sábado, 29 de octubre de 2011

Las excusas de los comunistas ricos


Desde hace tiempo, ha sido ya vox populi que algunos de los líderes políticos más visibles del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela tienen un estilo de vida opulento. Se rumorea que Rafael Ramírez y Diosdado Cabello figuran entre las personas más ricas de nuestro país, con testaferros o sin ellos. Pero, el rumor va aún más lejos: Pedro Carreño ha hecho grandes fiestas para su hija, e incluso, la mismísima hija del Comandante, Rosa Inés, ha aprovechado su acomodada posición social para codearse en sitios VIP con cantantes adolescentes norteamericanos en conciertos en Caracas.

Todo esto ha dado pie a que una de las mayores críticas al régimen actual esté en que sus principales personajes no sólo no practican lo que predican, sino que, además, los hace sospechosos de peculado público. Esta opulencia de la cúpula comunista ha hecho relevante la vieja advertencia de que, en un sistema en el cual el gobierno pretende cumplir el rol de Robin Hood para redistribuir la riqueza, el que parte y reparte se queda con la mejor parte.

Pero, tradicionalmente, para los intelectuales, estos argumentos son simplones y populistas, y no merecen ni siquiera ser considerados. Según el alegato común, el socialismo (o el comunismo) no es una alabanza de la pobreza (a pesar de que, no han faltado veces en los que Chávez ha repetido aquello de que es difícil que un rico entre al cielo, o que los pobres son bienaventurados porque ellos sí entrarán al cielo). Según se alega, el comunismo es la defensa de la igualdad y la riqueza para todos, no propiamente un amor intrínseco a la pobreza.

Y, en todo caso, desde la lógica se puede advertir que la crítica al comunismo a partir de la opulencia de algunos comunistas es claramente una falacia argumentativa del tipo ad hominem: el hecho de que una persona no cumpla aquello que predica no implica que la doctrina en cuestión sea errónea. Un médico puede fumar, pero no por ello deja de tener razón cuando postula que fumar es malo.

Con todo, es perfectamente comprensible el malestar que sentimos cuando vemos a las hijas de Chávez fotografiarse con artistas norteamericanos o a sus ministros en sendas fiestas opulentas. Pues, si bien no es propiamente fundamento para oponerse al comunismo como doctrina, sí es fundamento para denunciar la inmoralidad e incoherencia de estas personas.

Esto no atañe, por supuesto, exclusivamente a los ministros de Chávez. Atañe, en realidad, a toda aquella persona que afirma desear la igualdad de condiciones y el comunismo, pero tiene a su disposición un nivel de riqueza por encima del promedio. He convivido de cerca con personas de este tipo. Conozco a un profesor universitario en Caracas, por ejemplo, que se considera marxista, pero tiene locales comerciales alquilados, invierte grandes sumas en la educación privada de su hijo, paga sueldo mínimo a sus trabajadores, etc. Se trata, en efecto, del extraño caso de los comunistas ricos; en especial, aquellos que forman parte de una acomodada clase de intelectuales, pero que postulan que la riqueza debe ser redistribuida.

Personas como este profesor probablemente, no han incurrido en peculado público, y la acumulación de sus riquezas es legal en el marco jurídico del sistema capitalista. Pero, no es necesario un gran esfuerzo intelectual por apreciar la incoherencia entre su conducta y sus creencias. Quizás estos comunistas acomodados no defiendan un igualitarismo a ultranza, y postulen que sus labores los hacen acreedores de un mejor sueldo que, supongamos, los barrenderos.

Pero, con todo, de acuerdo a las teorías que estas personas defienden, la sociedad es injusta en la asignación de la riqueza, y aun si el trabajo de intelectual merece más remuneración que el de barrendero, la diferencia sigue siendo desproporcionada. Bajo la interpretación marxista, las personas acomodadas han depredado la plusvalía de los proletarios. Y, en este sentido, los ricos son los beneficiarios de un sistema profundamente injusto.

Ahora bien, ¿qué esperan estos comunistas para entregar voluntariamente sus riquezas y poner fin al sistema que injustamente los beneficia? ¿Por qué esperar la coerción, cuando ellos pudieran perfectamente empezar a redistribuir la riqueza voluntariamente, y así tomar la iniciativa para poner fin al sistema que tanto desprecian a nivel intelectual? Vale advertir que estas preguntas no sólo son formuladas por los derechistas populistas. Un eminente marxista, Gerald Cohen, también la ha formulado, en un libro magistralmente titulado, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?

Quizás algunos de estos ‘comunistas’ en realidad no lo sean, y se disfracen de rojo con la mera excusa de hacer el rol de Robin Hood para quedarse con la mayor tajada. Pero, tengo la firme sospecha de que la mayoría de estos comunistas ricos sí creen en lo que predican. Entonces persiste la pregunta: si creen en el comunismo, ¿por qué no dan un paso al frente y entregan sus riquezas a los pobres, como primera etapa en la urgente redistribución de la riqueza?

Me parece que hay dos respuestas: o bien estos comunistas ricos son débiles de voluntad, y saben que deben entregar parte de sus riquezas, pero sencillamente no tienen la suficiente voluntad para hacerlo; o bien estos comunistas ricos han participado del auto-engaño, y han intentado racionalizar una excusa auto-complaciente que les permite justificar por qué desean la igualdad, pero aún no mueven un dedo para alcanzarla.

Los filósofos griegos hablaban de la ‘akrasia’, la debilidad de la voluntad: saber que algo es malo, pero con todo, hacerlo. Platón pensaba que esto era un concepto incoherente, pues según él, quien hace el mal no sabe que su acción es mala. La mayoría de los otros filósofos, no obstante, opinan que akrasia no es un concepto incoherente, y aseguran que es posible hacer cosas malas, aun teniendo plena conciencia de ello. Yo me inclino a simpatizar con los segundos: opino que la akrasia sí es un concepto coherente.

En el caso de los comunistas ricos, creo que, en efecto, algunos vivirán alguna angustia existencial por creer que tienen el deber de entregar sus riquezas, pero con todo, no hacerlo (es, supongo, la misma angustia que vivió aquel rico entristecido que decidió no seguir a Jesús cuando éste le pidió que abandonara sus riquezas). Pero, me temo que éstos son minoría. Son más numerosos aquellos comunistas que incurren en mecanismos psicológicos de auto-engaños y auto-complacencias para justificar por qué vociferan los alegatos de Marx y el Che Guevara, pero con todo, depredan la plusvalía de sus trabajadores y se siguen beneficiando de un sistema que consideran injusto.

Son varias las excusas. Una muy escuchada es aquella que alega que la historia misma se encargará de aniquilar las injusticias. Ésta, procedente del marxismo, postula que la lucha de clases como motor de la historia es mucho más eficiente que la iniciativa particular de las personas. El capitalismo inevitablemente sucumbirá, pero en el entretiempo, el comunista rico puede seguir ocupando su privilegio. Su iniciativa será inútil; es, a lo sumo, una gota en el mar. Mejor esperar a que suba la marea sin que nosotros mismos añadamos agua; a saber, mejor esperar a la revolución, y mientras ésta llega, ¡sigamos bebiendo whiskey!

Esta justificación deja en manos de una entidad metafísicamente espuria (a saber, la revolución) la labor de transformar la sociedad. Se pretende que una mano invisible se encargará de acabar con las injusticias, y por lo tanto, no es necesario tomar cartas en el asunto. Es, en otras palabras, una auto-complacencia fatalista que postula que, puesto que el destino de la historia es la dialéctica que acabará con el capitalismo, lo único que debemos hacer es sentarnos a esperar que la historia actúe por sí sola.

Otra justificación es que el dar limosna o las actividades de filantropía no resuelve nada, pues las riquezas entregadas se desperdiciarían. Para realmente entregar las riquezas, se alega, es necesario un Estado socialista que garantice la íntegra distribución de estos donativos. Quizás esta justificación sirva en Estados no socialistas, pero no tiene ningún asidero en Estados auto-proclamados socialistas. Pues bien, esta justificación es sumamente débil: en Venezuela vivimos en un Estado auto-proclamado socialista que, incluso, cuenta con la simpatía de los comunistas ricos. De manera tal que, si un comunista rico venezolano opina que él se ha beneficiado injustamente del antiguo sistema capitalista, fácilmente puede lavar su conciencia dirigiendo su riqueza mal habida a un proyecto de vivienda o educación que beneficie a los pobres. Y, en todo caso, aun si no viviéramos en un Estado socialista, la filantropía podría ser el primer paso para aliviar el sufrimiento de al menos una persona. Sería, quizás, apenas una gota en el mar, pero aliviar el sufrimiento de al menos una persona es mejor que no aliviar el sufrimiento de nadie.

Aún otra justificación consiste en señalar que la riqueza privada, por ahora, desempeña una mejor función en la educación de los propios comunistas ricos y sus hijos (en vez de destinar la riqueza privada a cubrir las necesidades básicas de los pobres), pues esto servirá, por así decirlo, como una ‘inversión’ que más adelante permitirá que los comunistas ricos lancen la revolución que traerá dicha y prosperidad a todos. En otras palabras, el ser rico permite más educación, y esto sería un gran aporte a la revolución.

Por más escandalosa que resulte, ésta es quizás la excusa más coherente: si se entregan las riquezas, los hijos del comunista no gozarán de una buena educación, y a la larga se dejarán dominar por los capitalistas que nunca entregaron sus riquezas. Pero, con todo, no convence absolutamente: la riqueza del comunista opulento no está exclusivamente dirigida a la educación. El comunista podría conservar su riqueza en libros, pero desprenderse de sus vinos y demás placeres injustamente adquiridos.

Por último, quizás la excusa más común es que, siempre hay un Bill Gates, alguien que tiene más dinero que el comunista rico. Y, antes de que el comunista rico entregue sus riquezas, los Bill Gates del mundo deben hacerlo; una vez que los más ricos hayan entregado sus riquezas, el comunista gustosamente lo hará. Pero, si como debemos, asumimos una ética autónoma y no heterónoma, tenemos obligaciones morales independientemente de si los demás las cumplen o no. El pequeño comerciante de cocaína no puede justificarse moralmente en el hecho de que hay grandes capos de la droga libres por el mundo.

En definitiva, he conocido a poquísimos comunistas ricos que, como Lev Tolstoi, se tomen muy en serio lo que predican, y tomen la iniciativa para poner fin a la injusticia que tanto denuncian. No pretendo burlarme de ellos, pues si bien no soy comunista y no creo que toda relación de trabajo en el capitalismo es una forma de explotación, sí admito que el sistema económico reinante es injusto, y que yo soy un beneficiario de ello. Pero, a diferencia de la vasta mayoría de los comunistas ricos, yo no me justifico, y admito que de mí se ha apoderado la akrasía, la debilidad de voluntad. Mi recomendación a los comunistas ricos: dad un paso al frente y acelerad el fin de la injusticia social entregando vuestras riquezas. En caso de que no podáis hacerlo, admitid la debilidad de vuestra voluntad, pues eso será el primer paso para conseguir fuerzas. Cualquiera de estas dos opciones será mejor que el cinismo que consiste en vociferar el comunismo, pero auto-justificar vuestra opulencia.


La confusión en el censo venezolano: etnia vs. raza


La palabra ‘racismo’ es quizás una de las peor empleadas en la actualidad. En rigor, el racismo es la ideología que postula que las diferencias conductuales entre los hombres están inscritas en sus diferencias biológicas, y que es posible hacer una jerarquización de estas diferencias. Así, postular que los colombianos son ladrones, los venezolanos perezosos, o los árabes terroristas no califica como ‘racismo’, pues esos juicios (por muy recalcitrantes que puedan resultar) no se elaboran a partir de una supuesta base biológica. A diferencia del grupo étnico (el cual está definido por los rasgos culturales), el grupo racial está definido por los rasgos biológicos. Postular que los colombianos son ladrones sería xenofobia, pero no propiamente racismo, pues el desprecio está dirigido a la conducta de los colombianos, pero no a sus atributos biológicos.

Sí sería racista, por otra parte, postular que los africanos nunca podrán aprovechar la ayuda económica europea, pues en sus genes no está codificada la inteligencia (lamentablemente, el gran James Watson defendió recientemente una postura como ésta). El racista pretende encontrar una correspondencia fija e inmutable entre lo atributos biológicos y los rasgos conductuales de las poblaciones. Así, un racista sería de la opinión de que una persona no europea criada desde la infancia en Europa, jamás podría asimilar las costumbres europeas satisfactoriamente, pues éstas no corresponden con su biología.

Pues bien, esta asociación esencialista entre rasgos conductuales y rasgos biológicos aparece inadvertidamente en el censo de Venezuela en 2011. Por primera vez en la historia de nuestro país, el censo pretende recopilar la información demográfica respecto a los grupos culturales.

Valga destacar que el consenso abrumador entre los antropólogos es que no existe en la realidad algo que podamos llamar ‘razas humanas’. Hay, es verdad, gente con piel negra y gente con piel blanca, pero el concepto de ‘raza’ presupone mucho más: la raza sería un conjunto de atributos que se manifiestan, por así decirlo, en un solo paquete. La piel negra viene acompañada por el cabello crespo, el cráneo más ovalado, los labios más preponderantes, ojos oscuros, etc. Este concepto racial sólo existe en nuestras mentes, pero no encuentra correspondencia con la realidad: hay plenitud de gente con piel negra y ojos azules. Es arbitrario segmentar a los grupos humanos en función de su color de piel. Si, en vez, hiciéramos una segmentación de las poblaciones en función de su tipo de sangre, observaríamos que esta división no correspondería con la segmentación de los otros rasgos, cuestión que invalida el concepto de ‘raza’.

En principio, el gobierno venezolano ha tomado la suficiente precaución como para reconocer que las razas humanas no existen. Y, por ello, en el censo ha procurado preguntar, no a qué grupo racial pertenece cada persona, sino a qué grupo étnico. Y, en ese sentido, el gobierno dirige su atención a una división cultural, pero no biológica, entre los venezolanos. Ahora bien, puesto que la etnia está definida por la cultura (es decir, por los rasgos conductuales), y no por la biología, eso permite la suficiente elasticidad como para que cada individuo seleccione cuál es su grupo de pertenencia. Cada individuo puede decidir identificarse como wayúu, yanomami, barí o criollo, pues en última instancia, la cultura, a diferencia de la biología, es flexible.

Yo no puedo decidir cuál es mi tipo de sangre o mi color de piel, pero sí puedo decidir (al menos en principio) si me asimilo a los valores de la comunidad yukpa o añú. La adscripción cultural tiene esa gran ventaja: un individuo puede renunciar a una cultura para pasar voluntariamente a formar parte de otra. La adscripción biológica, en cambio, no permite esa decisión. El wayúu que desee convertirse en criollo lo puede hacer; en cambio, quien tiene el factor RH+ no puede convertirse a Rh-.

Así, el gobierno venezolano ha sido prudente en asegurarse de que cada individuo pueda seleccionar él mismo a qué grupo étnico pertenece, pues reconoce que, en última instancia, estas diferencias no están inscritas en la biología, y cada quien tiene la identidad que sienta, sin que un foráneo se la imponga. Esto ofrece el privilegio a un joven descendiente de wayúus a declararse no wayúu, en caso de que ese joven se sienta más a gusto en la cultura occidental que en la cultura de sus ancestros. Esto es muy distinto, por ejemplo, de la segmentación racial en la Alemania nazi o el apartheid sudafricano, donde un judío o negro nunca podía seleccionar a cuál grupo pertenecía.

Pero, la prudencia del gobierno venezolano se ha visto perjudicada por algunas confusiones. Pues, algunos de los supuestos grupos étnicos contemplados se han definido, no a partir de sus rasgos culturales propiamente, sino a partir de sus rasgos biológicos. Éste es el caso de los ‘afrodescendientes’. La ‘descendencia’ es un rasgo biológico, no cultural. Y, en este sentido, una persona no puede realmente escoger si es afrodescendiente o no. El hecho de que sus padres sean descendientes de africanos presume que esa persona también es afrodescendiente, independientemente de si siente parte o no de ese colectivo.

Así, en principio, no importa si esa persona se siente mucho más a gusto en los valores culturales occidentales que en los valores de las culturas africanas, si esa persona tiene piel negra, a los ojos de la sociedad venezolana, será afrodescendiente. O, a la inversa: una persona de piel blanca y ojos azules que hable una lengua bantú, toque la conga, coma plátanos, y practique la religión yoruba, no será considerado afrodescendiente, pues sus ancestros no fueron africanos.

Por supuesto, en el censo, estas personas tienen el privilegio de decidir a qué grupo pertenecen. Pero, no es necesaria demasiada suspicacia como para saber que existe una inmensa presión social para que la persona de piel negra que no se identifica con la cultura africana se califique a sí misma como ‘afrodescendiente’, y que una persona de piel blanca y ojos azules pero que sí se identifica con la cultura africana se califique a sí misma como ‘eurodescendiente’.

De hecho, relataré mi experiencia personal: tengo la piel blanca y los ojos verdes. Cuando me visitó el funcionario del censo, quise ponerlo a prueba, y estuve dispuesto a decir que yo soy afrodescendiente (a fin de evaluar si realmente la segmentación étnica del censo procede de la voluntad de cada ciudadano). Para mi decepción, el funcionario del censo asumió a priori que yo no era afrodescendiente, y así contó en el censo. Y, de forma insólita, asumió que mi esposa e hija tampoco eran afrodescendientes, aun sin haber hablado con ellas, ¡o siquiera haberlas visto!

Quizás esto no sea más que una anécdota. Pero, yo sí creo que esto refleja una tendencia generalizada en nuestra sociedad: la persistente asociación entre rasgos conductuales y rasgos biológicos, lo cual es el primer paso hacia el racismo. Bajo esta ideología, el blanco debe tocar el violín, y el negro debe tocar el tambor; quien tenga ojos verdes debe aprender inglés, quien tenga ojos rasgados debe aprender wayuunaiki.

Me parece que la constante evocación del orgullo étnico por parte de algunos actores políticos acentúa aún más esta tendencia. Pues, indirectamente, incita a considerar ‘traidores’ a quienes no deseen continuar la adscripción étnica de sus ancestros. Consideremos, por ejemplo, al cantautor Frank Quintero. Este gran artista tiene la piel oscura, el cabello crespo, los labios prominentes, etc. A su vez, habla inglés muy bien, compone canciones notablemente influidas por culturas europeas, etc. Ignoro qué responderá Quintero en el censo. Pero, tengo la fuerte sospecha de que, si Quintero respondiese que él no es afrodescendiente porque se siente más a gusto tocando la guitarra que el tambor, etc., sería severamente censurado por los grupos de afrodescendientes que lo considerarían un traidor a sus ‘raíces negras’, y también sería censurado por los grupos de eurodescendientes que lo considerarían un ‘negro pretencioso’ que pretende ser blanco.

Las nobles intenciones del gobierno venezolano en el censo se podrían ver afectadas por su confusión entre grupos étnicos y grupos raciales. Por eso, creo que lo más deseable habría sido prescindir de la pregunta respecto a la adscripción étnica, como hacen los países de firme tradición laica republicana (en especial Francia) y considerar a todos los ciudadanos como venezolanos, sin necesidad de tener en consideración distinciones arbitrarias.

martes, 11 de octubre de 2011

Marx y Bolívar contra la Pacha-Mama


La palabra ‘materialismo’ tiene múltiples significados. El común de la gente lo entiende como la manía compulsiva a consumir y a tener pocas contemplaciones por los sentimientos de las personas, y un excesivo apego al dinero y las mercancías. Pero, filosóficamente, la palabra ‘materialismo’ tiene un significado distinto.

En filosofía, ‘materialismo’ es la postura metafísica que postula que sólo existe una sustancia, a saber, la sustancia material. Todo cuanto existe está hecho de materia (átomos y energía). Cosas aparentemente inmateriales, como los objetos abstractos (números, relaciones, conceptos, etc.) no existen propiamente en la realidad, sino sólo en la mente de las personas. Y, los pensamientos y sentimientos existen sólo como propiedades emergentes de estados neuronales en el cerebro. En este sentido, el materialismo niega la existencia de entidades inmateriales, sean fantasmas, espíritus, almas, fuerzas vitales, etc.

Si bien apenas a partir del siglo XIX el materialismo ha logrado ser someramente aceptado por un número considerable de filósofos, siempre ha habido pensadores que han defendido esta doctrina en alguna de sus variantes. Epicuro, Demócrito, Diderot y Holbach, entre otros, tienen un lugar destacado en la historia del materialismo.

Pero, quizás el más famoso de todos los materialistas sea Karl Marx. Éste, como sus antecesores, negó la existencia de entidades inmateriales (cuando Marx hablaba en 1848 del “fantasma que recorre Europa”, lo hacía obviamente en sentido figurado). Pero, además de asumir el materialismo como una postura metafísica, Marx formuló la teoría del ‘materialismo histórico’, según la cual, las acciones del hombre a lo largo de la historia no han obedecido a motivos ideológicos, sino meramente económicos.

En nombre de Marx, los Estados comunistas del siglo XX asumieron el materialismo como doctrina filosófica oficial. El fracaso de la experiencia comunista hace más de veinte años no ha impedido que en América Latina surja una nueva ola izquierdista que pretende reinstaurar muchos de los principios promovidos por los marxistas del siglo XX. Y, en ese sentido, los gobiernos de Cuba, Venezuela, Ecuador, Brasil y Nicaragua se han rodeado de intelectuales de vieja guardia marxista que pretenden darle un nuevo vigor al materialismo histórico y dialéctico.

Pero, el auge de la izquierda en Bolivia ha dado un nuevo colorido a este movimiento. Y, junto a las tradicionales tesis marxistas sobre la lucha de clases, la dictadura del proletariado, y la explotación del hombre por el hombre, se han incorporado conceptos procedentes de la cosmovisión precolombina. Marx nunca tuvo mayores preocupaciones ecológicas (en buena medida porque la incipiente revolución industrial aún no constituía una seria amenaza a los ecosistemas en el siglo XIX); pero ahora, la nueva izquierda latinoamericana pretende dar una nueva tonalidad ecológica.

Ya no basta con combatir la desigualdad y la pobreza, ahora también es necesario preservar el medio ambiente. Para ello, se invoca la tradición indígena del culto a la Pacha-Mama; a saber, el culto a la Tierra y la naturaleza como entidad sagrada que merece cuidado y respeto. La nueva izquierda nos asegura que, en la medida en que imitemos a los indígenas en su culto a la Pacha Mama, viviremos en un mundo mejor.

Sorprende cómo, los mismos intelectuales que defienden las tesis marxistas materialistas, exalten las virtudes de un sistema religioso típicamente panteísta y contrario al materialismo. La Pacha Mama es en buena medida, la versión incaica de una hipótesis que ha sido rechazado por la abrumadora mayoría de filósofos materialistas: la hipótesis Gaia. Según esta hipótesis, la Tierra es un ser vivo en sí mismo, conectada con el resto de los seres vivos mediante una misteriosa fuerza mística inmaterial. Y, en este sentido, tanto el culto a la Pacha Mama como la hipótesis Gaia son intrínsecamente contrarias al materialismo que defendieron Marx y Lenin. Si, como sostiene el materialismo, todo cuanto existe es materia, la Tierra no está compuesta de un añadido inmaterial.

El materialismo ha sido la base de la ciencia. La ciencia no puede operar bajo la presunción de que el elan vital, los ángeles, los demonios, los espíritus ancestrales o la Pacha Mama están presentes en el universo. La ciencia asume que los fenómenos que estudian proceden de la materia y, como tal, están sujetos a unas leyes regulares que, precisamente, permiten hacer predicciones. Es imposible reconciliar una visión científica del mundo con el culto a la Pacha Mama.

Los sistemas religiosos monoteístas trascendentes tampoco son plenamente reconciliables con la ciencia, pero al menos los monoteísmos tuvieron la virtud de separar a Dios de la naturaleza. Y, en la medida en que se empezó a concebir que la naturaleza no es sagrada y que la Tierra no es un ser vivo en sí mismo, se pudo avanzar con mayor profanidad en su estudio. Los incas no desarrollaron nada siquiera remotamente cercano a la ciencia, en buena medida porque su curiosidad intelectual estaba muy restringida debido a la reverencia y temor que sentían por la Tierra. Al convencer a los hombres de que un bosque no está encantado y ahí no reside ningún espíritu, el monoteísmo abrió el camino para que los hombres pudieran conocer y manipular mejor la naturaleza. En cierto sentido, el monoteísmo abrió paso al materialismo.

Sería insensato negar que enfrentamos un serio problema ecológico. Pero, la solución no es promover una visión precientífica del mundo, rindiendo culto a entidades inmateriales y regresando a las creencias panteístas que cree que todo cuanto existe en la naturaleza tiene un encanto místico. La solución es advertir racionalmente el peligro que corremos si agotamos los recursos. Para ello, no debemos hacer cantos y bailes a una diosa inexistente, sino cuantificar cuántos recursos tenemos a nuestra disposición, y cuántos podemos racionalmente explotar. La solución no es invocar a la Pacha Mama, sino invocar un ecologismo materialista.

De esa manera, el marxismo es sencillamente irreconciliable con el culto a la Pacha Mama, y no puedo dejar de expresar mi simpatía por el primero, y mi reproche por el segundo. Pero, para colmo de ironías, la nueva izquierda latinoamericana también pretende ser ‘bolivariana’. Pues bien, de nuevo, nos encontramos frente a otra incoherencia.


En el terremoto de Caracas de 1812, Bolívar supuestamente pronunció la célebre frase (a veces insólitamente repetida por Hugo Chávez): “si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. Pues bien, esta frase, muy elocuente por lo demás, recapitula la actitud del hombre civilizado que no se deja amedrentar por las adversidades que presenta el ecosistema, y más bien propone medios racionales para hacerle frente. Pero, urge advertir que es contraria a la actitud mística y contemplativa promovida por el culto a la Pacha Mama. Los adoradores de la Pacha Mama sostendrían que debemos dejarnos sobrecoger por la naturaleza, pues es la manera que ella tiene de reclamar aquello de lo cual ha sido despojado; de ninguna manera un adorador de la Pacha Mama defendería el ideal bolivariano de luchar contra la naturaleza y hacerla obedecer.

La virtud de esa frase de Bolívar, así como del materialismo cientificista en general, ha sido saber advertir que la naturaleza no es nada benigna con nosotros. Y, precisamente, antes de que ella nos domine a nosotros, nosotros debemos dominarla a ella. Pero, vale advertir, dominar no es lo mismo que aniquilar. Y, en este sentido, debemos dominar a la naturaleza, pero a la vez hacer el cálculo racional de que ese dominio debe ser mesurado, a fin de no agotar los recursos que de ella explotamos.