea. No veo que sea gratuito que a Randi le paguen en el Amazing Meeting, con respecto al Amazing Randi. O que Skeptikal Inquirer no sea un negocio editorial. O que recibir dinero de Coca Cola sea algo altruista.
      2. Te creería salvo que leyendo los blogs de los tus amigos los escépticos te das cuenta de otra cosa, reiteradas alusiones a la autoridad cuando son convenientes a hacer lobby. Y no digo que lo hayas dicho, lo dice Bunge. Lo cual me lleva a lo curioso, según el movimiento escéptico ese se rigen por el principio de no contradicción: lo que es contradictorio es signo seudociencia. Si Bunge está mal y Gabriel dice lo contrario, entonces hay una contradicción lógica insalvable. Piensa las consecuencias ética de eso, quizá el negocio también se base en un engaño.
      3. Esas no son evidencias de que los científicos por serlo tengan un mayor desarrollo intelectual cuando no defines las variables a evaluar. Insto a que me cite no sus apreciaciones personales, necesito reportes científicos publicados en revistas por pares con al menos una replicación independiente.

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